Crisis
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Crisis

  1. 144 páginas
  2. Spanish
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Información del libro

Crisis es una novela-mosaico cuyos protagonistas son múltiples y son uno solo. El mosaico, sin principio ni final, se compone de diferentes momentos del drama, las angustias y las esperanzas de los inmigrantes hispanos en Estados Unidos en el contexto de la Gran Recesión. La violencia física y sobre todo la violencia moral cruzan cada momento de esta novela, como el viento y el silencio cruzan los túneles de una ciudad troglodita. Los personajes son individuos y son un colectivo. Cada espacio, cada piedra es única y es la misma que representa, construye y refleja el mosaico entero. El mosaico, la unidad hecha de fragmentos, es la gran nación hispana en el corazón del gran país anglosajón.

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Información

Editorial
Baile del Sol
Año
2015
ISBN
9788416320226
Categoría
Literatura

San Sebastián Nopalera, un pequeño pueblo de la Sierra de Oaxaca, México, tiene cinco mil habitantes registrados pero allí sólo viven la mitad. Las tierras que antes daban café ahora a duras penas dan maíz y casi no hay brazos para sacarles más. Sus habitantes, casi todos mujeres y niños, sobreviven gracias a la ayuda que envían sus hombres de las plantaciones de Estados Unidos.
Como en una guerra entre dos países, cada año cien o doscientos migrantes vuelvan a Oaxaca en cofres funerarios. Los trabajos para los cuales están destinados son casi tan mortales como el cruce de la frontera.
Pero no son mujeres todas las que se quedan ni todos son hombres los que se van. Como su hermano, un día María Isabel Vásquez Jiménez decidió irse al otro lado con la promesa de ayudar a su madre viuda y volver en tres años con el capital suficiente para iniciar un pequeño negocio.
El 11 de febrero de 2009 la joven de 17 años salió de su pueblo y contactó con un coyote en Putla de Guerrero que la ayudó a cruzar la frontera. Tres meses después, el 11 de mayo, encontró trabajo en un viñedo de la West Coast Grape Farming Company, cerca de Modesto, Califorina.
Como María, los indígenas mexicanos que casi no hablan español en California son los hispanos que se dedican a la pizca, a pizcar, palabras que, como tantas otras miles del spanglish, fueron creadas con el material sustantivo del inglés —pick up, recoger— y moldeadas por la conjugación del castellano.
Quizás nunca podamos imaginar los miedos de María al dejar su pueblo con tan pocos años y tan poco conocimiento del mundo exterior, sus nervios al llegar a Putla para contactar con un coyote, el vértigo y el cansancio de su paso por la ilegalidad. Quizás fue feliz alguno de los tres días que trabajó en la pizca. Casi sin dudas debió de ser feliz descansando al lado de su novio, Florentino Bautista, otro inmigrante sin papeles con quien vivía y planeaba casarse antes de regresar a México en tres años.
Pero algo salió mal. El 14 de mayo el termómetro marcó casi cuarenta grados centígrados a la sombra. Después de nueve horas bajo el sol despiojando retoños de las vides, María se sintió mareada. Tambaleándose, caminó hacia su novio y antes de llegar se desplomó.
Florentino pidió ayuda y trató de reanimarla. El encargado le dijo que no se preocupara. Esos desmayos eran algo normal.
—Aplícale un poco de alcohol y se le pasa —le dijo.
Pero María seguía inconsciente.
La pusieron en la camioneta que llevaba a la cuadrilla a sus casas y esperaron la hora de salida.
Los paños de agua fría y las fricciones de alcohol no dieron resultado y el conductor de la camioneta decidió llevarla a un médico. María hervía de fiebre en los brazos asustados de su compañero. En el camino, Florentino recibió la llamada del encargado del viñedo, Raúl Martínez, recordándole que su novia era menor de edad, por lo cual en su declaración debía decir que se había desmayado haciendo ejercicio para mantenerse en forma.
Llegaron a la clínica a las 5:15. Cuando los médicos constataron que María tenía más temperatura de la que puede soportar un ser humano, la derivaron de urgencia al Lodi Memorial Hospital.
Dos días después, María y su hijo de dos meses de vientre murieron de insolación. El informe médico menciona un fallo del corazón.
Su novio, Florentino, no ha vuelto a trabajar. Tampoco ha recibido ninguna llamada en su celular. Pero el fiscal de distrito, James Willett, ha acusado a María de Los Ángeles Colunga, propietaria de la compañía de trabajo, a Elías Armenta, director de seguridad y al supervisor Raúl Martínez por no haber provisto a los trabajadores de sombra y agua, por no poseer asistencia en caso de insolación y por mentir en el proceso.
El gobierno de México, como es su costumbre, manifestó su preocupación por las injustas condiciones en que trabajan los mexicanos en Estados Unidos.
Por su parte, el gobernador de California, Arnold Schwarzenegger, también lamentó la muerte de María, aunque no hubo referencias a su hijo por nacer. Años atrás, como gobernador, Schwarzenegger promovió leyes que procuraban evitar estas muertes por insolación.
Al igual que María, alguna vez en su juventud Schwarzenegger fue un inmigrante ilegal, aunque su esfuerzo y sudor lo dejó en un gimnasio de Santa Monica, no en los campos de producción agrícola. En el mundo hoy es más conocido como el actor que en 1984 dio vida al cyborg del exterminador. La película tampoco carece de paradojas ocultas.TheTerminator, el hombre-máquina enviado por las máquinas inteligentes del 2029 al año 1984, tenía por objetivo terminar con la resistencia de los humanos eliminando al futuro líder rebelde —por no decir guerrillero— antes de nacer. En su remake hollywoodense de Herodes, la casi invencible máquina es derrotada por la pareja de humanos y la madre del futuro rebelde, Sarah Connor, logra huir. En un final abierto, Sarah —Sarai— aparece meses después en México. En una gasolinera —espacio principal del espíritu norteamericano—, un niño mexicano le toma la fotografía que viajará por el tiempo hasta las manos de su hijo y luego de su padre. De esta mítica historia se podría entender que John, el líder rebelde, podía haber sido un mexicano o un ciudadano de cualquier otro país latinoamericano, quizás hijo de una inmigrante ilegal huyendo de su propia tierra.
John, o Juan, tendría hoy veinticinco años y probablemente estaría cruzando la frontera, más o menos por esta época, de forma ilegal. Pero si su madre hubiese sido mexicana, como María, quizás hubiese tenido que enfrentar una pesadilla peor que la del cyborg Terminator y el futuro rebelde jamás hubiese nacido debido a la exitosa empresa de un grupo inhumano.
El miércoles 27 de mayo de 2009, el cuerpo de María salió de la iglesia católica de St. Anne de Lodi, California. El viernes 29 pasó por Asunción Nochixtlán en un ataúd blanco y, después de seis horas de camino, llegó a su pueblo en la sierra. Su humilde dormitorio fue la capilla ardiente. En la cabecera pusieron esa foto que se la ve sonriendo, poco antes de partir. Más abajo, la corona de flores y una nueva deuda para la madre.
Sepultaron a María y a su retoño vestida de novia, de madre novia. No tuvo misa, porque el pueblo no tenía párroco y ninguno pudo llegar hasta la capilla del pueblo.
En el dormitorio vacío de María quedó Jovita Margarita Jiménez Bautista, mirando la fotografía sonriente de su hija. Su madre viuda, o como se llame. Porque en español hay nombres para un hijo que pierde a una madre, para una madre que pierde a su esposo, pero no hay nombre para una madre que pierde a una hija. Seguramente en ningún idioma hay un nombre para tanto dolor y tanta injusticia.

las raíces son lo último que se seca
Viernes 2 de mayo. Dow Jones: 13.058
Sierra Vista, Arizona. 11:10 PM
Una noche sin luna Guadalupe de Blanco cruzó la frontera de rodillas. Se comió la arena del desierto y regó el suelo de Arizona con la sangre de sus pies.
El sábado 3 a la tarde tropezó con una botella de agua caliente, de ésas que los perros hermanos tiran sobre el desierto a la espera de salvar algún que otro moribundo.
El domingo se durmió muy despacio con la esperanza de no despertar al día siguiente. Pero despertó, casi ahogada sobre una gran mancha que había estampado su cuerpo en la piedra. Reconoció el halo vaginal de la Guadalupe que la había acunado toda la noche y la había devuelto al mundo con amor y sin piedad. Enseguida sintió el temprano rigor del sol, otra vez en su lento trabajo de chupar de su piel y de su carne y de su cerebro el agua que le había ganado a la suerte del día anterior. Entonces volvió a meter el corazón todavía húmedo y palpitante en el pecho, se levantó y por obediencia al Cosmos siguió caminado.
Dos días después la descubrió un coyote. Enfurecido murmuraba que el rubro no daba para más. Murmuraba y escupía tabaco. Guadalupe caminó en su compañía y al lado de la promesa de que su agonía había terminado. El coyote se quejó varias veces de la mercancía. La tierra no servía, estaba seca, el fuego subía por las piedras. Los jimadores no pagaban.
En lo que iba de la temporada, se había ocupado de diecinueve mexicanos, ocho hondureños, cinco salvadoreños, dos colombianos y alguno de más al sur, un chiflado chileno o argentino en busca de emociones. Casi todos chaparros de espaldas anchas y cabezas cuadradas y bocas de piedra. Pocas palabras y mucha hambre y desconfianza. Les había dado de comer y un día, al volver, no había encontrado más que la casa vacía.
La casa quedaba a los pies de una quebrada roja como la sangre del quetzal. Adentro olía a soledad y cerveza. Por el tamaño, no parecía haber sido el refugio de tanta gente.
El comentario de Guadalupe le cayó mal. Al menos era sombra fresca.
—Guadalupe —dijo, sonriendo— ¿a qué vienes a los Estados?
—La necesidad me trae, señor.
—La necesidad es cosa seria —dijo y con destreza le tapó la boca.
Sus ojos se hincharon de lágrimas y espanto. Era joven la güerita y tenía labios blandos como la miel. Los ojos oscuros pero claros. ¿Cómo decirlo? La respiración agitada y sin arrugas. Como una respiración de placer pero ella no lo entendió así. Los inútiles grititos más suaves que irritantes. Por eso que se salvó, porque no soporto que al final no reconozcan un buen trabajo. Me había pasado tantas indias sin forma que no me iba a privar de ese angelito enviado por el cielo.
Lupita lloró toda la noche pero no sabría decir qué tipo de llanto era. Murmullos. Llamaba a su madre y a un tal «chiquito» que de seguro era la cría que había dejado del otro lado. Son peores que las perras. Las perras no se separan de sus cachorros.
Al final me harté de tanta melancolía y al otro día le corté un mechoncito de pelo y la dejé ir por donde había llegado.
Se fue tropezando entre las piedras, como si me fuese a arrepentir, como si fuese incapaz de cumplir con mi palabra. Se fue moqueando como una niña. Más bien parecía un resfrío. La flu. Agarró sus porquerías y se fue. Llorando, claro, como una Magdalena. Y la verdad que me arrepentí al poco rato. Esa niña necesitaba a alguien que la proteja y yo alguien como ella, una mariposa coqueteando entre las llamas de la lumbre, en vivo y en directo, y no acostarme todas las noches con su lindo recuerdo. Quién sabe si no tengo un hijo por ahí y no lo sé. O una hija.
Quién sabe si dentro de quince años no me cruce con ella, livianita como una pajarita, rubiecita y linda así como era Lupita.
Vida pobre la del coyote.
Sábado 14 de junio. Dow Jones: 12.307
Escondido, California. 5:10 PM
En este país que es un país y son muchos países, en esta gente que es un pueblo y son muchos pueblos nunca estarás en un lugar preciso ni serás un individuo concreto sino muchos lugares y muchos individuos. Te sentarás en un restaurante de comida mexicana y apoyarás los codos en esa mesita larga con azulejos que parecerán hechos a mano en el Zócalo o en Sevilla, con paredes que lucirán pintadas por un artista único para un lugar único. Por ninguno de esos detalles podrás decir si estás en Amarillo, Texas, o en El Cajon, California, o en Bonita Springs, Florida, o en Rio Grande, New Jersey. Las mesas con azulejos típicos de México o de Sevilla serán iguales, que es lo mismo que decir que serán las mismas mesas. Y también los olores y los cuadros y los pisos de cerámica y el paisaje por la ventana y la chica que aparecerá y te sonreirá. Será siempre esa misma sonrisa que irá incluida en el mismo menú y al mismo precio y no te importará porque sabrás que estás pagando para que te sonría, amable, linda, casi como si te simpatizara. Como si te conociera. Porque en el fondo ya te conoce. Te ha sonreído antes en otros rostros como el tuyo que para ella es el mismo rostro. Y en el fondo sabrás que no es sincera pero ella no lo sabe y a ti tampoco te importará. Porque para caras largas estarán las oficinistas del gobierno, que también cobran pero fuera del círculo feliz del sistema, como lo llamarás si te llamas Ernesto. Y si vas dos veces, tres, cinco veces al mismo lugar, al mismito, vas a encontrar los mismos tacos y las mismas tortillas con salsa picante y las mismas fajitas y la misma margarita y una chica parecida con una sonrisa parecida, por el mismo precio. Pero la chica tampoco será la misma aunque sea lo mismo decir que es la misma chica. Porque aquí todo está en movimiento. Todo es siempre nuevo aunque sea lo mismo. Todo corre como un río que se repite en cada atardecer. Pero nunca podrás conducir dos veces en la misma autopista. Serán otros los carros y serán los mismos. Nunca podrás pasar dos veces por el mismo self-service aunque el mismo self-service con el mismo hindú y los mismos hispanos comprando las mismas cervezas sin alcohol estén en muchas otras partes de muchos otros estados. Todo correrá como un road movie, todo será otro lugar y será el mismo. Otras serán las muchachas de sonrisas azules y los viejos calvos con trajes de oficinistas y las viejas joviales de pelo corto y paso ejecutivo. Y serán los mismos. Todo se moverá sin parar y nada cambiará, como si te pudieras perder en tu propia casa. Y con cierto placer te perderás por Virginia y por Texas y por Arizona y po...

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  1. Crisis
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  3. Créditos