Hostal Europa
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Hostal Europa

  1. 368 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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Información del libro

Todos oímos hablar de refugiados e inmigrantes. Hostal Europa mueve a plantearse quién es cada individuo, cuál es su pasado, qué le movió a abandonarlo todo en busca de una meta y un futuro inciertos. Este libro narra varias historias de quienes, en circunstancias diferentes y por distintos motivos, llegaron a Bulgaria pidiendo asilo. En primera persona, los protagonistas van deshilvanando sus recuerdos y esperanzas entre idas y venidas a la sórdida pensión sofiota en la que se alojan, a la que llaman Europa porque es la única Europa que conocen.

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Información

Año
2018
ISBN
9788417236984

V. Lunes 17 de noviembre de 2014

Como viene siendo costumbre, y a pesar de las continuas detenciones y redadas nocturnas, durante el pasado fin de semana se incrementó el número de forasteros en la Pequeña Beirut. A todos los que llegaron nuevos al hostal Europa se les empiezan a sumar, cada vez con más frecuencia, aquellos que han sido deportados de los países de Europa occidental. Mientras unos sueñan con la Europa que Alemania representa, otros se despiertan de ese sueño y aguardan agazapados en el primer hueco que hallan la oportunidad de volver a intentarlo. Con o sin dinero, la mayoría regresa al lugar y a la Europa que conoció al poco de entrar. Vuelven junto a aquellos que se encuentran y encontrarán en sus mismas circunstancias, quizá con la esperanza de que, como decía John Lennon, «un sueño que sueñas solo es sólo un sueño, pero un sueño que sueñas con alguien es una realidad».
Así, el sábado pasado durmieron hasta ocho jóvenes en la habitación contigua a la 203. Otros tres afganos que acababan de ser deportados de Alemania lo hicieron en el espacio común que preside la mugrienta y ennegrecida cocina de la segunda planta. Dos de ellos me aseguraban que a los alemanes no les tiembla el pulso a la hora de deportar. Desde que la solicitud de asilo es rechazada y se activa el protocolo de Dublín III, cualquier momento es bueno para que la policía de extranjería llame a la puerta de tu vivienda y, en menos de veinticuatro horas, te envíe de vuelta al purgatorio búlgaro sin ningún tipo de notificación previa.
Una vez en él, y sin tiempo para despertarse del letargo, las sombras de estos jóvenes vagan por los rincones del hostal Europa. Se mueven unas detrás de otras, sigilosas y volátiles, como si en aquel edificio de tres plantas y en obras se alzara en la oscuridad una misteriosa entrada a otra dimensión y en ella se adentrase un fugaz ejército de fantasmas. Dentro de este grupo de imberbes huestes que descubren esta versión de Bulgaria en el transcurso de su odisea, los afganos siguen siendo mayoría.
De acuerdo con el informe anual de Acnur sobre tendencias de asilo, Afganistán ocupó el tercer puesto entre los países de origen de las personas que solicitaron asilo en la Unión Europea en 2014. Del más de medio millón de instancias, casi un 10 %, alrededor de 50.000, fueron presentadas por afganos. Un 2 % de estas, 1.213 según las estadísticas de la Agencia Nacional para los Refugiados, entraron por Bulgaria. No obstante, ante la falta de perspectivas en el país balcánico, y a pesar del Reglamento Dublín III, la gran mayoría opta por continuar su camino hasta Alemania. Tal y como está la situación, con la policía pisándoles los talones, el eventual traslado a un campo cerrado y las fronteras cada vez más costosas y peligrosas, las posibilidades de éxito son más remotas cada día que pasa, pero la necesidad de intentarlo es más imperante que nunca.
Mientras Siria y los miles de sirios que continúan entrando a diario en territorio europeo acaparan de manera intermitente el foco informativo y la compasión de la opinión pública, los afganos siguen copando los centros cerrados y los hostales de la Pequeña Beirut sin que mucha gente lo sepa o parezca importarle. Los consideran jóvenes aventureros, inmigrantes económicos o, directamente, inmigrantes ilegales y, por tanto, potenciales terroristas. Sin entrar a valorar cada caso, de lo que no cabe duda es de que todos dejan atrás un país asolado y en permanente estado de caos desde que en el año 2001 Estados Unidos derrocara el Gobierno talibán.
De hecho, las últimas elecciones, celebradas en junio de 2014, lejos de desbloquear la situación de ingobernabilidad y crear esperanzas, colocaron al país ante una nueva encrucijada. La lucha por el poder iniciada tras las presidenciales, con los dos candidatos lanzándose fuertes acusaciones de fraude y corrupción, fue aprovechada por los talibanes para intensificar sus acciones terroristas e incrementar su acoso. Menos de dos meses antes del momento de escribir estas líneas, Ashraf Ghani resultó elegido y ahora dirige un gobierno de unidad nacional junto con su rival electoral Abdullah Abdullah. Ante sí tienen el desafío de liquidar una interminable guerra que acaba de conocer su verano más sangriento. Sin embargo, a tenor de lo visto y escuchado hasta el momento, revivir una economía moribunda y poner en marcha un plan de paz y estabilidad en Afganistán está siendo tan difícil con el nuevo Gobierno como lo fue con el anterior. La amenaza de la insurgencia talibán crece justo cuando las tropas internacionales se preparan para retirarse antes de que acabe el año.
A pesar del convenio que garantiza la presencia por otros dos años, hasta finales de 2016, de 12.500 soldados extranjeros, 9.800 de ellos estadounidenses, las críticas no se han hecho esperar. Según estas, la retirada no se produce en función de lo que sucede sobre el terreno, sino en plazos dictados por Washington, que normalmente son insuficientes. La Administración Obama llegó al poder hablando de responsabilidad, estructura sostenible y creación de instituciones en Afganistán, pero rápidamente volvieron a las metas antiterroristas a corto plazo basadas en localizar y matar a agentes de Al Qaeda y oficiales talibanes en vez de presionar para que haya una mejor gobernanza. A partir de ahora, avisaba el director del programa de la ONU, Jean-Luc Lemahieu, el país deberá arreglárselas solo frente a la criminalización de su economía.
Mientras tanto, en Bulgaria, instalada en su propia rutina de caos institucional y corrupción, una nueva semana comienza. Resulta significativo que los resultados de las últimas elecciones, celebradas hace poco más de un mes, el 5 de octubre de 2014, hayan devuelto al país al mismo punto en que se encontraba antes de la renuncia de Boiko Borísov debido a las protestas de febrero de 2013. Después de un tiempo en la sombra, y tras la debacle de sus oponentes, a Borísov la jugada le ha salido perfecta. El destino ha hecho buena la estrategia que varios analistas pronosticaron en su día: la vuelta del GERB era inminente y su líder, con aquella retirada a tiempo y su fama y su aura de hombre fuerte y pacificador, la única alternativa posible a sí mismo y la figura que una parte del país parece necesitar y reclama.
En Sofía, el cielo sigue encapotado y las calles salpicadas de charcos que reflejan el lento avance de las nubes y la mezcla de humos grisáceos que cubren el cielo. Al igual que sucede en el escenario político, el presente parece mantenerse inalterable, en suspenso, en tanto que el pasado y el futuro se confunden cada vez más. En las inmediaciones del renovado complejo arqueológico, en el corazón de la antigua Sérdika, una basílica del siglo XI, numerosos edificios diseñados y construidos en los años cincuenta, y decenas de vendedores de productos de rosa de Damasco y toda clase de souvenirs con la cara de Vasil Levski[16] pintada, esculpida o impresa, comparten espacio con flamantes escaparates, modernas vallas publicitarias, hombres vestidos con traje y corbata y ostentosos coches.
En el pasaje subterráneo de la estación de metro homónima, la multitud camina con prisa y sin apenas expresión en el rostro. Al ser el único cruce de líneas, a primera hora de la mañana es uno de los lugares más concurridos del centro de la ciudad. Hacia la mitad del pasillo, delante de la entrada a la línea roja, se forma un nutrido grupo de personas que hacen cola para comprar banitsa, mekitsi o cualquier otra torta o dulce que los búlgaros acostumbran a desayunar. Al otro lado, Hassan está sentado en la repisa del escaparate, casi escondido entre la hilera de gente que aguarda a su izquierda y los que caminan raudos frente a él. La mayoría entra en la tienda sin prestarle atención, como si fuera parte inmóvil del decorado o, directamente, no existiera.
Ajeno al ajetreo, Hassan lee una edición antigua en español de El coronel no tiene quien le escriba que le regalaron el fin de semana pasado en el mercado de libros usados de la plaza Slaveykov, junto con un bolígrafo y una libreta que guarda en alguno de los bolsillos interiores de la chaqueta. Ausente y concentrado en el libro de Gabriel García Márquez, aguarda con sosiego la visita al Comité Búlgaro de Helsinki. Apoya los codos sobre las rodillas y acerca la mirada a pocos centímetros del libro, como si estuviera buscando algún pequeño símbolo o enigma escondido entre las arrugadas hojas.
—Oye, José, este libro es interesante.
—¿Terminaste de leerlo?
—¡Qué va! —exclama al incorporarse—. Voy muy lento. Me cuesta mucho leer porque no veo bien y algunas palabras no las entiendo, pero comprendo de lo que habla. El protagonista es un hombre curioso. El tipo se pasa todo el tiempo bajando a una oficina a buscar un dinero, pero no se lo dan. Espera y espera. El tipo nunca pierde la esperanza a pesar de estar jodido. Hay una frase que dice que me gusta mucho: «Hasta los muertos mienten» —recita con solemnidad antes de darme una palmada en el hombro y comenzar a andar.
Entre el denso tránsito y las dificultades de Hassan para subir escaleras, tardamos un par de minutos en salir a la calle. Allí, como casi a diario, se encuentran, a un lado de la entrada, una tierna baba que vende lazos de pan casero y, al otro, un joven búlgaro bien arreglado tocando su guitarra acústica y cantando en perfecto inglés canciones de The Beatles. Caminamos con dificultad, sorteando los charcos formados en los baches de las aceras e intentando no resbalar con la fina capa de hielo que se forma cada mañana.
—Mientras leía me acordaba de lo que me está pasando desde hace dos semanas en Ovcha Kupel. Voy todos los días a preguntarles por las sesenta y cinco levas de lo social, pero siempre tienen una excusa para no dármelas —comenta frente a la iglesia ortodoxa de Santo Domingo—. No sé por qué, también me vino a la cabeza un coronel de Sudán con el que compartí celda. Le pillaron con droga, así que el tipo cogió doce años de cárcel. ¡No veas qué personaje! A pesar de ser un hombre delgado como un fideo, quería actuar como coronel en un lugar lleno de delincuentes y criminales. Esa gente no sólo es que los tuviera bien puestos, sino que eran civiles, no militares. Yo, que fui soldado y conozco ese mundo, entendía sus maneras y le respetaba, pero sus formas y su diálogo eran total mierda dominante, un dictador. Había ocho personas en esa celda y él quería la mejor plaza. Pero no la pedía, el tipo chillaba y quería que todo fuera por sus cojones. «Si en mi juventud me hubiera encontrado con gente como vosotros, os habríais enterado», decía el viejo. Así no se puede. Los alemanes dicen que el tono hace la música. ¿Sabías esa?
Pasados diez minutos, y tras dejar atrás el Palacio de Justicia, nos adentramos en la calle Uzundzhovska. Allí, en uno de los pisos de la segunda planta de un edificio de hormigón, se encuentra una de las sedes del Comité Búlgaro de Helsinki. Aunque su procedimiento está casi visto para sentencia, la mujer que hasta ahora ha ayudado a Hassan le pide que pregunte si ya le han asignado abogado y fecha para la vista oral. Si no es así, y parece lo más probable dada la saturación que sufren la Administración de Justicia y la Agencia para los Refugiados, todavía podría representarle y tendrían margen suficiente para revisar su expediente, escuchar su historia y buscar nuevas evidencias que permitan convencer al juez de que empiece su procedimiento desde cero.
Ante la escasez de recursos económicos, y debido a su posición como único socio financiado directamente por Acnur, el Comité Búlgaro de Helsinki lleva un año provocando el recelo de solicitantes de asilo, refugiados, voluntarios y entidades locales. Según me confesaban algunos responsables y miembros de oenegés búlgaras que prefieren mantener el anonimato, se implementa un método que «permite un control más sencillo y ayuda a gestionar de manera más rápida y eficiente los procedimientos y toda la burocracia que rodea la cuestión migratoria». Sin embargo, insisten, «no es bueno ni justo. En primer lugar, porque no hay debate o concurso público y, en segundo lugar, porque, a pesar de ser una organización con recursos y...

Índice

  1. Portada
  2. Créditos
  3. Título y autor
  4. Dedicatoria
  5. Cita inicial
  6. Nota del autor
  7. I. Miércoles 23 de octubre de 2014
  8. II. Lunes 27 de octubre de 2014
  9. III. Lunes 3 de noviembre de 2014
  10. IV. Jueves 13 de noviembre de 2014
  11. V. Lunes 17 de noviembre de 2014
  12. VI. Lunes 24 de noviembre de 2014
  13. VII. Lunes 8 de diciembre de 2014
  14. Epílogo
  15. Anexo fotográfico
  16. Agradecimientos
  17. Mecenas
  18. Contraportada