La comunicación de la Palabra
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La comunicación de la Palabra

Saber transmitir el mensaje

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La comunicación de la Palabra

Saber transmitir el mensaje

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Índice
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La comunicación se ha convertido en una gran protagonista de nuestro mundo: por el poder de los grandes medios corporativos, por la irrupción de las nuevas tecnologías, por los cambios que ello comporta en la relación entre las personas, etc. Una situación que también afecta a la Iglesia como transmisora del gran mensaje: la Buena Noticia de Jesús. Manuel Simó, sacerdote y periodista, nos aporta las claves básicas para una comunicación de calidad que cumpla su misión en un mundo complejo, muy diverso y en constante mutación, incidiendo especialmente en la pastoral, la catequesis y la liturgia al servicio de la evangelización. La expresión oral, la escrita, la comunicación no verbal, la participación en las redes sociales y las actitudes básicas para transmitir el Evangelio, al estilo del papa Francisco, se expresan en una propuesta de libro de estilo al alcance de todos.

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Información

Año
2018
ISBN
9788491651413
1. Jesús de Nazaret, un gran comunicador
Jesús de Nazaret –«el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros» (Jn 1,14)– fue el gran y supremo comunicador que nos reveló el rostro y el estilo de Dios. Él fue, a la vez, evangelizador y evangelio; maestro y modelo, y punto de referencia de todos los comunicadores y evangelizadores cristianos.
Jesús «recorría todas las ciudades y aldeas, enseñando en sus sinagogas, proclamando el evangelio del reino y curando toda enfermedad y toda violencia» (Mt 9,35); y la gente quedaba admirada de sus enseñanzas y de su doctrina, «porque les enseñaba con autoridad y no como sus escribas» (Mt 7,28).
Por otro lado, Jesús tenía total conciencia de que la doctrina que enseñaba no era suya, «sino del que me ha enviado; el que esté dispuesto a hacer la voluntad de Dios podrá apreciar si mi doctrina viene de Dios o si hablo en mi nombre. Quien habla en su propio nombre busca su propia gloria; en cambio, el que busca la gloria del que lo ha enviado, ese es veraz y en él no hay injusticia» (Jn 7,16-18).
Él fue –como también deberemos ser los evangelizadores y evangelizadoras– un instrumento que con su tarea vino a iluminar y no a condenar:
El que cree en mí, no cree en mí, sino en el que me ha enviado. Y el que me ve a mí, ve al que me ha enviado. Yo he venido al mundo como luz, y así, el que cree en mí no quedará en las tinieblas. Al que oiga mis palabras y no las cumpla, yo no lo juzgo, porque no he venido para juzgar al mundo, sino para salvar al mundo. El que me rechaza y no acepta mis palabras tiene quien lo juzgue: la palabra que yo he pronunciado, esa lo juzgará en el último día. Porque yo no he hablado por cuenta mía; el Padre que me envió es quien me ha ordenado lo que he de decir y cómo he de hablar. Y sé que su mandato es vida eterna. Por tanto, lo que yo hablo, lo hablo como me ha encargado el Padre (Jn 12,44-50).
a) Evangelizar es sembrar
La conocida parábola del sembrador (Mt 13,1-9; Mc 4,3-9; Lc 8,4-8), en la que Jesús compara el hecho de evangelizar con el hecho de sembrar, sugiere unas cuantas consideraciones.
Porque si es cierto, como escribe Pablo a la comunidad de Corinto (2Cor 9,10), que el que proporciona semilla al que siembra y pan para comer proporcionará y multiplicará vuestra semilla…, eso no es excusa de que si el sembrador es un buen campesino (¡y aún más si es un cualificado ingeniero agrónomo!) deberá tener mucho cuidado de que las semillas sean adecuadas para la tierra, ya que hay semillas que dan ciento; otras, sesenta; otras, treinta; del mismo modo hay terrenos pedregosos y estériles, de poco grosor, con muchos abrojos, o terrenos de tierra buena; como también, aquí mismo, hay, a la vez, «semillas muy pequeñas, como el grano de mostaza, que cuando se siembran, crecen y son muy grandes…» (cf. Mt 13,8).
Los comunicadores y evangelizadores, pues, tienen que estar muy atentos a la siembra, a la semilla y a la tierra; y en su tarea deberán ser conscientes de que «el que siembra tacañamente, tacañamente cosechará; el que siembra abundantemente, abundantemente cosechará» (2Cor 9,6), aunque también es cierto que, a veces, uno siembra y otro siega (Jn 4,37).
Jesús sabía muy bien, como cualquier buen comunicador, que los mensajes se consolidan, a la vez, entre emisor y receptor. La semilla buena y el terreno bueno dan buena cosecha…
b) Les hablaba con parábolas (Mc 4,33)
Otra característica muy importante a destacar en la pedagogía comunicativa de Jesús es lo que indica el evangelio de san Marcos (Mc 4,33-35): «con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas…».
Las parábolas son una invitación a la atención y, a la vez, un velo que esconde la profundidad del misterio a los que no quieren ver ni escuchar, pero lo descubre a los que ven y oyen (Mt 13,16).
Jesús habló con imágenes («os he hablado de esto en imágenes», Jn 16,25) y narraba hechos; no proclamaba verdades frías y abstractas, sino noticias arraigadas en las vivencias y expectativas de la gente de su tiempo. Daba respuestas después de provocar preguntas y, sobre todo, apelaba a la eterna e inquietante pregunta del ser humano como es la pregunta sobre su destino y sobre su razón de ser en la vida.
La utilización del llamado lenguaje narrativo es una de las formas más significativas para anunciar el mensaje. El gran lingüista Umberto Eco lo proclamaba frecuentemente: allí donde no se puede teorizar, hay que narrar, y el lenguaje narrativo es una de las formas más significativas de anunciar la salvación. La parábola, como lenguaje simbólico, no es solo descriptiva, sino que implica al receptor y le interpela y cuestiona.
Por otro lado, Jesús, con sus palabras, provocaba esperanza. Los discípulos de Emaús (Lc 24,13-35) se dicen el uno al otro: «¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las escrituras?» (v. 32).
Más allá de terminologías eruditas y científicas, o de argumentaciones e interpretaciones opinables, la palabra de Jesús era una palabra para provocar amistad y alegría: «A vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer» (Jn 15,15); y «os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros y vuestra alegría llegue a la plenitud» (Jn 15,11).
c) Con palabras y con hechos
Y finalmente, una última característica del comunicador Jesús de Nazaret fue, sin duda, la conexión y coherencia entre sus palabras y sus hechos.
Lucas, al inicio del libro de los Hechos de los Apóstoles, dice que en su evangelio ha hablado de todo lo que Jesús hizo (en primer lugar) y enseñó (Hch 1,1).
A los enviados de Juan Bautista para preguntar a Jesús sobre su identidad Jesús les dice: «Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los cojos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan y los pobres son evangelizados…» (Mt 11,2-4). Palabras y hechos se complementan necesariamente. Los signos que se anuncian se realizan. Más que teorizar sobre el Reino de Dios, Jesús lo hace presente; y su Resurrección será el anuncio definitivo del triunfo de la vida sobre la muerte.
Traducir el misterio en gestos, lo abstracto en concreto, las ideas en hechos, y los ideales en proyectos, son exigencias necesarias para un buen comunicador.
Reflexionar a menudo sobre el carácter comunicador de Jesucristo apuntado en estas notas nos ayudará sin duda a ser mejores instrumentos del Espíritu en nuestra tarea comunicativa.
2. Pautas sobre el proceso de comunicación
El hecho de comunicar y de comunicarse es inherente al ser humano, y la comunicación forma parte de las relaciones interpersonales y de la convivencia colectiva.
El esquema base de cualquier proceso de comunicación es bastante conocido: un emisor codifica o digitaliza un mensaje, lo vehicula a través de un medio de comunicación y llega a un receptor que debe descodificarlo.
Si la comunicación es unidireccional solo se produce de emisor a receptor, sea una persona, o un grupo; y si la comunicación es bidireccional, hay retroalimentación de la comunicación (feedback), porque el receptor es a la vez emisor, y el emisor, receptor.
Los cuatro elementos –emisor; mensaje (codificado o digitalizado en palabras, imágenes, etc.); medio (o vehículo de transporte), y receptor– son básicos y elementales en cualquier comunicación; y sobre cada uno de ellos hay que hacer algunas observaciones previas.
a) Tipología de emisores
La experiencia muestra que en relación con los emisores de comunicación hay que subrayar, como mínimo, dos emisores diferentes:
Emisores con algo que decir y que saben decirlo
Siempre recordaré la frase de un compañero periodista que, al enterarse de mi doble condición de presbítero y periodista, me dijo:
– Qué buen mensaje tenéis y qué mal lo comunicáis…
Afirmación que me hizo pensar en un antiguo profesor mío que explicaba de esta manera los diferentes tipos de emisor:
Está el que no tiene nada que decir, ni sabe cómo decirlo; está también, desgraciadamente, el que no tiene nada que decir, y sabe cómo decirlo; está el que tiene muchas cosas que decir y no sabe cómo decirlas, y hay quien tiene m...

Índice

  1. Introducción
  2. 1. Jesús de Nazaret, un gran comunicador
  3. 2. Pautas sobre el proceso de comunicación
  4. 3. Las habilidades comunicativas
  5. 4. La comunicación no verbal
  6. 5. El silencio y el diálogo interpersonal
  7. 6. La lectura de la Palabra y la homilía litúrgica
  8. 7. La comunicación en la catequesis
  9. 8. Inmersos en la sociedad mediática
  10. 9. El estilo comunicativo del papa Francisco
  11. 10. La siempre difícil creatividad
  12. Apéndice. Libro de estilo para comunicadores cristianos
  13. Bibliografía
  14. Colección Emaús – Últimos títulos