Rómulo histórico
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Rómulo histórico

La personalidad histórica de Rómulo Betancourt vista en la instauración de la República popular representativa y en la génesis de la democracia moderna en Venezuela

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La personalidad histórica de Rómulo Betancourt vista en la instauración de la República popular representativa y en la génesis de la democracia moderna en Venezuela

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"Rómulo histórico" constituye un ensayo de interpretación de la personalidad histórica de Rómulo Betancourt en la génesis e instauración de la democracia moderna en Venezuela. El propósito expreso de su autor no es el de componer una biografía personal, sino el de contribuir al conocimiento de la personalidad sociopolítica de Rómulo Betancourt, cuya significación –sostiene– será mejor apreciada al enfocársela en el largo período histórico. Germán Carrera Damas se propuso poner de relieve el rasgo que considera más expresivo de la personalidad histórica de Betancourt, a quien no vacila en denominar padre de la democracia moderna en Venezuela o –como prefiere llamarla– de la democracia a la venezolana. Este rasgo consiste en haber reunido, en el curso de una vida de militancia democrática y de creatividad ideológica, las potencias intelectuales y espirituales requeridas para sintetizar, en el suyo, el pensamiento de quienes –en el país y en el exilio, en Venezuela y en Hispanoamérica– buscaron el camino hacia la libertad, búsqueda en la que persistió hasta llegar a formular las bases doctrinarias y los criterios estratégicos y organizativos necesarios para la fundación de la república liberal democrática en Venezuela.

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Información

Año
2017
ISBN
9788417014384

PARTE XII.
La personalidad histórica de Rómulo Betancourt: el balance historiográfico y el de sí mismo

Pero los motivos y los propósitos reales en los sucesos no son con frecuencia los que se presumen en las historias que simplemente los exaltan. Los partícipes en un acontecimiento también, con frecuencia, van descubriéndose a sí mismos, en un impulso no limitado por los ocasionales motivos de su rebeldía. O bien es el adversario quien consagra el significado de ella.
MANUEL CALVILLO, «Prólogo». Servando Teresa de Mier,
Cartas de un americano. 1811-1812, p. 12
Esta organización hará historia. Y llegará la hora –lo digo sin jactancia, con una profunda convicción– en que se reconozca cómo no ha habido en nuestra vida social, después de la gesta militar de la Independencia, nada comparable a la gesta civil cumplida por este partido.
«Actividades del Partido Acción Democrática». Diario Ahora, 5 de septiembre de 1941.
Rómulo Betancourt. Antología política, 1936-1941
, vol. II, p. 572
Y tú serás siempre, siempre, el foco de convergencia de los impulsos de la hidra retoñada.
Carta de VALMORE RODRÍGUEZ. Nueva York, 19 de diciembre de 1952.
Rómulo Betancourt. Antología política, 1958-1952, vol. V, p. 667
Me ha parecido realista y coincidente con tu ideología la posición asumida frente a la cuestión comunista. Ser claro y decir que nada se quiere con esa gente, sumisa a la consigna importada, es un deber hacia nuestros pueblos. Otros adoptan una posición en ese sentido por oportunismo internacional. Pero allá ellos con su actitud: la nuéstra [sic] es ótra [sic]. En ese aspecto, mi experiencia de gobernante es muy significativa. Habíamos peleado durante más de quince años con los comunistas, y el pleito continuó cuando llegamos al gobierno. Hubo una especie de división del trabajo: la derecha reaccionaria minaba sectores del ejercito [sic], para empujarlos a la subversión; y los comunistas hacían cuanto estaba en sus manos para quebrantar la fé del pueblo en su gobierno.
Carta de RÓMULO BETANCOURT a Ramón Villeda Morales, recién electo Presidente de Honduras, de 20 de octubre de 1954
La de Rómulo Betancourt fue una vida histórica agitada, hasta el punto de que probablemente resulte difícil hallar en ella espacios carentes de relevancia. La diversidad y la intensidad de las situaciones que atravesó obligan a tamizar esa vida, aplicando un sentido histórico crítico que pueda separar lo altamente significativo de lo menos altamente significativo; si es que tal formulación resulta admisible para el lector crítico.
Al tratar de la significación histórica de Rómulo Betancourt debe tenerse presente que su legado se corresponde con la valoración de su personalidad histórica, por cuanto en él se halla sintetizada la trayectoria de quien, venciéndose a sí mismo, y superando toda suerte de obstáculos, ha llegado a merecer que se le denomine Padre de la democracia moderna venezolana. Es oportuno subrayar, sin embargo, que la perdurabilidad de ese legado sobrepasa la significación de un acto fundacional. Su alcance persiste como término histórico referencial, y como fuente de inspiración, de posiciones ideológicas y políticas vigentes.
En esta condición se manifiesta el hecho de que tal legado resulte del enfoque crítico de las ideologías; del ejercicio creativo y pedagógico de la política y del desempeño del Poder Público; y de la concepción creadora de objetivos. Estos fueron servidos por una conducta de líder, dirigente y estadista, que mantuvo el rumbo hacia las más altas metas. Lo hizo en función de la genuina vivencia del patriotismo; entendida esa vivencia como consagración a la instauración de la libertad y a la procuración del bienestar democrático integral de la sociedad venezolana, con especial cuidado por sus sectores hasta entonces dramáticamente marginados.

El legado histórico de Rómulo Betancourt, líder, dirigente y estadista

El legado histórico de Rómulo Betancourt, como líder, dirigente y estadista, cabe apreciarlo atendiendo a tres constantes de su personalidad histórica; y a la conjunción de ellas. Fueron: la ruptura creativa con tendencias y prácticas sociopolíticas, establecidas o en trance de serlo; el cumplimiento ejemplarizante de la dirección partidista; y la práctica de la concepción pedagógica del ejercicio de la política y del desempeño del Poder Público. La acción de esas constantes confluyó en una concepción programática de la democracia moderna para Venezuela; en la formulación de una estrategia para llevarla a su realización; en la formación del aparato partidista requerido para ello; y en la determinación ejemplarizante de estimular al pueblo para que realizase el rescate de sí mismo y de sus valores. En suma, en el diseño y aplicación de estrategias y tácticas eficaces que pusieron en marcha la que su autor denominó la revolución democrática y también la revolución evolutiva.
La comprensión histórica del legado así conformado, obliga a ubicarlo en un contexto sociocultural y político que generó dos determinantes básicas de la percepción, por Rómulo Betancourt, del escenario en el cual se desarrolló lo fundamental de su actuación histórica. La primera de esas determinantes fue la escasez, no menos que la precariedad, de la información relativa a ese escenario, de que dispuso, casi hasta mediados de la década de 1940; y luego, desde 1948 hasta 1958. La casi ausencia de estadísticas, y el monopolio gubernamental de la muy cuestionable disponible, afectaron necesariamente su percepción de la realidad de los procesos, particularmente de los de orden socioeconómico, amén de los de naturaleza política. Hasta el punto de que su toma de decisiones refleja una fuerte dosis de inspiración programática. La segunda determinante nacía del hecho de que su intelecto, empeñado en el esfuerzo de percepción de lo real, libró una esforzadísima lucha por enriquecerse científica y culturalmente; y por actualizar críticamente su forzado empirismo. ¿Quizás fuese esto último el resorte, secreto y eficaz, de la creatividad crítica de Rómulo Betancourt? En suma, un conjunto de factores que parecen restar viabilidad a la posibilidad de aplicar los criterios de acierto y desacierto, a la valoración de la actuación histórica de un hombre que tuvo que hacer más preguntas a su experiencia personal y a la Historia, que al saber científico sistematizado y al conocimiento fáctico de la realidad por él primordialmente considerada.
El propósito de romper con tendencias y prácticas sociopolíticas establecidas había servido de coartada para el ejercicio de modalidades más o menos ilustradas de autocracia. Quizás haya sido la personificada por el Gral. Antonio Guzmán Blanco la más representativa de ellas. Procuró implantar, de manera autoritaria, medidas y disposiciones tendientes a liberalizar y modernizar la sociedad. Dadas sus precedentes referencias escritas a la democracia, parecería posible atribuirle al general participación en la formulación del Decreto de Garantías, dictado por el Gral. Juan Crisóstomo Falcón, el 18 de agosto de 1863, cuyo único considerando no se halla muy distante de los postulados fundacionales de la República liberal democrática[14].
La diferencia, insalvable, entre ambas expresiones de inspiración democrática, radica en que al Decreto de Garantías le siguió una suerte de actualización principista de la ya instalada República liberal autocrática. Esta fue llevada a su más alto nivel de formalidad, antes de naufragar en la dictadura liberal regionalista, sembrada por el Gral. Cipriano Castro. Representando un radical contraste, la dedicación de Rómulo Betancourt a la democracia moderna fue regida por su concepción pedagógica de la política y del desempeño del Poder Público, practicada en la formación de un partido político y en la dotación democrática básica de una sociedad que estaba configurada, en el momento cuando él hizo su ingreso consciente a la vida política, con arreglo a patrones de generalizado y arraigado atraso sociopolítico, manifiestos en el autoritarismo de las autoridades y el sometimiento de los ciudadanos. En este doloroso resultado habían operado y seguían haciéndolo, confabulados y confundidos, el latifundismo y el militarismo, integrados en el caudillismo. Contra este enemigo inmediato de la democracia moderna apuntó sus baterías Rómulo Betancourt, librando una lucha decidida, hasta el punto de que su acción política se halla vinculada con la erradicación de esa plaga.
Condicionando estos empeños corre, como criterio diferenciador respecto de un pasado que tendía a perpetuarse, la formulación y práctica de una nueva ética política: la concebida para la República liberal democrática. Esta ética política alienta propósitos fundamentales y específicos. En primer lugar, y como escenario indispensable para el disfrute de la libertad, estipula el compromiso de erradicar el ejercicio arbitrario, y jurídicamente irresponsable, del Poder Público. En segundo lugar, cuida de la legitimidad del fundamento legal del Poder Público, aboliendo el principio de autoridad y el denominado jefecivilismo. En tercer lugar, practica el ejercicio transparente del Poder público, mediante la consulta a la opinión pública libre, valorada como consubstancial con el ejercicio de la Soberanía popular, en la formación del Poder Público. En cuarto lugar, monta celosa guarda de la institucionalidad democrática en las instancias de la formación, el ejercicio y la finalidad del Poder Público. Y en quinto lugar, sitúa la responsabilidad política y personal del gobernante como base de su obligada ejemplaridad ciudadana; quedando claro que el ordenamiento de estos enunciados no significa precedencia ni ubicación jerárquica, sino desagrega su orgánica interrelación.
La enseñanza de la democracia, así concebida éticamente, la promovió Rómulo Betancourt en el ámbito de una inspirada confianza: la de que la vocación democrática esencial del pueblo venezolano aguardaba la oportunidad de manifestarse. Al promover la apertura de la estructura de poder interna de la sociedad, dando culminación a las ancestrales luchas de pardos y exesclavos por la igualdad; y abriendo camino a la participación política plena de la mujer, los analfabetos y los jóvenes mayores de dieciocho años, sentó las bases de la que está en camino de ser una sociedad genuinamente democrática. A tales propósitos respondió el comportamiento político de Rómulo Betancourt desde su ejercicio y desempeño del Poder Público, en el lapso 1945-1948, primero como Presidente de la Junta Revolucionaria de Gobierno y luego como Presidente provisional de la República.
Su segundo desempeño del Poder Público, en el lapso 1959-1964, reflejó la circunstancia de que no le fue posible gobernar con arreglo pleno a los valores que plantó en su primer desempeño de ese poder. Vistos los hechos a razonable distancia histórica, Rómulo Betancourt comprendió que su papel ya no sería el de contribuir a implantar la democracia moderna, sino el de reinstaurarla actualizándola; y, sobre todo, el de defenderla y consolidarla. Mas su propósito fundamental siempre fue establecer, firmemente, la democracia, retomando el curso que el rebrote del militarismo tradicional había interrumpido, bajo el amparo de los implacables dictados de la surgente Guerra Fría, en 1948. La certidumbre de que ello requería que se reanudase y desarrollase la institucionalización de la vida política hizo que se mantuviese abierta la puerta a la participación política, subordinándola a la renuncia de la violencia, incluso de los más tenaces adversarios y enconados enemigos de la República liberal democrática, entonces en vías de ser reinstaurada.
Fue planteado un gran reto a los principios largamente madurados y lealmente propagados por Rómulo Betancourt. De allí que él actuara, con expresa y reiterada determinación, enfrentado la confabulación tramada por el militarismo tradicional –primero revestido de una suerte de nacionalismo desarrollista– y la subversión y el terrorismo guerrillero. Aislada del grueso de la sociedad, pero fuerte de la intervención del gobierno fidelista –llevada hasta la incursión armada directa de fuerzas integradas por guerrilleros venezolanos y militares activos cubanos, en territorio venezolano–, esa coalición contó con hallar ventaja en un medio social golpeado por adversas condiciones económicas, el desempleo y el pesado lastre fiscal dejado por la dictadura. La estrategia seguida por el Gobierno democrático, para enfrentar semejante fuerza colecticia, probó su eficacia en el hecho de que ella fue derrotada políticamente, además de serlo en lo militar y policial.
Esta experiencia justificó la convicción de Rómulo Betancourt de que debía consolidarse la democracia, desalentándose la eventual repetición de confabulaciones de civiles y militares como aquellas en las que él mismo participó, en 1928 y en 1945, para derrocar la dictadura liberal regionalista. El denominado Pacto de Puntofijo, condenado por los autoexcluidos de entonces; y desvirtuado por una lectura política sesgada de su primordial propósito –al igual que la dada al Programa mínimo conjunto de gobierno al que ese pacto dio base política–, fueron concebidos y concertados para contrariar la alianza del militarismo tradicional con civiles organizados que le sirviesen de mampara, cual sucedió en las asonadas militares, históricamente reaccionarias –por cuanto insurgieron contra un régimen legal y legítimamente constituido–, ocurridas en Carúpano y Puerto Cabello. En suma, un conjunto de acechanzas que le obligaron a renunciar a su aspiración de que reinase una normal convivencia democrática.
La honestidad política y la pulcritud administrativa, como normas de gobierno institucionalizadas, resultaban de la combinación de la honestidad personal con la legalidad en la formación del Poder Público; y con la legitimidad jurídico-ética en el desempeño y la finalidad del mismo. Este poderoso conjunto de determinantes se expresaba en el respeto de la opinión pública, en sus diversas manifestaciones, que formaban una gama en la que se combinaban la libertad de expresión y la libre participación comicial; en la vigilancia antipeculado, como compromiso personal y como precepto del recto funcionamiento de la Administración Pública; y en el sentido democrático de la rendición de cuentas ante la sociedad, en sus varios niveles y ante los diversos sectores, sociales y profesionales; no solo ante las instancias constitucionales.
En dos áreas fue sobresaliente el respeto de la opinión pública. Una fue la ampliación del universo electoral, reconociéndole sus derechos políticos a la mujer, y extendiéndolos a los analfabetos y a los mayores de dieciocho años. Al completarse, de esta manera, la sociedad republicana venezolana, la noción de opinión pública adquirió, por primera vez, pleno sentido. Hasta 1946 la representación de la misma estuvo restringida a los varones mayores de veintiún años que supieran leer y escribir. Pero, sobre todo, y esta es la segunda área de respeto a la opinión pública, por primera vez en nuestra historia la opinión pública dejó de ser solo una actitud social para volverse fuerza determinante, mediante el ejercicio universal, directo y secreto del sufragio, practicado en libertad y regido autónomamente; al mismo tiempo que era canalizada por partidos políticos organizados de alcance nacional.
La Venezuela de 1945, que era la de siempre, como solía decirse, en lo tocante al inescrupuloso manejo de la Hacienda pública; y con particular discrecionalidad en la ejecución del Presupuesto nacional, parecía condenada a perecer aquejada del cáncer del peculado. Una sociedad depauperada y carente de elementales servicios, veía cómo los encargados de administrar la denominada cosa pública hacían de esta su personal patrimonio. El dicho popular de la época reflejaba, a la vez, las carencias de la sociedad y el hartazgo de los saqueadores del fisco, satirizando la práctica del peculado con la pintoresca denominación de comerse un queso. Rómulo Betancourt enfrentó este ya hábito de los gobernantes, en todas la escala del Poder Público, mediante una conducta personal en la que ni siquiera sus más enconados enemigos han podido sor...

Índice

  1. Advertencias
  2. Ensayo introductorio
  3. Glosario básico
  4. PARTE I. Coordenadas iniciales de la personalidad histórica de Rómulo Betancourt
  5. PARTE II. Formación inicial del militante político Rómulo Betancourt: circunstancias y factores que condicionaron la gestación de su personalidad histórica básica
  6. PARTE III. Emergencia de un líder revolucionario marxista; fase preparatoria de la formulación de una teoría de la revolución democrática venezolana
  7. PARTE IV. Hacia la formulación de una teoría revolucionaria venezolana de la democracia
  8. PARTE V. Reformulación de la doctrina orientadora de la aspiración democrática venezolana, en función de las repercusiones directas, en Venezuela, de la Segunda Guerra mundial
  9. PARTE VI. Formulación de la estrategia, diseño de las tácticas y formación de los instrumentos sociales, necesarios para el despliegue y la promoción de las propuestas políticas e ideológicas que serían desarrolladas por la revolución democrática
  10. PARTE VII. Diseño e institucionalización, primeros y primarios, de la República liberal democrática en Venezuela
  11. PARTE VIII. El estadista socialdemócrata Rómulo Betancourt se halló de nuevo en el exilio, su tercero
  12. PARTE IX. Fundamentos ideológicos y procedimientos políticos en la reinstauración de la República liberal democrática
  13. PARTE X. Superación de las repercusiones, directas e indirectas, de la Guerra Fría en la reinstauración de la República liberal democrática
  14. PARTE XI: Valoración global de la instauración y consolidación del régimen sociopolítico liberal democrático en Venezuela: 1945-1964
  15. PARTE XII. La personalidad histórica de Rómulo Betancourt: el balance historiográfico y el de sí mismo
  16. Conclusiones
  17. Notas
  18. Créditos