TEXTO, EXPOSICIÓN, Y NOTAS
I. PRÓLOGO (1:1-20)
A. Superinscripción (1:1-3)
La revelación de Jesucristo, que Dios le dio, para mostrar a sus siervos las cosas que deben suceder pronto; y la dio a conocer, enviándola por medio de su ángel a su siervo Juan, el cual dio testimonio de la palabra de Dios, y del testimonio de Jesucristo, y de todo lo que vio. Bienaventurado el que lee y los que oyen las palabras de la profecía y guardan las cosas que están escritas en ella, porque el tiempo está cerca.
El libro comienza con una declaración respecto al origen y transmisión de la revelación de Dios por medio de Jesucristo y de un ángel a Juan, quien a su vez ha de darla a conocer a otros. Los versículos 1-3 forman una introducción o prólogo a todo el libro. Explican primero el modo en que se ha producido la revelación y cuál es su propósito, y a continuación pronuncian una bendición sobre quienes leen y escuchan las palabras de este libro con actitud obediente. Los manuscritos más antiguos del Apocalipsis lo titulan sencillamente «el Apocalipsis de Juan». Los manuscritos posteriores modificaron y ampliaron este título de distintas formas. El Textus Receptus consigna «El Apocalipsis de Juan el teólogo».1 No hay ninguna razón de peso para creer que el prólogo sea obra de ningún redactor posterior.2 Fue escrito por el propio autor, probablemente después de finalizar el resto de libro.
1 La obra se presenta como «la revelación de Jesucristo». Es un apocalipsis3 o revelación de algo que estaba encubierto. Si Dios no hubiera tomado la iniciativa, la mente humana nunca hubiera podido entender cuáles son las verdaderas fuerzas que mueven el mundo, ni tampoco conocer su desenlace final. El término «revelación» (tal y como se utiliza aquí) no representa una forma literaria de clasificación sino una indicación de la naturaleza y propósito del libro. La erudición moderna se ha apropiado del término «apocalíptica» para referirse a un cuerpo específico de literatura de amplia difusión en el judaísmo desde el año 200 aC. aproximadamente hasta el 100 dC., o un poco más tarde. Esta clase de literatura es seudónima, pseudo predictiva (el autor se situaba en cierto momento del pasado y por medio de símbolos reescribía la Historia como si de profecía se tratara), y pesimista.4 Este género trata del periodo final de la historia del mundo, una etapa catastrófica en la que Dios, después de un combate mortal con los poderes del mal, emerge victorioso. Está claro que el libro de Apocalipsis tiene mucho en común con algunas obras apocalípticas judías como 1 Enoc y 2 Esdras. No obstante, en el v. 3, que promete una bendición a quienes «oyen las palabras de la profecía» (cf. Apoc 22:7, 10, 18, 19), se establece claramente que no se trata de un carácter apocalíptico como contrapuesto a profético.
Más que una revelación que procede de la propia iniciativa de Cristo, Apocalipsis es una revelación mediada por Él. Las siguientes cláusulas del v. 1 indican que Dios se la dio a Jesucristo con el objetivo de mostrar a sus siervos «las cosas que deben suceder pronto». Aunque Hort afirma que en el Nuevo Testamento tanto la forma verbal del término como su sustantivo se usan para dar a entender que se trata de «la revelación del Cristo encubierto al hombre»,5 sigue diciendo que tal «revelación de Jesucristo sería, al mismo tiempo y por esta misma razón, una revelación de cosas que deben suceder pronto».6 Cristo es el revelador, no en el sentido de que acompaña a Juan en sus experiencias visionarias (son los ángeles quienes desempeñan este papel), sino porque solo Él es digno de abrir el libro del destino (Apoc 5:5, 7) para revelar su contenido (Apoc 6:1, 3, 5, 7, 9, 12; 8:1).
El nombre completo «Jesucristo» aparece tres veces en Apoc 1:1-5 pero no se encuentra en ningún otro pasaje del libro. Esta designación es apropiada en el marco del elevado estilo del prólogo. En el resto del libro se habla simplemente de «Jesús» (11 veces).
Dios es la fuente de toda revelación. Él es, como dijo Daniel a Nabucodonosor, aquel que revela los misterios y da a conocer lo que ha de suceder (Dan 2:28, 29, 45; cf. Amós 3:7). En el Apocalipsis, Jesucristo es el mediador de esta revelación. (En el cuarto Evangelio a menudo se asigna a Cristo el papel de tomar las cosas de Dios y darlas a conocer a las personas: Jn 1:18; 5:19-23; 12:49; 17:8; cf. Mt 11:27). El expreso propósito de Dios al conceder la revelación es el de «mostrar a sus siervos las cosas que han de suceder pronto». La Historia no es una secuencia caprichosa de acontecimientos inconexos sino una disposición divinamente decretada de aquello que ha de suceder. Es una necesidad lógica y moral que surge de la naturaleza de Dios y de la revelación de su propósito en la Creación y la Redención.
Juan afirma que los acontecimientos que constituyen la revelación han de «suceder pronto».7 Para algunos, el hecho de que hayan transcurrido casi 2.000 años de historia de la Iglesia y el final no haya llegado todavía plantea un problema. Una solución es entender «pronto» en el sentido de «repentinamente», o «sin demora» una vez haya llegado el tiempo señalado. Otro acercamiento consiste en interpretar esta declaración en términos de la certeza de los acontecimientos en cuestión. La sugerencia de que Juan pueda estar usando la fórmula de 2 Ped 3:8 («Para el Señor un día es como mil años, y mil años como un día»), le haría responsable de una especie de artimaña verbal. Otros creen que la crisis que se anticipa no alude a la consumación de la Historia sino a la persecución de la Iglesia,8 y esto, sin duda, sucedió al poco tiempo. Existe aun otro acercamiento a la cuestión: para los primeros cristianos el fin del orden mundial presente había ya comenzado con la resurrección de Jesús y se consumaría con su reconocimiento universal (un acontecimiento que Juan creía inminente).9 Si bien es cierto que, en un sentido, el reino de Dios es sin duda una realidad presente, esto deja sin resolver el problema del gran retraso de la consumación final.
La solución más satisfactoria es la de considerar la expresión «han de suceder pronto» en un sentido sencillo, recordando que en la perspectiva profética el fin es siempre inminente.10 El tiempo entendido como una secuencia cronológica es de importancia secundaria para la profecía. Esta valoración del tiempo es común a todo el Nuevo Testamento. Jesús enseñó que Dios vindicaría sin demora a sus elegidos (Lucas 18:8), y Pablo escribió a los Romanos que Dios aplastaría «pronto» a Satanás bajo sus pies (Romanos 16:20).11
Los siervos susceptibles de recibir revelación son principalmente los profetas cristianos (en el sentido de Amós 3:7, «Ciertamente el Señor DIOS no hace nada sin revelar su secreto a sus siervos los profetas»; cf. Apoc 10:7; 11:18),12 aunque este término tal y como se utiliza en el resto del libro incluye a todos los creyentes (Apoc 7:3; 19:5; 22:3).
Se dice que la revelación en cuestión la transmite un ángel que es enviado a Juan. Si «él», el sujeto del verbo, se refiere a Cristo, existe entonces un ángel que actúa como intermediario entre Cristo y Juan. Se trataría sin duda del ángel que aparece de nuevo en el capítulo 22 reprendiendo a Juan por postrarse a sus pies para adorarle. (En Apoc 22:16 Jesús dice: «Yo, Jesús, he enviado a mi ángel a fin de daros testimonio de estas cosas para las iglesias»). En tal caso tendríamos una transmisión en cuatro etapas: de Dios a Cristo, de Cristo a su ángel, del ángel a Juan, y de Juan a sus siervos.13 Es también posible, aunque menos probable, que la expresión «dio a conocer» sea paralela al verbo «dio» de la frase anterior, lo cual haría de «Dios» el sujeto de ambas cláusulas. De ser así, el término «ángel» tendría el sentido general de mensajero (como en 1:20; 2:1, 8; etc.) y se referiría al propio Cristo. En tanto que mediador de la Revelación, Cristo estaría desarrollando la función de un ángel en su sentido general de mensajero.14
El texto sigue diciendo que la revelación fue «enviada» a Juan. El verbo griego (semaino) transmite la idea de una representación figurativa. Estrictamente hablando, este término significa dar a conocer mediante algún signo.15 Por esta razón armoniza admirablemente con el carácter simbólico del libro. Esto debiera advertir al lector para que no espere a continuación una exposición literal de historia futura, sino una descripción simbólica de cosas que todavía han de suceder. Para interpretar adecuadamente el libro de Apocalipsis es importante recordar que Dios está comunicando su mensaje mediante visiones que son más simbólicas que literales. La realidad que se representa en tales visiones existe objetivamente, pero las visiones en sí no son sino meros medios que Dios utiliza para transmitirla.16
2 Por otra parte, a Juan se le designa también como aquel que «dio testimonio de la palabra de Dios, y del testimonio de Jesucristo, y de todo lo que vio».17 Se hace pues referencia a una revelación que Dios concede y de la cual Cristo da testimonio.18 Es también posible que el autor esté siguiendo su práctica habitual de hacer que una expresión general (en este caso, «Palabra de Dios») adquiera un sentido más específico añadiendo otra frase aclaratoria (i. e., el «testimonio de Jesucristo»). En cualquier caso, la cláusula «todo lo que vio» (en la versión que el dr. Mounce utiliza como base del comentario, esta frase se sitúa al comienzo del versículo. N. del T.) es una aposición y limita el ámbito de ambas cosas. El mensaje de Dios constatado por Jesús consiste en todo lo que Juan vio en su visión. Aunque el verbo griego de la primera cláusula está en aoristo presente (ematyresen), el presente de la versión inglesa («da testimonio») es apropiado puesto que el prólogo se redactó probablemente después de que Juan hubiera escrito las experiencias visionarias que se describen en el libro. Es innecesario conjeturar algún incidente anterior en el que Juan pudiera haber dado testimonio de la Palabra de Dios y que hubiera sido la causa de su destierro a Patmos.
3 Se pronuncia una bendición para la persona que lea a la Iglesia «las palabras de esta profecía» así como para todo aquel que las escuche y tome en serio su contenido. En tiempos de Juan la inmensa mayoría de las personas no sabía leer y ...