En busca de nuestros orígenes
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En busca de nuestros orígenes

Biología y transcendencia del hombre a la luz de los últimos descubrimientos

  1. 128 páginas
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Biología y transcendencia del hombre a la luz de los últimos descubrimientos

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Índice
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Información del libro

Compartimos infinidad de rasgos biológicos con el resto de los seres vivos.¿Qué nos diferencia realmente de ellos? ¿Es el hombre pura biología? ¿Hay algo en él que no proceda de la evolución? ¿Son compatibles los conceptos de evolución y creación? ¿Qué datos aportan los descubrimientos fósiles?La ciencia de la evolución humana aporta cada día más datos. Los descubrimientos llevados a cabo desde el comienzo del siglo XXI han supuesto avances espectaculares, que ayudan a entender la evolución de nuestra familia biológica en los últimos siete millones de años. Este libro ofrece claves valiosas que ayudan a responder a esos interrogantes.

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Información

Año
2017
ISBN
9788432147982
Edición
1
Categoría
Philosophy
PARTE III.
EVOLUCIÓN HUMANA: LOS ORÍGENES BIOLÓGICOS DEL SER HUMANO
(Carlos A. Marmelada)
INTRODUCCIÓN. EL SER HUMANO. ESE GRAN MISTERIO
DE TODOS LOS VIVIENTES que existen en la naturaleza, el ser humano es el único que se pregunta por su origen, su evolución y su destino, así como por el sentido de su existencia. Solo él se interroga acerca de su propia esencia, por eso anhela saber quién es, de dónde viene y cuál es su destino.
Como seres biológicos que somos, a lo largo del siglo XX ha quedado bien claro que tenemos un pasado evolutivo, de ahí que los investigadores intenten averiguar cuál fue la especie y el género de homínido prehumano que dio lugar a nuestro propio género. También queremos saber cuál fue el itinerario evolutivo que siguió nuestro linaje desde el momento en que aparecieron sus primeros representantes hasta llegar a nuestros días. Tampoco renunciamos a conocer cómo emergió nuestra especie, ni a averiguar dónde lo hizo. Otra cuestión que está absorbiendo el esfuerzo de los científicos es determinar cómo se produjo el origen de la conciencia humana moderna. ¿Apareció al mismo tiempo que la anatomía humana moderna? ¿O, por el contrario, surgió primero esta y solo muchos miles de años después lo hizo la conducta humana, que nos caracteriza hoy de una forma tan peculiar?
Otra cuestión, que es más filosófica y teológica que científica, consiste en dirimir si somos un mono con suerte, o si somos hijos de Dios. Es decir: ¿Somos un animal más? ¿Estamos hechos únicamente de materia? ¿O, por el contrario, tenemos un alma racional y espiritual? Estas cuestiones nos llevan a plantearnos un asunto que va más allá de los límites que la ciencia se impone a sí misma, y consiste en saber si con la muerte desaparece toda nuestra individualidad personal o si acaso hay algo de nosotros que logra pervivir a nuestro óbito.
Prácticamente, casi nadie quiere morir totalmente. Dicho a la inversa, casi todo el mundo quiere sobrevivir a la muerte de una forma u otra; de ahí que los grandes pensadores se preocupen por intentar averiguar qué hay después de la muerte. ¿Nada? ¿La nihilización total de nuestro ser? ¿O tal vez hay algo? ¿Y en tal caso, qué es? Estos interrogantes llevan a plantearse otras preguntas de gran calado: ¿Cuál es el sentido de la existencia humana? ¿Desaparecerá alguna vez la humanidad? ¿Cómo surgió el universo? ¿Se creó a sí mismo, si es que esto fuera posible? ¿O fue creado por un ser absoluto y trascendente? En tal caso ¿cuál es mi relación con ese ser? Como puede verse, los humanos nos planteamos cuestiones que por su propia naturaleza no pueden ser contestadas por la ciencia en virtud de los límites metodológicos que se impone a sí misma, y que tantos logros le han reportado. Esto significa que, de suyo, el discurso filosófico y teológico tienen sentido y pueden aportar datos muy relevantes para un conocimiento integral de la realidad, de los humanos y de nuestro auténtico lugar en la naturaleza.
Poder formularnos preguntas como estas y ser capaces de elaborar respuestas que sean racionales; es decir, que estén debidamente argumentadas y que sean empíricamente fundamentadas. Esto es, sin lugar a dudas, una de las características que nos singulariza frente a los otros animales, y nos convierte en únicos en toda la realidad física. Que sepamos, ningún otro ser del universo se plantea cuestiones como estas. Entonces… ¿somos una especie elegida? Quienes rechazan la existencia de un ser absoluto y trascendente niegan que los humanos tengan esa peculiaridad: la de ser elegidos por alguien que es sobrenatural. Desde un punto de vista científico, nada hay que objetar a esta negación metodológica, pues la ciencia no trabaja teniendo en cuenta causas sobrenaturales. El problema surge cuando se aduce que la ciencia es la única forma de conocimiento objetivamente válido. Este parecer ya no es una afirmación científica, sino filosófica. Y aún van más lejos aquellos que realizan un salto ontológico totalmente infundado cuando sostienen que los únicos entes que existen son aquellos que pueden ser conocidos por los métodos científicos. Una tesis de este calibre es una afirmación cuya verdad o falsedad se dirime mediante razonamientos filosóficos y no mediante análisis científicos.
Es bien conocido que sobre la entrada del templo de Apolo en Delfos podía leerse la inscripción: “Conócete a ti mismo” (nosce te ipsum). El cumplimiento de este imperativo ha llevado a los filósofos[1] (y a los teólogos) a reflexionar durante más de dos mil quinientos años sobre la naturaleza humana. Unas reflexiones, sin duda, importantísimas y de gran valor para poder profundizar en el conocimiento de nuestro propio ser. Pero... ¿y la ciencia? ¿Qué nos dice la ciencia sobre el origen y la evolución del hombre?
Sería un gran error que los filósofos y los teólogos se desentendieran de los resultados a los que llega la ciencia en las cuestiones aludidas anteriormente. Vivir de espaldas a este hecho difícilmente podrá reportarles beneficio intelectual alguno. Es imposible, por tanto, tener hoy en día una visión cabal de lo que es el hombre obviando lo que la paleontología humana nos ha enseñado en el último siglo y medio acerca de nuestro desarrollo biológico. Para poder entender mínimamente el valor y el significado de estos descubrimientos tan importantes es necesario ver, aunque sea muy brevemente, cómo se fue gestando el conocimiento científico sobre la evolución humana.
1. LOS PRIMEROS DESCUBRIMIENTOS
El Hombre de Neandertal
El punto de partida, el momento del nacimiento del conocimiento científico acerca de la evolución humana, podríamos situarlo en 1856; pues fue entonces cuando se descubrieron los primeros fósiles de humanos que acabarían siendo reconocidos como no pertenecientes a individuos humanos de nuestra especie. En efecto, en agosto de ese año unos canteranos procedieron a la voladura de rocas calizas en la cueva Feldhofer, muy cerca de Dusseldorf (Alemania); cuando revisaron los restos de ganga que habían producido las voladuras se percataron de que uno de ellos tenía adosado la parte superior de un cráneo (la calota o calvaria); así mismo, había otras partes del esqueleto postcraneal adheridas a estos desechos.
Desconcertados, los recogieron y se los enseñaron a uno de los propietarios de la cantera, el señor Wilhelm Beckershoff; quien, pensando que podría tratarse de huesos fosilizados de algún oso prehistórico se los regaló a un profesor local de ciencias naturales: el señor Johann Karl Fuhlrott, quien se dio cuenta bien pronto de que eran indudablemente humanos.
Fuhlrott decidió enseñar estos restos a un reputado especialista: Hermann Schaaffhausen (profesor de anatomía de la Universidad de Bonn). Por la morfología tan peculiar que presentaban, Schaaffhausen afirmó que debían pertenecer a una de las razas humanas más antiguas. Aventuró que, tal vez, podría tratarse de un bárbaro que vivió en el norte de Alemania unos cuantos miles de años atrás; es decir, antes de la llegada de las tribus celtas y germanas. En aquel momento todavía no se le ocurrió a nadie afirmar que estos fósiles pertenecieran a humanos distintos a los de nuestra especie, ya que no existía el marco conceptual para albergar una idea semejante.
Con el tiempo, aquellos fósiles serían atribuidos a una nueva especie humana: Homo neanderthalensis. Hoy sabemos que no fueron los primeros fósiles de neandertales descubiertos, pues, de hecho, en 1829 se encontraron varios restos humanos en la localidad belga de Engis. Entre ellos había uno, el denominado Engis 2, que pertenecía a un individuo infantil del mismo tipo del hallado en la cueva Feldhofer. Casi dos décadas después, en 1848, en la cantera de Forbes, situada...

Índice

  1. PORTADA
  2. PORTADA INTERIOR
  3. CRÉDITOS
  4. ÍNDICE
  5. PRÓLOGO
  6. PARTE I. LAS HUELLAS DE NUESTROS ORÍGENES
  7. PARTE II. EVOLUCIÓN Y CREACIÓN, EN LOS CONFINES DEL CONOCIMIENTO
  8. PARTE III. EVOLUCIÓN HUMANA: LOS ORÍGENES BIOLÓGICOS DEL SER HUMANO
  9. AUTORES