Millán-Puelles V
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Millán-Puelles V

Obras completas

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Este quinto volumen comprende el título Economía y Libertad (1974).Con un permanente horizonte metafísico, Millán-Puelles ha desarrollado una ontología del espíritu que investiga la articulación de las facultades superiores en la estructura trascendental del sujeto. Razón y libertad son temas de los que siempre parte y a los que continuamente retorna. La amplitud de su planteamiento filosófico le permite abrir su indagación hacia cuestiones específicas del ámbito económico, social o cultural, con lo que sus hallazgos antropológicos quedan contrastados en campos aparentemente ajenos a su ontología del ser humano. Su amplia bibliografía es clara muestra de la universalidad de sus intereses intelectuales, que cubrían la práctica totalidad del saber filosófico.

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Información

Año
2014
ISBN
9788432144165
Categoría
Literature
Categoría
Literary Essays

Economía y libertad
(1974)

Introducción

Este libro ha surgido del intento de esclarecer las «prioridades básicas o esenciales de la actividad socioeconómica». Inicialmente, su pretensión no fue otra que el examen de este importante problema, en apariencia muy delimitado o monográfico; pero al tratar de analizarlo y resolverlo, su complejidad real se ha ido mostrando, cada vez más explícita, en una abundante serie de problemas que, por su contenido y por su forma, han desbordado el marco de las pretensiones iniciales.
En general, el tema de las determinaciones económicas de la existencia humana replantea los problemas capitales de la antropología filosófica. Tales determinaciones, en efecto, no son meramente materiales. Aunque tienen que ver con la naturaleza material —y, por supuesto, con la índole animal— del ser humano, son, sin embargo, y justo en cuanto económicas, realidades humanas en la acepción más específica y formal. El puro y simple animal no tiene, estrictamente hablando, economía. Ni tampoco, en rigor, puede decirse de él que esté condicionado económicamente, si por ello se entiende lo que de un modo propio ocurre en cambio en el animal humano. La economía en general, y particularmente cada uno de los hechos que le atañen, implican las dimensiones superiores de la vida del hombre: por una parte, la lógica del raciocinio y del proyecto, y por la otra la posibilidad y el riesgo de elegir. Por esta doble y esencial implicación es por lo que en sustancia son complejas las determinaciones económicas de la existencia humana, incluso las más sencillas.
Antes que nada, la economía es el signo peculiar del ser humano, con su razón y con su libertad, en su modo específico de habérselas ante sus necesidades materiales. No se limitan éstas a «estar ahí», simplemente a través de los instintos; ni la forma en que el hombre les da satisfacción se reduce, tampoco, a los puros esquemas fisiológicos de la conducta animal. Por lo pronto, hay el hecho de unas necesidades que solemos llamar «artificiales». Su más profunda índole de síntomas, todo lo deformables que se quiera, del modo de ser del hombre, es crasamente ignorada por quienes sólo saben condenarlas en nombre de un ideal «cuasi zoológico» de la perfección y la virtud. Pero lo verdaderamente decisivo, mucho más que la realidad de las necesidades artificiales, es que a su vez las que se denominan naturales no se dan en el hombre igual que en el animal —como quien dice, in puris naturalibus—, sino impregnadas de fantasía y de libertad, y vividas de un modo intelectivo que se hace cargo de su significación. No se trata, por tanto, solamente de que el hombre tiene la aptitud de racionalizar los medios de que dispone para satisfacerlas. Ello también es cierto, pero supone algo más importante y primordial, a saber, que la manera en que las necesidades naturales nos acosan pasa a través de nuestro entendimiento, de suerte que percibimos esas necesidades como algo dotado de una significación inteligible.
Tras lo dicho, queda, por tanto, claro que la finalidad de la presente obra no es nada que se parezca a un estudio psicológico especial del denominado homo oeconomicus. El objetivo de la investigación que aquí se hace, puede, por el contrario, definirse como una contribución a la antropología general, en tanto que todo hombre se comporta, de una u otra manera, como un ens oeconomicum. Así, pues, la pregunta a la que continuamente se trata de responder a lo largo de todas estas páginas es la que se formula de este modo: ¿cómo es preciso concebir al hombre para explicarse el hecho de los condicionamientos económicos que en general le afectan? O con otras palabras: ¿qué es lo que en general hace posible, y a la vez necesaria, la índole económica del hombre como ser afectado por esas condiciones?
Sobre el alcance propio de esta pregunta hay que hacer una doble aclaración. La primera consiste en subrayar que la pregunta tiene su punto de partida en las determinaciones económicas de la existencia humana; de modo que es este hecho la situación desde la cual se interroga y, a la vez, lo que en definitiva hay que explicar como algo fundado en la específica índole del hombre. Pero, por otro lado —y ésta es la segunda aclaración—, también hay que advertir que el hecho del cual partimos es una situación «universal», en el sentido de no reducirse a unas determinadas condiciones, correspondientes a una circunstancia y sólo a ella. La situación a la que aquí nos referimos no es otra cosa que el denominador común de todas las situaciones en las que históricamente se da el hecho de estar en cualquier caso el ser humano económicamente condicionado. Por consiguiente, lo que aquí se va a hacer no es tampoco el estudio histórico de alguna etapa de la economía, ni nada que pudiera ser tomado como el «análisis objetivo» de una determinada sociedad desde el punto de vista de sus propios factores económicos. Todo ello, con ser sobremanera interesante y desde luego sumamente instructivo, no sólo se diferencia del problema que nos hemos propuesto, sino que lo dejaría sin resolver. Lo cual no quiere decir que en el presente libro se prescinda de algo tan decisivo como, según veremos, lo es la historicidad —no ya la concreta historia— de la vertiente económica del hombre. Tal historicidad está enlazada, por los más firmes vínculos, con la libertad del ser humano, de la que es expresiva. En suma: no la historia concreta que la economía tiene, sino el hecho esencial de tener alguna historia —la que fuere— es lo que en la economía hace de signo de la libertad propia del hombre (y no, por cierto, al margen de las determinaciones económicas, sino justamente a su través).
Por lo demás, el tema que dio ocasión a este trabajo (las prioridades fundamentales o esenciales de la actividad socioeconómica) tiene también su puesto en estas páginas (véase el Apéndice a la tercera parte). Desde la más amplia perspectiva que aquí se va a mantener, la cuestión de esas prioridades aparece enmarcada en un contexto que nos lleva a tomarla, ya inicialmente y a título de problema, como algo que el hombre se plantea en virtud justamente de su libertad. Baste por el momento la expeditiva consideración —posteriormente, habrá que ver la cosa más despacio— de que, si el hombre no tuviese libertad, no le podría ser ningún problema la ordenación de sus condicionamientos económicos. Éstos se limitarían simplemente a ejercer su vigencia, sin poder ponernos en el trance de tener que ordenarlos. Claro está que ese trance tampoco puede entenderse si se interpreta la libertad propia del hombre como un hallarse éste desprovisto de toda clase de condicionamientos económicos. La cosa es, en realidad, más complicada de lo que parecen creer los extremistas de uno y otro signo. Ni la libertad está exenta de condicionamientos, ni éstos suprimen toda libertad. Hay aquí como un juego, y una recíproca implicación, de ambos factores; y de ahí viene el problema. Igualmente, tampoco estriba la libertad en la exención de las necesidades a que atañen los condicionamientos económicos. Por el contrario, lo que sucede es más bien que la libertad propia del hombre no consiste en estar sujeto éste, únicamente, a un solo tipo de necesidades, sino en tener tal número de ellas, que en principio no hay nada que no pueda llegar a serle necesario. En este sentido hay que decir que también la libertad se da en el hombre como la abierta posibilidad de que todo le llegue a ser necesidad, resultando indiferente para el caso la distinción, anteriormente aludida, entre las necesidades naturales y las artificiales.
No le ocurre otro tanto al puro y simple animal. Las necesidades que hay en él son siempre determinadas, exactamente igual que el respectivo elenco de posibilidades. De ahí que le corresponda, en cada especie, un limitado haz de «posibilidades-necesidades», dentro del cual se queda como en una prisión. Por lo mismo, tampoco tiene economía, ni le hace ninguna falta. El quehacer económico no le es necesario ni posible. Naturalmente, la posibilidad de la economía va ligada también a la realidad de la lógica, en el sentido de la posesión de la capacidad intelectiva. Pero esta capacidad no es sólo el presupuesto y la raíz del libre albedrío del hombre, sino también, y a su manera, libertad, porque no enclaustra al hombre en ninguna parcela de la realidad, sino que le permite hallarse en principio abierto a cualquier forma de ser.
De ahí el título Economía y libertad, que encabeza esta obra y con el cual se apunta expresamente a la conexión de ambos factores en la realidad del ser humano. En una primera parte, que considera «el ámbito de la economía», la libertad de la que se va a tratar es la que hace posible la indefinida amplitud del horizonte de las necesidades humanas (frente al estrecho y siempre limitado repertorio de las necesidades del puro y simple animal). En la segunda parte, que versa sobre «la economía y el libre arbitrio del hombre», vuelve a aparecer la libertad, pero no ya en la acepción anteriormente descrita, sino en el sentido más frecuente, que es el de la capacidad de decidir. Finalmente, la tercera parte de la obra se hace cargo del tema de «la economía y la libertad moral», tomando la libertad en una acepción irreductible a las dos ya indicadas y que no expresa algo que ya esté dado con la índole específica del hombre, sino un bien que éste puede conquistarse.

PRIMERA PARTE
EL ÁMBITO DE LA ECONOMÍA

I. Las necesidades

1. LA INDETERMINACIÓN FUNDAMENTAL DE LA VIDA ECONÓMICA
La economía es ante todo un quehacer y, por lo mismo, una peculiar necesidad. Ello se debe, fundamentalmente, a que la vida humana está sujeta a unos apremios básicos e ineludibles, para atender a los cuales hace falta la conveniente administración de los recursos que han de ser empleados. De esta suerte, la economía se nos presenta como «una necesidad fundamentada en otras necesidades». Por si estas otras fuesen realmente pocas o no tuvieran la suficiente compulsión, resulta que hay además la necesidad en la que estriba el quehacer económico.
Esta especial sobrecarga que es para el hombre la tarea económica puede darse, igualmente, cuando lo que se trata de atender no es una insoslayable exigencia vital, sino tan sólo un deseo, o incluso un puro capricho. A los efectos, un motivo de esta índole puede llegar a ser tan poderoso como los más urgentes menesteres vitales. Sin embargo, y también desde la perspectiva de los hechos, no deja de ser cierto que esa verdad se ve mucho mejor cuando las necesidades primordiales se hallan convenientemente satisfechas y con alguna seguridad garantizadas. En esta situación, y sólo en ella, es cuando los más diversos móviles humanos pueden estar dotados de un poder compulsivo equivalente y, a su través, de una eficacia económica prácticamente idéntica. Y hasta puede ocurrir, si a tanto llegan la prosperidad y el desarrollo de un alto nivel de vida, que la economía cambie de signo y, de este modo, lo que fue un remedio a la indigencia se convierta en la forma de dirigir y encauzar la sobreabundancia. Todo esto es posible, y no solamente para un hombre o para un reducido número de ellos, sino también para una sociedad entera y verdadera. Tal es, por lo demás, el objetivo al que incesantemente tiende la economía, y no sería lícito negar que en parte —en algunas partes— lo ha logrado, aunque no siempre a gusto y plena satisfacción de todo el mundo.
La experiencia, tanto individual como social, nos atestigua que, a medida que unas necesidades van cubriéndose, surgen y se desarrollan otras nuevas, de suerte que nunca deja de existir un amplio margen de insatisfacción económicamente estimulante. Pero, en último término, la más urgente y radical necesidad del quehacer económico es la que viene de esas exigencias de la vida a las que el hombre debe proveer para poder subsistir. Que los deseos y hasta los simples caprichos tengan capacidad para poner en marcha la actividad económica es una verdad indiscutible y algo que a su manera nos descubre la indefinida virtualidad de nuestro espíritu, pero siempre sobre el supuesto de unas determinadas condiciones, la más común de las cuales es la de estar cubiertas las necesidades básicas o primarias.
Ahora bien, tanto esas necesidades primordiales, como la de cumplir la tarea económica, son realmente sentidas por el hombre a título de «suyas» en tanto que de algún modo se vinculan con la vivencia de la libertad. Sin oponerlas a ésta, no podemos vivirlas ni como humanas ni como necesidades. El «sentirse forzado» es imposible si la libertad, que es su contraste, no queda a la vez vivida. Con esto no se trata de probar —ni tampoco vendría a cuento en este sitio— que toda forma de vivir la libertad sea exigitiva de una cierta vivencia de la necesidad, aunque ello es sin duda lo que en el hombre ocurre, y de tal modo, que una y otra suerte de vivencias no sólo se reclaman entre sí, sino que mutuamente se esclarecen en virtud de su misma oposición. Pero no divaguemos. En realidad, lo que aquí importa antes que nada hacer patente, más que la conexión del libre albedrío del hombre con las necesidades que éste tiene y con los medios precisos para satisfacerlas, es un hecho previo a todo ello y sin el cual no tendría ningún sentido el hablar de esa conexión. Veámoslo en sus líneas principales, ciñéndonos concretamente a nuestro asunto.
De un modo originario o primordial, la economía existe, no porque el hombre se cree necesidades que le obligan a hacerla, sino porque, lo quiera o no, se ve en el caso de tener que atender a ciertas exigencias de su vida, cuya satisfacción es, sin embargo, realmente problemática. Desde una pura óptica determinista, la cosa es, en rigor, inconcebible. Todo el apremio del quehacer económico tendría que ser, si se le mira de ese modo, un puro galimatías, ya que consiste en «la necesidad de dar satisfacción a unas necesidades que no son satisfechas necesariamente»[1]. Sin embargo, tan cierto como que todo ello constituye un patente galimatías, es que éste, a su vez, expresa una efectiva realidad. La posibilidad de que lo necesario sea simultáneamente problemático pertenece, de un modo inseparable, a la génesis misma de la economía. Para que ésta aparezca, resulta por completo imprescindible que sea humanamente problemático lo que a la vez se nos muestra como humanamente necesario. Bastaría advertir esto para desechar en su raíz la insoportable pedantería del determinismo económico. Por lo demás, la economía implica la «esperanza» de que lo necesario sea posible, y en este aspecto viene a emparentarse con el quehacer del político. Pero ello mismo viene también a subrayar que la economía está basada en unas necesidades que no son rigurosa y estrictamente determinativas de la conducta humana. La lógica de la solicitud y del proyecto, en la que está encuadrado el quehacer económico, supone lo posible, en la misma medida en que se opone a lo absolutamente necesario.
Dicho de otra manera: para que la economía sea necesaria, hace falta que existan para el hombre ciertas necesidades; pero, a su vez, para que la economía sea posible, es menester que también sea posible para el hombre que esas necesidades suyas no se cubran. Cada una de ellas corresponde a alguna insuficiencia. Vivirla significa, propiamente, sentirse en la necesidad de remediarla. Mas no basta sentir esta necesidad o, mejor dicho, ese mismo sentir no es, por decirlo así, especulativo —un puro y simple ver—, sino esencial y enteramente práctico, es decir, un efectivo verse en una urgencia, para salir de la cual hay que hacer algo. Ahora bien, ese algo que es menester hacer no sale hecho de la sola tendencia que a él nos mueve, por intensa o vehemente que ella sea. No es un mero producto o simple efecto de la necesidad en que nos vemos. Cierto que esta necesidad es, a su modo, determinante de la conducta humana. Pero así como viene de alguna insuficiencia o indigencia, también es, por su parte, insuficientemente determinativa de lo que la puede superar.
Por donde quiera que se la mire, la economía se basa en la insuficiencia: no sólo en la de los medios, como acertada pero estrechamente suelen decirnos los economistas, sino también, y ante todo, en esa radical insuficiencia con que las mismas necesidades configuran su propia satisfacción. En virtud de esta fundamental insuficiencia, hacen falta, para que las necesidades en cuestión puedan ser evacuadas, dos tipos de complemento, uno en el hombre y el otro fuera de él: en el hombre, una cierta «autodeterminación»; y fuera de él, los «medios». Estos solos no bastan. Tienen que ser usados por el hombre, y usados precisamente de una cierta manera, que es también éste quien la ha de determinar. No cabe duda de que todo el aspecto «específicamente económico» de este problema viene, como se dice, de la escasez relativa de los medios. Pero ese aspecto específico no nos debe ocultar otro «genérico» que estriba en la mencionada insuficiencia con que las necesidades establecen el modo de remediarlas. Tal insuficiencia significa que a su manera esas necesidades son indeterminadas. No solamente no llevan consigo la «existencia» del hecho mismo de satisfacerlas, sino que tampoco nos prescriben, al menos exactamente, la manera o la forma —o sea, la «esencia»— que este hecho ha de tener. Sentir hambre es, sin duda, necesitar comer algo, pero esta necesidad no nos dice, en concreto, qué es lo que hay que comer, ni si lo hay, ni qué es lo que hay que hacer para encontrarlo, ni de qué modo hay luego que comérselo. La forma de satisfacer el hambre que se tiene no está rigurosamente establecida por esta necesidad, y, en consecuencia, debe decirse de ella que es, en algún sentido, una necesidad «vaga» o «abstracta», definible tan sólo de un modo cuasi genérico por su referencia al «alimento en general». Y otro tanto sucede, por ejemplo, con la necesidad del vestido, de la vivienda, etc., etc.
Todos los ejemplos mencionados se dan dentro del ámbito de las necesidades básicas o primarias. De ellas vamos a ocuparnos en seguida con el fin de analizar y describir la relativa indeterminación con que efectivamente las vivimos. Tal indeterminación es libertad, pero no exclusivamente en el sentido del libre albedrío humano, sino en una forma previa a éste: a la manera de una cierta holgura que, negativamente, debe ser definida como una «indefinición». Respecto de las necesidades de que hablamos, nuestro libre albedrío se constituye como una capacidad que el hombre tiene de autodeterminarse, pero esta capacidad presupone, a su vez, que esas necesidades no nos determinan por completo, y ello por la esencial y decisiva razón de que no son, de suyo, unas necesidades unívoca y enteramente determinadas.
Tenemos, no cabe duda, una «naturaleza», una physis, y la prueba de ello nos la dan esas necesidades, que no son, desde luego, un puro invento nuestro. Pero tampoco cabe ninguna duda de que esa naturaleza que tenemos nos complica la vida y nos crea problemas —entre ellos, los económicos— por ser, hasta cierto punto, una aóristos physis, una «naturaleza indefinida»[2]. Esto, que es lo que ya decía Anaximandro respecto del principio permanente de todos los cambios físicos, se da a todas luces en el hombre y constituye algo imprescindible para explicarnos que, entre otros menesteres, haya también, para él, los que denominamos económicos.
2. LAS NECESIDADES BÁSICAS O PRIMARIAS
El modo en que la economía se relaciona con nuestras necesidades no es directo, sino indirecto o mediato, lo cual explica que esta conexión sea bastantes vece...

Índice

  1. Comité editorial
  2. Portadilla
  3. Índice
  4. Antonio Millán-Puelles. Obras completas
  5. Economía y libertad(1974)
  6. Créditos