El cristiano y la legislación del Imperio
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El cristiano y la legislación del Imperio

La Carta de Pablo a Filemón

  1. 80 páginas
  2. Spanish
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El cristiano y la legislación del Imperio

La Carta de Pablo a Filemón

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Información del libro

La carta de Pablo a Filemón es el más breve de los escritos del Nuevo Testamento. Pablo pide a Filemón, cristiano, que acoja de nuevo a su esclavo Onésimo, también cristiano, que había huido y que, según la justicia de Roma, era merecedor de un castigo ejemplar. No obstante, la carta es un vivo testimonio de la contradicción entre la fidelidad al Evangelio de Jesús, creadora de un nuevo modelo de convivencia, y la costumbre y el derecho del Imperio de Roma. Un imperio en pleno desarrollo y afirmación de su poder, y un apóstol, Pablo, que escribe desde la cárcel. Teodor Suau analiza a fondo la carta y nos muestra sus consecuencias teológicas, éticas, cristianas. La legislación del Imperio, en la época de Pablo y en la nuestra, es ampliamente superada por un Amor que cuestiona cualquier clase de esclavitud.

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Información

Año
2018
ISBN
9788491651406
Segundo momento: lectura sistemática de la Carta de Pablo a Filemón
1. El hecho que da origen a la carta y la lectura que hace Roma
Pablo está en la cárcel; la causa es, según él mismo dice, su opción por Cristo: “preso por amor del Mesías Jesús” (1); de hecho, se encuentra en arresto domiciliario, posiblemente en Roma, esperando el juicio del Emperador, al que tiene derecho por ser ciudadano romano (Hch 23,27; 25,12; 28,16.30). Goza de una cierta libertad y puede recibir visitas; las aprovecha para continuar su tarea evangelizadora.
Un día, va a su encuentro un esclavo fugitivo, propiedad de Filemón, miembro de una de las comunidades cristianas fundadas por el apóstol. Probablemente, ha escapado a causa de un robo hecho a su amo. Probablemente también ha abusado de su buena voluntad debido al hecho de formar parte los dos de la misma comunidad cristiana.
En contacto con Pablo, se hace cristiano y recibe el bautismo.
Nos interesa la lectura que hace del hecho la ideología del Imperio: cómo lo ve; cómo lo juzga; qué repercusiones personales, sociales, culturales tiene... cómo lo integra en su comprensión de las cosas.
Nos fijaremos en primer lugar en un detalle: nosotros hemos escrito desde un principio que Onésimo era un esclavo. Introducir esta palabra en nuestro discurso supone aceptar, al menos a nivel metodológico, la manera de ver las cosas que ofrece Roma a los contemporáneos y que ha llegado hasta nosotros. Describe la opinión que merece a la cultura romana uno de los miembros de su sociedad. ¡Y que era la de Pablo, Onésimo y Filemón!
Nosotros hoy no creemos que haya esclavos y libres, al menos desde el punto de vista del derecho. No pensamos que hay dos clases de personas: sirvientes y ciudadanos. Pero hemos dicho, Onésimo, un esclavo. ¿Por qué? Porque hemos incorporado un dato que nos llega interpretado por la cultura del momento en el que se escribe la carta a Filemón. Pablo también lo hace así. Ni él ni nosotros hemos cuestionado la interpretación, aunque sea falsa y manipuladora: no hay sirvientes y libres. Hay personas iguales ante la ley. Así pensamos. Y, curiosamente, así piensa también Pablo. Basta con leer, por ejemplo, Gálatas.
Me parece una cosa muy importante, porque pone de manifiesto de forma nítida la función de la ideología y de los resultados, cuando interpreta la realidad. En consecuencia, nos obliga a aclarar estas afirmaciones, para comprobar su verdad y, por contraste, la radicalidad del mensaje que Pablo expone en el breve escrito dirigido a Filemón. Nos convendrá, por tanto, dar un paso atrás y recordar qué quería decir esclavo para el derecho romano en los días de Onésimo.
Más de un tercio de la población del Imperio estaba formada por esclavos y la Ciudad Eterna, con la gran multitud de habitantes que reunía, representaba un lugar ideal para todos aquellos que se encontraban en los márgenes de la legalidad: se perdían entre las estrechas callejuelas que formaban los suburbios y huían así de la aplicación de la ley.
Los esclavos son cosas, no personas:
Hay tres clases de instrumentos para el trabajo: el que habla, por ejemplo los esclavos; el que no puede hablar, por ejemplo los animales; los mudos, por ejemplo, las herramientas de trabajo.
Así se expresa Varrón (116-27 aC), en su obra Sobre la agricultura. Según la ley, el esclavo no tiene derechos; sí deberes; no puede tener familia ni contraer matrimonio legal; sus hijos son propiedad del amo de la madre; no tienen acceso a la propiedad, aunque se les consiente que tengan un peculium, una cantidad de dinero o de bienes; pero siempre si el señor lo quería. Este no tenía obligación alguna de velar por su calidad de vida:
La ropa que hay que dar a un esclavo: una túnica de un metro y cuarto de longitud; una cada dos años. Al darle una túnica o una capa nueva, debe recogerse la vieja, para que sea recosida. También conviene que disponga de unas sandalias cada dos años.11
11 Catón, que vivió entre el 234 y el 149 aC, en Tratado de agricultura.
Al dejar de ser útiles a quien los había comprado, eran conducidos al circo y dados a las fieras; los dejaban morir o sencillamente los mataban. Todo perfectamente legal. Si un esclavo o varios mataban a su amo, la ley preveía que fueran condenados a muerte (normalmente crucificados) ellos y todo el resto de los que eran propiedad del difunto. Igualmente, si robaban, huían o lo insultaban o le causaban cualquier perjuicio, el castigo se dejaba a la decisión del amo. Y podía ir desde la pena capital hasta los castigos corporales, la cárcel de por vida, ser marcados en la frente con hierro candente... Ya podemos hacernos una idea de la dificultad que suponía para un hombre libre sentirse hermano de un esclavo y tratarlo según esta nueva conciencia... un imposible solo factible desde la novedad de la fe.
El caso, por tanto, que afectaba a la relación entre Filemón y Onésimo es grave. Muy grave. Va más allá de la exigencia de fraternidad en el interior de la comunidad cristiana, una fraternidad que, cuando crea problemas, los resuelven también en el interior de la comunidad, de acuerdo con la normativa específicamente cristiana. Basta leer las cartas de Pablo por no decir todo el Nuevo Testamento en general. Los problemas de la comunidad los resuelve la comunidad. Pero esta comunidad vive en el seno de la sociedad romana. Que tiene sus reglas y normas de funcionamiento propias. Y que se defiende precisamente de todo lo que la puede debilitar, a la larga, destruir. La actitud ante un esclavo fugitivo afecta a la sociedad entera, no solo al grupo cristiano. Desde el momento en el que hay una referencia a la legislación vigente, se convierte en una cuestión política. Entonces, toca el núcleo duro del Imperio: su ideología; es decir, la forma de resolver las tensiones que se crean en su seno. Veámoslo con calma. Solo así podremos captar lo que realmente está en juego en la carta a Filemón.
La sociedad de la que forman parte nuestros protagonistas se apoya y mantiene su cohesión sobre una determinada interpretación de la realidad, de la vida personal y de la historia colectiva. Como todas las sociedades. Esta interpretación recibe el nombre de ideología. En el caso del Imperio romano, una idea-madre la sustenta y la origina: Roma ha recibido de los dioses la misión de civilizar al mundo entero. Será muestra de ello el reconocimiento cultual de estos dioses, simbolizado en el culto al emperador. En otras palabras, Roma tiene la responsabilidad de vencer al caos, representado por el estilo de vida de los bárbaros (todos los que no son ciudadanos romanos), y de crear el cosmos (según se expresa en la organización social de la ciudad de Roma). Así lo quieren los dioses.
Virgilio (70 aC - 19 aC), el gran ideólogo de los tiempos iniciales del Imperio, lo expresa inmejorablemente:
Otros, estoy seguro, modelarán con mayor habilidad el bronce y le darán vida, sabrán sacar del mármol rostros muy vivos, defenderán mejor las causas en los tribunales, describirán con el compás los movimientos del cielo y nos hablarán del curso de los astros. Tú, romano, debes regir a los pueblos con tu imperio; este será tu arte: imponer tus leyes para alcanzar la paz; perdonar a los vencidos; dominar a los soberbios.12
12 Eneida VI 841-853.
Unos años más tarde, Plinio el Viejo (23 dC - 79 dC), miembro de la clase senatorial, añade:
Efectivamente, no hay nadie que no crea que, uniendo todo el universo, el Imperio romano ha hecho progresar a la civilización gracias a los intercambios comerciales y a la expansión de una paz feliz.13
13 Historia Natural XIV, 2.
Un siglo más tarde podemos leer:
Hay algo que causa admiración por encima de todo lo demás: vuestra magnífica concepción de la ciudadanía. Nunca se ha visto nada parecido en ningún sitio. Efectivamente, vosotros habéis dividido en dos partes a todos los que viven bajo vuestro imperio, es decir, a la humanidad entera, y habéis ofrecido la ciudadanía romana como un derecho de parentesco con vosotros a todos los que representan la voluntad de poder, la capacidad de participar, reduciendo a súbditos a los demás. Ni el mar ni la tierra son obstáculo en el camino de la ciudadanía. Europa y Asia no son tratadas de manera distinta. Todos los derechos están a disposición de todos. Nadie capaz de poder o merecedor de confianza es menospreciado. Antes al contrario, se ha establecido por toda la tierra una democracia basada en la libertad bajo la dirección de un responsable único y óptimo, garantía del orden universal. Todos aspiran a esta ciudadanía... mientras el resto de las ciudades tiene sus propios límites y fronteras, esta ciudad, Roma, la vuestra, tiene como única frontera y territorio el universo entero.14
14 Elio Aristides (161 dC), Elogio de Roma, 59-61.
La idea-madre que acabamos de exponer origina el sistema de valores, representación de la realidad, el universo simbólico y las pautas de comportamiento que organizarán el modo de ser romano en el tiempo. Lo podemos sintetizar en un principio muy elocuente: “A la paz por la victoria”. Donde paz significa sumisión a la legalidad romana. Y victoria, el resultado de la intervención militar.
Paz y victoria son dos términos antagónicos; por esta razón, su unión en la gramática del Imperio solo es posible al precio de la violencia de Estado. La tensión entre la vida real y la manipulación que la coacciona se convierte así en el alma de la sociedad romana, la necesidad que despliega y se revela en la historia, personal y colectiva.
El emperador es el referente principal del universo simbólico: representa el absoluto primero y único. Él es el garante del funcionamiento del conjunto social. Por eso todo el mundo lo considera dios y de ahí la importancia del culto exigido a todos los miembros de la sociedad como signo de pertenencia al Imperio: como seña de identidad.
El ejército es el instrumento de la victoria, en tanto en cuanto crea las condiciones de posibilidad para la imposición de la ley. Aporta el plus de fu...

Índice

  1. Introducción
  2. Lectura de la Carta: algunas notas previas
  3. El texto de la Carta a Filemón
  4. Primer momento de nuestra lectura: el análisis de los datos que el autor del texto nos ofrece
  5. Segundo momento: lectura sistemática de la Carta de Pablo a Filemón
  6. Una Carta de Plinio el Joven (61 dC – 112 dC)
  7. Colección Emaús – Últimos títulos