Cómo poner a dieta al caníbal
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Cómo poner a dieta al caníbal

Ética para salir de la crisis económica

  1. 160 páginas
  2. Spanish
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Cómo poner a dieta al caníbal

Ética para salir de la crisis económica

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Información del libro

Durante los últimos años se ha puesto de manifiesto un profundo vacío ético en el ámbito económico y financiero. Entre ganar dinero sucio y rechazarlo por motivos éticos, muchos han preferido mancharse las manos. El caníbal es insaciable.El peso de la ley contribuye al orden pero, ¿hay otros mecanismos en el interior del hombre que le impidan corromperse? El autor presenta la ética como la mejor dieta ante una crisis económica estimulada por el egoísmo.

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Información

Año
2015
ISBN
9788432144882
Edición
1
Categoría
Philosophy
1.
LA CRISIS ANTROPOLÓGICA Y LA RESPUESTA DEL HUMANISMO CRISTIANO
«Houston, tenemos un problema». Hoy muchos hablamos como la tripulación del Apollo 13. Casi se diría que nos expresamos como técnicos de la NASA que quieren encontrar una solución a un asteroide llamado «CRISIS». Para algunos la crisis ya ha adquirido la categoría de planeta, capaz de eclipsar al sol a juzgar por sus dimensiones y por la espesa oscuridad que origina en la vida de tantos jóvenes y familias enteras, que piden ayuda a Cáritas para comer. Hace tiempo leí que un grupo de astrónomos había «sorprendido» a un agujero negro engullendo una estrella. El universo fagocitando el propio universo... La crisis es como un gran agujero negro que se origina en la sociedad y se alimenta de sus propias estructuras. Es el gran caníbal que, después de deglutir, produce una gran llamarada, una radiación de nueva energía. Al caníbal hay que ponerle a régimen: no basta que aprenda a comer con tenedor y cuchillo sobre un plato, ¡debe cambiar definitivamente la dieta! Hay muchos caníbales: son todos aquellos —empresarios y políticos, actores individuales y colectivos, acciones y estructuras— que se aprovechan de modo parasitario del sistema. Comportarse como un parásito quiere decir que esas personas o grupos sacan provecho y ganancia, y a la vez y en el mismo acto, destruyen el sistema en el que viven.
Pero, ¿cómo se originan estos núcleos galácticos, cómo ha nacido la bestia famélica de la crisis? Son muchas las explicaciones acerca de sus causas.
Algunos afirman que es una crisis de origen exclusivamente económico, una avería puntual de una maquinaria que bastaría reparar para que el mecanismo volviese a funcionar. Sin embargo, cada vez son más los que ven la necesidad de ir más allá del recambio de una pieza, y reivindican un cambio de paradigma, una transformación de los engranajes internos de la estructura.
La crisis económica es en realidad una crisis antropológica y cultural. Lo que se ha roto aquí, el verdadero crack que se ha producido es el de los valores que siempre han cimentado la sociedad. ¿Acaso alguien prescribiría una crema rejuvenecedora a un paciente con infección? A continuación ofreceré algunas claves que ayuden a entender por qué las medidas curativas de tipo exclusivamente directivo —una vuelta al «Business as usual»— son insuficientes e inadecuadas para regenerar un sistema que padece una anemia en sus valores.
En primer lugar, la deuda pública y privada constituye un problema no solo económico sino moral. Ya en la Antigüedad, a aquellos que no eran capaces de devolver los préstamos, se les obligaba a servir a su acreedor o —incluso peor— a entregarle sus hijos en servidumbre. La fuerte relación entre deuda y esclavitud es una constante en la historia. La frase «El que toma prestado, siervo es del que le presta» no es de Abraham Lincoln ni de ningún otro liberal económico contemporáneo. Procede del libro de los Proverbios (Prov 22,7), pero ningún gurú de las finanzas en la actualidad podría resumir mejor el valor universal de no endeudarse «imprudentemente». Una cosa es el préstamo destinado a la inversión y otra muy distinta el dinero prestado que no genera riqueza, «estéril», «infructífero», que cubre agujeros y acaba convirtiéndose en un nudo que estrangula. Con este segundo tipo de préstamo uno piensa haber aplazado la catástrofe, pero en realidad está cavando a sus pies un hoyo más profundo en pobreza y desesperación.
Algunos países occidentales han acumulado deudas ingentes de más del 100% del producto nacional bruto. Pero no apuntemos con el dedo a la usura de las identidades financieras ni a la mala gestión de muchos gobiernos. Cierra la puerta de tu casa y mira qué pasa dentro. ¿Cómo ha sido gestionada la economía personal y familiar?: probablemente sin un presupuesto, sin priorizar gastos, sin ahorro y excediéndonos en las deudas. ¿Acaso no ha habido un uso indiscriminado de tarjetas de crédito y de préstamos? Para salir de la crisis económica hace falta mucha autocrítica y mucha humildad. Solo así sabremos escuchar, y podremos entonces cambiar los hábitos que han puesto en riesgo todo plan de futuro. Ante esta situación generalizada de anarquía de responsabilidades, los gobiernos no solo se muestran incapaces de disminuir la deuda sino que esta continúa aumentando. En el libro La Historia Interminable, Michael Ende nos habla del reino de «Fantasía». El mundo se encuentra amenazado por la «Nada», que va destruyendo todo a su paso dejando solo vacío. Esta progresa como la espiral del «déficit spending». Lo único que pueda salvar la tierra de fantasía y a su emperatriz es un niño humano, que le dé un nombre. Pero al pequeño le falta valor porque el cometido implica buscar la verdadera voluntad. ¿Nos falta a nosotros ese compromiso para detener a la Nada?
En segundo lugar, la economía financiera ya no está en el lugar que ocupaba, exclusivamente al servicio de la economía real. Se ha convertido en un negocio que crea una riqueza virtual y falsa. Se trata de un mercado necesario que facilita capital a quien lo necesita, pero, en algunos sectores, se ha convertido en un juego de casino. En este sentido, sí se puede afirmar que la crisis ha servido para repensar el modo de actuar financiero. Los bancos y reguladores están comenzando a hablar de una «cultura bancaria» y se han multiplicado los libros que proponen un cambio[1].
En tercer lugar, no podemos hablar de crisis económica sin referirnos a la crisis demográfica y al envite de la civilización de la muerte: en los países de la vieja Europa la población no crece, o incluso tiene una cifra decreciente. La conexión entre crecimiento económico y demográfico no es ni evidente ni automática. Podríamos decir que una nación que no crece es como una familia sin hijos. Los ingresos ciertamente se dividen entre menos personas, pero ¿no es el mañana de los propios hijos lo que nos estimula a trabajar, a expandir los negocios, a ahorrar? Los jóvenes representan la esperanza de un pueblo, también en sentido económico. ¿Cuál puede ser el porvenir de una cultura que premia el aumento de los bienes y penaliza el nacimiento de un niño? En palabras del Cardenal Schönborn, nuestras civilizaciones occidentales han dicho que no a su propio futuro tres veces: mediante el aborto, la contracepción y el matrimonio gay.
Los aspectos morales y culturales son cruciales para la salud del sistema económico. Tal y como describe Michael Novak, el capitalismo democrático es un todo que consta de tres partes separadas pero conectadas entre sí: una economía de mercado, una organización política liberal y democrática, y un sistema moral-cultural pluralista. De estos tres sistemas o esferas de la vida (cada una con sus instituciones propias) el sistema moral es el que debe instruir a los individuos en los caminos de la libertad y la virtud. Y es precisamente esta base moral la que más está fallando.
Espero que estas líneas logren despertar el interés del lector y le permitan profundizar en algunos aspectos de suma importancia, también para la vida cristiana. Pobreza, enfermedad, paro, desigualdad y otras realidades sociales presentan a diario nuevos desafíos[2]. Y por ello, precisamente, ahora más que nunca se nos brinda la posibilidad de ganar el reino de los cielos prometido para los que dan de comer al hambriento, de beber al sediento, de vestir al desnudo (cfr. Mt 25, 31-46). El mandamiento nuevo «Amaos unos a otros como yo os he amado» (Jn 13, 34) es una llamada a la acción, a convertirnos en agentes activos que operan en la sociedad: «Os aseguro que todo lo que hagáis en favor del más pequeño de mis hermanos, a mí me lo habéis hecho» (Mt 25,40). A través de nuestras obras opera la misericordia de Cristo en la sociedad. ¡Somos sus manos!
Muchos se cuestionan cómo hacer compatible su asentimiento positivo a la Revelación y al Magisterio con una reflexión inteligente, seria y fundada —y por lo tanto atrayente— sobre el actual debate político, cultural y social. Ojalá este libro les ofrezca algo de luz y una mayor solidez en la argumentación.
El intelectual católico no crea un mundo aparte, donde protegerse de la atmósfera exterior. Al contrario, tiene el deber de hacer razonable para sus contemporáneos, tal vez no creyentes, el mensaje de salvación. Dios, a través de su auto-comunicación, nos ha enseñado como hacerlo. En la Encarnación descubrimos que las palabras y los hechos se llaman entre sí y confirman de ese modo su propia autenticidad. La ética que trataremos en este libro no es una construcción hecha a medida para los cristianos: es la verdad de todo hombre, y se realiza en nuestro vivir cotidiano.
1. Introducción terminológica
La ética individual y la ética social están conectadas pero no son idénticas. Ambas se distinguen por el sujeto de la acción y por sus fines. En la ética individual el sujeto es la persona física; en la ética social, la sociedad. El fin de la ética individual es la felicidad; en la ética social es el bien común temporal, que se concreta en paz, libertad y justicia. Esos tres valores constituyen la tríada de la modernidad, recogida también en la Declaración del Concilio Vaticano II sobre la libertad religiosa Dignitatis humanae.
Sujeto
Fin
Ética individual
Individuo
Felicidad
Ética social
Sociedad
Bien común temporal
Durante muchos siglos se ha concebido la ética social como una ética de la virtud individual, dentro de un marco preestablecido por Dios o por la tradición. Las estructuras sociales configuraban la sociedad de manera monolítica y estática: no se ponía en duda la monarquía, o los demás estamentos de la sociedad. En ese contexto se escribieron los specula virtutum: libros de deberes que servían como un espejo para el rey, para el príncipe, para el comerciante, para el obispo, etc. En ellos, cada estamento encontraba los deberes que había que cumplir y los vicios que debía evitar. Sin embargo, no se ponían en duda o en tela de juicio el sistema y las estructuras sociales como tales. Es decir, no se tocaba el marco dentro del cual esos deberes se aplicaban.
Desde el siglo XIX somos conscientes de que también podemos cambiar las estructuras. En consecuencia, como somos capaces de cambiar las estructuras sociales, también somos responsables de ellas. No basta ya limitarse a reflexionar sobre los deberes individuales en un marco normativo determinado, sino que se requiere una reflexión sobre ese mismo marco: las estructuras, tal como están, ¿son buenas y justificadas, o, al contrario, deben ser modificadas? Hoy en día se concibe la ética social sobre todo como una ética social estructural. Eso tiene sus peligros. Podría crearse la falsa impresión de que la sociedad es modificable de modo arbitrario, mediante una «ingeniería social» que la conforme según unas ideas políticas que no tengan en cuenta los constantes antropológicos de la libertad, de la v...

Índice

  1. PORTADA
  2. PORTADA INTERIOR
  3. CRÉDITOS
  4. ÍNDICE
  5. 1. LA CRISIS ANTROPOLÓGICA Y LA RESPUESTA DEL HUMANISMO CRISTIANO
  6. 2. LA PROPUESTA DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA IGLESIA
  7. 3. JUSTICIA: LA VIRTUD DE LOS PODEROSOS
  8. 4. EL AMOR A LOS POBRES. EL PROYECTO DE TRANSFORMACIÓN CULTURAL EN EL PAPA FRANCISCO
  9. CONCLUSIÓN