Elogio de la política
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Elogio de la política

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Elogio de la política

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Esa labor por democratizar un conocimiento crítico de nuestro país y divulgar las posibles salidas desde el consenso y el uso del conocimiento académico, es otro de los elementos que hacen la diferencia en el trabajo de Luis Ugalde, lo que lo distancia de ciertas posiciones intelectuales que siempre han tenido dificultades para dialogar con el país. Es por eso que la política como oficio, disciplina e institución recorre las páginas del libro, aun en aquellas en las que no se mencione explícitamente. Enfatizar en el ejercicio de la política como herramienta insustituible del cambio social, de la cual todos los ciudadanos somos coresponsables y reivindicar su papel en la vida civilizadas componente esencial de esta obra. También es una advertencia sobre lo costoso que ha sido para Venezuela la errática y desacertada tendencia de la antipolítica y el antipartidismo.

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Información

Capítulo III
Política y Modernidad. La dimensión ética de la política

De la denuncia al encuentro constructivo

Analítica, 22 de agosto de 2005
El domingo 7 de agosto la sociedad venezolana demostró gran desmotivación y desconfianza en el actual juego político electoral. Hizo falta una prórroga ilegal para forzar que un 15% del total del electorado votara por los seguidores del régimen. No es más alentador el panorama opositor, sea abstencionista o no.
La oposición denuncia, pero hasta ahora se muestra incapaz de hacer su tarea como alternativa de gobierno. Chávez lleva siete años denunciando desde el poder, pero, con los mayores ingresos de la historia de Venezuela, ha logrado incrementar los niños de la calle, el desempleo y trabajo precario, el déficit habitacional, la inseguridad u la corrupción. Estamos perdiendo la lucha integral y a fondo contra la pobreza; combate que ni la oposición, ni el gobierno pueden guiar exitosamente sin acuerdos básicos nacionales con cambios serios.
Parece ilusa y extemporánea la idea de un Acuerdo Nacional en mitad de dos elecciones sin el menor clima de entendimiento, pero nuestro deber es insistir. Y no hay que olvidar que las negociaciones nacen obligadas por las derrotas y los empates. Los acuerdos de paz de El Salvador, Guatemala y Nicaragua se concretaron cuando se convencieron de que nadie podía ganar la guerra.
Nuestra guerra verdadera es contra la pobreza y a favor del desarrollo en el sentido integral y la población intuye que el debate partidista actual impide ganarla; de ahí la derrota electoral de ambos bandos. El domingo me sorprendió la inmensa apatía electoral que palpé en los sectores populares que frecuento.
El Presidente está muy atareado en levantar la bandera del “socialismo del siglo XXI” y en animar su particular y asimétrica “guerra de la galaxias” contra Bush. El se siente líder indiscutible de esta “guerra santa” contra el imperialismo neoliberal. Sus viajes, con alforjas llenas y corazón dadivoso, le oxigenan, pues se aleja de nuestra triste realidad y recibe aclamaciones, agradecimientos y adulaciones interesadas; hasta tiene razón en algunas denuncias internacionales. Gobernar día a día le fastidia. Pero, luego de más de seis años en el poder y en todos los poderes, la gente le exige al gobierno hechos y resultados. El propio Presidente también los quisiera y se impacienta, porque no se puede ocultar ni culpar a otros de la basura que hiede, ni ignorar la corrupción que engorda por doquier, ni enterrar los muertos de los casos Anderson, Otayza y barrio Kennedy... Es duro soñar y prometer 120.000 viviendas y amanecer con solo 15.000; descubrir que no basta expropiar tierras cuando faltan productores; tener que admitir que, a pesar de todas las misiones, la educación popular es de pésima calidad y empobrece a los pobres y al país o reconocer en la intimidad que la Universidad Bolivariana ni es universidad ni es bolivariana. El Presidente ve esto, se desespera y denuncia, como si él no fuera culpable.
La oposición y el gobierno están tomando el fracaso del otro como la medida del éxito propio, cuando este solo existe en los resultados propios. El médico acierta cuando efectivamente derrota la enfermedad y no cuando fracasa el médico rival.
La denuncia es necesaria, pero no basta luego de siete años de gobierno de unos y décadas de otros. El país tiene con qué revertir el fracaso de años, pero no lo podrá hacer sin un acuerdo nacional para cambiar juntos y sumar factores que efectivamente produzcan éxito, acortando significativamente la distancia entre las aspiraciones y la actual miseria en tantas áreas. No habrá producción agrícola, ni construcción de viviendas, ni incremento de empleo de calidad, si no hay empresarios, trabajadores, inversionistas y profesionales empujando juntos en la misma dirección y con un gobierno que sea batuta para todos. Nada se puede sin una ciudadanía renacida, y con Estado administrado como botín. No hay ideología que pueda ocultar esta realidad.
Es doloroso admitir que, por el actual camino, la gente dentro de diez años será más pobre que hoy, aunque el petróleo se ponga a 100$. Poco tenemos que buscar en la vía cubana que, luego de 45 años con todo el poder concentrado en un hombre, no alcanza para comerse un par de huevos fritos cuando a uno le dé la gana, ni permite acudir libremente al funeral de la madre en Miami, o leer periódicos y libros que no sean la verdad oficial. La fracasada ilusión militar latinoamericana, aquí quedó en evidencia con el “Bolívar 2000”, derrota de los uniformados que fueron con sacos llenos de billetes a resolver la pobreza: todo tan vergonzoso, corrupto y sin resultados, que fue enterrado sin honras fúnebres, ni sepultura oficial.
Necesitamos políticos para pasar de la denuncia a la producción de soluciones, con democracia plural libertaria y justicia social. Soluciones que solo son posibles con acuerdos fundamentales e inclusivos, que trasciendan los intereses partidistas. La sociedad y la gente da la espalda a los políticos del gobierno y de la oposición, porque la actual manera de tratar la realidad es reaccionaria. Partidos políticos y juego democrático electoral sí, pero con políticos que subordinen su poder y lo ordenen al servicio de la población.
La sociedad venezolana necesita pasar del deporte politiquero de la denuncia al acuerdo constructor de soluciones. Volveremos sobre esto.

Fundamentalismo político

El Nacional, 2 de febrero de 2006
El fundamentalismo religioso o político se mide por el terrible lugar que tienen los “otros”. En aquellos estados musulmanes que realmente son fundamentalistas, cambiar de religión es delito, como en la España del siglo XVII (al igual que en toda Europa) era pasarse de católico a luterano o ser judío. Para el “otro” solo queda la cárcel, el exilio, la clandestinidad y, con frecuencia, la muerte. En el fundamentalismo de todos los tiempos el otro no tiene lugar, su vida no vale, es una amenaza y hay que eliminarlo.
El fundamentalismo político no es cosa del pasado. También hoy florecen regímenes y actitudes mentales que excluyen, persiguen, encarcelan y exilian a los que piensan distinto. Tampoco es cosa de países “atrasados”: el fundamentalismo norteamericano de hoy y el alemán de ayer, florecen y logran grandes apoyos en países “desarrollados”. En las dictaduras argentinas en décadas recientes el secuestro la tortura y el asesinato eran “legítimos”, si de opositores se trataba. En Cuba hoy, si usted quiere expresar en política ideas distintas de quien manda desde hace 47 años, prepárese para la cárcel o el exilio. Si no, aprenda a fingir, a disfrazarse y a inscribirse en el partido. No hay lugar en la política para las ideas distintas y quienes las defienden no tienen derechos, son malvados, agentes del imperialismo, delincuentes. Combatirlos, quitarles la vida es la guerra santa que merece premio eterno.
Los fundamentalistas políticos no son demócratas, aunque hagan elecciones y se aprovechen de su apariencia. La democracia, necesariamente, se basa en la dignidad de las personas, la pluralidad de opiniones políticas y en la plena libertad para expresarlas y hacer propuestas públicas alternativas.
El fundamentalismo en el poder, por algún cálculo de conveniencia política puede tolerar a los opositores, pero ello no proviene de una visión plural de la vida y de la sociedad, ni del reconocimiento del derecho inalienable a disentir, sino que es una concesión que el “perdonavidas” en el poder hace a los “otros” y que será revocada cuando le dé la gana.
Para saber si vivimos en democracia, no basta mirar las declaraciones, ni las instituciones formales, hay que ir a los fundamentos: si alguien en el poder cree que su punto de vista político es absoluto y redondo, y tiene la salvación y la verdad única para todos, o la exclusiva de cuanta buena voluntad, honradez y capacidad hay en la sociedad, los demás serán corruptos, golpistas, lacayos del imperialismo, agentes de la CIA, chupasangres del pueblo, curas con demonio debajo de la sotana o cúpulas podridas cuyas cabezas “hay que freír”.
Ciertamente en Venezuela no vivimos en un régimen fundamentalista, aunque haya acciones e indudables ráfagas de vientos verbales siberianos. Pero si queremos futuro democrático, desde el Presidente para abajo, tendremos que desterrar el fundamentalismo político y no dividir la sociedad en absolutamente buenos “los míos” (que los mantengo en cargos aunque sean corruptos e ineptos) y los absolutamente malos “los otros” (aunque sean honrados y capaces). Por cierto también en la oposición hay fundamentalistas desatados para quienes todo lo del gobierno es malo, aun lo que parezca aceptable, pues se trata del disfraz que oculta la maldad y la intención criminal.
Bajo supuestos fundamentalistas todo diálogo es una farsa. No son compatibles la descalificación total y el diálogo constructivo. Por eso es importante lo que recientemente nos dice la Conferencia Episcopal sobre la importancia de:
«tener clara conciencia de que las vías de solución a nuestros problemas solamente las podemos descubrir o construir entre los venezolanos. Por ello consideramos que si todos, con diferente grado de responsabilidad somos parte de los problemas, debemos ser, de la misma manera, parte de la solución. No debe continuar el enfrentamiento entre hermanos y la abierta preferencia del gobierno por los que apoyan su opción. Nadie debe ser excluido ni quedarse indiferente por tener una ideología distinta.»
La corrupción y la incapacidad no son monopolio de los políticos del pasado, ni la buena intención y competencia profesional el fruto natural de este; basta ver los hechos, luego de siete años. En Venezuela debemos temer la incapacidad y el clientelismo partidista, la corrupción e irrespeto de quienes están en el poder hoy, sin olvidar, ni desear que vuelvan, los mismos vicios de los que ayer estuvieron en el gobierno. Ahí está el cambio que necesitamos.
Tampoco podemos creer en paraísos políticos con la ilusa promesa de erradicar el árbol del mal y producir desde el Estado “el hombre nuevo”, aunque se invoque al Che Guevara y otros mitos. El futuro de esperanza democrática con resultados sociales no se puede construir sobre la mentira y el infantilismo político, que preña las mentes de ilusiones guerreristas para terminar pariendo desastres. Hay que combatir el mal, aunque venga de los “nuestros” y aceptar los aportes constructivos, aunque a veces vengan de los “otros”. La frustrante tragicomedia de las palabras debe ceder paso a la verdad de los hechos constructivos. El fundamentalismo político lleva a la muerte, al autoritarismo y a la exclusión. Por eso no es democrático, ni venezolano, ni creador de vida.

El Papa y la política en Venezuela

El Nacional, 2 de marzo de 2006
“Un Estado que no se rigiera según la justicia se reduciría a una gran banda de ladrones”, nos dice Benedicto XVI —citando a San Agustín— en su reciente encíclica “Dios es amor”. O la política se dedica al “orden justo de la sociedad y del Estado” o se convierte en opresión y abuso del poder.
La reciente encíclica del Papa tiene dos partes, la primera vivencial, teológica y profunda, sobre lo que Dios significa para nosotros. Espero escribir sobre ella. La segunda aplicada al aporte cristiano a la justicia social, por medio de la política y de las obras de caridad.
Ahora me limitaré a presentar algunos de sus párrafos sobre Iglesia y Política, iluminadores para el momento actual de Venezuela.
La política no es simple técnica, “su origen y su meta están precisamente en la justicia, y esta es de naturaleza ética”.
Corresponde a la razón práctica discernir qué es justicia aquí y ahora. Pero la razón no es infalible, ni incondicional servidora de la justicia. La razón y la técnica más avanzadas han producido las mayores catástrofes que hayamos conocido hasta ahora, como fueron las dos guerras mundiales.
Para cumplir con su función de justicia:
«la razón ha de purificarse constantemente, porque su ceguera ética, que deriva de la preponderancia del interés y del poder que la deslumbran, es un peligro que nunca se puede descartar totalmente.»
La ciencia no lleva incluida la ética. La técnica construye barcos de desarrollo material, pero no los timones de humanidad, ni brújulas, que son especialidad de la conciencia. La fe, en comunicación con Dios, nos abre horizontes humanos y posibilidades de conducta, más allá de los límites de la razón. Cuando esta se considera ilimitada y absoluta hace estragos de inhumanidad. Hacemos el mal que parecemos repudiar y, con frecuencia, bloqueamos el bien que queremos.
La razón, sin conciencia, puede ser y es una poderosa máquina de destrucción y de muerte en esta cultura de racionalidad instrumental que se va imponiendo y encandilando por sus éxitos económicos y tecnológicos. La perspectiva de Dios “libera a la razón de su ceguera y la ayuda así a ser mejor ella misma”. También tenemos que decir que la razón ayuda a purificar y criticar la fe y los crímenes que se cometen en nombre de la religión. Basta mirar la historia.
La doctrina social católica “no pretende otorgar a la Iglesia un poder sobre el Estado” ni imponer sus perspectivas a los que no comparten la fe. Aclaratoria importante del Papa, pues no siempre se actuó así y los fundamentalismos actuales (incluso católicos) defienden lo contrario.
«Desea simplemente contribuir a la purificación de la razón y aportar su propia ayuda para que lo que es justo, aquí y ahora, pueda ser reconocido y después puesto también en práctica.»
La doctrina social de la Iglesia argumenta desde la razón y “a partir de lo que es conforme a la naturaleza de todo ser humano”. Desde ahí:
«quiere servir a la formación de las conciencias en la política y contribuir a que crezca la percepción de las verdaderas exigencias de la justicia, y, al mismo tiempo, la disponibilidad para actuar conforme a ella.»
Mostrar los límites de la razón y del Estado y su potencial destructivo cuando se absolutizan, y contribuir a defender a la humanidad de la dictadura de ellos, es también tarea de la fe y de la Iglesia, junto con otras inspiraciones y movimientos.
«El Estado que quiere proveer a todo, que absorbe todo en sí mismo, se convierte en definitiva en una instancia burocrática que no puede asegurar lo más esencial que el hombre afligido –cualquier ser humano– necesita: una entrañable atención personal. Lo que hace falta no es un Estado que regule y domine todo, sino que generosamente reconozca y apoye, de acuerdo con el principio de subsidiariedad (que no se absorbe en instancias superiores lo que pueden hacer las inferiores y más directas), las iniciativas que surgen de las diversas fuerzas sociales y que unen la espontane...

Índice

  1. Presentación
  2. Prólogo: Valores para la vida, serenidad para vivirla. Ramón Guillermo Aveledo
  3. Capítulo I. Valores e institucionalidad: Lo público como desafío
  4. Capítulo II. Modelos exitosos y fracasados
  5. Capítulo III. Política y Modernidad. La dimensión ética de la política
  6. Capítulo IV. Momentos clave: comprensión, reflexión y aprendizajes
  7. Notas
  8. Créditos