Un corazón pensante
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Un corazón pensante

  1. 190 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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Un corazón pensante

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Información del libro

Un corazón pensante es la historia del camino espiritual de una niña distinta de las demás, que amaba la soledad y se formulaba numerosas preguntas; una niña que buscaba lo sagrado en cada detalle cotidiano, que sabía sorprenderse ante la naturaleza, sus leyes y sus maravillas.Susanna Tamaro sigue así ofreciendo a sus lectores un personalísimo diario de su propia alma, que se lee como una novela y que deja al desnudo, como nunca había hecho hasta ahora, su espiritualidad personalísima, que no sacrifica la realidad al misterio, pero que acoge el misterio en la realidad.

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Información

Año
2017
ISBN
9788432147258
Edición
1
Categoría
Literatura
TERCERA PARTE
UN FARO EN LA NOCHE
HERMANO SOL, HERMANA LUNA
ENTRE MIS BANDAZOS adolescentes y mis rigurosas exploraciones del mundo, en un momento dado comencé a llevar conmigo un Evangelio.
Después de la llamarada gloriosa de los sacramentos —comunión y confirmación—, recibida en una sola semana a los ocho años, y el breve fervor que sentí a continuación, mi práctica religiosa fue apagándose rápidamente, serenamente. Frecuentar la iglesia no era costumbre en ningún miembro de mi familia —a excepción del abuelo, que falleció en esos años—. Es más, no vincularse a esa comunidad y mostrar hacia ella un irónico desinterés era, entre los míos, un motivo de orgullo.
La fuerza extraordinaria que había sentido el día de la confirmación —cuando mis actitudes marciales se habían visto por fin satisfechas en la imagen, común por entonces, del soldado de Cristo—, se había evaporado por la presión de lo cotidiano.
Evaporado, pero no extinguido.
Igual que las cenizas en una chimenea, que por la mañana aún esconden algunas brasas todavía ardientes, mi sed de misterio descansaba sepultada bajo la aburrida banalidad de los días.
En primer lugar, tenía que sobrevivir, lo cual consumía buena parte de mis energías. Abrahán, Isaac, José, Jacob, la Virgen y Cristo, junto a mi Ángel Custodio —de quien, con los años, había olvidado hasta el nombre—, habían sido transferidos a un limbo donde permanecían como memoria remota, sin causar grandes molestias.
Más adelante, cuando la niñez quedó disuelta en la marisma oscura de la adolescencia, vi por casualidad la película de Zeffirelli sobre san Francisco. Y esa película me abrió de par en par una ventana que consideraba ya cerrada para siempre.
Así que había existido otra persona —un chico de mi edad, poco más o menos, aunque nacido en otra época— que, como yo, había soñado con la vida militar, y que después había dejado de lado aquel sueño, para seguir otro.
Aquel chico hablaba con los animales, lo mismo que hacía yo siempre que estaba sola en la paz de los bosques.
Aquel chico, en un momento dado de su vida, se había visto invadido por la inquietud y por el descontento, precisamente igual que me había ocurrido a mí.
UN ALIENTO MAYOR
FRANCISCO ESTABA SIEMPRE en movimiento, igual que yo.
Más afortunado que yo, él caminaba por las montañas de la Umbría, en lugar de las periferias desoladas de una ciudad. En lugar de los mirlos, él hablaba con los lobos.
En aquel vagabundeo suyo, tan inquieto, yo reconocía el mío.
Él sabía, y yo también, que a nuestro alrededor existía un gran aliento y que ese aliento nos acogía, nos vinculaba entre nosotros y, además de relacionarnos a los hombres, unía a todos los animales, las plantas, las realidades más escondidas del mundo mineral, el sol, las estrellas, el aire, el agua, el fuego.
Sí, el Aliento nos respiraba, y nosotros respirábamos el Aliento.
Era lo que yo sabía desde el principio, antes de conocer a Abrahán, antes de Isaac, antes de Noé. Era esto lo que, ya antes de ir al colegio, me hacía llorar. Todo el amor que existía en el mundo, y que nadie lograba comprender. Todo ese amor que, continuamente, se transforma en desamor. Toda la vida que, sin amor, se transforma rápidamente en muerte.
Ahí se encontraba el motivo de mi llanto. Detrás de la apariencia de las cosas, detrás de su normalidad, podía percibir esta ausencia absoluta y devastadora.
Francisco no se conformaba, como tampoco lo hacía yo. Conformarse significa aceptar la primera hipótesis como la única posible. Francisco quería llegar al fondo de las cosas. En un momento dado, rechazó los anestésicos que todos los demás aceptaban: dinero, poder, gloria.
También para mí aquellas sirenas cantaban sin sonido, porque el deseo que me devoraba tenía por objeto cosas que no pueden comprarse, cosas que no nos hacen más temibles, envidiados, o admirados. En ese momento de mi vida, lo que más me importaba, por encima de cualquier otra cosa, era la libertad, y Francisco quería ser libre; y quería serlo hasta el punto de presentarse desnudo ante su familia. De vosotros tomo solamente la vida, nada más. En su peregrinación, Francisco siempre entraba en las iglesias, como yo.
Seguramente él también se arrodillaba ante la cruz pidiendo dialogar. La diferencia entre él y yo se presentaba en este punto.
Era solo una, pero fundamental.
El Cristo de san Damián tenía los ojos abiertos. Le había mirado, y de ese modo habían empezado a hablar.
OJOS FIJOS EN LA CRUZ
EN EL EVANGELIO que llevaba siempre en el bolsillo buscaba, por encima de todo, el encuentro con una Mirada capaz de iluminar todas las cosas.
Venían a mi memoria las palabras del Catecismo: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. ¿Es que no era, precisamente este, mi afán constante cada día? Entre la opacidad de lo cotidiano, entre sus senderos infinitos y engañosos, quería encontrar el Camino, la vía maestra, cuya entrada a menudo está tapada por zarzas. Allí, con toda seguridad, estaban escondidos los pilares de la Verdad, y esos pilares iban a ser los únicos capaces de acoger para siempre mi vida, en absoluta libertad.
Así que, gracias a Francisco, llegué a descubrir que Cristo también podía tener los ojos abiertos, y que sus brazos, más que colgar tristemente de la cruz, podían estar abiertos de par en par, en un abrazo cósmico. Hasta ese momento, los pocos crucifijos que había visto estaban triste y dolorosamente muertos. Aquella desolación, aquellos cuerpos sin alma, aquellos ojos cerrados hacían que yo me sintiera excluida de cualquier posibilidad de diálogo.
¡Cuánto daño han hecho —y siguen haciendo aún— esas visiones de Cristo solamente doliente! ¿A quién es capaz de hablar un hombre atormentado por los espasmos de la agonía? En un mundo que ya se ha descristianizado por completo, en el que el único verdadero pecado que cabe reconocer es el de la gula —porque hace daño a la línea—, ¿cómo se puede siquiera imaginar que las personas emprendan un camino espiritual si, como estímulo, tienen ante ellas una imagen que no manifiesta ningún signo del poder de la vida futura?
¡Oh, magníficos crucifijos con los ojos totalmente abiertos, con los brazos extendidos, vivos, dispuestos a abrazar y a consolar todo llanto!
¡Oh, mirada de pura Luz, mirada que contiene el universo y lo regenera constantemente: remueve nuestros corazones, invádelos!
¡Solo Tú eres capaz ...

Índice

  1. PORTADA
  2. PORTADA INTERIOR
  3. CRÉDITOS
  4. CITAS
  5. ÍNDICE
  6. PRIMERA PARTE. PRUEBAS DE VUELO
  7. SEGUNDA PARTE. LA PARTE NO MEDIBLE
  8. TERCERA PARTE. UN FARO EN LA NOCHE
  9. SUSANNA TAMARO