Alrededor de los libros
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Alrededor de los libros

  1. 80 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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Alrededor de los libros

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Información del libro

¿Consiguen los libros que seamos mejores personas? Los libros, como las conversaciones, pueden resultar banales o decisivos, iluminadores o insulsos. En el primer ensayo (Alrededor de los libros), el autor reflexiona sobre los grandes tópicos y las grandes verdades en torno a las lecturas.El libro incluye otros dos ensayos (Desmontando trampas y 'Molon Labe' ). En el primero analiza diferentes tipos de falacias, y en el último, aludiendo a las palabras de Leónidas en el desfiladero de las Termópilas, el autor defiende el valor del sufrimiento y la dignidad del sacrificio.

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Información

Año
2015
ISBN
9788432144899
Categoría
Literatura

DESMONTANDO TRAMPAS

Quienes amamos las conversaciones rastreamos argumentos como esas cerdas que, presas de un infinito furor, desentierran trufas blancas en el Piamonte. Luis Recasens sostiene en su Bosquejo de la lógica de lo razonable que en un intercambio verbal que se precie de serlo no han de faltar el diálogo, el debate y el enfrentamiento de los distintos argumentos. Creo que la mayoría acordaremos en considerar que es razonable aquella conversación que deja a los concurrentes en mejor situación de la que estaban antes de que esta se produjera. Algo así solo puede lograrse a base de argumentos jugosos y sinceros. Una argumentación excelente nos traslada a zonas donde se respira mejor, por ser mayor la concentración del oxígeno de la verdad.
Argumentar es enfrentar versiones de la verdad, «echarlas a pelear» para dirimir cuál de ellas tiene más peso. Una suerte de Sumo intelectual, de lucha libre. Pero cuidado, que el adversario no es siempre el otro: por torpeza o dejadez no solo nos dejamos engañar, sino que contribuimos activamente a nuestra propia estafa. Nuestro comportamiento conversacional es determinante porque todo intercambio de argumentos es una búsqueda cooperativa de la verdad.
Una cosa es la verdad objetiva de una proposición y otra la razonabilidad de un diálogo. La primera puede permitirse el lujo de existir en ese espacio aséptico y umbroso en el que decide el principio de verificabilidad de Alfred J. Ayer. Sin embargo, un diálogo se fragua no solo a base de constataciones empíricas, sino también de persuasión. Cuenta no tanto lo que se sabe, como lo que se logra hacer saber. Un diálogo es una pieza viva y social, un jirón de humanidad, con todas sus peculiaridades, sus encantos y sus peligros. Incluso cuando no está hueca y rebosa argumentos, una conversación es un terreno erizado de minas. El argumentador consciente se parece a un Tedax, a doble turno además, porque ha de desactivar explosivos tanto en el campo ajeno como en el propio. A todos esos artefactos argumentativos que amenazan con cubrir de metralla el buen entendimiento los llamamos en filosofía falacias, del griego sphal, «causar la caída».
No han faltado intentos pasados y presentes de reducir todas las falacias a una sola o a un solo principio, cuando lo divertido es desplegar el catálogo de estos venenos exquisitos y disfrutar de su magnífica variedad. Hay muchos modos de cribarlos; como esto no es más que una incursión somera y juguetona, me conformaré con hacer tres bloques: algunas de las clásicas falacias formales, lo que podríamos llamar «el mundo ad», y finalmente una especie de popurrí de argucias que no por resistirse a la taxonomía tiene menor uso y popularidad. No están todas las que son, pero son todas las que están. Me demoraré por lo demás en los ejemplos, que es lo que cuenta.
* * *
Las falacias formales son intentos fallidos de prueba, estropicios lógicos. Aunque quepa utilizarlos interesadamente, quienes incurren en ellos lo suelen hacer más por torpeza que por mala fe. La lógica, ahora lo sabemos, nos es muy poco consustancial; por eso hay que estudiarla para llegar a dominarla. La generalidad no maneja con soltura ni siquiera sus principios capitales —identidad, contradicción, tercio excluso y razón suficiente—. De ahí la frecuencia con la que metemos el cazo, y el inagotable suministro de silogismos malogrados disponible en periódicos, colas de panadería y corros en torno a la máquina de café. Algunos de los más usuales son los que siguen.
La FALACIA DE AFIRMACIÓN DEL CONSECUENTE, o POST HOC ERGO PROPTER HOC, consiste en deducir que si una cosa precede a la otra, la primera es causa de la segunda. Para Hume, en la que es una de las tesis más eximias de la historia de la filosofía, toda afirmación de causalidad es post hoc ergo propter hoc: creemos que A es causa de B porque estamos acostumbrados a observar B tras observar A, pero no porque, de suyo, haya algo en A que entrañe que después haya de venir B. Como cuando nos resfriábamos, tomábamos antibióticos, sanábamos, y creíamos que era a causa de ellos (ahora sabemos que no pueden destruir a los virus).
Producimos una FALACIA DE NEGACIÓN DEL ANTECEDENTE cuando de un razonamiento contrastado del tipo «si A, entonces B», ante «no A», deducimos que «no B». Hay quien dice, por ejemplo, que si acudes al Santiago Bernabéu, presenciarás un enorme espectáculo futbolístico, lo cual es, cuanto menos, defendible. Dejaría de serlo si, a través de negaciones, lo expresáramos así: si no asistes al Santiago Bernabéu, no podrás ver un enorme espectáculo futbolístico.
La FALACIA DEL ACCIDENTE está entre las más machaconamente utilizadas, y eso vale tanto para los ciudadanos de a pie, como para los medios de comunicación de masas. Consiste en aplicar una regla general a un caso particular cuyas circunstancias «accidentales» hacen que la regla sea inaplicable. Conocida como dicto simpliciter, es una de las trece falacias originalmente señaladas por Aristóteles; vaya si tiene años y vaya si conserva su lozanía. ¿A cuántos habremos oído decir que, dado que el coche que compraron al fabricante Mengano les dio muchos disgustos, hemos de colegir que el susodicho fabricante Mengano perpetra en general unos vehículos horribles?
Nos descaminamos víctimas de una FALACIA DEL MEDIO NO DISTRIBUIDO cuando decimos que, puesto que todos los sujetos del tipo A tienen cierta característica B, si sabemos que un sujeto C tiene la característica B, entonces C pertenece al tipo A. Disolvamos el galimatías con un ejemplo: todos los lobbies tienen intereses que defender; tal o cual contertulio radiofónico defiende unos intereses; luego pertenece a un lobby. Pudiera ser, pero es solo una posibilidad que requiere de indicios adicionales para poderse atestiguar.
Estamos ante una PETICIÓN DE PRINCIPIO cuando la proposición a ser probada se incluye entre las premisas de partida. Con frecuencia la petitio principii está oculta; se sobreentiende subrepticiamente lo que se desea demostrar; se disfraza la conclusión de premisa, de modo que el argumento deviene circular. Ni el mismísimo Descartes se libró de verse atrapado en esta clase de cepos, pues propuso que el alma es simple porque es inmortal, añadiendo, un poco más adelante, que el alma es inmortal precisamente por ser simple.
* * *
En segundo lugar, tenemos el «mundo ad». También denominadas falacias informales, son discursos pretendidamente convincentes que incurren en algún defecto de constitución o de expresión que les da la puntilla. Advirtamos, no obstante, que el mundo ad no es siempre falaz. Cuentan la intención y la estrategia argumentativa general empleada. El truco básico de esta clase de argumentos consiste en jugar astutamente con la carga de la prueba, para conseguir que recaiga donde no debe, es decir, en el adversario.
Empiezo con algunas muestras canónicas.
La falacia AD POPULUM consiste en apelar al sentimiento popular, a la pasión y los bajos instintos de los oyentes. Es ese conjunto de «gestos a la galería» que, en lugar de ofrecer chicha argumental, busca enardecer mediante lo que es irrelevante para el discurso. No es que las emociones y las creencias profundas del auditorio deban ser ignoradas; es que aunque sean un útil punto de partida, rara vez son un buen puerto de llegada. Su empleo tramposo depende fuertemente del contexto, pues en ciertos casos es perfectamente aceptable, como cuando se invoca un espíritu colectivo de solidaridad o sacrificio. Un ad populum es falaz cuando obstruye lo principal: que haya buenas razones para sostener una u otra cosa. Aquí se encuadran las más variopintas apelaciones a la lealtad, al orgullo de pertenencia, las soflamas patrioteras y la demagogia de toda la vida. Una muestra clásica y fascinante se encuentra en el discurso de Marco Antonio ante la plebe con el cadáver de César a sus pies, tal y como lo relata Shakespeare, y, por ejemplo, tal y como lo interpreta Brando en la película de Mankiewicz.
Al hacer uso de la falacia AD MISERICORDIAM (también llamada AD BENEVOLENTIAM), buscamos la simpatía o la conmiseración para convalidar un argumento débil o directamente fingido. De nuevo, hay contextos en los que la misericordia importa y mucho, como es el caso de las llamadas a la acción, en las que, aunque pueda discutirse el grado de dramatismo empleado, no podemos hablar en puridad de falacias. El mayor problema de estos argumentos es que lleguen a eclipsar otros que son tanto o más pertinentes al caso. Cuando corresponde, resulta mucho más recomendable combatir un ad misericordiam con otro, en lugar de descartarlo tildándolo de «emotivo», sobre todo en un tiempo, el nuestro, en el que la razón tiene que codearse de tú a tú con la emoción. Un ejemplo falaz de ad misericordiam nos lo da el mendigo impostor que, pertrechado con el adecuado atrezo (perro famélico, cartel precario con faltas de ortografía y postura genuflexa), pretende sacarnos los cuartos. Un caso sincero podría ser recordar a una persona lo que hicimos por ella cuando le vinieron torcidas y le asistimos, ahora que somos nosotros los que estamos en dificultades perentorias y necesitamos de él.
La falacia AD BACULUM se construye a base de amenazas más o menos veladas; se sugiere el ejercicio de la fuerza o la existencia de un grave mal a las puertas para obtene...

Índice

  1. Portadilla
  2. Índice
  3. Dedicatoria
  4. Agradecimientos
  5. Alrededor de los libros
  6. Desmontando trampas
  7. Molon labe
  8. Nota a la conversión
  9. Créditos