Amanece, permanezco en silencio oyendo el suave murmullo aleteador de algunos insectos así como el gorgojeo de un sinfín de pájaros, la mayoría menudos y escondidos entre las copas frondosas y verduzcas que diviso desde el jardín.
No había podido dormir y mientras pienso en ello, un suave frescor me hace sentir escalofríos y notar que había salido solo con el camisón verde de puntillas que hace mucho tiempo me había hecho mi madre, ¡para qué recordarlo¡, había pasado tanto tiempo y me era tan difícil olvidar...
Eran otros tiempos...
Ya había amanecido, parecía que iba a hacer un buen día, la temperatura era suave y cálida. Absorta en lo que me rodeaba, empezaba a oír algo de ruido en la casa. Quizá eran Maggy o Rut que de buena mañana estaban preparando unos sabrosos emparedados junto al café que desprendía ese aroma siempre identificado con mi infancia; quizá era de las pocas cosas que recordaba con mas nitidez: mi padre sentado en su butaca con esas botas enormes de montar a caballo con las que parecía dominar el mundo; mi madre envuelta en su toquilla, siempre algo pálida y ojerosa, su salud nunca había sido buena sobre todo a partir del nacimiento de mi hermano, pero a pesar de ello le gustaban las cosas muy bien hechas, demasiado estricta y exigente con todos y sobre todo conmigo...
Mi hermano Guillermo era mayor que yo unos pocos años, era rebelde y altivo como mi padre y solo pensaba en adquirir fortuna y poder para ser alguien importante. Yo sin embargo era frágil, e inconformista. Introvertida en mis cosas pero soñadora inimitable en el mundo que me pertenecía y en el que casi nunca dejaba traspasar la frontera a nadie.
Así éramos en aquellos años en los que con el paso del tiempo quedan impregnados mil y un recuerdos vagos, dispersos, escondidos, siempre latentes y esperando el momento de aflorar.
Mientras tanto, la casa ya tenía el alboroto propio de la mañana y me apresuré a volver a la habitación. Así pues entré por la puerta de atrás con sigilo, me deslicé suavemente oyendo las órdenes de mama a las cocineras y entreabrí la puerta que daba paso a la escalera de madera y mármol para subir a los dormitorios. Una vez en mi cuarto respiré, me dispuse a empezar la jornada, pensando que mama no tardaría en llamar a mi puerta para que me levantara.
Así estaban las cosas, hacía días que no dormía muy bien, me despertaba a menudo y me costaba conciliar el sueño, a veces optaba por salir al jardín y quedarme impasible como una estatua, a la espera de algo inesperado, que acabara con esa sensación o simplemente que me hiciera sentir bien conmigo misma.
Al rato oí a mama que me llamaba a lo que me apresuré a decirle que ya casi estaba dispuesta. En casa mamá y papá eran muy metódicos y les gustaba desayunar a la misma hora en compañía de sus hijos.
Todo estaba dispuesto y ya estaban mi padre y mi hermano en el comedor hablando de sus cosas mientras yo bajaba presurosa las escaleras para aproximarme a ellos...
A través de las amplias ventanas del comedor se apreciaba un día espléndido; eran mis vacaciones y me disponía a pasarlo estupendamente a pesar de que la convivencia en casa solo era soportable y ya hacía algún tiempo que habíamos optado por ir a vivir separados de nuestros progenitores. Ellos no lo comprendían, pero debían asumirlo.
Yo realmente, necesitaba unos días de descanso porque estar en el periódico conlleva mucha tensión y ansiedad, por otra parte hacía tiempo que no veía a mis padres y pensé que a pesar de todo estaba en deuda con ellos y porque no decirlo, les quería y mucho.
Y aquí estaba junto a mi familia tomando los emparedados que Maggy seguía haciendo a pesar de estar ya algo torpona y escuchando los asuntos de mis padres relativos al ganado y los caballos, su orgullo y devoción. Todos absortos cuando él hablaba, pues mi madre era adoración lo que sentía por él y ya desde pequeños atender a mi padre era lo realmente importante. Durante el almuerzo dialogamos sobre algunas cosas, me preguntaron sobre mi vida y el trabajo, en alguna ocasión habían leído algún artículo mío en el periódico, yo lo sabía, no estaban demasiado conformes con su hija, su forma de ver la vida y de actuar, tan ácrata, inconformista y rebelde cuando escribía y sin embargo ante ellos, en nada hacía aparecer ese carácter y personalidad.
No obstante se identificaban con mi hermano ya que tenía las ideas mas claras y la cabeza en su sitio, palabras de mi padre. Se dedicaba a la bolsa y por supuesto todo lo relacionado con los bancos, su afición y deporte favorito era ganar dinero y tener prestigio. ¡Que poco nos unía a mi hermano y a mí!
La mañana se presentaba con abundantes recursos de entretenimiento. Hacer compañía a mi madre en sus directrices domésticas era algo que no me apetecía, sin embargo, decidí prestarle un rato de atención teniendo en cuenta que para habituarse a algo nuevo hay que dedicarle tiempo y paciencia. Una vez que mi madre acabó con sus quehaceres organizativos, se retiró a sus aposentos y yo me dispuse a recorrer la casa y los alrededores, pues necesitaba evocar las palabras perdidas, los nidos ocultos, los olores ya marchitos después de tanto tiempo. Sentía deseos de olfatear, mirar, probar, observar como un cachorrillo juguetón cuando le dan espacio y rienda suelta para jugar...
La casa permanecía exactamente igual que cuando era niña; las cortinas un poco mas desvencijadas y descoloridas, en las paredes y techos se apreciaban unas incipientes grietas como anunciando que todo en la vida va marchitando y nada queda inmune. De pequeña me gustaba sentarme siempre en una butaca de tonos pálidos aterciopelada al lado de mi padre ¡me infundía tanto respeto! Cuando me sentaba en ella parecía que me cogían en brazos y me adormecían. ¡Tenía un encanto especia!
Si en algo notaba mas el paso del tiempo era en la alfombra, ¡había ya tantas pisadas!, recordaba como cada año mi madre daba las pautas para que al hacer limpieza general, ambas Rut y Maggy, se metieran a fondo con las alfombras pero especialmente la de la sala, ya que pasábamos la mayor parte del tiempo allí, haciendo nuestros quehaceres o simplemente escuchando las noticias de esa radio que todavía hoy funciona y que al oírla se perciben unos chasquidos o interferencias como si nos dijera que sufre una lenta pero inexorable agonía..., ésta, junto a la alfombra habían sido testigo mudo de mi existencia. Podría decirse que estaban todos los años de mi infancia impregnados, sellados a través de esos menudos pies que siguieron pisándola una y otra vez haciéndose mayores hasta que decidieron ignorarla y marchar a otros lugares.
Seguía recorriendo las habitaciones con esa nostalgia y ensueño que te hace aflorar unas lagrimillas que siempre permanecen cerradas en su cajita de cristal y sólo se abre cuando una emoción o sentimiento cálido te envuelve y te empaña lentamente, dejándose ver si tapujos ni oculteces.
La cocina aún tenía aquel aroma tan particular, con sus baldosas en el suelo, las cacerolas ya desgastadas apiladas y formando un cuadro en la pared. El horno y la encimera mama los había cambiado, pues hacía tiempo que se habían estropeado y Maggy se quejaba constantemente. A través de las ventanas rectangulares se apreciaban aquellos árboles frondosos y al fondo el pequeño riachuelo en el que tantas veces Guillermo y yo hemos chapoteado y jugado hasta volver a casa empapados y recibir la susodicha riña de turno...
La gran mesa cuadrada negra y blanca ocupaba en la cocina el mismo lugar que antaño. Encima de ella seguía disponiendo Maggy a su albedrío las verduras, cazuelas, cuchillos y trozos de carne que iba arreglando y echando en la suculenta olla de la que solo oliéndola, te abría el apetito.
El comedor salón era una gran sala muy austera y reservada solo para grandes ocasiones; recuerdo que de pequeña me impresionaba solo con acercarme a ella, ni siquiera me atrevía a entrar en aquel recinto, sus paredes estaban revestidas de majestuosos cuadros, muchos eran de nuestros antepasados, pues a mi padre también le gustaban las colecciones.
El grandioso reloj de pared parecía impasible ante el paso del tiempo; seguía dando los cuartos puntualmente para que nadie pudiera desprenderse de esa atadura que supone el tiempo.
Las alfombras permanecían intactas, con ese olor característico a naftalina que procuraban ponerles a pesar del poco uso que les daban. Una enorme biblioteca ocupaba una pared de la habitación. Ya de mayorcita pasaba largas horas absorta entre estos libros ojeando sus tapas y láminas, y devorando alguno cuando realmente me interesaba. Todos los muebles eran clásicos y con estilo. ¡Siempre me ha gustado el gusto que ha tenido mi madre para las cosas de casa...!
Por último las habitaciones, que estaban en el piso de arriba, eran todas muy soleadas y amplias. Tenían una gran armariada y las vistas eran espléndidas; desde allí se veía, en los días claros, hasta el campanario del pueblo.
Mi cuarto era mi refugio y mi lugar secreto, había sido mi cómplice en mis devaneos, en mis tristezas, alegrías... lo compartíamos todo, sus paredes me habían escuchado aún sin yo quererlo, era mi baúl secreto, mi caja de Pandora.
Mi estancia en la casa me traía grandes recuerdos, sin embargo, me había acostumbrado a mi vida propia y un poco solitaria.
Mi hermano Guillermo era muy diferente. Le agradaban las fiestas, los coches, alternar con chicas y lucirlas, para él todo se basaba en el dinero, con él quería conseguirlo todo y eso fue lo que me propuso esa tarde, cuando me encontraba en el jardín saboreando el dulce frescor de la tierra cuando ha recibido una lluvia bondadosa y constante...
—¡Querida hermana! —y en esa sonrisa se apreciaba un tono irónico... —He pensado que podríamos dedicar nuestros bienes a una importante inversión..., —mientras él hablaba, me imaginaba toda su historia. Lo necesario de nuestra unión comercial, mi gran tacto y diplomacia para conseguir algo, el gran estímulo y colaboración por su parte...
Entonces me sorprendí a mi misma diciéndole un no taxativo y rotundo, Guillermo me sonrió y dijo:
—¡Espera hermanita que termine de hablarte!
Siempre que me llamaba hermanita, recordaba cuando de pequeña me sentía tan manipulada y cómo dominaba la situación porque su hermanita siempre estaba por detrás de su poderosa inteligencia así como de su corpulenta y equilibrada figura.
No podía comprender como a mi hermano le gustaba ser un divo... y así fui convirtiéndome en su sombra y él creciendo en arrogancia y deseos de poder, mientras mi vida se limitaba a odiar el mundo que a él le agradaba.
Mis padres admiraban a mi hermano porque según ellos sería un hombre de provecho, mientras que yo imbuida en mis asuntos utópicos e ideales seguía pensando que el mundo podía cambiar, que las cosas no son inamovibles y que la lucha por lo que crees nunca hay que abandonarla.
Guillermo se quedó sorprendido pues, aunque me había expuesto con claridad su plan, no comprendía cómo no estaba interesada en ganar mucho dinero tan fácilment...