Consejos para vivir la Santa Misa
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Consejos para vivir la Santa Misa

  1. 176 páginas
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Consejos para vivir la Santa Misa

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Consejos para vivir la Santa MisaLa Misa es una cita indispensable en la vida del cristiano. Pero es también un misterio, al que podemos aproximarnos cada día más. ¿Cómo entender mejor lo que allí sucede? ¿Cómo participar con más fruto? Son preguntas que debería formularse a menudo todo cristiano, encaminadas a descubrir en la belleza de la liturgia tantos matices que hablan de adorar, agradecer, pedir o desagraviar.En este libro, el autor ofrece abundantes pistas para obtener un mayor fruto de este Sacramento, evitando los peligros de la rutina y el sentimentalismo. Explica también el significado de cada gesto, de los colores litúrgicos y de los ornamentos, de las lecturas y la plegaria eucarística, de la comunión y de la presencia de Santa María.

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Información

Año
2019
ISBN
9788432151415
Edición
1
Categoría
Religión
  1. Arribar, ubicarse, comenzar
    Las disposiciones previas
    Nadie llega al concierto de una filarmónica internacional en el momento justo de cerrarse las puertas del recinto, luego de una frenética carrera por las calles de la ciudad y sin haber respetado las señales de tránsito. Ese individuo carecería de las condiciones psicológicas imprescindibles para apreciar adecuadamente la interpretación.
    Nadie que llegue a Misa en el último momento —o tarde— con la mente revuelta y los afectos desordenados —metido en un revolutum de imágenes y sensaciones—, podrá sintonizar medianamente con el tremendo Misterio que sucederá a continuación. En algunos Santuarios marianos, antes de cada celebración eucarística, los fieles permanecen orando la hora previa a la celebración, mientras rezan el Rosario y entonan cantos a la Santísima Virgen. Quizá no podamos nosotros dedicar tanto tiempo, pero no dejemos de prepararnos —preferentemente dentro del templo— los cinco o diez minutos previos. Sin duda que valoraremos mejor lo que sucederá a continuación. Y es que nada en la vida tiene más importancia que la Misa. Ningún evento sobre la faz de la tierra derrama bienes mayores. Cada una de nuestras Misas será el tesoro que nos acompañará a la eternidad. Y que nos producirá incalculables réditos ya desde esta tierra a medida que más y mejor las hayamos vivido. Entonces daremos mucho más importancia a esos tiempos que aquí abajo consideramos inútiles: los ratos de silencio y los ejercicios de recogimiento interior.
    a) Silentium!
    Quizá allá, perdido en el fondo de nuestra memoria, recordemos vagamente alguna sacristía de iglesia vieja en la que se leía, pintada en un trozo de madera, la palabra SILENTIUM. Advertía a todos que, desde ahí, desde el lugar donde se reviste el sacerdote e inicia su peregrinación para acceder a ese trozo de Calvario que es el presbiterio, la mejor disposición es el silencio. En el rito hispánico o mozárabe, antes de leer la Epístola, el diácono proclama silentium facite.
    La actitud exterior no será sino reflejo de lo que debe ocurrir por dentro. El silencio exterior es el guardián del interior. El cardenal Dziwisz —que fuera secretario de san Juan Pablo II—, explica una costumbre del Pontífice: «Lo he acompañado durante casi cuarenta años… Nunca ha iniciado una celebración sin que esta estuviese precedida por el silentium. Cuando nos dirigíamos hacia una celebración en una iglesia, no hablaba nunca, no perdía el tiempo conversando; permanecía siempre en recogimiento, meditando y rezando. Antes de cada actividad sagrada, intentaba prepararse interiormente de la mejor forma posible y, cuando esta había concluido, se quedaba siempre un cuarto de hora dando las gracias, de rodillas, con gran recogimiento»58.
    No se trata, sin embargo, del silencio pasivo o meramente físico. Este, no cabe duda, es un requisito deseable e importante para lograr el silencio activo, máxime en el estruendoso mundo de hoy. Pero el silencio pasivo suele ser enervante y aburrido. Es el que experimentan los niños cuando son obligados a guardarlo, amenazándolos con castigos si no permanecen callados y quietos. Quizá se logre el silencio pasivo, pero no el activo. En cuanto ceda la presión, recomenzará el bullicio. De manera que el silentium no significa insensibilidad, ni tampoco inactividad, sino disposición interior de alerta y anhelo. Es presencia, es sinceridad, es reflejo de una disposición acumulada. Algo así como el torrente subterráneo que no se percibe desde la superficie.
    Si queremos vivir un poco menos impropiamente la Santa Misa, tomemos en serio el silencio: «Si alguien me pregunta con qué comienza la vida litúrgica, yo le respondo: con la vivencia del silencio. Si falta el silencio, todas las cosas dejan de ser importantes, más aún, se convierten en algo vano o inútil. Queda claro que no se trata de algo particular o estético. Si pensáramos que el silencio es algo con lo que alguien “se da importancia”, una vez más, estaríamos echando todo a perder. Se trata de algo muy serio e importante, de algo que —aunque sea lamentable, tenemos que decirlo— está muy descuidado, es decir, se trata del primer requisito de toda acción sagrada»59.
    ¿Qué puede el hombre expresar ante la divinidad? ¿Cuál será la mejor manera de honrarlo? Sin duda que con su silencio. Es la primera forma de aceptar que está ante lo Inefable, ante lo que se ubica por encima de todo. Cuando presenciamos espectáculos ordinarios reaccionamos de una u otra manera: los comentamos, los explicamos, emitimos palabras o monosílabos de admiración, alegría, estupor. Pero cuando el espectáculo es sobrecogedor, no nos queda sino el silencio.
    Los hombres de todas las culturas y de todas las religiones lo saben: ante Dios estamos perdidos y, frente a su grandeza, nuestras palabras dejan de tener sentido. No están a la altura de lo Infinito. Los africanos, después de los ritos iniciales vividos con gran ritmo y movilidad, se recogen en profundo silencio: «En África, después de los cantos y las danzas, el sacrificio a la divinidad se envuelve en un imponente silencio sagrado. El silencio sagrado de los cristianos va aún más lejos. No se trata de una prohibición que Dios impone a los hombres para preservar celosamente su poder; al contrario: el Dios verdadero prescribe el silencio sagrado de adoración para comunicarse mejor con nosotros: ¡Silencio ante el Señor Dios!, clama el profeta (So 1,7). E Isaías añade: ¡Escuchadme en silencio! (Is 41,1)»60.
    El silencio sagrado nos brinda la oportunidad de alejarnos del ambiente profano y del barullo incesante de nuestras grandes ciudades para dejarnos poseer por lo divino. Es el ámbito donde nos es dado encontrarnos con Dios, puesto que nos dirigimos a Él con la actitud propia del hombre que tiembla y guarda distancia. Para expresar la grandeza del Señor, la Escritura dice: Toda la tierra enmudece en su presencia61. ¿Qué sucederá en la tierra no solo ante su presencia, sino ante su mismo Sacrificio? Las almas sensibles, ante la inminente presencia de un Dios que se dirige a su Oblación, lo honran con su silencio.
    b) Recogimiento
    Cuando el alma está recogida en su interior es cuando propiamente se encuentra en su casa. Pero —por extraño que parezca— por lo regular el alma no está en su casa. Hay muy pocas almas que viven en su interior y de su interior; y todavía muchas menos las que viven así de una manera permanente62.
    El silencio, además de ser la actitud específica del hombre ante lo divino, es también el medio que nos pe...

Índice

  1. Prólogo
  2. I. Ir a misa, estar en misa, participar en misa
  3. II. Descifrar el alma de las cosas
  4. III. Arribar, ubicarse, comenzar
  5. IV. «Dame, Señor, un corazón que escuche»
  6. V. La plegaria eucarística
  7. VI. La víctima se nos devuelve
  8. VII. María… ¿en misa?
  9. VIII. De misas a misas
  10. IX. Detalles puntuales
  11. Epílogo: La Liturgia Celestial