Una historia de la desigualdad en América Latina
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Una historia de la desigualdad en América Latina

La barbarie de los mercados, desde el siglo XIX hasta hoy

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Una historia de la desigualdad en América Latina

La barbarie de los mercados, desde el siglo XIX hasta hoy

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¿Será que todavía es posible decir algo novedoso sobre la desigualdad en América Latina? Este libro prueba que se puede. Integrando los aportes más logrados de las ciencias sociales y su propia investigación, Juan Pablo Pérez Sáinz se aparta del enfoque dominante, centrado en la desigualdad de ingresos de los individuos y en la esfera redistributiva, y pone la lupa en la raíz del problema, la distribución básica, ese momento en que se repartieron las cartas que regulan el acceso al mercado de tierras, capital, conocimiento y trabajo.Así, Una historia de la desigualdad en América Latina incorpora al debate un factor decisivo: el mercado como espacio de poder, que permite acaparar excedentes económicos y excluir o inferiorizar a ciertos grupos subalternos, transformando diferencias en desigualdades y acentuando las asimetrías originarias. El autor estudia tres momentos: el período oligárquico que, desde mediados del siglo XIX hasta la crisis de 1929, fundó los campos de desigualdades de excedente en los mercados básicos (trabajo, tierra, capital); una etapa modernizadora nacional (que se extiende hasta los años ochenta, con gran protagonismo del Estado) y las alternativas actuales de la modernización globalizada, desde el régimen neoliberal hasta el surgimiento de los gobiernos "posneoliberales", con su reconocimiento de sujetos subalternos y propuestas de multiculturalismo.A lo largo de este recorrido, Pérez Sáinz recupera a las clases sociales como actor histórico y también los procesos de desempoderamiento que explican la reproducción de las desigualdades. Sin caer en juicios simplistas, y apoyado en un análisis rico en discusiones y claves interpretativas, este libro avanza con propuestas que desafían la inventiva política y social para superar los límites del presente.

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Información

Año
2019
ISBN
9789876296977
1. Miradas sobre las desigualdades en América Latina
Este capítulo se propone explicitar los supuestos de nuestro trabajo. Así, nos ocupamos de la mirada dominante sobre las desigualdades en la región. En primer lugar, y desde una perspectiva comparatista, consideramos el enfoque liberal. Luego abordamos el enfoque radical/crítico, que es el que aquí asumimos.[2]
La mirada dominante sobre las desigualdades en América Latina
No cabe duda: tal como en el caso de la problemática de las carencias sostenidas por los enfoques de pobreza, la mirada predominante en la región es de carácter (neo)liberal.[3] La otra perspectiva, de estirpe radical y crítica, aún tiene una aceptación limitada.[4] Compararemos esos dos enfoques, en busca de elucidar su pertinencia analítica para la región y realizaremos el contraste de estas tradiciones a partir de las dos preguntas básicas que, según Bobbio (1993), deben hacerse al analizar cualquier tipo de desigualdad: “de qué” es y “entre quiénes” se genera.[5] Veamos una síntesis de esta comparación.
Cuadro 1.1. Enfoques sobre desigualdades en América Latina
Preguntas
(Neo)liberal
Radical/crítico
Desigualdad “de qué”
• Ingreso del hogar
• Descomposición del ingreso
• Poder en los mercados básicos para la generación y apropiación del excedente
Desigualdad “entre quiénes”
• Hogares e individuos
• Los ricos de América Latina
• Trabajadores
• Clases sociales
• Individuos
• Pares categoriales (género, etnia, raza, territorialidad, etc.)
Es importante recordar que estamos reflexionando sobre el tipo de desigualdades que han hecho de América Latina la región más desigual del planeta: las del ingreso (BID, 1999, De Ferranti y otros, 2004, Reygadas, 2008, López-Calva y Lustig, 2010).[6]
En el primer enfoque, que denominamos “(neo)liberal”, el “de qué” parece obvio: el ingreso del hogar. Pero esta respuesta presenta varios inconvenientes. Primero, al focalizarse en el hogar se está observando la redistribución. O sea, ya ha habido una distribución previa que se acepta y que ocurre en ciertos mercados cuya naturaleza veremos más adelante al abordar el enfoque radical/crítico. Está implícito el argumento de que las “fuerzas del mercado” han actuado virtuosamente y, de esta manera, no se discute la distribución primaria, que acaba siendo naturalizada.[7] Esta óptica responde a la redefinición del locus de la cuestión social que ha realizado el orden (neo)liberal.
Un segundo inconveniente de este enfoque es que el ingreso es un resultado y, por tanto, al no considerarlo de este modo se dejan de lado las causas de las desigualdades, es decir, supone una compresión superficial del fenómeno. No hay que olvidar que la forma monetaria de esa desigualdad tiende a mistificar esos procesos mediante su abstracción. El problema resulta más complejo, ya que el ingreso familiar no es más que la sumatoria de un conjunto de ingresos laborales (salariales y no salariales) y no laborales (distintos tipos de rentas, transferencias privadas y públicas). Por consiguiente, tenemos una amalgama de distintas desigualdades (en otros términos, múltiples “de qué”), lo que lleva a que la desigualdad de ingresos entre hogares sea, en el fondo, un falso “de qué”. Así, puede ocurrir que respecto de ciertos tipos de ingresos la desigualdad disminuya pero que aumente en relación con otros. Por esto es pertinente preguntarse desigualdad “de qué” e intentar precisar lo mejor posible el fenómeno del cual estamos hablando.
Pese a todo, desde esta perspectiva analítica hubo intentos por superar este inconveniente descomponiendo el ingreso familiar e identificando sus distintas fuentes. Al respecto, un ejercicio interesante es el realizado por López-Calva y Lustig (2010), que remite a su explicación del descenso de las desigualdades de ingreso entre hogares de los países de la región durante la primera década del siglo XXI. Los autores señalan dos causas fundamentales de esa disminución: por un lado, el cierre de la brecha en términos de salario por hora entre trabajadores más y menos calificados, cuyo factor principal es, para ellos, la caída de las retribuciones a la educación, además de otras variables institucionales. Y, por otro lado, las importantes transferencias no laborales a los hogares, entre las que destacan las denominadas “transferencias condicionadas”, que son el eje que vertebra las políticas actuales de reducción de la pobreza. De esta manera, el análisis se distancia del hogar y profundiza en los procesos generadores de ingresos. La cuestión deja de ser metodológica y deviene interpretativa porque los resultados dependen de cómo se analiza la evidencia encontrada. Como veremos más adelante, esto reenvía a la respuesta a la segunda pregunta: desigualdad “entre quiénes”.
Al descomponer el ingreso familiar, también se descompone el “de qué”, que ahora remite a dos desigualdades. La primera tiene que ver con el gasto social y el papel redistributivo del Estado, en este caso, por medio de los programas de transferencias condicionadas.[8] Y la segunda, que corresponde a las desigualdades de los ingresos del trabajo, es precisamente una de las dos estructuras del ingreso que plantea Piketty para analizar las desigualdades. En este sentido, el planteo del autor, quien considera los factores que inciden (educación, tecnología e instituciones), se enmarca por completo en esta misma tradición analítica.
El tercer inconveniente de la respuesta (neo)liberal se vincula con lo que dice el coeficiente de Gini. Aplicarlo parece congruente con la naturaleza de la desigualdad, ya que refleja un juego de suma cero.[9] Lo que gana un decil o varios deciles lo pierden otro u otros deciles. El problema es que la fuente de información, la encuesta de hogares, no capta a los miembros de las élites, esto es, los que tienen el poder en sus manos. Su pequeño peso hace que la probabilidad de ser incorporados en la muestra sea ínfima; además, suelen ser refractarios a las entrevistas y, cuando las permiten, es razonable pensar que no reportan los ingresos de origen no laboral en su verdadera magnitud. Es decir, se está ante un problema de truncamiento de información en la cola derecha de la distribución de ingresos: la de los ingresos más altos (Székely y Hilgert, 1999, Cortés, 2001). En otras palabras, las élites y su poder no entran en el análisis.
Con esta carencia fundamental, ¿es posible afirmar que las desigualdades decaen, se mantienen o se incrementan? El interrogante es totalmente pertinente ya que, en los últimos años, se ha configurado cierto sentido común que plantea que las desigualdades de ingreso descendieron en la mayoría de los países de la región durante la primera década del presente siglo.
Al respecto, la consideración de una segunda estructura de ingresos –la del capital– resulta fundamental, ya que ahí se capta una parte significativa de los ingresos de las élites. En este sentido, Piketty propone trabajar con datos fiscales sobre los impuestos y esta sería, en nuestra opinión, la gran contribución metodológica de ese autor.[10] En su texto, menciona dos estudios previos sobre América Latina que se realizaron a partir de The World Top Incomes Database. Al respecto, Gómez Sabaini y Rossignolo (2015: 90 y 96) han señalado que, en la Argentina, la participación en el ingreso del percentil superior (1%) pasó del 12,4% en 1997 al 16,8% en 2004, y en Colombia entre 1993 y 2010, ese percentil ha tenido una participación del 20,5% del ingreso bruto.[11] Una metodología similar se ha aplicado para Uruguay: entre 2009 y 2011, el 1% ha captado alrededor del 12% del ingreso nacional (Burdín, Esponda y Vigorito, 2015: cuadro III.11). Un análisis afín realizado en Chile indica que el 1% más rico se ha apropiado, en promedio, del 30,5% del ingreso total de ese país durante el período 2005-2010 (López y otros, 2013: tabla 13). También se ha estimado que en el Brasil, entre 2006 y 2012, al percentil superior le correspondió un poco menos del 25% del ingreso total (Medeiros, Souza y Castro, 2015: 18).
Esta evidencia sugiere que el descenso de las desigualdades del ingreso en la región durante el inicio del presente siglo no fue tan grande como se cree (Gómez Sabaíni y Rossignolo, 2015). Y, algo aún más importante desde nuestra perspectiva, no parece que el poder de “los de arriba” haya sido menoscabado, sino todo lo contrario.
En cuanto al enfoque radical/crítico, aquí sólo consignaremos las diferencias con la interpretación (neo)liberal; en el próximo apartado desarrollaremos sus contenidos analíticos.
La respuesta al primer interrogante es desigualdad de poder en los mercados básicos para generar y apropiarse del excedente económico (Pérez Sáinz, 2014). Veamos términos clave de esta respuesta contrastándolos con el enfoque precedente. La primera cuestión es la del poder, que está presente en los dos enfoques, ya que no es factible hablar de desigualdades sin hacer referencia a esta cuestión. Esto implica que las desigualdades sólo son entendibles de manera relacional, lo que nos lleva a la segunda pregunta: desigualdad “entre quiénes”. Por tanto, abordar las respuestas nos permitirá apreciar las diferencias entre las dos perspectivas.
La siguiente cuestión es la de los mercados básicos que constituyen el locus para este segundo enfoque. De manera inequívoca, se emplaza en la esfera de la distribución y se diferencia claramente del punto de vista (neo)liberal. Ese excedente califica de manera nítida la respuesta sobre desigualdad “de qué”. Se trata de una desigualdad que, como veremos en el próximo apartado, se desdobla en dos campos según las modalidades de generación y apropiación de excedente: la explotación y el acaparamiento de oportunidades. Al respecto se distancia del planteo (neo)liberal, que prioriza los ingresos del hogar, pero también del de Piketty, que se centra en los ingresos del trabajo y del capital.[12] La óptica radical/crítica busca entender las dinámicas de (des)empoderamiento en los mercados básicos que configuran las condiciones de generación y apropiación de excedente.
En cuanto al segundo interrogante, la respuesta del enfoque (neo)liberal es entre hogares, pero, dado que estos se entienden como sumatorias de personas, la respuesta es entre individuos. Esto implica que la concepción de poder implícita en este tipo de enfoque es relativamente “blanda”. En este sentido, la formulación más explícita es la realizada por el PNUD (2010), que, además, representa la elaboración más lograda en términos del enfoque de capacidades de Amartya Sen, un referente insoslayable de dicha perspectiva. La agencia, que supone la capacidad de los individuos de controlar su vida, tiene una proyección hacia la política en términos de poder, entendido en este caso como capacidad para influir en la asignación de recursos y protegerse de acciones arbitrarias.[13] Es decir, da cuenta de una concepción que no muestra articulación, al menos de modo explícito, entre poder y conflicto; de ahí que la califiquemos como “blanda”.
Sin embargo, en este enfoque hubo intentos por trascender los individuos como sujetos privilegiados para el análisis de las desigualdades. El primero es la categorización de “los ricos de América Latina” hecha por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), organismo que propone que el decil superior estimado en las encuestas de hogares representa ese grupo social. Al analizar su perfil, este organismo enfatiza que se trata de sujetos con ocupaciones superiores, que habitan en ciudades, con menos hijos y, sobre todo, con mayor nivel educativo. Este perfil supone que los grandes empresarios no son los únicos “ricos” de la región; de hecho, constituyen la minoría, ya que representan apenas entre el 10% y el 20% de ese decil y, por consiguiente, no pueden ser responsabilizados por la desigualdad aguda de la región (BID, 1999: 20-22). Esta aseveración da lugar a un discurso retórico cargado de cinismo: “los latinoamericanos ricos” serían personas que obtuvieron una educación superior (probablemente tuvieron acceso a ella por su origen y aprovecharon la oportunidad). Lograron que se reconociese su “capital humano” en el mercado de trabajo y, por eso, tienen una ocupación bien remunerada. Y lo mismo pasa con su cónyuge, por lo que en el hogar “rico” incluso podría decirse que no habría tanta inequidad en cuanto al género. Además, tienen un comportamiento demográfico “racional”, por no decir “responsable”. Ante este perfil, sólo cabe preguntarse si no son “ricas” porque se lo merecen. Y la respuesta no puede ser más que afirmativa. Así, se clausura cualquier discusión crítica sobre las desigualdades, ya que serían legítimas (Pérez Sáinz, 2014). En la actualidad, la discusión está planteada en relación con el percentil superior, o sea, en términos de “superricos”.
El segundo intento por superar el reduccionismo individualista que aparece de manera recurr...

Índice

  1. Tapa
  2. Índice
  3. Colección
  4. Portada
  5. Copyright
  6. Presentación (por Gabriel Kessler)
  7. Introducción
  8. 1. Miradas sobre las desigualdades en América Latina
  9. 2. El orden oligárquico. Momento fundacional con legados coloniales
  10. 3. La modernización nacional. Un momento rousseauniano insuficiente
  11. 4. La modernización globalizada. Entre la individualización consumista y la exclusión social
  12. Conclusiones. Cuatro claves históricas para entender las desigualdades en América Latina
  13. Bibliografía