Auge y declive de la hegemonía chavista
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Auge y declive de la hegemonía chavista

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Auge y declive de la hegemonía chavista

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En los últimos 17 años, el movimiento chavista ha cambiado el tipo de organización partidista en la que se apoya para mantener y acrecentar su poder, ganar elecciones y ordenar su base social de respaldo. Comenzó en la práctica con una estructura similar a los partidos de cuadros y fue introduciendo variaciones en distintos períodos hasta convertirse hoy en un partido de masas con un robusto aparato burocrático y que tiene el objetivo de generar lazos de lealtad propios con la militancia a fin de poder superar la desaparición de su principal líder. Esto permite pronosticar queen el futuro la organización tendrá una importancia mucho mayor para el mantenimiento del chavismo en el poder. Sin embargo, el grupo no ha podido completar un proceso de institucionalización debido a distintos obstáculos: el liderazgo carismático de Hugo Chávez; la importancia otorgada a los procesos electorales por encima de otros acontecimientos y funciones significativas para los partidos; y la excesiva dependencia en el Estado y el Gobierno. La organización es controlada por una cúpula de dirigentes que fueron cohesionados en principio por la fortaleza del liderazgo de Chávez y ahora se mantienen unidos con el objetivo de mantener el poder. Esta situación parece confirmar la propuesta de Ley de Hierro de la Oligarquía de Robert Michels. Para poder realizar este estudio exploratorio con rigor científico se dividió la historia del partido chavista en seis períodos y se analizó cada uno desde tres puntos de vista: organización, ideología y liderazgo.

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Información

Editorial
AB Ediciones
Año
2018
ISBN
9788417014551
1
La importancia de los partidos políticos
Desde la Independencia nacional en 1811 y hasta nuestros días, el poder político en Venezuela ha estado en manos de gobiernos militares durante la mayor parte del tiempo y con la gran excepción de las décadas transcurridas entre 1958 y 1998, cuando el bipartidismo de Acción Democrática y Copei, calificado por algunos como una “partidocracia”, controló la presidencia. En los primeros años de la República, caudillos con poder de fuego se repartieron el dominio del país en un periodo de profunda inestabilidad política que sólo terminó con el ascenso al poder de Juan Vicente Gómez en 1908 y gracias a la institucionalización del Ejército que inició entonces. Parte de la oficialidad de la Fuerza Armada Nacional ha tenido desde ese momento periodos de profunda mentalidad pretoriana, entendido este fenómeno como la “influencia política abusiva ejercida por algún grupo militar” (Irwin, 2006: 24). Prueba de ello son la dictadura de Marcos Pérez Jiménez y el ascenso al poder de Hugo Chávez en 1999. Sin embargo, el caso del chavismo es atípico y, pese a ser un gobierno pretoriano, presenta un elemento que lo diferencia de cualquier otro de los regímenes de este tipo que ha tenido Venezuela en toda su historia: su apoyo en un partido político para llegar a una posición de poder y mantenerla.
Surge entonces la pregunta de por qué el chavismo requiere de una organización de este tipo en vez de apoyarse únicamente en su poder de fuego y el monopolio de la violencia para preservar el poder, tal como hicieron otros gobiernos de origen militar anteriormente. La respuesta yace en el periodo histórico en el que surge este movimiento político y los avances que dio la sociedad venezolana en las cuatro décadas anteriores. Desde la caída de la dictadura de Pérez Jiménez, en el país se experimentó un aumento significativo de la participación política, lo que modernizó la sociedad. El académico estadounidense Samuel Huntington advierte que en los sistemas modernos los partidos políticos son “clave” para organizar el involucramiento político de las masas (Huntington, 1968: 82). Llevan a cabo una función “canalizadora” que es fundamental para mantener el orden de la sociedad sin importar el tipo de gobierno que exista e incluso en medio de formas tan disímiles como una democracia o una dictadura.
De esta forma, el orden en las sociedades modernas depende de la capacidad de los partidos para canalizar la participación de los diversos grupos a través de las vías institucionales.
Cuando las organizaciones políticas fallan en esta tarea, sea por errores propios o porque se rompe la institucionalidad, Huntington advierte que se corre el riesgo de entrar en lo que califica como una “sociedad pretoriana”. En estas, los distintos grupos y actores intentan llevar a cabo su participación sin ningún tipo de canalización o moderación previa, por lo que se confrontan entre sí aplicando las herramientas que cada uno piensa que le pueden ser más útiles según su naturaleza y habilidades: “los ricos sobornan, los estudiantes se amotinan, las turbas protestan y los militares dan golpes de Estado” (Ibid: 196). Normalmente lo terminan haciendo pensando en beneficios personales y no en el bien público de la nación. Este escenario revela entonces la importancia que tiene el correcto funcionamiento de los partidos y sirve de abreboca para revelar el peso que han tenido el Movimiento Quinta República y el Partido Socialista Unido de Venezuela para el chavismo a pesar de las limitaciones que han presentado y que son analizadas en las páginas subsiguientes de este trabajo.
Expuesto este punto, cabe entonces pasar a hacer un repaso general de diversos conceptos teóricos formulados por académicos de distintos países sobre las organizaciones políticas y su historia. Este recorrido aportará las herramientas necesarias para una mejor y más completa comprensión del análisis hecho en los capítulos posteriores con los partidos políticos del chavismo como centro. De igual forma, aportará nuevos elementos sobre la importancia de los grupos partidistas para los sistemas políticos en general.

1. Concepto general

El estudio académico de los partidos políticos comenzó en 1902 con la publicación de Democracia y los partidos políticos, libro escrito por Moisei Ostrogorski y el primero de miles de textos sobre el tema en los que se han expuesto diversas teorías en defensa o en detrimento de este tipo de grupos. Sin embargo, a pesar de que el tema ha estado por más de cien años en la palestra, en el presente sigue causando debate un elemento básico como lo es la definición mínima de partidos. Según Martínez González (2009), la falta de un concepto básico universalmente aceptado ocurre por las siguientes razones: 1) es un concepto polisémico condicionado por la impronta geográfica, histórica y evolutiva; 2) no hay total consenso entre los académicos; y 3) no se han formado categorías rígidas al respecto. Esto genera disputas importantes como la de catalogar o no a los partidos como organizaciones. Las teorías de Ostrogorski (1902), Michels (1911), Duverger (1957) o Panebianco (1982) los presentan como estructuras estables, a lo cual se oponen académicos como Epstein (1967), para quien “son cualquier grupo, aunque laxamente organizado, que busca puestos gubernamentales dentro de cierta etiqueta” (2009: 43).
Giovanni Sartori se dio a la tarea de estudiar el problema de la definición, para lo que consideró que era imprescindible identificar el elemento realmente distintivo de los partidos políticos, que, para él, es la participación en elecciones. De esta manera, llegó a la siguiente definición mínima: “un partido es cualquier grupo político identificado por una etiqueta oficial que se presenta a las elecciones, y puede sacar en elecciones (libres o no) candidatos a cargos públicos” (1976: 100). Este concepto representa una solución salomónica entre las partes en disputa porque deja abierta la posibilidad de que los partidos sean o no organizaciones, a la vez que incluye el combate electoral sin dejar por fuera a los partidos hegemónicos, lo que logra haciendo la salvedad de que las elecciones pueden ser libres o no.
Pese a su utilidad, un concepto como este requiere de mayor profundización debido a que su amplitud es tal que admite dentro de sí a los diversos tipos de partidos que existen bajo regímenes totalmente disímiles como lo serían la democracia y la dictadura. En aras de lograr una mayor especificidad, se puede utilizar una distinción básica propuesta por Sodaro entre “partidos políticos competitivos, anti-régimen y hegemónicos o únicos”. Los primeros, presentes en sistemas democráticos, concurren ante el electorado con propuestas de acción política con el objetivo de ganar el respaldo de la mayoría de los electores en una competencia con reglas claras y justas para acceder a los puestos de mando. Los segundos, por su parte, “no aceptan las reglas del sistema existente de gobierno, aspirando a revocarlas” (2004: 191). Sodaro hace la salvedad de que este tipo de organizaciones puede concurrir también a elecciones democráticas, aunque no con la intención de consolidar el sistema sino con el objetivo final de hacerlo fracasar. Sartori agrega que “representan una ideología extraña (…) y socavan la legitimidad del régimen al que se oponen” (Op. Cit: 174). Por su parte, los partidos hegemónicos o únicos “monopolizan el poder del gobierno” (Sodaro, Op. Cit: 192). Sartori aclara que estos dos subtipos presentan una diferencia entre sí: los únicos son aquellos que pertenecen a un sistema en el que no hay otras organizaciones, ni siquiera pequeñas. A su vez, los hegemónicos pueden admitir la existencia de otros partidos, algunos incluso aliados a los cuales tratan de forma subordinada. Buscan dominar el poder y desde esa posición eliminan la posibilidad de que haya una competencia real por un cambio de mando. Estas organizaciones pueden presentar distintas intensidades ideológicas, por lo que hay partidos hegemónicos ideológicos y hegemónicos pragmáticos (Sartori, Op. Cit: 284).
Es importante recalcar la diferencia entre los partidos predominantes y los únicos o hegemónicos. Los primeros mantienen el control del poder pero dentro de un sistema competitivo que da también posibilidades a los otros actores. Si una organización logra conservar esa posición privilegiada ganando elecciones limpias por más de tres periodos consecutivos, Sartori plantea que empieza a existir un sistema de partido predominante (Ibid: 258). Contrariamente, los grupos que pertenecen a los tipos anti régimen o hegemónicos o únicos pueden planificar la toma del poder a través de métodos violentos y dejan de lado el juego democrático. El académico italiano agrega que la etiqueta de “hegemónico” es importante debido a que se necesita un puesto para los falsos sistemas de partido predominante, aquellos formados por organizaciones de este tipo pero que impiden de facto una competencia efectiva (Ibid: 291).
El principal aporte de la distinción de Sodaro es que califica a los grupos políticos, aunque sea de manera muy general, según su relación con los demás actores de la sociedad en la que se desenvuelven, incluyendo a los otros miembros del sistema de partidos, el cual es entendido por Mainwaring y Scully como “un conjunto de interacciones normadas en la competencia de partidos” (1995: 65). Este elemento característico lleva nuevamente el análisis al trabajo de Sartori, quien, en la tarea de definir estos sistemas, advierte que cada una de las organizaciones puede ser vista como una parte de un todo o como el todo mismo. Los partidos “competitivos” entrarían en la lógica de una realidad pluralista que necesita de partes, cada una de las cuales debe ser capaz de gobernar en aras del todo con un interés general, por lo que se convierte en una mera facción si no lo hace. Por su parte, los “hegemónicos o únicos” son parte de un “pseudotodo”, pues el todo se termina identificando con un solo partido que se transforma en una duplicación del Estado.
Es pertinente entonces la pregunta de para qué sirve un partido si no tiene una parte a la cual representar y no existe otra parte que le haga contrapeso. Sartori se encarga de responder señalando otro elemento básico de estos grupos políticos: son elementos expresivos que realizan una función expresiva y también se encargan de canalizar la voluntad de la ciudadanía. Por lo tanto, son “un organismo de canalización”, puesto que “la no existencia de partidos en absoluto deja a la sociedad fuera del alcance, fuera del control, y, a la larga, ningún régimen modernizado puede asentarse sobre esta solución tan insegura e improductiva” (Sartori, Op. Cit: 73). En este punto radica la importancia del partido único, pues el Estado exige la exclusividad y, por tanto, se enfrenta con un importante problema de autojustificación y autoafirmación que requiere de una sociedad politizada para persuadirla y generar devoción. El instrumento para movilizar termina siendo el partido. Esta reflexión lleva nuevamente a la idea de Samuel Huntington comentada al principio de este capítulo. El académico advierte que en una sociedad donde las instituciones tradicionales son barridas por una revolución, el orden depende en gran parte del emerger de un partido fuerte que sea capaz de servir de conexión entre las distintas fuerzas sociales y el gobierno. La organización partidista cobra entonces una importancia incluso mucho mayor, pues se transforma en la única alternativa capaz de generar estabilidad. “En la ausencia de fuentes tradicionales de legitimidad, esta es buscada en la ideología, carisma y soberanía popular. Para que sean duraderos, cada uno de estos principios de legitimidad tienen que estar encarnados en un partido (…), el cual se convierte en la fuente de legitimidad porque encarna la soberanía nacional, la voluntad popular o la dictadura del proletariado” (Huntington, Op. Cit: 91). Cita como ejemplos los casos de la revolución rusa, china, mexicana y turca.
Gramsci también aborda el tema de la función y la importancia del partido político en su libro El príncipe moderno. Indica que este grupo debe ser el “protagonista” de una nueva versión de El Príncipe, de Maquiavelo, debido a que “en las diversas relaciones internas de las diferentes naciones intenta crear un nuevo tipo de Estado” (Sin Fecha: 47). Agrega que, en el caso de los regímenes totalitarios, la función tradicional de la corona termina siendo asumida por un determinado partido. A su juicio, para que exista uno de estos grupos, totalitario o no, es preciso que coexistan tres elementos: 1) los dirigidos, un conjunto indefinido de hombres comunes y medios que ofrezcan como participación su disciplina y su fidelidad. Estos “constituyen una fuerza en cuanto existen hombres que los centralizan, organizan y disciplinan, pero en ausencia de esta fuerza cohesiva se dispersarían” (Ibid: 51); 2) los dirigentes, un elemento de cohesión principal que transforma en potentes un conjunto de fuerzas que abandonadas no tendrían valía. Este segmento está dotado de inventiva y tiene la capacidad de cohesionar e impartir disciplina; y 3) los enlaces, un elemento medio que articula el primero y el segundo, que los pone en contacto físico, moral e intelectual. Para que surja el partido, Gramsci considera que es indispensable que “exista una convicción férrea de que es necesaria una determinada solución de los problemas vitales” (Ibid: 53). Sin ella nunca podría formarse el segundo elemento, el cual puede animar el surgimiento de los otros dos. Agrega incluso que un partido nunca podrá ser destruido si el segundo elemento queda con vida o si, en caso de ser destruido, deja como herencia un fermento que le permita regenerarse. Es evidente entonces que para Gramsci es sumamente importante la actuación de la clase dirigente y el nivel de formación que ésta pueda impulsar en los cuadros medios e inferiores para que se transformen en sus herederos. Lógicamente, esto tiene un impacto importante sobre el peso de la clase dominante dentro de los partidos, lo que afecta la toma de decisiones y la democracia interna de las organizaciones, justamente en lo cual muchos autores han basado sus estudios sobre el tema.

1.1. Impacto en la democracia

Antes de que aparecieran las formulaciones recién mencionadas sobre las distintas tipologías de partidos y otras más específicas, basadas en diferencias de organización, estructura e ideología, que serán tratadas más adelante, los primeros análisis partidistas se concentraron en el impacto que tienen estos grupos sobre la democracia. Ostrogorski y Michels fueron pioneros al enfocar sus estudios en los intercambios que se dan entre los distintos actores a lo interno de lo que consideraban organizaciones políticas estructuradas y en la poca democracia que, a juicio de ambos, existe en esos espacios.
Para Ostrogorski, los partidos son aceptados debido a la incapacidad de las masas para autogobernarse en armonía y de común acuerdo. Sin embargo, este tipo de asociación política establece candados para la participación a pesar de sus pretensiones pluralistas, pues restringe la libertad del individuo y el sistema electoral establece límites para seleccionar a sus representantes de entre organizaciones partidistas que dicen representar intereses sociales. “En el partido, los militantes son presa fácil de los líderes, quienes tienen en sus manos el control de los principales asuntos” (2009: 773). Agrega que el factor que corrompe más a estos grupos es su perdurabilidad, la cual obliga a la militancia a seguir los designios de ciertos líderes por demasiado tiempo mientras se convierten “en organizaciones colectivas permanentes, rígidas, corruptas y tiranas” (ídem).
Los estudios de Michels llegaron pocos años después y se enfocaron en el desarrollo del Partido Socialdemócrata Alemán a principios del siglo XX. Su principal aporte fue indicar que, como en toda organización, los partidos esconden una tendencia oligárquica debido a que los mecanismos de organización, aunque confieren una estructura sólida, inducen a cambios serios en las masas organizadas, invirtiendo las posiciones de los dirigentes y los dirigidos. Como resultado “todo partido o unión profesional termina dividido en una minoría de directores y una mayoría de dirigidos” (Op. Cit). Advierte que toda organización construida de manera sólida representa un terreno favorable para la diferenciación en direcciones con funciones divididas. Mientras más ramificado esté el aparato del partido y su número de miembros sea mayor, el control directo se hace menos eficiente y tiende a ser reemplazado por un poder creciente de los comités. Aunque en la teoría el líder no sea más que un empleado que tiene que cumplir con las instrucciones que recibe de la masa, la realidad es que, mientras una organización aumenta su tamaño, el control sobre los líderes se vuelve ficticio. Los jefes entonces se acostumbran a decidir varias cuestiones sin consultar a la militancia, lo que disminuye el control democrático. Estas observaciones lo llevaron a proponer la “ley de hierro de la oligarquía”, tesis que distinguió su trabajo y que sostiene que toda organización estructurada termina desarrollando intereses particulares que la convierten en un fin en sí mismo, por lo que deja de ser un simple vehículo para lograr la meta colectiva para la cual fue creada.
A pesar de que esta propuesta sigue teniendo vigencia en la actualidad, Panebianco (Op. Cit) refutó la idea de que la aparición de oligarquías a lo interno de las organizaciones fuera una “ley de hierro” y que los fines oficiales estuviesen condenados a quedar reducidos a ser una mera fachada, pues, a su juicio, continúan ejerciendo siempre una influencia efectiva sobre la organización, sea desarrollando funciones esenciales o en las relaciones entre el grupo y su entorno. Remarca que las conclusiones de Michels son demasiado radicales, aunque no niega la existencia de una tendencia en el sentido descrito por el académico alemán. Tanto así que admite que sí se da un cambio de intereses dentro de las organizaciones cuando éstas alcanzan un grado de institucionalización en el que se consolidan y pasan a desarrollar intereses estables en la propia supervivencia y lealtades organizativas igualmente estables. Considera que surge una élite dirigente a la que llama “coalición dominante” y define como el conjunto de actores que dominan las zonas de incertidumbre (aquellos factores de diferentes tipos presentes a lo interno del partido y cuyo control permite desequilibrar las fuerzas entre las distintas tendencias o facciones) y tienen capacidad de distribuir incentivos organizativos como moneda de cambio de los juegos de poder (Ibid: 91). Estos incentivos pueden ser colectivos (beneficios o promesas que la organización debe distribuir a todos los participantes en la misma medida y pueden ser de identidad, solidaridad o ideológicos) o selectivos (beneficios que la organización distribuye solamente a algunos participantes de manera desigual y pueden ser de poder, de estatus o materiales).
Panebianco sostiene que la fisonomía de la coalición dominante puede ser analizada desde tres puntos de vista: su grado de cohesión interna, su grado de estabilidad y el mapa de poder al que da lugar en la organización. El primer elemento depende de la dispersión del control de las zonas de incertidumbre entre los distintos líderes. Establece una distinción entre partidos subdivididos en facciones (grupos fuertemente organizados que tienden a llegar hasta la base) y tendencias (débilmente organizados y carentes de base). Hay otro tipo de facciones que son las geográficamente concentradas, organizadas sólo en la periferia. Destaca que una coalición dominante es una alianza de alianzas: siempre será el resultado de negociaciones entre grupos con subgrupos cuyos lazos internos serán menos fuertes en el caso de una tendencia y más fuertes en el caso de una facción. Aclara que no siempre una coalición dividida en facciones es inestable, pues se dan casos en los que se mantiene la estabilidad a través de compromisos recíprocamente aceptables entre las distintas partes. Sin embargo, la única forma que tiene el liderazgo para cuidar la estabilidad organizativa es mantener la capacidad de distribuir incentivos organizativos.
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Índice

  1. Prólogo
  2. Introducción
  3. 1. La importancia de los partidos políticos
  4. 2. Origen del chavismo
  5. 3. Primer período (1998-2000) La consolidación del liderazgo carismático
  6. 4. Segundo período (2001-2006) Un líder carismático que perjudica a su partido
  7. 5. Tercer período (2007-2010) El nacimiento del partido unido y el auge de la hegemonía roja
  8. 6. Cuarto período (2011-2012) El PSUV pierde democracia interna
  9. 7. Quinto período (2013-2015) Superar el control carismático y mantener el poder
  10. 8. Sexto período(2016) El declive de la hegemonía roja
  11. Conclusiones
  12. Bibliografía
  13. Notas
  14. Créditos