Hacia una nueva diplomacia
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Hacia una nueva diplomacia

Ideas para el diseño de una política exterior

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Hacia una nueva diplomacia

Ideas para el diseño de una política exterior

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Este libro, enfocado en el estudio de los cambios contemporáneos en las relaciones internacionales, propone ideas para la formulación y el diseño de una política exterior. Una propuesta renovadora y aggiornada de estructuras que requieren estar a los desafíos del nuevo orden mundial.Julio Lascano y Vedia expone un diagnóstico integral de los signos del nuevo orden mundial en el siglo XXI y de los fenómenos que marcaron en el pasado la historia y los pensamientos de las relaciones globales y entre los Estados. Como el autor explica, el siglo XX fue el de las grandes guerras mundiales, pero también el del afianzamiento del sistema multilateral mundial, la cooperación internacional, la búsqueda de mecanismos de paz y seguridad internacional, lo que hizo imaginar un nuevo renacer del ideal de progreso indefinido.Pero los intereses individualistas y capitalistas puntuales hicieron fracasar el esquema de cooperación. Surgieron desajustes y políticas regresivas que malograron la eventual expansión de la riqueza y perjudicaron directamente a los países en vías de desarrollo y a los más pobres. Intereses de los Estados nacionales y nuevos fenómenos extremistas completan la problemática de un nuevo orden político, social y económico que se ha vuelto más caótico y más injusto. Los amargos sabores del fracaso de la anunciada globalización positiva y la necesidad de revisar urgentemente el sistema de ayuda financiera internacional solo son compensados por la aparición de las propuestas de diálogo para la paz del papa Francisco y los programas de desarrollo sustentable que impulsa el sistema de las Naciones Unidas. Lascano y Vedia propone que la teoría y las prácticas de la diplomacia se encaminen hacia una nueva diplomacia, un estadio actualizado y de mayor armonía y pragmatismo volcados al arduo esfuerzo de ejecución de la política exterior, mediante la observación e información y la continua negociación basada en el espíritu de integración.Esta nueva diplomacia debe surgir de la íntima relación y consenso entre la política interna y la exterior. Es preciso pensar en el diseño de una política exterior pragmática y con políticas de Estado que se basen en principios e ideas que prioricen los intereses nacionales concretos en el orden interno y en el exterior, haciendo dinámicas las políticas relativas a promoción comercial, inversiones y generación de empleo.Es tiempo de que la Argentina aproveche su profesionalismo y sus valores en favor de la democracia, la integración y el medio ambiente, para convertir y actualizar su política exterior a nuevas instancias y formas que le permitan generar rápidamente la nueva diplomacia que requiere.

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Información

CAPÍTULO 1
El escenario internacional: concepto e historia

1. Conceptos sobre el orden mundial y las relaciones internacionales

La primera pregunta que surge del título de este apartado es por qué hablamos de orden mundial, cuando todo lector, observador de la realidad, interesado o estudioso en el escenario internacional no ve que existan un orden específico y sus reglas.
La definición de orden más aceptada dice que es “la manera de estar colocadas las cosas o las personas en el espacio o de sucederse los hechos en el tiempo, según un determinado criterio o norma”, y la segunda más utilizada señala que “es una situación o estado de normalidad o funcionamiento correcto de algo, en especial armonía en las relaciones humanas dentro de una colectividad”. Cualquiera de ellas hace alusión a la normalidad, lo que aparece como directamente contradictorio con lo que el hombre contemporáneo vislumbra como el actual estado situacional de los países y la humanidad en la vida cotidiana y universal, por sus desigualdades, injusticias y catástrofes, mínimamente.
Cuando en la segunda definición se señala el funcionamiento correcto de algo, se refiere a la ética o conducta, lo que también nos aparece como una definición utópica toda vez que la incorrección parece dominar las normas de convivencia de las sociedades y los Estados, cuanto más poderosos estos son o cuanta más miseria sufren. Y luego, vemos la palabra “armonía”. Esta es tal vez la que tenga menos relación con el presente escenario internacional. Economías y guerras comerciales, diferencias religiosas, étnicas y culturales, y la agitación permanente de guerras por fronteras, por riquezas y hasta por alimentos hacen lejano pensar que el orden mundial tenga que ver directamente con algún tipo de armonía.
Las definiciones abstractas de orden mundial hacen así que la misma frase sea una utopía, que queda muy cómoda para ser utilizada por ciertos medios de comunicación y ciertos centros de poder a los cuales requerir orden no les genera grandes esfuerzos, toda vez que puedan exigírselo a emergentes y subdesarrollados.
Por ello parece más adecuado a nuestra realidad actual hablar de escenario internacional, un escenario de teatro donde puedan observarse los roles de cada actor y cada personaje, la orquesta, los líderes en la actuación y en las sinfonías musicales.
No obstante ello, la media domina el lenguaje de las relaciones internacionales sin análisis alguno. Y obliga a todas las partes que deben influir en las relaciones internacionales, las mejores intencionadas incluso, a redefinir y utilizar siempre las palabras “orden mundial”, a efectos de seguir el juego para que el planeta no caiga en jaques mate definitivos y flote en una continua negociación.
En definitiva, la definición de orden mundial nos facilita ver en la historia y en la realidad política los actores del escenario internacional, aunque lejos esté ello de la significación de un orden o tendencia de paz y armonía.
Y el orden se escrudiña así a través de una negociación o diplomacia que, permanentemente, debe estar alerta al escenario internacional de guerras permanentes, oscuras y escondidas, pero tan vigentes como crueles.
Porque la humanidad siempre ha vivido más horas de guerra que de paz, más años, más siglos de guerra casi sin pausa. Desde sus épocas más tribales a nuestros días la guerra ha superado largamente a los tiempos de paz. Los acuerdos y pactos de paz abrieron paso a la diplomacia en las relaciones de los Estados. Esa diplomacia utilizó diversos instrumentos y referencias para la búsqueda de estas paces y la construcción de esquemas de orden pacífico, a través del poder, de la política, de la guerra, de la espiritualidad, de las culturas y de las religiones.
En las religiones las sociedades siempre dieron prioridad a los significados de los términos de orden mundial, y de las normas o leyes que debieran regir este orden.
Sidharta Bautama, llamado Buda –el iluminado–, quien vivió entre 563 y 483 a.C., propagó los principios sobre el despertar, el Nirvana, las nuevas formas de buscar y encontrar la felicidad y un nuevo orden interior y universal. Lo hizo a través de su propio derrotero de vida, enseñanzas y ejercicios para la vida del nuevo hombre.
Buda enseña convencido de que solo a través del dominio de las verdades que generan el despertar –Nirvana– se puede trascender el tiempo, la vida y la muerte y desprenderse de las falsedades terrenales. Alcanzar este estado de liberación o Nirvana puede ser posible para todo ser humano.
Seguramente solo recorriendo el noroeste de India Buda jamás imaginó la enorme extensión e influencia que tendría su prédica en el mundo subsiguiente, y en la actualidad en las mentes de Oriente y Occidente. Tampoco hizo cálculos respecto de la utilización de sus principios y enseñanzas en la mente de líderes políticos y en la política internacional.
De varias escrituras pueden recogerse intentos de la humanidad de buscar nuevos órdenes y momentos de paz. En el caso del cristianismo, la Biblia expresa en ambos testamentos reiteradas citas sobre el tema.
En el Evangelio de San Mateo 5,20 se dice que Jesús utilizó las siguientes palabras –duras– sobre la necesidad de respetar y consolidar el orden social y la ley existentes: “No penséis que he venido a abolir la ley y los profetas; no he venido a abolirla, sino a perfeccionarla… ni una jota, ni una tilde pasará de la ley hasta que todo se cumpla. Por lo tanto, quien quebrante uno solo de estos mínimos preceptos y enseñe así a los hombres será tenido por el menor en el reino de los cielos. Pero el que los cumpla y enseñe será tenido por grande… si vuestra justicia no supera la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos”.
Cristo no nos dejó una sola palabra por escrito. Mediante sus discípulos y seguidores legó su palabra para la humanidad. Sus sacrificados y exigentes seguidores consiguieron mantener el legado y, sin embargo, recién casi un siglo después el cristianismo pudo dar forma a una Iglesia institucional desde el poder romano occidental y oriental. Tampoco entonces existía modo alguno de saber que el Medioevo y los siglos subsiguientes ensancharían cada vez más en la humanidad preponderantemente occidental las enseñanzas de Jesús y su revolución espiritual hasta nuestros días.
El cristianismo creció rápidamente desde los años 100 y se expandió de manera virulenta y consolidada durante las cruzadas a Israel y Oriente Medio, así como en los Estados latinos, centrales y nórdicos de Europa. Luego estableció Estados católicos abanderados en su dogma, como España, Portugal, Francia e Inglaterra. No pudo prever ni impedir que, años después, desde sus mismas huestes Juan Calvino y Martín Lutero dieran nacimiento a la Iglesia Evangelista que desde Inglaterra y Alemania se expandirá a más de la mitad de Europa y sus colonias. Todo ello en nombre de un nuevo orden mundial y de la paz del hombre, en manos de Dios.
A su manera el profeta Muhammad, llamado Mahoma entre nosotros, quien vivió entre el año 570 y 632 d.C., dedicó su existencia a la prédica del monoteísmo y luego a su comprensión en las letras volcadas en el Corán, con el objeto de reconvertir a sus fieles a los mandatos que él mismo concibió como verdades dogmáticas religiosas de estricto cumplimiento, y en pos de un nuevo ordenamiento humanitario mundial, en lo espiritual y terrenal. Un orden único de Dios, que es superador de todas las creencias existentes –infieles a este orden–, y que ha de ser predicado para la mayor pureza de la humanidad, según este profeta.
También en este caso la historia fue demostrando que los sucesores fueron fortificando el dogma de Mahoma y la guerra santa, no solo mediante el dominio en sus tierras originarias en Oriente Medio y Palestina, sino luego expandiéndose a los reinos y Estados en Europa, Asia y África por largos siglos, y extendiendo gran cantidad de fieles en todo el planeta. Esta religión se duplicó en los últimos cincuenta años, superando los 1.800 millones de fieles según estimaciones aproximadas. El islam procura de diversas maneras su legitimación espiritual desde la letra y más aún con la guerra santa, desde los Estados conformados e instituidos como parte del mismo islam hasta el activismo grupal o solitario pero firme de sectas y facciones fundamentalistas de carácter violento. En la actualidad ya no solo está formado y desarrollado en sus cunas naturales territoriales, sino también en pleno occidente norteamericano y europeo y con creencias firmes en nombre de Dios.
Puede afirmarse que las religiones, en el desarrollo histórico, son una muestra muy preclara de que el hombre, las sociedades y los Estados combatieron desde fuertes creencias y verdades propias por la consolidación de un sistema de orden mundial para procurar la paz, armada o no, pero pax.
Por otra parte, al nacer los Estados como tales y dar origen a lo que llamamos relaciones internacionales, las teorías y los pensamientos sobre el orden que busca la humanidad se comienzan a medir con nuevas visiones y de acuerdo con la mayor o menor efectividad del orden mundial.
En el estudio de la historia, la Paz de Westfalia de 1648 y el Congreso de Viena de 1815 suelen ser los hitos más renombrados y eficientes como períodos de paz. Hay otros, pero sin duda estos lograron acuerdos extraordinarios en interminables guerras religiosas, culturales, económicas e ideológicas.
En las relaciones internacionales, el orden y la paz mundiales deben estudiarse a través de la historia de los hechos y también de las historias de las teorías y los pensamientos.
Estudiar a la humanidad mediante las diversas investigaciones realizadas sobre el hombre, el orden mundial y la búsqueda del poder en los Estados facilitó muchas veces el análisis en las relaciones internacionales.
Sobre la base de conceptos históricos y modernos sobre el orden mundial, podemos afirmar que desde los tiempos bíblicos la historia y la política se dedicaron al estudio del hombre y el Estado, el hombre y el poder, la supervivencia de los Estados, los príncipes y el poder, las formas de contención de la paz y la guerra, las realidades y las teorías que avalaron el orden mundial: “el orden basado en la política realista”, “el orden basado en el equilibrio del poder” y “el orden basado en la cooperación internacional”. Porque el llamado “orden mundial”, el conflicto permanente y realista y el equilibrio de poder hacen a la naturaleza y al objeto de la misma disciplina de las relaciones internacionales. En el mismo sentido, en los estudios contemporáneos aparecen como naturales y superadoras de las grandes guerras las teorías y propuestas de cooperación internacional.
En los siglos XV al XX, la dedicación a los estudios de la teoría del Estado, la valoración de los clásicos de la filosofía, el desarrollo de la filosofía política, la consolidación de las ciencias sociales –la sociología, las ciencias políticas y las relaciones internacionales– generaron un marco académico y de pensamiento adecuado para avanzar en el estudio específico de los orígenes del orden, el poder, el equilibrio y las necesidades de cooperación y armonía en un mundo en guerra.
Antes aún, en el siglo III a.C., el estadista hindú Kautilia fue quien primero estudió ello en la antigüedad a través de una obra en sánscrito llamada Artha-shastra. Esta obra es aún un valioso tratado político sobre la teoría del Estado y el poder político. En este tratado Kautilia volcó su pensamiento y sus consejos para conformar el Estado ideal.
Lo importante en la política y el Estado es su función de utilidad y poder, sin consideración alguna de la ética o la justicia. Para Kautilia se justificaban herramientas como extorsión, seducción, secretos, armas confidenciales y el uso de toda argucia útil para ganar siempre y mantener el poder. Incluso recomendaba utilizar el crimen, así como la pena de muerte y los asesinatos a través de veneno para castigar las violaciones a las órdenes del rey. Fue sin duda el Nicolás Maquiavelo de la India.
Su pensamiento, no muy diferente al de varios de sus sucesores, dirigentes del mundo actual, consiste en que el objetivo de la política es coronar emperador o rey como poder dominante de un círculo de Estados, siempre considerando al vecino fronterizo un Estado enemigo natural, y practicar alianzas de Estados amigos contra estos. Así introdujo una teoría de gobierno y de equilibrio de poderes.
En el siglo XV el pensador y diplomático florentino Nicolás Maquiavelo adoptó muchas de las técnicas de Kautilia –sobre todo el estudio de casos históricos ejemplares– para su original obra El Príncipe, donde también existe una cínica enumeración de las reglas para sobrevivir y crecer en el mundo de la política y la lucha por el poder.
Francesco Guicciardini, varias veces colaborador del mismo Maquiavelo, en sus Ricordi politici e civili también se valió de ejemplos históricos para elaborar una nueva teoría del equilibrio del poder. Esta obra luego fue traducida por Mario Domandi al inglés (Nueva York, 1965), y por su vigencia me permito sugerir su lectura.
Podemos señalar de manera cierta que las obras de Kautilia, Maquiavelo y Guicciardini constituyeron las guías primarias para el derrotero de las futuras teorías de la guerra y la diplomacia, y así construyeron bases sólidas en el estudio tradicional de las relaciones internacionales. Son teorías antiguas pero vigentes, y que se dedican a diseñar teorías del Estado basadas y justificadas en el principio del sustento del poder, del equilibrio del poder, balancín de la guerra y la paz de los Estados.
De ahí en más los diversos escritos y estudios, y la historia de las relaciones interestatales, basan su devenir en guerra y paz, acuerdos y conflictos, tomando siempre la violencia como un instrumento primario en la política de los Estados.
Nicolás Maquiavelo y Thomas Hobbes justifican estas teorías y los príncipes, reinados y repúblicas de la historia del Medioevo y el Renacimiento; la época moderna y la contemporánea hacen suyas esta concepción sin considerar alternativa alguna para el desarrollo de las relaciones internacionales.
Las guerras del Peloponeso, la expansión en Grecia, Mesopotamia y Persia, las campañas bélicas del Imperio Romano, las eternas batallas entre naciones monárquicas, las guerras religiosas, la Paz de Westfalia, las guerras de expansión de la República Francesa y las guerras napoleónicas, el Congreso de Viena, la independencia americana, las guerras por el colonialismo, las guerras del comunismo, las dos grandes guerras mundiales, ninguna de ellas consigue salir de este concepto de poder y equilibrio de poder, y de acuerdos de paz de fácil violación para encarar la guerra. Siempre fue así, y ello se refleja en la historia de la humanidad. Cientos de años. Miles de años. Y es aún así en muchos rincones del planeta. Occidente, Asia, Medio Oriente, África.
El nacimiento de los organismos internacionales pos-Conferencia de San Francisco en 1945, los ejercicios de integración de comunidades por supervivencia y por riqueza, y la expansión de las empresas multinacionales y corporaciones financieras en el siglo XX permitieron avanzar por primera vez hacia un cierto espíritu de cooperación mundial como principio de orden de las relaciones internacionales.
La congoja del hambre, los cansadores conflictos de fronteras, el rechazo de las discriminación racial, cultural o religiosa y el avance del humanitarismo dieron por terminadas las soluciones de la Realpolitik, y luego también a la teoría del equilibrio de poder como teoría de única validez de orden mundial, e instalaron a partir de la segunda posguerra y hasta nuestros días la teoría de la cooperación internacional como la puerta de salida al conflicto de la guerra permanente y al tembloroso equilibrio de poder, bipolar o multipolar.
La fórmula más deseable de orden mundial fue y debiera seguir siendo esta teoría y corriente de pensamiento de la cooperación internacional. Ella siempre generó entusiasmo en cientos de autores de política y relaciones internacionales, pensadores, intelectuales, diplomáticos y estadistas cooperativistas. Pareció la misma panacea para la consecución de la paz mundial, y aún a veces se la sigue estimando así.
En los primeros años de este siglo XXI la teoría de la global...

Índice

  1. Cubierta
  2. Acerca de Hacia una nueva diplomacia
  3. Portada
  4. Índice
  5. Dedicatoria
  6. Acrónimos y siglas
  7. Prólogo. Una ruta hacia una nueva diplomaciaMariano de Vedia. Mariano de Vedia
  8. Introducción
  9. Capítulo 1. El escenario internacional: concepto e historia
  10. Capítulo 2. Teoría y práctica diplomática
  11. Capítulo 3. Política exterior argentina y nueva diplomacia
  12. Epílogo. Premisas para una nueva diplomacia
  13. Bibliografía
  14. Créditos