Trauma y transmisión
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Trauma y transmisión

Efectos de la guerra del 36, la posguerra, la dictadura y la transición en la subjetividad de los ciudadanos

  1. 202 páginas
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Trauma y transmisión

Efectos de la guerra del 36, la posguerra, la dictadura y la transición en la subjetividad de los ciudadanos

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Este libro es una selección de artículos basados en la investigación "Trauma y Transmisión en las generaciones", primer estudio empírico cualitativo en el campo del psicoanálisis y la salud mental sobre los efectos de la guerra del 36, la posguerra, la dictadura y la transición, y publicados en Quaderns de Salut Mental.En ellos se intenta comprender de qué manera la historia violenta de un tiempo y un lugar se introdujo en la vida y en el destino de los sujetos y cómo se ha transmitido a las diferentes generaciones la inscripción simbólica de esos hechos históricos, a la vez que se plantea interrogantes sobre su incidencia en la subjetividad de nuestra época. Hablar y escribir sobre los traumas provocados por el horror que ha significado la catástrofe social, es un intento de producir efecto de transmisión: advertir y prevenir sobre la repetición de cualquier tragedia.

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Información

Año
2014
ISBN
9788499538723
Edición
1
Categoría
Psicología

Sujeto, trauma y duelo

Violencia, trauma y duelo

Teresa Morandi
Durant molts anys calia estar molt pres d’una indignació incoercible i d’una fermesa d’ Antigona per reclamar una tomba digna pel vençut.
Pere Folch Mateu
La cuestión será…cómo tratar la violencia del trauma para que la trama de la vida del hombre no se vea enteramente domeñada por la crueldad en cualquiera de sus formas: la agresividad, la venganza, el odio, el resentimiento, etc.
Francisco Pereña

Sobre la violencia

En la historia del pensamiento humano ha existido siempre la interrogación por el origen de la violencia y es por tanto una categoría tan amplia que se puede enfocar desde diferentes discursos pero, la que nos ocupa ahora, es la que está en la base misma del vínculo social: una violencia ejercida por un humano contra otro humano
Podemos intentar definirla como el ejercicio de un poder o de una fuerza sobre personas, instituciones o grupos, que intenta provocar un cambio en el otro a partir de una imposición. El exceso, desemboca en destrucción, en crueldad, en el deseo de aniquilar al otro percibido como diferente.
En el psicoanálisis, para abordar los fenómenos de violencia, diferente a agresividad, tenemos que remitirnos al concepto de pulsión de muerte. Freud y otros autores están de acuerdo en que la violencia es inherente a la condición humana por la tensión entre el sujeto (sus pulsiones) y la cultura (contener, reprimir las pulsiones), y la propia tensión en el sujeto mismo. La marca de esta discordia no es innata sino producto de las relaciones humanas de poder. Hace difícil el logro de cierta armonía y algunas veces lleva al desastre.
Pierre Benghozzi (2009, 2011), psicoanalista que ha estudiado durante años traumatismos catastróficos que afectan a comunidades enteras (Ruanda, ex Yugoslavia, sobrevivientes de la Shoah), comprueba la extrema frecuencia de mecanismos de repetición de síntomas de violencia, de generación en generación, que atentan contra la trama de contenidos grupales, familiares y comunitarios.
En base a su experiencia clínica, afirma que toda violencia es destructiva, desestructurante y mortífera, incluso si no se manifiesta más que mediante palabras.
Aunque ella sea física, psíquica o sexual es una efracción (fractura) intrusiva, porque atenta contra la integridad del semejante; es desubjetivante y ataca al lazo psíquico de filiación y de afiliación.
En esta línea Janine Puget (2006) plantea la violencia social como una manifestación disruptiva, que establece o refuerza el desamparo, anulando al más débil. Se basa en una transgresión de la ley y, en consecuencia, anula al sujeto deseante al afectar su capacidad de simbolización, su comprensión y las representaciones psíquicas. A la vez, es desarticulada la red social, predominando el vínculo de amo-esclavo. Estos últimos son considerados sin derechos.

Sujeto y trauma

Para un sujeto y su acceso a la construcción subjetiva, el grupo humano básico es la familia y/o figuras sustitutas que tiene como función forjar una trama simbólica de ideales, afectos, permisos, prohibiciones, bagaje necesario para acceder a la cultura —civilización— y a la relación con los otros.
El psiquismo se constituye y desarrolla en el vínculo (inter) subjetivo, lo que nos lleva a considerar lo psíquico como lo social subjetivado, mediado por lo inconsciente.
Naceríamos desamparados si no fuese porque somos recibidos en algún vínculo, y esto tiene en sí valor traumático dada la inmadurez e indefensión de la cría humana, que comporta la completa dependencia de Otro, determinando a la vez la potencia de su posible arbitrariedad e impunidad.
Es una situación de total sumisión y vulnerabilidad, comparable con el sentimiento de impotencia absoluta que se despierta ante una catástrofe.
Ciertamente es un proceso complejo para el psiquismo humano, que ha de pasar de la alienación a la separación, en su constitución como sujeto. Lo traumático es pues constitutivo del psiquismo y éste ha de elaborar aquello que le llega, simbolizarlo.
Esta vulnerabilidad/fragilidad propicia que, a cualquier sujeto, en cualquier momento de su vida, sea posible dejarlo sin amparo (sin recurso de amparo) y reducirlo a ser una sombra, una cosa.
Como terribles ejemplos en lo social observamos la Shoah y sus supervivientes, los estragos de la guerra del 36 y la dictadura franquista, los desaparecidos de América Latina, las represalias, los exilios. Asimismo la ideologización y consecuente estigmatización de la enfermedad mental. En nuestra actualidad, Guantánamo, Gaza, los centros de detención para inmigrantes, la vigencia de la tortura y el terror, nos muestran que no es sólo un momento histórico que ha pasado, sino que resta vivo en la cotidianeidad.
Primo Levi (1947), que vive el horror de Auschwitz, y sabe del aplastamiento subjetivo es muy claro cuando asegura que «nuestra personalidad es frágil, está mucho más en peligro que nuestra vida».
¿Y por qué este peligro? Podría decirlo de muchas maneras, pero recurriré al Malestar en la cultura, escrito en 1930, momento álgido en que se entreveía el ascenso al poder de Hitler y del antisemitismo en Austria y Alemania, aunque aún el siglo XX no había mostrado todos los actos y atrocidades de la barbarie.
El psicoanalista vienés —siempre interesado en relacionar el funcionamiento de la psique humana con la cultura— concluye que nuestros mayores sufrimientos provienen de la relación con los semejantes, fuente principal de desdicha y malestar.
Y alerta sobre les tendencias agresivas que anidan en cada uno de nosotros perturbando la relación con ellos:
El prójimo no representa únicamente un posible colaborador y objeto sexual, sino también la tentación de satisfacer en él su agresividad, ocasión para explotar su capacidad de trabajo sin retribuirle, para aprovecharse sexualmente sin su consentimiento, para apoderarse de sus bienes, humillarlo, ocasionarle sufrimientos, martirizarlo y matarlo.
Esta afirmación tan cruda de Freud es de una vigencia fuerte porque, en pleno siglo XXI, reconocemos los traumas que derivan de diferentes guerras y diversos estados de violencia social, a las que se suman la del régimen laboral, de la marginalidad social y la pobreza; la violencia de los fundamentalismos —pensamiento único— de todo tipo; la violencia del deterioro de la salud de las personas y del planeta, de la educación y un etcétera tan largo que no alcanzaríamos a enumerar.
Y por supuesto esto aparece en nuestra clínica: maltrato a la mujer, a los niños y entre ellos, a los adolescentes, en el trabajo… y lo hemos escuchado en muchos testimonios de la guerra y posguerra.
En general, los grupos humanos se consolidan a través de vínculos de amor, pero si los inevitables componentes de odio se depositan en un otro diferente, éste pasa a ser el destinatario de violencias y agresividades: los judíos para los nazis, los republicanos para los franquistas… y puede impulsar a eliminar al otro considerado como una escoria, un desecho.
Citemos a Levi, nuevamente: «Es no humana la experiencia de quien ha vivido días en que el hombre ha sido una cosa para el hombre».
Si bien esta vivencia de haber sido reducido a ser una cosa para otro es terrible, no es inhumana, ya que dicha condición incluye —mal que nos pese— lo que hay de inhumano en los seres humanos o, en algunos de ellos. Es el goce como exceso, es decir la satisfacción de la pulsión más allá del principio de placer.
Hannah Arendt (1963) llamó «banalidad del mal» a esa experiencia siniestra, colocándola, no del lado de lo excepcional, de lo inhumano, sino reconociendo la dimensión profundamente humana de la crueldad, entretejida con la cotidianeidad, en la rutina de simples funcionarios. El mismo Levi, en 1976, reconoce que «los más peligrosos son los hombres comunes, los funcionarios dispuestos a creer y obedecer sin discutir…»
Solemos encontrarnos con la tendencia a negar estos aspectos oscuros del humano: la barbarie, el horror. Pensemos en tantos judíos que no huían porque se mostraban incrédulos frente a la impiedad de los nazis: «Nosotros no lo sabíamos».
O aquellos que dejando drama aquí encontraban infierno allí: campos de concentración en Francia… o quienes volvían creyendo en la consigna del dictador «no tenían las manos manchadas de sangre» y eran tomados prisioneros o fusilados.
Negarlo ayuda a la confusión —los buenos y los malos— y dificulta la convivencia en común. Descreer de la crueldad del humano es desconocer las fuerzas pulsionales del otro y ocultar las propias. (Eros y Tánatos).
Ese descreimiento es «melancolizante» porque provoca inhibición e impotencia para crear nuevas alternativas a la vez que las desmentidas y la melancolización acarrean violencia. (Goldstein, 2007)
Por lo tanto, si hablamos de la violencia productora de situaciones traumáticas, hemos de contemplar que estos fenómenos de desencadenamiento de la pulsión de muerte no son ajenos a la condición humana, ni son sólo cuestiones del pasado.
Estar advertidos, tenerlo en cuenta, puede evitar caer en la repetición mortífera de hacerle al otro lo que hemos padecido, y propicia el «poder quitarle al odio y al resentimiento el carácter de repetición eterna». (Korman, 2009).

Sobre la repetición

El concepto de pulsión de muerte que tiende a la destrucción —barbarie— opuesta a la pulsión de vida que aboga por la cultura —civilización— es teorizado por Freud (1920) a partir de descubrir la compulsión a la repetición, que contradecía la teoría del principio del placer. Ambas pulsiones no hacen un par com...

Índice

  1. Cubierta
  2. Créditos
  3. Portada
  4. Dedicatoria
  5. Presentación
  6. Introducción
  7. Memorias
  8. Sujeto, trauma y duelo
  9. Testimonios
  10. Literatura y trauma
  11. «Hacer» memoria: lo que aún queda por hacer
  12. Sobre los autores