Comentario al Nuevo Testamento-Barclay Vol. 13
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Comentario al Nuevo Testamento-Barclay Vol. 13

Hebreos

  1. 240 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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Comentario al Nuevo Testamento-Barclay Vol. 13

Hebreos

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Información del libro

William Barclay fue pastor de la Iglesia de Escocia y profesor de N.T. en la Universidad de Glasgow. Es conocido y apreciado internacionalmente como maestro en el arte de la exposición bíblica. Entre sus más de sesenta obras la que ha alcanzado mayor difusión y reconocimiento en muchos países y lenguas es, sin duda, el Comentario al Nuevo Testamento, que presentamos en esta nueva edición española actualizada. Los 17 volúmenes que componen este comentario han sido libro de texto obligado para los estudiantes de la mayoría de seminarios en numerosos países durante años.

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Información

Año
2012
ISBN
9788482676340
PRESENTACIÓN
Cuando leemos La Carta a los Hebreos nos damos cuenta de que es diferente del resto del Nuevo Testamento. En las biblias antiguas españolas se leía que era del apóstol Pablo, pero en las más recientes se la deja como anónima. Tampoco sabemos a quiénes iba dirigida, porque el título «A los Hebreos» se le puso más tarde, a falta de otro.
De los hebreos de Palestina tenemos muchos reportajes gráficos en los Evangelios y en el Libro de los Hechos; pero aquí ni siquiera se mencionan los fariseos y los saduceos, los romanos y los publicanos, el sanedrín y el templo, entre otras muchas cosas que esperaríamos; y sí se habla de otras de las que no trata ningún otro libro del Nuevo Testamento, como el Sacerdocio de Melquisedec, el Tabernáculo del desierto, el Día de la Expiación y el mismo Nuevo Testamento. Esto nos hace suponer que los cristianos del pueblo de Israel a los que se dirige este «mensaje de aliento» (13:22) —porque no cabe duda que se escribió para judíos que habían aceptado a Jesús de Nazaret como el Mesías— no eran los de Palestina, sino los de la diáspora, a los que pertenecería también el autor. Estos judíos, aunque mantenían contacto con «la madre patria», habían olvidado ya hacía mucho tiempo el hebreo y el arameo, y usaban en sus sinagogas la traducción al griego que se había hecho hacía ya tres siglos de las Escrituras del pueblo de Israel, entre las que incluían otros libros que ya se habían escrito originalmente en griego, algunos de los cuales heredó la Iglesia Primitiva.
Este es el ambiente en el que nos introducimos cuando leemos La Carta a los Hebreos. Para explorar sus secretos necesitaremos un guía experto en los vericuetos del judaísmo del período intertestamentario; alguien que nos explique las palabras, alusiones, leyendas y técnicas interpretativas de aquellos hebreos que vivían en tres mundos: el de la Ley de Israel, el de la filosofía griega y el del Imperio Romano.
Y somos muy afortunados; porque «es verdad que tenemos el guía ideal que necesitábamos y que nos convenía tener»: William Barclay. A sus reconocidas dotes de comunicador, adjunta aquí sus conocimientos enciplopédicos de la antigüedad clásica, que fue su primera carrera universitaria; y, sobre todo, de la lengua y cultura helenística, de lo que era profesor en la Universidad de Glasgow. Con su estilo conversacional característico nos reconstruye ese periodo que, nos dice, «los cristianos debemos estudiar con interés especial; porque, si sus enemigos hubieran conseguido destruir totalmente la fe de Israel, como se propusieron, ¿cómo se habrían hecho realidad las promesas de Dios?»
En muchas cosas se identifican el autor y el comentarista de La Carta a los Hebreos. A William Barclay también se le puede aplicar lo que él dice de aquél: «El autor de Hebreos llega aquí a las consecuencias prácticas de todo lo que ha estado diciendo. De la teología pasa a la exhortación práctica. Es uno de los teólogos más profundos del Nuevo Testamento, pero toda su teología está gobernada por el sentido pastoral. No piensa sólo para sentir la emoción de la aventura intelectual, sino para apelar con más fuerza a los hombres para que entren en la presencia de Dios.»
Tampoco tienen los dos nada más que un «tema», que es Jesús, al Que nos presentan en esta cantera inagotable de piedad y doctrina cristiana como El gran Pastor de las ovejas, Nuestro Precursor, El Pionero de nuestra Salvación, Ministro del Santuario, El Autor y Consumador de nuestra Fe, Rey y Sumo Sacerdote supremo, Apóstol de nuestra Confesión, Sacrificio definitivo e irrepetible, y otros títulos gloriosos que sólo Le pertenecen a Él, que podremos saborear y asimilar en la lectura y estudio de este libro.
Alberto Araujo
INTRODUCCIÓN A LA CARTA A LOS HEBREOS
DIOS SE REALIZA DE MUCHAS MANERAS
La religión no es la misma cosa para todas las personas. «Dios —como dijo Tennyson— se realiza de muchas maneras.» George Russell dijo: «Hay tantas maneras de subir a las estrellas como personas dispuestas a intentarlo.» Hay un dicho corriente en inglés que expresa muy bien esta gran verdad: «Dios tiene su pasadizo secreto para entrar en todos los tipos de corazones.» Hablando en general, hay cuatro grandes concepciones de la religión.
(i) Para algunas personas es una íntima comunión con Dios. Es una unión con Cristo tan estrecha y tan íntima que el cristiano puede decir que vive en Cristo y Cristo vive en él. Esa era la concepción que Pablo tenía de la religión. Para él era algo que le unía místicamente con Dios.
(ii) Para algunas personas la religión es lo que les da un estándar para la vida y un poder para alcanzarlo. En términos generales eso era la religión para Santiago y Pedro. Era algo que les mostraba lo que debería ser la vida, y que los capacitaba para alcanzarlo.
(iii) Para algunas personas la religión es lo que satisface sus mentes al más alto nivel. Con su inteligencia buscan y buscan hasta encontrar que pueden descansar en Dios. Fue Platón el que dijo que «no vale la pena vivir sin discernimiento.» Hay personas para las que el sentido de la vida consiste en entender o morir. En conjunto, eso es lo que la religión era para Juan. El primer capítulo de su Evangelio es uno de los intentos más grandes del mundo para presentar la religión de una manera que satisfaga plenamente a la mente.
(iv) Para algunas personas la religión es acceso a Dios. Es lo que quita los obstáculos y abre la puerta a Su presencia viva. Eso es lo que era la religión para el autor de la Carta a los Hebreos. Esa era la idea que le dominaba. Encontró en Cristo al único que le podía introducir a la misma presencia de Dios. Todo lo que entendía por religión se resume en el gran pasaje de Hebreos 10:19-23:
«Por tanto, puesto que tenemos confianza para entrar en el santuario por la Sangre de Cristo, por el camino nuevo y vivo que Él nos abrió a través del velo, es decir, de su propia carne… acerquémonos con corazón sincero y con la plena confianza que nos da la fe.»
Si el autor de Hebreos tuviera una expresión característica sería: «¡Acerquémonos!»
EL DOBLE TRASFONDO
El autor de Hebreos tenía un doble trasfondo, en cuyas dos partes aparece esta misma idea. Tenía un trasfondo griego. Desde los tiempos de Platón, quinientos años antes, los griegos habían estado fascinados con el contraste entre lo real y lo irreal, lo visible y lo invisible, lo temporal y lo eterno.
Los griegos pensaban que, en algún lugar, había un mundo real del que éste no es más que una copia imperfecta. Platón creía que, en algún lugar, había un mundo de formas, o ideas, o modelos, de los que todo lo de este mundo no era más que una reproducción. Por ejemplo: en algún lugar se encontraba el modelo de la silla perfecta, de la que todas las sillas de este mundo serían copias imperfectas. Platón decía: «El Creador del mundo ha diseñado y desarrollado Su obra de acuerdo con un modelo inalterable y eterno del que el mundo es simplemente una copia.» Filón, siguiendo a Platón, decía: «Dios sabía desde el principio que una copia perfecta no se puede hacer nada más que de un modelo perfecto; y que ninguno de los objetos perceptibles a los sentidos podría ser sin falta a menos que se modelara conforme a un arquetipo y a una idea espirituales; así que, cuando hizo los preparativos para crear el mundo visible, formó primero el mundo ideal, para luego constituir lo corpóreo de acuerdo con el dechado incorpóreo y divino.» Cuando Cicerón estaba hablando de las leyes que la humanidad conoce y usa en la Tierra, dijo: «No tenemos una semejanza real y viva de la ley real y de la justicia verdadera; todo lo que tenemos son sombras y bocetos.»
Todos los pensadores del mundo antiguo tenían esta idea de que, en algún lugar, hay un mundo real del que éste es sólo una especie de copia imperfecta. Aquí no podemos hacer más que suponer o andar a tientas, valiéndonos de copias y reproducciones imperfectas. Pero, en el mundo invisible, están las cosas reales y perfectas. Cuando murió Newman, le erigieron una estatua en cuyo pedestal se leen las palabras latinas: Ab umbris et imaginibus ad veritatem, «De las sombras y las copias, a la verdad.» Si es así, está claro que la gran tarea de esta vida es salir de las sombras y las reproducciones y alcanzar la realidad. Exactamente esto es lo que el autor de la Carta a los Hebreos nos dice que Jesucristo nos capacita para hacer. A los griegos les decía: «Os habéis pasado la vida tratando de pasar de las sombras a la realidad. Eso es precisamente lo que Jesucristo puede capacitaros para hacer.
EL TRASFONDO HEBREO
El autor de Hebreos tenía también un trasfondo hebreo. Para los judíos siempre era peligroso acercarse demasiado a Dios. «El hombre no puede verme y seguir vivo» —le dijo Dios a Moisés (Éxodo 33:20). La alucinada exclamación de Jacob en Peniel fue: «¡He visto a Dios cara a cara, y no he perdido la vida!» (Génesis 32:30). Cuando Manoa se dio cuenta de Quién había sido el Que le había visitado, le dijo a su mujer, aterrado: «Ciertamente moriremos, porque a Dios hemos visto» (Jueces 13:22, R-V). El día más solemne del año litúrgico judío era el Día de la Expiación. Era el único día del año que el sumo sacerdote entraba en el Lugar Santísimo, en el que se creía que moraba la misma presencia de Dios. Nadie entraba allí excepto el sumo sacerdote, y sólo ese día. Cuando lo hacía, la Ley establecía que no debía permanecer en el Lugar Santísimo más de lo imprescindible, «para que no se aterrara Israel.» Era peligroso entrar a la presencia de Dios, y si uno se quedaba allí más de la cuenta podía caer fulminado.
En vista de esto entró en el pensamiento judío la idea del pacto. Dios, en Su Gracia y de una manera totalmente inmerecida por el hombre, se acercó a la nación de Israel y le ofreció una relación especial con Él. Pero este acceso exclusivo a Dios estaba condicionado a la observancia de la Ley que Dios había dado al pueblo. Podemos ver cuándo entró Israel en esta relación y aceptó la Ley en la dramática escena de Éxodo 24:3-8.
Así es que Israel tenía acceso a Dios, pero sólo si cumplía la Ley. El quebrantarla era pecado, y el pecado levantaba una barrera que impedía el acceso a Dios. Fue para quitar esa barrera para lo que se estableció el sistema del sacerdocio levítico y de los sacrificios. Dios dio la Ley; el hombre pecaba; se levantaba la barrera, y se hacía el sacrificio para abri...

Índice

  1. Portada
  2. Portada interior
  3. Créditos
  4. Índice
  5. Presentación
  6. El Sumo Sacerdote ideal (4:14-16)
  7. Cristo es definitivo (10:11-18)
  8. El Sacrificio supremo (11:17-19)