Viviendo la tercera edad
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Viviendo la tercera edad

Un modelo integral de consejería para el buen envejecimiento

  1. 176 páginas
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Viviendo la tercera edad

Un modelo integral de consejería para el buen envejecimiento

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Información del libro

De una manera espléndida tomando en cuenta el campo de la medicina, psicología, sociología y teología, el profesor Montilla presenta en este libro una visión integral acerca del proceso del envejecimiento y la vejez. Él postula que este concepto holístico nos ayudará a entender y vivir la tercera edad de una manera más plena y satisfactoria.

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Información

Año
2016
ISBN
9788482676562
Categoría
Religión

Capítulo 1

El envejecimiento y la vejez en el contexto judeo-cristiano

El envejecimiento y la vejez en el Antiguo Testamento

Valor y dignidad del ser humano

Comenzaremos notando el valor y la dignidad humana como es presentada en el Antiguo Testamento. Este valor inherente en el ser humano no cambia con la edad, ya que, se origina del hecho de que todos fuimos creados a la imagen de nuestro Dios. El registro bíblico dice, “Y creó Dios al ser humano a su imagen, a imagen de Dios lo creó. Hombre y mujer los creó” (Génesis 1:27). Creados con libertad de pensamiento y acción. Creados con capacidad co-creadora. Creados con propósito, valor y con la capacidad de vivir en relación estrecha con nuestro Creador y con nuestros semejantes. Creados para vivir en comunidad donde se aprecie el valor del ser humano independientemente de su edad.
Podemos mirar que nuestro valor como seres humanos no lo generamos nosotros mismos y no depende de nuestro género, educación, in-greso económico, posición social, edad, lugar de nacimiento, raza, o preferencia política, por lo tanto, no puede ser removido de nosotros. Aunque golpeado por los años o por enfermedades u otros sufrimientos nuestro valor permanece intacto.
La raza humana es considerada la corona de la creación. Creados para vivir en relación y en comunidad con nuestro Creador, con nuestros semejantes y con la naturaleza. Nuestra existencia entonces tiene sentido y plenitud sólo y sólo si nos mantenemos y nos movemos en esta perspectiva de relación y de comunidad.
Como corona de la creación se nos dio la responsabilidad de administrar el planeta en su totalidad manteniendo siempre en mente que todos los seres humanos somos iguales. Desgraciadamente, después que nuestro primer padre y nuestra primera madre escogieron cortar esa relación y constante comunión con nuestro Creador, hemos perdido lentamente la visión y la razón de nuestra existencia. La realidad es que aunque la imagen de Dios, que implantó en nosotros, no sea tan evidente porque quizá esté cubierta con muchas heridas y sufrimientos (y quizá arrugas), no ha disminuido en lo absoluto, seguimos siendo hijos e hijas de Dios. Él dejó todo con el propósito de reconciliarnos consigo mismo y con nuestros semejantes y por ende con la naturaleza en general. De manera que el valor y la dignidad humana descansan en el amor y el acto creativo de Dios.

Viviendo la vida hasta el mismo final

El pueblo Hebreo veía el hecho de vivir largos años como una bendición especial de Yahvé. “Le haré disfrutar de larga vida: Le haré gozar de mi salvación” (Salmo 91:16). El Rey Salomón refiriéndose a la vejez escribe, “las canas son una digna corona, ganada por una conducta honrada” (Proverbios 16:31). Así que para el pueblo semítico o hebreo, la vejez no era algo que ellos repudiaban, al contrario era vista como algo positivo y de gran bendición. “La gloria de los jóvenes es su fortaleza, la hermosura de los ancianos es su vejez” (Proverbios 20:29). El proceso del envejecimiento y de la vejez era considerado parte natural de la existencia misma. El principio sostenido era que la vida había que vivirla en abundancia desde el comienzo hasta el mismo fin de ésta.
Entendemos que si bien es cierto que la vejez puede brindar muchas bendiciones también ésta ofrece muchos desafíos y pesares. Nuestros órganos y sistemas del cuerpo, lentamente pero de una manera segura, comienzan a deteriorarse trayendo como consecuencia un sinnúmero de dolencias y enfermedades. Las Escrituras hebreas muestran que estas limitaciones pueden variar desde el olvido hasta el colapso total del cuerpo y mente: la muerte. Las limitaciones que vienen con la vejez afectan al ser en su totalidad incluyendo el cuerpo, la mente y el espíritu. El salmista, consciente de los retos de la vejez, ora, “Dios mío, no me abandones aun cuando ya esté yo viejo y canoso, pues aún tengo que hablar de tu gran poder a esta generación y a las futuras” (Salmo 71:18).
El Rey Salomón, probablemente después de haber probado algunos de los efectos negativos de la vejez, al aconsejar los jóvenes escribe, “acuérdate de tu Creador ahora que eres joven y que aún no han llegado los tiempos difíciles; ya vendrán años en que digas: No me trae ningún placer vivirlos” (Eclesiastés 12:1).

Honrando y respetando a las personas de edad

Si bien es cierto que las Escrituras hebreas claramente reflejan la realidad de la vejez, nunca se pierde la perspectiva de que la dignidad humana no se afecta por la edad. Desde el comienzo hasta el fin somos hijos e hijas de Dios creados a su imagen. El Profeta Isaías nos recuerda la fidelidad de nuestro Dios con estas palabras: “... Yo he cargado con ustedes desde antes que nacieran; yo los he llevado en brazos, y seguiré siendo el mismo cuando sean viejos; cuando tenga canas, todavía los sostendré. Yo los hice, y seguiré cargando con ustedes; yo los sostendré y los salvare” (Isaías 46:3-4).
De hecho, grandes héroes de la fe hicieron sus mayores aportaciones a la humanidad y al servicio de Dios cuando se encontraban ya de avanzada edad. El gran libertador Moisés tenía 80 años cuando Dios le dio la tarea de liberar al pueblo de la mano del Imperio Egipcio. “Moisés tenía ochenta años, y Aarón ochenta y tres, cuando hablaron con el faraón” (Éxodo 7:7).
Caleb, el valiente explorador, cuando tenía 85 años quiso continuar con sus aventuras y conquistas de nuevas tierras y usó como argumento para obtener el permiso, el hecho de que estaba en buena condición física y mental para lograr ese cometido. “Ahora ya tengo ochenta y cinco años, pero todavía estoy tan fuerte como cuando Moisés me mandó a explorar la tierra, y puedo moverme y pelear igual que entonces” (Josué 14:10-11). A lo mejor Caleb estaba siendo muy optimista en su apreciación de sus condiciones físicas, el caso es que él estaba seguro que podía lograr sus propósitos.
Así vemos que las personas mayores ocupaban un lugar muy especial en la comunidad hebrea. En las promesas que se refieren a la restauración del pueblo de Dios el Profeta Zacarías dice, “Ancianos y ancianas se sentarán de nuevo en las plazas de Jerusalén, apoyado cada cual en su bastón a causa de su mucha edad” (Zacarías 8:4). Los ancianos y ancianas del pueblo eran considerados los depositarios de la sabiduría de Dios. Moisés en su cántico nos recuerda esta realidad diciendo, “Vuelve atrás la mirada, piensa en los tiempos pasados; pide a tu padre que te lo diga, y a los ancianos que te lo cuenten...” (Deuteronomio 32:7).
Los consejos de los ancianos eran considerados de alta estima y valor. De hecho, cada vez que los gobernantes ignoraban la asesoría proveniente de los ancianos del pueblo, grandes problemas le venían a la nación. “Los ancianos tienen sabiduría; la edad les ha dado entendimiento” (Job 12:12). Vale decir que las Escrituras hebreas también mencionan que la sabiduría no viene solamente con la edad, sino principalmente con la disposición constante de escuchar y seguir la voluntad de Dios.
Las Escrituras hablan del respeto debido a los ancianos, así como también, de la responsabilidad de asistirlos en sus necesidades físicas, emocionales, sociales y espirituales. En las leyes acerca de la santidad y la justicia encontradas en el libro de Levítico el mandato de cuidar y respetar a los ancianos es muy claro apuntando que, al respetar a los ancianos estaban respetando a Dios. «Ponte de pie y muestra respeto ante los ancianos. Muestra reverencia por tu Dios. Yo soy el Señor” (Levítico 19:32).
El quinto mandamiento reza así, “Honra a tu padre y a tu madre, para que vivas una larga vida en la tierra que te da el Señor tu Dios” (Éxodo 20:12). Eruditos de la Biblia creen que este mandamiento incluye la responsabilidad de respetar y cuidar a los padres y a las madres en la vejez y aún más cuando lleguen al punto en el que ya no puedan cuidarse por sí mismos. «El punto central de este mandamiento es el de asegurar que los hijos e hijas deben cuidar a los progenitores aun cuando ellos estén de avanzada edad. Cuando sus papás y sus mamás de avanzada edad no puedan proveer por ellos mismos para cubrir sus necesidades, es deber de los hijos e hijas tomar completa responsabilidad por ellos. El quinto mandamiento se refiere a este tipo de cuidado”.1
El teólogo de la Universidad de Tübingen, Alfons Auer, afirma que, “respetar a los padres comprende más exactamente cuatro puntos: a) poner en práctica los modelos de vida tomados de ellos y trasmitirlos a su vez a la generación siguiente; b) garantizarles la asistencia material y un espacio social, en la enfermedad y la vejez; c) si en el proceso de deterioro de sus fuerzas morales, mentales y anímicas aparecieran el endurecimiento egocéntrico, el espíritu de la tradición, la charlatanería y otras necedades, es necesario aceptarlas con paciencia; d) una comunidad así se corresponde con el proyecto de vida de una comunidad en cuyo centro se sitúa Yahvéh”.2
Este mandamiento de honrar a nuestros padres y madres es el único que viene con una promesa: larga vida. Al cuidar a nuestros progenitores no sólo les hacemos sus vidas más plenas y completas, sino que también, nuestras propias vidas tienen un sentido existencial y un propósito más claro. De hecho, nuestra calidad de relación con nuestros semejantes está grandemente ligada a este quinto mandamiento. Se cree que hay una correlación directa entre la calidad de relación que tengamos con nuestros padres y madres y el tipo de relación que tengamos con Dios y con los demás.
Cabe señalar también, el hecho de que en este mundo imperfecto y lleno de maldad se encuentran padres y madres que han abusado del poder y de la responsabilidad dadas a ellos: el cuidar y levantar a los hijos con amor y gracia respetando siempre la dignidad humana. Muy a menudo oímos hablar de padres o madres que abusan ya sea física, verbal o sexualmente de sus hijos o hijas. En muchos de estos casos a estos hijos o hijas se les hace difícil, por no decir imposible, llevar relaciones saludables con sus progenitores o tutores. Estas experiencias negativas y traumáticas con los progenitores pueden afectar también la calidad de relación que se tenga con nuestro Creador. Pero aún en situaciones como estas los hijos o hijas tienen la oportunidad de relacionarse o de identificarse con otras personas quienes, consciente o inconscientemente, asumen o se les da ese rol de padre o de madre. De cualquier manera conviene mantener esto en mente con el fin de evitar generalizaciones, y tratar a cada caso de manera particular. Es bueno recordar que pertenecemos a la gran familia de Dios y que en la deidad—Padre, Hijo y Espíritu Santo, tenemos un ejemplo de relación familiar que conviene imitar.

El envejecimiento y la vejez en el Nuevo Testamento

Los escritores del Nuevo Testamento en su mayoría eran hebreos, por lo tanto, sus escritos reflejan en gran manera la misma enseñanza sostenida por los autores del Antiguo Testamento. Entendemos que cuando Jesús de Nazaret dijo, «Ustedes estudian las Escrituras con mucho cuidado...” (Juan 5:39), se estaba refiriendo precisamente al Antiguo Testamento. Lo mismo con el Apóstol Pablo cuando menciona que «toda la Escritura inspirada por Dios es útil para enseñar y reprender, para corregir y educar en una vida de rectitud, para que el hombre de Dios este capacitado y completamente preparado para hacer toda clase de bien” (2 Timoteo 3:16-17). Es claro que el Apóstol Pablo se refiere a la Palabra inspirada en su totalidad, pero principalmente, a la que se conocía en ese entonces, que era el Antiguo Testamento. Así que, deducimos que los principios sostenidos por Jesús y sus Apóstoles acerca de la dignidad y valor de las personas de edad, son los mismos de aquellos de los patriarcas y profetas.
En el primer libro de la Biblia se registra la expresión de Dios después de haber creado al hombre y a la mujer. “Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera” (Génesis 1:31). Antes de que se creara al ser humano la creación de Dios “era buena” pero notemos que después de crear al ser humano, hombre y mujer, dice, “y era buena en gran manera”. Como vimos en nuestra navegación a través del Antiguo Testamento, el ser humano es la corona de la creación, creado a la imagen de Dios para vivir en conexión con Él. A pesar de que nuestros padres escogieron seguir un camino contrario al señalado por Dios, lo cual trajo el pecado a esta humanidad, nuestro Creador continuó con su plan de hacerse Emmanuel a fin de restaurar su relación con nosotros. Decidió venir a nuestro encuentro.
Dios vino al encuentro con Adán y Eva a quienes invitó con amor perdonador a reiniciar la estrecha comunión de la que una vez gozaban. Aunque la Caída afectó la calidad de la relación entre criatura y Creador, nuestro Dios continuó con su cometido de estar cerca y en medio de sus criaturas. Para lograr esta reconexión, utilizó muchas maneras incluyendo símbolos, patriarcas, profetas, sacerdotes entre otros. Sin embargo, queriendo estar más cerca de sus hijos e hijas Dios decidió hacer lo que siempre había planificado: hacerse humano en la persona de Jesús de Nazaret. “Aquél que es la Palabra se hizo hombre y vivió entre nosotros (y vimos su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de amor y verdad” (Juan 1:14).
El hecho de que Dios “dejase todo” para habitar con nosotros, nos muestra cuan grande e inimaginable es nuestro valor. Al releer y digerir la parábola de la perla de gran precio podemos interpretar que el Mercader representa a Dios y la perla de mucho valor al ser humano (Mateo 13:45-46). Estas perlas de mucho valor, perdidas y a lo mejor cubiertas con muchas cosas que no les permitían reflejar la belleza y valor de cada una de ellas, representan a cada ser humano independientemente de la edad que tengan. Dios, el Creador del universo, de un universo con más de 40 billones de galaxias, “dejó todo” por nosotros. Es claro que ésta es la mayor demostración de nuestro valor y dignidad. Valor que no disminuye con la edad. Valor que permanece con nosotros desde nuestro comienzo hasta el final de nuestras vidas.

Aspecto holístico e integral del ser humano

El ser humano, como se entiende en la cultura hebrea-semítica, es visto como un ser integral, indivisible, como un todo, donde el alma y el cuerpo representan diferentes aspectos de la misma persona pero no diferentes sustancias o entidades capaces de existir y funcionar independientemente una de la otra. Justo González, pastor metodista y profesor universitario, elegantemente explica la antropología y naturaleza humana en estas palabras, “... el alma y el cuerpo no son dos partes diferenciadas [o sustanciales] de la persona sino diferentes perspectivas o maneras de ver a la misma persona. El ser humano no es una alma que ha tomado un cuerpo, o un cuerpo al cual se le ha añadido una alma, sino un ser viviente quien es al mismo tiempo cuerpo y alma”.3 El teólogo evangélico Karl Barth amplifica esto cuando dice que el ser humano es, «Un todo simultáneamente cuerpo y alma... que no puede ser visto como teniendo dos entidades independientes sino como una entidad... la unidad del alma y el cuerpo no consiste en la unión de dos partes las cuales pueden entenderse o describirse de una manera separada”.4
El punto que queremos mostrar es que cuando hablamos de honrar a las personas de edad, estamos diciendo que debemos servirles y cuidarles en su totalidad. Mostramos respeto por las personas mayores cuando tomamos en cuenta las diferentes dimensiones de ellos incluyendo lo espiritual, lo físico, lo mental y lo social. No solamente nos preocupamos de que ellos tengan el alimento cotidiano y la medicina que les cura o les alivia sus dolores físicos, sino que, también prestamos atención muy de cerca, a los sentimientos de soledad, pesares, duelos, desánimo existencial y muchos otros desafíos que generalmente les acompañan.
El Nuevo Testamento también presenta al ser humano como un todo integral e indivisible considerando que tanto el cuerpo como el alma son «bueno en gran manera». Un seguimiento cercano de la historia del cristianismo muestra que el concepto griego-helenístico que presenta al alma como “buena” y al cuerpo como “malo” progresivamente llegó a ser muy popular casi desplazando por completo el entendimiento antropológico hebraico. Esta filosofía griega condujo a muchos abusos del cuerpo ya que éste se interpretaba como “malo” y como una “prisión” para el alma. Debido a esta influencia griega-helenística, la idea del Apóstol Pablo referente al cuerpo (soma) y la carne (sarx) fue interpretada de una manera contraria a lo que él presentó. Para el Apóstol Pablo, quien era un hebreo enseñado en la tradición hebrea, el cuerpo (soma) representaba a la persona en su totalidad, dispuesta a alabar al Creador. “Así que hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional” (Romanos 12:1).
Cuerpo (soma) también señala a la estructura corporal que contiene todos nuestros sistemas anatómicos y fisiológicos a través de los cuales la gracia y el poder de Dios se manifiestan por la presencia del Espíritu Santo, por lo tanto, el cuerpo es santo y sagrado. “¿No saben ustedes que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo que Dios les ha dado, y que el Espíritu Santo vive en vosotros? Ustedes no son sus propios dueños, porque Dios los ha comprado por un precio; por eso glorificad y honrad a Dios en vuestro cuerpo” (1 Corintios 6:19-20).
El Apóstol Pablo enfatiza que el cuerpo es santo y sagrado y “se vestirá de inmortalidad” al momento de la Segunda Venida de Cristo y la Resurrección General. “Cuando esto corruptible se haya vestido de incorrupción, y esto mortal se haya vestido de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: “La muerte ha sido devorada por la victoria” (1 Corintios 15:53-54). Así que el Apóstol Pablo señaló que aunque el cuerpo con sus funciones fisiológica...

Índice

  1. Cubierta
  2. Colección Sociedad y Cristianismo
  3. Página del título
  4. Derechos de autor
  5. Lo que dicen otros autores acerca de este libro
  6. Dedicatoria
  7. Reconocimiento y Agradecimiento
  8. Prólogo
  9. Tabla de contenidos
  10. Introducción
  11. Capítulo 1. El envejecimiento y la vejez en el contexto judeo-cristiano
  12. Capítulo 2. Aspectos biosicosociales de la vejez y el envejecimiento
  13. Capítulo 3. Por qué se me olvidan las cosas
  14. Capítulo 4. Aspectos emocionales del envejecimiento
  15. Capítulo 5. Enfrentando las pérdidas
  16. Capítulo 6. Principios prácticos para una salud integral
  17. Capítulo 7. Envejeciendo en comunidad
  18. Anexos