EL ADIÓS A UN HISTÓRICO DEL PERIODISMO
Francisco Celis Albán
Luis Noé Ochoa, uno de los empleados de EL TIEMPO que sobreviven de la época en la sede que quedaba en la avenida Jiménez con carrera Séptima, la esquina más importante del país hasta finales del siglo XX, lo recuerda “con el pelo casi completo”, hacia 1977.
Allí, en 1964, fue a decirle al expresidente Eduardo Santos que quería trabajar en el diario. Don Eduardo, el dueño, le dijo que iba a ver si podía “hacer algo”. El primero de mayo, mañana hace cincuenta años, ingresó.
Hoy es su último día en este diario, en el que ha sido redactor, editor, columnista, opinador, editorialista, creador de la Unidad Investigativa y de la Escuela de Periodismo, maestro de sucesivas generaciones de periodistas. ¿Qué no ha hecho Samper en EL TIEMPO y en el periodismo colombiano?
Su partida era inimaginable para su hijo Daniel Samper Ospina, director de la revista Soho, a quien le pregunté el pasado martes si alguna vez su padre lo sorprendió con una frase, con un regalo o con una actitud inesperada.
“Quizás la de su retiro: ¿te parece poco?”.
Inimaginable para el expresidente Ernesto Samper, su hermano, quien comentó el lunes pasado: “Yo creo que Daniel sin EL TIEMPO es como Sofía sin Vergara”. Inimaginable para quienes fuimos sus alumnos.
“Comenzamos a trabajar el mismo día del mismo año, 1964 –hace memoria Enrique Santos Calderón–. Teníamos unos veinte años y a partir de ahí se generó una amistad que se mantiene, pese a los altibajos durante el Proceso Ocho mil.”
Compartían una sola oficina, la 301, tres hombres que serían importantes para el país: Samper Pizano, Santos Calderón y un tercero: Luis Carlos Galán. Los apodaban ‘la Santísima Trinidad’ y ‘los tres arcángeles’.
Fueron asistentes de la dirección cuando fue director Roberto García-Peña, escribían reportajes, notas editoriales y notas sobre eventos. Y en una época en la que los estudiantes fueron los causantes de muchos dolores de cabeza de los gobiernos, iniciaron la página universitaria, según Santos, “bastante innovadora y poco ortodoxa”.
Así la recuerda Samper Pizano: “Salió dos años y publicó al final entrevistas con los líderes estudiantiles, que pedían desde el poder por las armas, hasta que bajara la Virgen Santísima y fuera Presidente. Y después del segundo año nos dijeron: ‘Ya no más’. De los entrevistados por lo menos dos murieron luchando en la guerrilla: Julio César Cortés y Armando Correa”.
El ingreso de Samper y Santos marcó el comienzo de una amistad que los llevó a tener vidas paralelas (los dos tienen hermanos presidentes de la República, los dos tienen hijos directores de revistas) y de una era de cambio profundo en EL TIEMPO.
Muy jóvenes, ambos tuvieron columnas de opinión (“Reloj del tiempo” y “Contraescape”) de gran impacto, que introdujeron un nuevo orden en la página editorial: columnistas que no estaban de acuerdo con la línea editorial del periódico. “Eso no existía: el pluralismo de opinión en las páginas editoriales”, cuenta Santos.
Ninguna de estas conquistas, patrocinadas por García-Peña, les resultó fácil. “Enrique Santos Castillo fue el que propuso que yo escribiera una columna, de lo cual se arrepintió toda la vida. En teoría debía ser sobre asuntos de Bogotá, porque me nombraron jefe de la sección Bogotá. Empecé muy juicioso; luego me fui saliendo de madre y empecé a hacer notas con estilo mío. Me acuerdo de una que era ‘El peligro del salto de Tequendama’, en la que decía que ya era un peligro, porque los suicidas, como el río ya no tenía agua, se podían matar”, dice Samper.
Fue Lucas Caballero, ‘Klim’, quien le hizo caer en la cuenta que decir ‘Reloj del tiempo’ era tan redundante como decir “zapato del pie”, y se quedó ‘Reloj’. Las interrupciones de los años 1980 y 1981 se debieron a que Samper fue a EE.UU. a hacer un posgrado.
A España
Luego volvió a hacerla en el 86, cuando lo enviaron como corresponsal a España. “Al volver, me tocó irme exiliado por amenazas que pronto se confirmó que eran del narcotráfico. El DAS me dijo que se podían poner veinte guardaespaldas, pero que a Jaime Pardo Leal se los tenían y no habían servido. Que más bien me fuera un tiempito”.
La cuestión fue así: a la sede de la avenida Eldorado vino un hombre que entró y llegó hasta la redacción en un momento en que Samper no estaba. Juanita Santos preguntó: “¿Quién es este señor?”, y lo hizo sacar por los hombres de seguridad.
“Entonces me fui con tiquetes para mes y medio y allá sigo. Allá estoy y allá me quedo”, afirma, parodiando la famosa frase de Ernesto Samper durante el Proceso Ocho mil.
Santos Calderón sostiene que uno de los grandes aportes que hizo Daniel Samper al periódico fue el haber ideado y puesto en funcionamiento la Unidad Investigativa. “EL TIEMPO tuvo la primera Unidad Investigativa de América Latina y fue él quien la inauguró. Daniel es un periodista muy bueno, un ejemplo de dedicación”.
Esta unidad –de la que hicieron parte periodistas como Alberto Donadío y Gerardo Reyes– ha sido un hito en materia de denuncias contra la corrupción política y administrativa en el país durante décadas. Una de las más gruesas batallas fue la que dio, por tráfico de influencias, contra el entonces ministro de Obras (1974-1978) Humberto Salcedo Collante, en el gobierno del presidente Alfonso López Michelsen, quien lo sostuvo en el cargo.
Liliana Tafur, quien contribuyó a la investigación en el Congreso para el libro ¿Por quién votar?, publicado por Samper en 1986, lo recuerda como “muy estricto en el tema investigativo”.
“Llevarle el ritmo a Daniel es tremendo –confiesa–, porque comienza a las cinco de la mañana a trabajar y no termina nunca”.
Libros y libretos
Sin duda la faceta más popular de Samper Pizano es precisamente la publicación de libros de humor y su participación como libretista de una serie televisiva que conquistó el corazón de los colombianos, pues era un reflejo de sí mismos: Dejémonos de vainas, que duró desde 1984 hasta 1998.
Fue un tiempo en que debió profundizar en la construcción de textos de humor para televisión. “Metido en ese berenjenal de escribir los libretos de Dejémonos de vainas me propuse estudiar. Conseguí libros muy buenos de técnicas sobre cómo escribir comedias de televisión. Claro, uno no se vuelve chistoso leyendo libros. Tiene un humor y aprende técnicas de cómo manejarlo mejor, cómo disparar unas cosas antes y otras después. Y estudié mucho guiones de Woody Allen”.
En cuanto a los libros, es dueño de una corte de lectores que sigue religiosamente cada año sus producciones, que abarcan temas desde la sexualidad, el humor en la reflexión filosófica, las relaciones conyugales, la sociedad contemporánea, el Titanic (una de sus grandes fascinaciones, desde el colegio), el vallenato (una fiebre que le vino de familia: su abuela Gnecco era guajira) hasta las novedades de la tecnología y toda clase de los más dispares y disparatados asuntos.
Ha publicado volúmenes conjuntos con Les Luthiers, Fontanarrosa, Quino, Serrat y Pilar Tafur, su mujer.
Ochoa, el antiguo periodista de EL TIEMPO mencionado al comienzo de esta nota, dice que “tiene de bueno que sabe casi de todo. Y lo que no conoce lo investiga. Como los pollos de Kokoriko, no tiene presa mala. De cualquier tema escribe: los papas, la Iglesia, Leandro Díaz, Borges... Eso es disciplina”.
Santos Calderón subraya aún más este aspecto. “Adicionalmente a su capacidad de trabajo, es admirable su versatilidad. Escribe de temas musicales, cosas frívolas, la decadencia de la zarzuela o la crisis de Crimea, en todos los géneros: entrevista, reportaje, comentario de profundidad, crónica. Es un periodista de los más completos que he conocido”.
Ana Lucía Duque, quien fue por muchos años periodista y editora en EL TIEMPO, dice que “es periodista las veinticuatro horas y anda siempre buscando temas para sus notas”.
Con su talento y disciplina, el reconocimiento público ha sido la respuesta lógica de los colombianos desde muchos años atrás. “Yo debía tener unos seis o siete años –dice Juanita Samper, su hija periodista– y estaba montando en bicicleta con mis vecinos del barrio Niza. Un muchacho de unos dieciocho años hizo algún comentario sobre mi padre y le pregunté por qué sabía quién era. “ ‘El que no sepa en este país quién es Daniel Samper está fregado’, me contestó.”
Otra pasión suya es el manejo del idioma, que le valió ser designado, en el 2004, con Juan Gossaín, miembro de la Academia Colombiana de la Lengua.
“Nos escogieron en la misma fecha –relata Gossaín–, pero la idea de ingresar juntos fue de Daniel. Me propuso que escribiéramos a cuatro manos una ponencia sobre juglares y trovadores desde la Edad Media hasta el vallenato. Yo pensé que era audacia mayor y que aquellos venerables caballeros, los académicos, nos iban a echar de ahí apenas sonara el primer acordeón. Fue al revés: cuando me di cuenta, eran ellos los que llevaban el compás con el pie. ‘Es la primera vez que en este recinto se oye música’, me dijo el director, don Jaime Posada.”
Pero su pasión mayor es la del fútbol, concretamente como hincha y alguna vez directivo del club bogotano Independiente Santa Fe (fue él quien consiguió al famoso león Monaguillo, símbolo en una época de la fiereza del equipo). Un gran amigo suyo fue el ya fallecido Guillermo la ‘Chiva’ Cortés, directivo del Santa Fe.
En su libro Volveremos, volveremos, Daniel, su hijo, asegura, incluso, que desde antes de nacer ya lo habían matriculado con un equipo de fútbol. Sospecha, dice, que “el cupo para ser hincha” estaba antes que él y que él nació solo con el fin de ocuparlo, “como si el molde ya existiera y yo apenas ...