La cultura de la paz
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La cultura de la paz

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La cultura de la paz

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La cultura de la paz es una obra literaria inédita de carácter formativo sobre la cultura de paz. En general, la formación de la cultura y, en particular, la cultura de paz, es una de las necesidades más urgentes del mundo entero. Colombia ha permanecido en pie de guerra desde que fue descubierta por los españoles hasta nuestros días, y todos los procesos de paz han fracasado. Curiosamente, cuando el proceso de paz fue sometido a plebiscito, recibió el voto negativo de los colombianos. En días pasados, ante la cantidad de casos aberrantes del comportamiento sexual de monjas y sacerdotes, el papa citó de urgencia el congreso de sus cardenales para resolver el problema de la paternidad responsable de los religiosos, pues, en caso de reconocer sus hijos y dedicarse a la formación de los mismos, tendrían que renunciar a su condición de sacerdotes. Es claro que, en tres días, no podían resolver el problema del celibato, ni mucho menos el de la fiebre de homosexualismo entre ellos mismos, de abuso de menores y del ataque sexual a la feligresía. Hubo consenso en manifestar que no se podía seguir encubriendo este tipo de conducta.Lo anterior ilustra el problema que encara la obra que se presenta. El autor ha querido aprovechar su propia experiencia, la experiencia de otros y, sobre todo, los testimonios de la Biblia, libro que sirve de fundamento a musulmanes, católicos y protestantes, para propiciar, en la sociedad, un cambio en el estilo de vida y, en la juventud, la formación de la cultura de la paz.En la obra, la palabra clave es la verdad. Se trata de utilizar la verdad como el camino para liberarse de los vicios y, así, acceder a una paz auténtica y a una verdadera vida. Precisamente por eso se critica la actitud de políticos y religiosos, que utilizan la mentira para engañar a su clientela, pues, para ellos lo importante no es la verdad, sino guardar las apariencias. Es, pues, una obra de no ficción, dirigida principalmente al sector de la educación y de la cultura, donde los principales beneficiarios serían los estudiantes en proceso de formación, particularmente los adolescentes que se aprestan a enfrentar una existencia inhóspita llena de necesidades y sembrada de dolor por donde quiera que se le mire.

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Información

Año
2020
ISBN
9788417799908
Categoría
Pedagogía
VI_ EL IDEAL DE VIDA
1_ La relación Dios – hombre
De acuerdo con Tllich72, dado que Dios es un misterio insondable para el conocimiento del hombre, éste se ha tenido que valer de sus conceptos sobre la realidad finita, que es lo único que conoce, para referirse a lo infinito, que es un misterio. Surge así el símbolo religioso, que se halla orientado hacia lo infinito, a lo que simboliza, y hacia lo finito, a través del cual simboliza lo infinito.
Si se simboliza a Dios, como padre, se le hace descender a la relación padre – hijo, pero esta relación humana es consagrada como un modelo de la relación Dios – hombre. Si se llama «Palabra» a la auto-manifestación de Dios, además de simbolizar así la relación Dios – hombre, se subraya la santidad de las palabras como expresión del espíritu. Difícilmente hay una palabra acerca de Dios en la Biblia que no apunte hacia su libertad: Dios no depende del hombre, de ningún ser finito, de ninguna preocupación finita. Un Dios condicionado no es Dios.
La concepción moderna del mundo consideraba a la naturaleza como un sistema de leyes mensurables y calculables, descansando sobre sí mismas, sin principio ni fin. Aunque nadie negaba que cada cosa singular estuviese amenazada por el no – ser, la estructura del conjunto parecía invulnerable a tal amenaza, con lo que se accedía a una especie de panteísmo, pues, se equiparaba a la naturaleza con Dios. Sin embargo, siendo la naturaleza del hombre, la esencia de su personalidad, de su carácter, de su forma de ser, gracias a su conocimiento, reforzado por la gracia y por sus actos de fe, el hombre encontró la forma de trascender su propia naturaleza y acceder a una nueva personalidad, a un nuevo carácter, a la regeneración de un nuevo ser.
Dios es el fondo creador de la estructura espacial del mundo, pero no está sujeto a esa estructura. Así, Dios es inmanente al mundo como su fondo creador permanente, y trascendente al mundo, por su libertad. Esto conduce al enfrentamiento y posible reconciliación entre la libertad infinita de Dios y la libertad finita del hombre.
Siguiendo a Tillich73, la Providencia, o la creatividad directora de Dios, es la respuesta a la fe con que se eleva una plegaria a Dios, suplicando su intervención para que encamine una situación dada a su plenitud. La plegaria auténtica está cargada de poder, por la fe con que se cree en la creatividad directora de Dios. Sin embargo, es Dios quien conoce lo que le conviene a su creatura y, así, la plegaria bien puede ser repudiada, o aceptada total, o parcialmente. La Providencia confiere al creyente la certeza de que en todas las circunstancias es activo el factor divino y, por consiguiente, está expedito el camino hacia su plenitud última. La fe en la Providencia confiere al creyente la sensación de una seguridad trascendente en el torbellino de las necesidades del mundo, es la confianza en la condición divina, siempre presente en el seno de todo conjunto de condiciones finitas.
El mal físico es la implicación natural de la finitud de la creatura. El mal moral es la implicación trágica de la libertad de la creatura. La creación es la creación de la libertad finita. Dios creo la vida, y con ella la libertad finita, y los peligros que ella entraña: la muerte prematura, la muerte en vida, las condiciones sociales destructoras, la debilidad mental, la demencia, y otros horrores de la libertad finita.
La naturaleza humana está marcada por el egoísmo como su característica esencial que lo hace ver los defectos en el otro, mas no en sí mismo. Unos tienen más unos defectos que otros, pero todo hombre es defectuoso. Toda persona tiene las mismas inclinaciones propias de la naturaleza común. Existen unos pocos santos, en todas las latitudes del mundo, y en todas las religiones del mundo, pero ellos son las excepciones de la regla: Todo individuo es pecador, y toda persona desea la vida. La aceptación de esta verdad lleva al uno a identificarse con el otro y con toda la naturaleza. Esta identificación con el otro da al hombre una perspectiva de la vida que le permite ser generoso y compasivo, y lo alienta a asumir actos heroicos y abnegados en favor de los otros, y lo impulsa a cambiar su vieja personalidad por una nueva. Desde luego, estas metas se pueden lograr fácilmente cuando se tiene fe en la Providencia.
2_ La santidad divina y la creatura
Dios, como ser en sí, es el fondo de toda relación. Dios es el fondo creador de todo en todos los momentos.
Decir que Dios está en relación es tan simbólico como decir que Dios es un ser vivo, y toda relación particular aplicada a Dios participa de este carácter simbólico. Dios pasa a ser un objeto para el sujeto, tanto en el ámbito del conocimiento como en el de la acción. El hombre es un yo centrado para el cual toda relación entraña un objeto, pero si Dios se convierte en objeto, no por eso deja de ser un sujeto. Sin embargo, Dios es esencialmente santo, y toda relación con él entraña la conciencia de que es paradójico estar en relación con lo que es esencialmente santo. Constituye un ultraje a la santidad de Dios el pretender que Él sea un compañero con el que se colabora, y que se pueda influir sobre él con las plegarias o con los ritos. Dios mismo es el fondo y el sentido de la relaciones yo – mundo y sujeto – objeto, y no un elemento suyo. La santidad de Dios es inaccesible.
Tal como lo dice Tillich74, los símbolos de la santidad omnitrascendente de Dios son la majestad y la gloria, que excluyen la libertad de la creatura y obscurecen el amor divino. Pero una afirmación de la gloria de Dios a expensas de la eliminación del amor divino, no tiene nada de glorioso, y una majestad que caracterice a Dios como un tirano represivo no tiene nada de majestuosa.
La santidad de Dios cualifica de divinas todas las demás cualidades. Su poder es un poder santo y su amor es un amor santo.
3_ El poder divino y la creatura
La omnipotencia de Dios es el poder del ser que vence el non – ser y, en consecuencia, suscita el coraje último que vence la congoja. Sólo el Dios todopoderoso puede ser la preocupación última del hombre, y sólo nuestra participación en su poder suscita el coraje. El símbolo de la omnipotencia es la primera y fundamental respuesta a la finitud.
Con respecto al tiempo, la omnipotencia es eternidad, y con respecto al espacio, es omnipresencia; con respecto a la estructura sujeto – objeto del ser, omnisciencia.
4_ La eternidad
El tiempo es una característica propia de la finitud. Es divino aquello que da el coraje suficiente para soportar la congoja de la existencia temporal. Un Dios que no es capaz de anticipar todo futuro, queda a merced de un accidente absoluto y no puede ser el fundamento de un coraje último que vence las negatividades del proceso temporal. En la fe del Dios eterno no perduran ni la congoja por el pasado ni la congoja ante el futuro. La congoja por el pasado es vencida por la libertad de Dios frente al pasado, y la congoja ante el futuro es vencida por la dependencia de lo nuevo respecto a la unidad de la vida divina. La esperanza en la vida eterna está enraizada en la fe de la participación del hombre en la eternidad de la vida divina.
5_ La omnipresencia
Los términos espaciales propios de la vida finita del hombre son utilizados simbólicamente para referirse a Dios. «Dios está en el cielo» es una expresión que se utiliza simbólicamente para significar que la vida de Dios es diferente a la existencia finita del hombre. No significa que Dios viva en un lugar especial, o que de allí descienda a la tierra. Su omnipresencia tampoco significa la ausencia de espacio. Sencillamente, Dios no está sometido a la extensión; la trasciende y en ella participa. La omnipresencia de Dios es su participación creadora en la existencia espacial de sus creaturas. Siempre que se es sensible a la omnipresencia divina, se quiebra toda diferencia entre lo sagrado y lo profano. Con la fe en el Dios omnipresente se mora siempre en un santuario. Se mora en un lugar santo, encontrándose en el lugar más profano; y el lugar más santo es aún profano comparado con el lugar del hombre en el fondo de la vida divina. La omnipresencia de Dios supera la congoja de no poseer un espacio propio y confiere al hombre el coraje preciso para superar las inseguridades y las congojas de la existencia espacial.
6_ La omnisciencia
El símbolo de la omnisciencia está relacionado con la estructura sujeto – objeto de la realidad e indica la participación y la trascendencia de Dios respecto de esta estructura.
Si se habla del conocimiento divino y de su carácter incondicional, se hace simbólicamente, subrayando su aspecto espiritual. Nada está fuera de la unidad centrada de su vida; nada le es extraño, oscuro, oculto, aislado, inalcanzable. Todo esto queda superado en la fe en la omnisciencia divina.
La verdad no es absolutamente inalcanzable para las mentes finitas, puesto que la vida divina en la que esta enraizado el hombre encarna toda la verdad.
La duda acerca de la verdad y del significado, herencia de la finitud, queda incorporada a la fe por el símbolo de la omnisciencia divina.
7_ El amor de Dios
Se habla simbólicamente de Dios cuando se lo considera como amor. Si se dice que Dios es amor, se aplica simbólicamente a Dios la experiencia finita de la separación y de la reunión, cuando, en realidad, esto es un misterio para el entendimiento finito. La separación y el anhelo por la reunión pertenecen a la naturaleza esencial de la vida de la creatura.
El Nuevo Testamento utiliza el término ágape para hablar del amor divino. El ágape incluye a todo prójimo, es decir, aquel con quien sea posible una relación concreta, sin preferencia alguna. El ágape acepta al otro, a pesar de su resistencia. Sufre y perdona. Busca la plenitud personal del otro. El ágape es caridad, es compasión, es solidaridad, es identificación con el dolor del otro. El ágape es Dios laborando para lograr la plenitud de toda creatura y la reunión en la unidad de su vida de todo lo que está separado y roto.
Dios nada necesita, no necesita del amor del hombre, ninguna igualdad existe entre Dios y el hombre. Dios en su eternidad trasciende tanto la plenitud como la implenitud de la realidad.
El amor que el hombre siente por Dios es de tipo eros. Implica la elevación de lo inferior a lo superior, de los bienes inferiores al sumo bien.
8_ La justicia divina
La justicia, en general, es el amor que afirma el derecho independiente, tanto del objeto, como del sujeto. Es un amor que no destruye la libertad del amado, ni viola las estructuras de su existencia individual y social. El amor, como reunión de quienes están separados, no los deforma ni los destruye en su unión.
El amor de Dios hace justicia al hombre, mientras lo encamina hacia su plenitud. No lo fuerza ni lo abandona; lo llama y lo atrae a la reunión. Pero en este proceso, la justicia no sólo atrae y afirma, también resiste y condena.
Lamentablemente, existe una inclinación universal de la creatura a violar la estructura de la justicia, con lo cual viola el amor mismo. Cuando esto sucede, suscita el juicio y la condenación, por la reacción del poder amoroso de Dios, contra aquel que viola el amor. Esta reacción ha sido indebidamente llamada «la ira de Dios», pero esta condenación no es la negación del amor, sino la negación de la negación del amor. Es un acto de amor sin el cual el non-ser triunfaría sobre el ser. El juicio es un acto de amor que entrega a la auto-destrucción lo que se resiste al amor.
La ira de Dios es un símbolo emocional aplicado a la acción del amor que abandona a la auto-destrucción lo que se le resiste. La experiencia de la ira de Dios es la conciencia de la naturaleza auto-destructora del mal. Tal experiencia es real y de allí proviene el símbolo metafórico de la ira de Dios.
La amenaza del juicio final y los símbolos de la condenación eterna y de la muerte eterna parecen indicar el límite del amor divino. Sin embargo, la eternidad, como cualidad de la vida divina, no puede ser atribuida a un ser que, como condenado, está separado de la vida divina. La condenación sólo pueda significar que la creatura es abandonada al non-ser por el que ella ha optado. El símbolo de la muerte eterna se interpreta como la auto-exclusión de la vida eterna y, por ende, del ser. No se puede obligar a la libertad finita a que se una con Dios, porque ésta es una unión de amor. El infierno no es el límite del amor divino. El único límite lo constituye la resistencia de la creatura finita.
La expresión final de la unidad del amor y la justicia es el símbolo de la justificación, que indica el acto divino por el que el amor desbarata las consecuencias inmanentes de la violación de la justicia. El amor divino en relación con la creatura injusta es la gracia. Por la fe, el pecador es justificado.
9_ Gracia y predestinación
El término gracia cualifica todas las relaciones entre Dios y el hombre de tal forma que tales relaciones son libremente iniciadas por Dios.
La predestinación presupone la doctrina de la justificación por la fe. La condenación eterna es una contradicción en los términos: implica que lo demoníaco es eterno, con lo que habría alcanzado la igualdad con Dios y el non – ser se habría instalado en el mismo corazón del ser y del amor.
No se tiene ninguna participación existencial en la condenación de los demás. Sólo se tendría participación existencial en la propia auto-exclusión de la vida eterna en el caso de no aceptar la justificación por la fe en Nuestro Señor Jesús, quien aparece en la existencia del hombre como el Cristo de Dios enviado para salvación de aquel que en él crea.
De acuerdo con Tillich75, la predestinación es la providencia con respecto al destino último de sí mismo. Igual que toda relación de Dios con la creatura, se ha de considerar la predestinación en sentido simbólico: En la experiencia existencial de la creatura en relación con Dios, el acto de Dios es lo que siempre abre la marcha, y para estar seguro de la propia plenitud, se puede y se debe mirar únicamente la actividad de Dios.
El amor divino es la respuesta final a las cuestiones implícitas en la existencia humana, incluidas la finitud, la amenaza de ruptura y la alienación. La predestinación, entendida simbólicamente, es la más alta afirmación del amor divino.
10_ Dios como señor y como padre
Ya hemos visto que símbolos tales como vida, espíritu, poder, amor, gracia, etc., se aplican indistintamente a Dios.
Los símbolos de Rey, Juez, Altísimo, pertenecen al ámbito simbólico de Dios como Señor. Los símbolos de Creador, Ayuda, Salvador, pertenecen al ámbito simbólico de Dios como Padre. Los símbolos de Señor y Padre son complementarios: El Señor que no es Padre es demoníaco; el Padre que no es Señor es sentimental. El Dios que sólo es Señor se convierte fácilmente en un tirano, un déspota.
Dios como Señor expresa el poder santo de Dios. Señor es un símbolo que expresa la inasequible majestad de Dios, la distancia infinita que media entre Dios y la creatura, la gloria eterna de Dios.
Mientras Señor expresa el poder de Dios, Padre expresa su amor. Señor expresa la distancia, Padre expresa la unidad. Quien es únicamente Señor no encarna la preocupación última del hombre y suscita la resistencia revolucionaria.
Padre es un símbolo de Dios como fondo creador del ser del hombre, como salvador del hombre por su creatividad sustentadora, y en cuanto lo encamina hacia su plenitud por su creatividad directora. Padre es un símbolo de Dios en cuanto justifica al hombre por la gracia y lo acepta aunque sea inaceptable.
11_ Fondo creador
La frase «deus sive natura», usada por Spinoza76, dice que Dios es idéntico a la natura naturans, a la naturaleza creadora, al fondo creador de todos los objetos naturales. «El ser en sí».
Dios no sería Dios si no fuese el fondo creador de todo lo que tiene ser, es decir, que Dios es el «ser en sí». Por consiguiente, Dios está más cerca de las cosas que estas de sí mismas. Es un fondo creador aquí y ahora, siempre y en todo lugar.
12_ Auto-trascendencia
Dios, como fondo del ser, tras...

Índice

  1. PRÓLOGO DEL AUTOR
  2. I_ DEFINICIONES Y MÁXIMAS
  3. II _ EL MÉTODO
  4. III_ CABALLOS DESBOCADOS
  5. IV_ VALORES MATERIALISTAS Y VALORES IDEALISTAS.
  6. V_ EL MUNDO EN QUE VIVIMOS
  7. VI_ EL IDEAL DE VIDA
  8. VII_ LA GRANDEZA DEL HÉROE GRIEGO
  9. BIBLIOGRAFÍA