1 Introducción. Repensar la comunicación en un mundo digital
Oscar Diaz Fouces
Pilar García Soidán
(Universidade de Vigo)
Networks constitute the new social morphology of our societies, and the diffusion of networking logic substantially modifies the operation and outcomes in processes of production, experience, power and culture.
M. Castells (2009: 500)
La extensión masiva de las tecnologías de la información y las comunicaciones a la que hemos asistido en las últimas tres décadas ha transformado radicalmente nuestra forma de relacionarnos con el mundo. Es más: el modo en el que nos relacionamos con esas mismas tecnologías no ha dejado de cambiar y hay indicios razonables para pensar que no dejará de hacerlo en el futuro. Darcy DiNucci (1999) utilizaba por primera vez la etiqueta de web 2.0 para hacer referencia al hecho de que la red Internet –recuérdese que la primera página web fue publicada en 1993– pasaría a estar presente en todo tipo de dispositivos (que pasaría a ser ubicua), y que dejaría de ser entendida «as screenfuls of text and graphics» para convertirse en «a transport mechanism, the ether through which interactivity happens». El concepto de web 2.0 ganaría carta de naturaleza unos años después, con la Web 2.0 Conference, organizada por O’Reilly Media en 2004, y el propio Tim O’Reilly (2007) lo codificaría, en el sentido de que nuestra relación con Internet dejaría de ser pasiva, una mera exposición de datos (la web 1.0), para transformarnos progresivamente en sus coautores. No resulta sorprendente, sino una consecuencia lógica, que en el posterior web 2.0 Summit, O’Reilly y Battelle afirmasen ya que «web 2.0 is all about harnessing collective intelligence», algo que va mucho más allá del mero progreso tecnológico, por lo tanto, y que «The Web is no longer a collection of static pages of HTML that describe something in the world. Increasingly, the Web is the world […]» (2009: 1, 2 [las cursivas son nuestras]).
Ese (nuevo) mundo tendría, por cierto, sus propios habitantes nativos, a los que Palfrey y Gasser (2008: 2) caracterizaban de modo impresionista por esos mismos años, con estas palabras que actualizaban la definición de Prensky (2001):
These kids are different. They study, work, write, and interact with each other in ways that are very different from the ways that you did growing up. They read blogs rather than newspapers. They often meet each other online before they meet in person. They probably don’t even know what a library card looks like, much less have one; and if they do, they’ve probably never used it. They get their music online–often for free illegally–rather than buying it in record stores. They’re more likely to send an instant message (IM) than to pick up the telephone to arrange a date later in the afternoon. They adopt and pal around with virtual Neopets online instead of pound puppies. And they’re connected to one another by a common culture. Major aspects of their lives–social interactions, friendships, civic activities–are mediated by digital technologies. And they’ve never known any other way of life.
Podría objetarse que, más allá de los lemas ingeniosos y las palabras deslumbrantes, los nativos digitales (todavía) comparten su mundo con «visitantes ocasionales» y también, por supuesto, con millones de individuos que han quedado excluidos del mismo, al otro lado de la brecha digital. Y también que, si bien es cierto que el número de recursos y de procesos born-digital no deja de crecer a muy buen ritmo, sus correlatos analógicos continuarían representando un volumen nada desdeñable, no en vano han tenido un carácter exclusivo en la historia de la Humanidad hasta hace muy pocos años. El nuevo modelo podría no suponer la sustitución instantánea del paradigma clásico, por lo tanto, sino la incorporación al mismo de las actividades digitales. La combinación adecuada de prácticas clásicas y digitales no sería independiente, en fin, de la capacidad de los usuarios para adaptarse a las nuevas tecnologías, por lo menos a corto plazo.
Pero esa objeción también debe matizarse. En este punto vale la pena recordar la Fourth Idea sobre los cambios tecnológicos enunciada por Postman en las Conferencias de Denver: el cambio tecnológico no es aditivo, sino ecológico: «A new medium does not add something; it changes everything» (Postman, 1998: 3). Y conviene no perder de vista, en ese sentido, que el fenómeno al que nos estamos refiriendo corre parejo, en términos históricos, con el desarrollo de una economía global, con todas sus consecuencias. Como señala Norman Fairclough (2006: 99), «An important part of contemporary globalization is the globalization of modern information and communication technologies and new media». En efecto, la globalización económica es inimaginable sin los cimientos de las tecnologías digitales… y la globalización necesita de consumidores digitales.
Fairclough también nos recuerda, por otro lado, que la ideología que destila la globalización, el globalismo, se encarga de vehicular un potente discurso sobre su inevitabilidad, su irreversibilidad y su bondad. Uno de los mensajes más reiterados que nos ha llegado en los últimos años, a propósito de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, ha sido el de que existe una brecha digital que impide a individuos y países abandonar la pobreza. Entre 2003 y 2005, una agencia de la ONU, la Unión Internacional de las Telecomunicaciones, organizó una Cumbre Mundial de la Sociedad de la Información, que anunciaba sus objetivos en una solemne Declaración de principios, cuyos dos primeros apartados reproducimos a continuación (<http://www.itu.int/net/wsis/docs/geneva/official/dop.html>):
1. We, the representatives of the peoples of the world, assembled in Geneva from 10-12 December 2003 for the first phase of the World Summit on the Information Society, declare our common desire and commitment to build a people-centred, inclusive and development-oriented Information Society, where everyone can create, access, utilize and share information and knowledge, enabling individuals, communities and peoples to achieve their full potential in promoting their sustainable development and improving their quality of life, premised on the purposes and principles of the Charter of the United Nations and respecting fully and upholding the Universal Declaration of Human Rights.
2. Our challenge is to harness the potential of information and communication technology to promote the development goals of the Millennium Declaration, namely the eradication of extreme poverty and hunger; achievement of universal primary education; promotion of gender equality and empowerment of women; reduction of child mortality; improvement of maternal health; to combat HIV/AIDS, malaria and other diseases; ensuring environmental sustainability; and development of global partnerships for development for the attainment of a more peaceful, just and prosperous world. We also reiterate our commitment to the achievement of sustainable development and agreed development goals, as contained in the Johannesburg Declaration and Plan of Implementation and the Monterrey Consensus, and other outcomes of relevant United Nations Summits.
La incuestionable bondad de estos propósitos hace pensar que las organizaciones internacionales están animadas, sin duda, por la mejor de las intenciones. Ello no impide, claro está, que puedan coexistir con otros objetivos un tanto más prosaicos. Algunas iniciativas como la Information and Communications Technologies for Development, que cuenta con el apoyo explícito de las Naciones Unidas, nos permiten ilustrar esta opinión. Los objetivos declarados de la ICT4D tienen que ver con la voluntad de llevar el desarrollo (en la forma del acceso a las nuevas tecnologías) a todos los rincones del planeta. No es preciso ser un conspicuo analista del discurso, sin embargo, para observar que el argumentario va más allá. Véanse como ejemplo estos párrafos del documento titulado, precisamente, The ICT4D 2.0 Manifesto (alojado en el sitio web de la OCDE), que responden a la pregunta: «Why ICT4D?» (Heeks, 2009):
First, there is a moral argument. Most informatics professionals spend their lives serving the needs of the world’s wealthier corporations and individuals – to borrow bank robber Willie Sutton’s phrase – «because that’s where the money is». Yet seeking to squeeze a few extra ounces of productivity from firms that already perform relatively well, or save a few minutes in the life of a busy citizen pales in ethical importance compared to applying new technology to the mega-problems of the planet.
Then, there is enlightened self-interest. In a globalised world, the problems of the poor today can – through migration, terrorism, disease epidemics – become the problems of those at the top of the pyramid tomorrow. Conversely, as the poor get richer, they buy more of the goods and services that industrialised countries produce, ensuring a benefit to all from poverty reduction.
And finally there is personal self-interest. Compare designing a system for an African or Asian community to doing the same for a company in the global North. The former is quite simply more interesting – a richer, more satisfying, more colourful experience.
Tanto si responde a motivos altruistas como a otros menos elevados o directamente más cínicos, todo parece indicar que la digitalización avanza de un modo (aparentemente) imparable. En realidad, es muy probable que esa indeterminación causal –en la forma de una convergencia de intereses morales y pragmáticos– se corresponda bastante bien con el tipo de cambio ecológico al que se refería Postman.
Nos encontramos, pues, en un nuevo escenario, aparentemente inevitable y en permanente construcción (la metáfora del control de versiones para referirse a las organizaciones y los procesos es una imagen de ello), en el que, como recogía nuestra cita anterior, los medios de comunicación de masas convencionales migran al ciberespacio, reconfiguran sus fuentes o compiten con nuevos medios cibernativos; el inventario de conocimiento almacenado en la Red (estimado ahora mismo en unos ocho zettabytes) se acerca a pasos agigantados a la Biblioteca de Babel que soñó Borges; las personas interactúan en redes que ellas mismas construyen y gestionan, que las multiplican socialmente; la copresencia física no es necesaria para comunicar en cualquier momento y cualquier lugar… y hasta desafiamos los fundamentos biológicos de nuestra conducta a todas horas, negociando, discutiendo y cortejando a quilómetros de distancia utilizando (tan solo) la vista y el oído.
En ese mundo (que es el nuestro), los flujos informativos de los medios de comuni...