Comentario al Nuevo Testamento Vol. 7
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Comentario al Nuevo Testamento Vol. 7

Los hechos de los Apóstoles

  1. 256 páginas
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Comentario al Nuevo Testamento Vol. 7

Los hechos de los Apóstoles

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Información del libro

William Barclay fue pastor de la Iglesia de Escocia y profesor de N.T. en la Universidad de Glasgow. Es conocido y apreciado internacionalmente como maestro en el arte de la exposición bíblica. Entre sus más de sesenta obras la que ha alcanzado mayor difusión y reconocimiento en muchos países y lenguas es, sin duda, el Comentario al Nuevo Testamento, que presentamos en esta nueva edición española actualizada. Los 17 volúmenes que componen este comentario han sido libro de texto obligado para los estudiantes de la mayoría de seminarios en numerosos países durante años.

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Información

Año
2012
ISBN
9788482676029
PODER PARA SEGUIR ADELANTE
Hechos 1:1-5
Excmo. Teófilo:
Ya he escrito a V.E. un informe completo de la vida y enseñanzas de Jesús hasta el momento en que fue llevado al Cielo después de haber dado instrucciones referentes al Espíritu Santo a los apóstoles que había elegido.
Después de su pasión, Jesús les demostró en muchas ocasiones que estaba vivo; porque durante un período de cuarenta días se les estuvo presentando en persona y hablando con ellos sobre el Reino de Dios.
Una vez que estaba comiendo con ellos les dio instrucciones de que no se marcharan de Jerusalén, sino que esperaran allí la llegada del Que el Padre les había prometido, de Quien ya les había hablado; y les dijo:
—Juan bautizaba con agua; pero dentro de no muchos días vais a ser bautizados con el Espíritu Santo.
El Libro de los Hechos es la segunda parte de una historia en dos sentidos: (i) Es el segundo volumen de los dos que le envió Lucas a Teófilo. En el primero, que es el Evangelio, Lucas le había contado la historia de Jesús en la Tierra; y ahora, en el segundo, continúa contándole la historia de la Iglesia Cristiana. (ii) Hechos es el segundo volumen de una historia que no ha terminado. El Evangelio es sólo la historia de lo que Jesús empezó a hacer y a enseñar. Su vida terrenal fue sólo el principio de una actividad que no ha llegado a su fin.
Hay diferentes clases de inmortalidad.
(a) Existe la inmortalidad de la fama. En las Coplas a la Muerte de su Padre, de Jorge Manrique, la Muerte le dice al Condestable:
«No se os haga tan amarga
la batalla temerosa
que esperáis,
pues otra vida más larga
de fama tan gloriosa
acá dejáis;
aunque esta vida de honor
tampoco no es eternal
ni verdadera,
mas con todo es muy mejor
que la otra corporal,
perecedera.»
No cabe duda de que Jesús ganó tal inmortalidad, como se ve, por ejemplo, en la Historia del Arte; y su nombre no morirá jamás.
(b) Existe también la inmortalidad de la influencia. Algunas personas dejan una estela de influencia y unas consecuencias que no desaparecerán jamás. Miguel de Cervantes es el escritor más famoso de la literatura española, y se da su nombre al premio más apreciado que se otorga a escritores contemporáneos y a los institutos que representan a nuestra lengua en otros países para memoria inmortal de ese nombre glorioso.
(c) Pero, sobre todo, existe la inmortalidad de la presencia y del poder. Jesús no ha dejado solamente un nombre y una influencia inmortales. ¡Está vivo y activo y lleno de poder! No es meramente alguien que fue, sino que es Uno que es, y cuya vida continúa eternamente. En un sentido, el tema y la lección del Libro de los Hechos es que la vida de Jesús se continúa en su Iglesia. John Foster, profesor de Historia de la Iglesia en la universidad de Glasgow y antes misionero en La China, cuenta que un buscador hindú vino una vez a un obispo indio. Sin ayuda de nadie había leído el Nuevo Testamento, y se había sentido atraído irresistiblemente por la Persona de Cristo. Luego había seguido leyendo, y se había encontrado en un nuevo mundo. En los Evangelios se trataba de Jesús, de sus obras y de sus sufrimientos; en los Hechos, de lo que hicieron y pensaron y enseñaron los discípulos de Jesús que ocuparon el lugar que Él había dejado. La Iglesia sigue adelante desde el punto en que Jesús dejó su vida terrenal. «Por tanto —dijo aquel hombre—, yo tengo que pertenecer a la Iglesia que continúa la vida de Cristo.» El Libro de los Hechos nos habla de la Iglesia que continúa la vida de Cristo.
Este pasaje nos cuenta cómo recibió la Iglesia el poder para cumplir su misión: por la obra del Espíritu Santo. Uno de los títulos del Espíritu Santo es El Consolador. Consolar es, según el Diccionario de la Real Academia Española, aliviar la pena o el dolor de alguien. Sería más conforme con la idea original llamarle El Confortador, que viene del latín fortis, valiente, y quiere decir, según el mismo Diccionario, el que da vigor, espíritu y fuerza…, el que anima, alienta o consuela al afligido. En el Libro de los Hechos, y en todo el Nuevo Testamento, es muy difícil separar la obra del Espíritu Santo de la del Cristo Resucitado; y no tenemos qué hacerlo, porque la venida del Espíritu es el cumplimiento de la promesa de Jesús: «Fijaos: Yo estoy con vosotros siempre, hasta el fin del mundo» (Mateo 28:20). No dejemos que se nos pase desapercibida otra cosa: Jesús les dijo a los apóstoles que esperaran la venida del Espíritu. Recibiríamos más poder, valor y paz, si aprendiéramos a esperar. En los trances de la vida tenemos que aprender a estar tranquilos. «Los que esperan en el Señor tendrán nuevas fuerzas» (Isaías 40:31). En medio de la actividad avasalladora de la vida debe haber lugar para una sabia espera. En medio de las luchas de la vida tiene que haber tiempo para recibir.
EL REINO Y SUS TESTIGOS
Hechos 1:6-8
Una de las veces que estaban reunidos con Él, le preguntaron a Jesús:
—Señor, ¿le vas a restaurar el reino a Israel en estos tiempos?
—No os corresponde a vosotros saber cuánto van a durar unas cosas, o cuándo van a suceder otras —les contestó Jesús—. Estas son cosas que el Padre mantiene bajo su control. Pero, independientemente de eso, cuando venga sobre vosotros el Espíritu Santo recibiréis poder para ser mis testigos en Jerusalén, y en toda Judea, y en Samaria, y por todo el mundo.
Jesús se enfrentó con un gran inconveniente a lo largo de su ministerio. El corazón de su mensaje era el Reino de Dios (Marcos 1:14); pero el problema era que los que le oían se lo figuraban a su manera. Los judíos estaban convencidos de que eran el pueblo escogido de Dios; y creían que eso quería decir que eran los favoritos, que estaban destinados a un honor y a un privilegio especiales, y para dominar el mundo. Todo el curso de su historia demostraba que, humanamente hablando, no podía ser así. Palestina era un país pequeño, de menos de 200 kilómetros de largo por 65 de ancho. Tuvo sus años de independencia, pero luego estuvo dominado por los babilonios, los persas, los griegos y los romanos. Así es que los judíos empezaron a esperar el día en que Dios intervendría en la historia humana, y haría con su poder lo que ellos no podrían hacer jamás. Esperaban el día en que, por intervención divina, la soberanía que soñaban sería suya. Concebían el Reino de Dios en términos de este mundo, y no como la «política de Dios y el gobierno de Cristo», como decía Quevedo.
¿Cómo lo concebía Jesús? Fijémonos en la oración dominical, en la que encontramos dos peticiones yuxtapuestas: «Venga tu Reino; hágase tu voluntad así en la Tierra como en el Cielo» (Mateo 6:10; Lucas 11:2). Ahora bien: es característico de la poesía hebrea, como se puede ver en los salmos, el decir lo mismo de dos maneras paralelas, la segunda de las cuales amplía o explica la primera. Eso es lo que sucede con estas dos peticiones: la segunda es una definición de la primera; y por tanto vemos que Jesús entendía el Reino de Dios como la sociedad en la Tierra en la que la voluntad de Dios se hace tan perfectamente como en el Cielo. Precisamente por eso sería un Reino basado en el amor, y no en el poder.
Para lograrlo, los humanos necesitamos el Espíritu de Cristo. Ya antes Lucas había hablado dos veces de esperar la venida del Espíritu. No debemos pensar que el Espíritu empezó a existir entonces. Sabemos que hay poderes que han existido mucho tiempo, pero que se han descubierto en un momento determinado. Así sucede con todas las fuentes de energía que se conocen; por ejemplo: la energía atómica no es algo que han inventado los hombres, sino que siempre había existido en la naturaleza, aunque solamente este siglo se ha descubierto y empezado a usar. Así podemos decir que Dios es eternamente Padre, Hijo y Espíritu Santo; pero llegó un momento en el que se experimentó ese poder que siempre había estado presente.
El poder del Espíritu iba a hacerlos testigos de Cristo. Su testimonio iba a operar en una serie de círculos concéntricos cada vez más amplios: primero en Jerusalén; luego en toda Judea; luego en Samaria, que era un país mediojudío que sería como un puente que los introduciría en el mundo pagano; y finalmente hasta el fin del mundo.
Vamos a fijarnos en varias cosas en relación con el testimonio cristiano:
(i) Un testigo es alguien que puede decir: «Yo sé que esto es verdad.» En un juicio no se admite el testimonio de alguien que sabe algo porque lo ha oído por ahí; tiene que saberlo de primera mano y por propia experiencia. Hubo un tiempo en la vida de John Bunyan cuando él no estaba seguro. Le preocupaba que los judíos dicen que ellos son los que tienen la verdad, y los musulmanes igual, y los de las otras religiones lo mismo. ¿Será el Evangelio algo parecido, un mero «a mí me parece»? Un testigo no dice: «Me parece que sí.» Dice: «Yo sé.»
(ii) Un testigo verdadero no lo es sólo de palabra, sino en toda su vida. Cuando Henry Morton Stanley descubrió a David Livingstone en el África central, después de pasar con él algún tiempo dijo: «Si me hubiera quedado con él un poco más, no habría tenido más remedio que hacerme cristiano. Y la cosa es que él nunca me lo dijo.» El testimonio de la vida de aquel hombre de Dios era irresistible.
(iii) Es un hecho que habla por sí mismo que en griego, la lengua en que se escribió el Nuevo Testamento, la palabra para testigo y la palabra para mártir son la misma. Un testigo tiene que estar dispuesto a ser un mártir. Ser testigo conlleva ser fiel a la verdad cueste lo que cueste.
LA GLORIA DE LA DESPEDIDA Y LA DEL REGRESO
Hechos 1:9-11
Después de decirles eso, vieron con sus propios ojos cómo era elevado hasta que una nube le ocultó de su vista. Mientras ellos seguían con los ojos fijos en el cielo viendo cómo se iba, fijaos: se les aparecieron dos varones vestidos de blanco, que les dijeron:
—¡Galileos! ¿Por qué os quedáis ahí mirando al cielo? Este mismísimo Jesús que se os ha arrebatado así para ir al Cielo, va a volver exactamente igual que le habéis visto irse al Cielo.
Este breve pasaje nos coloca cara a cara con dos de las ideas más difíciles del Nuevo Testamento:
(i) Primero, nos cuenta la historia de la Ascensión. Lucas es el único que nos la cuenta, y dos veces: en el Evangelio, capítulo 24, versículos 50 a 53, y aquí. Ahora bien: la Ascensión no es algo que tengamos motivos para dudar. Era absolutamente necesaria por dos razones:
(a) La primera es que era necesario que hubiera un momento final en el que Jesús volviera a la gloria que era suya. Los cuarenta días de las apariciones después de la Resurrección se habían cumplido. Podemos comprender que aquel tiempo especialísimo no podía prolongarse indefinidamente. Tenía que haber un final definitivo. Habría sido mucho peor el que las apariciones del Señor Resucitado hubieran ido desapareciendo paulatinamente hasta, permitidme la expresión, quedar en nada. Era necesario que, como Jesús había entrado en el mundo en un momento determinado, también saliera de la misma manera.
(b) La segunda razón es que debemos trasladarnos con la imaginación al tiempo en que esto sucedió. Hoy en día sería correcto decir que no consideramos que el Cielo esté en algún lugar más allá de la atmósfera de la Tierra; más bien lo concebimos como un estado de bendición cuando estaremos ya para siempre con el Señor. Pero esto sucedió ya va para dos mil años, cuando se creía que la Tierra era plana, y que había un lugar al que llamaban el Cielo, que estaba allá arriba. Si Jesús quería dar a sus seguidores una prueba irrefutable de que había vuelto a su gloria, la Ascensión era absolutamente necesaria. Pero debemos notar una cosa: cuando Lucas nos cuenta este suceso al final de su Evangelio, añade que los discípulos «se volvieron a Jerusalén rebosando de alegría» (Lucas 24:52). A pesar de la Ascensión —o, mejor dicho, a causa de ella—, los discípulos estaban seguros de que Jesús no los había dejado solos, sino que estaba con ellos para siempre.
(ii) Pero, en segundo lugar, este pasaje nos anuncia la Segunda Venida. Sobre este tema tenemos que recordar dos cosas:
(a) La primera es que es insensato e inútil especular sobre cuándo y cómo va a suceder, porque el mismo Jesús dijo cuando estaba en la Tierra que ni siquiera Él sabía el día y la hora en que vendría el Hijo del Hombre (Marcos 13:32).
(b) La segunda es que es parte integrante del Evangelio que Dios tiene un propósito para la humanidad y para el mundo. Estamos convencidos de que la Historia no es un conjunto caótico de casualidades que no van a ninguna parte. Estamos convencidos de que toda la creación se mueve hacia un clímax divino. Y estamos convencidos de que, cuando llegue esa culminación, Jesucristo será el indiscutible Juez y Señor de todo.
La Segunda Venida no es un tema de especulación o de curiosidad morbosa. Es una llamada a esforzarnos para que llegue ese Día, y para que nos halle preparados.
EL FIN DEL TRAIDOR
Hechos 1:12-20
Después se volvieron para Jerusalén desde el monte que se llama de los Olivos, que está cerca de la ciudad, a la distancia que permite la Ley recorrer en sábado. Cuando llegaron, subieron al aposento alto en el que estaban alojados Pedro, Juan, Santiago, Andrés, Felipe, Tomás, Bartolomé, Mateo, Santiago de Alfeo, Simón el Celota y Judas de Santiago. Estos se dedicaban a pleno tiempo a la oración en común, con las mujeres, y con María la madre de Jesús y con los hermanos de Jesús.
Por entonces, cuando estaban reunidos todos los hermanos en la fe, que eran como unos ciento veinte, Pedro se puso en medio de todos y dijo:
—Hermanos: Tenía que cumplirse el pasaje de la Escritura que inspiró el Espíritu Santo a David para que profetizara que Judas, aunque era de nuestro número y tenía parte en nuestro ministerio, se prestaría como guía a los que arrestaron a Jesús. Judas se compró un terreno con la paga de su villanía, y luego se despeñó y se reventó, saliéndosele todas las entrañas. Este hecho es ya de dominio público entre todos los vecinos de Jerusalén, que llaman a ese terreno «haqueldamah» —que quiere decir en su lengua «campo de sangre»—. Bueno, pues en el Libro de los Salmos está escrito: «Que su morada quede desierta, y que no habite nadie en ella»; pero también dice: «Que ocupe otro su puesto.»
Antes de tratar del fin del traidor Judas, tenemos que fijarn...

Índice

  1. Cubierta
  2. Página del título
  3. Derechos de autor
  4. Índice
  5. Introducción al Libro de Los Hechos de los Apóstoles
  6. Poder para seguir adelante (1:1-5)
  7. El Reino y sus testigos (1:6-8)
  8. La gloria de la despedida y la del regreso (1:9-11)
  9. El fin del traidor (1:12-20)
  10. Requisitos de los apóstoles (1:21-26)
  11. El día de Pentecostés (2:1-41)
  12. El aliento de Dios (2:1-13)
  13. La primera predicación cristiana (2:14-41)
  14. Ha llegado el Día del Señor (2:14-21)
  15. Señor y Cristo (2:22-36)
  16. ¡Poneos a salvo! (2:37-41)
  17. Las características de la Iglesia (2:42-47)
  18. Se realiza una obra notable (3:1-10)
  19. El crimen de la Cruz (3:11-16)
  20. Las notas de la predicación (3:17-26)
  21. El arresto (4:1-4)
  22. Ante el Sanedrín (4:5-12)
  23. Leales a Dios por encima de todo (4:13-22)
  24. El regreso victorioso (4:23-31)
  25. Todas las cosas en común (4:32-37)
  26. Problemas en la Iglesia (5:1-11)
  27. El atractivo del Cristianismo (5:12-16)
  28. Otra vez arresto y juicio (5:17-32)
  29. Un aliado inesperado (5:33-42)
  30. Los primeros obreros (6:1-7)
  31. Surge un campeón de la libertad (6:8-15)
  32. La defensa de Esteban (7:1–8:1)
  33. El hombre que salió (7:1-7)
  34. En Egipto (7:8-16)
  35. El que nunca olvidó a sus compatriotas (7:17-36)
  36. Un pueblo desobediente (7:37-53)
  37. El primero de los mártires (7:54–8:1)
  38. La Iglesia se extiende (8)
  39. Estragos en la Iglesia (8:1-4)
  40. En Samaria (8:4-13)
  41. Lo que no se puede comprar ni vender (8:14-25)
  42. Cristo viene a un etíope (8:26-40)
  43. Rendición (9:1-9)
  44. Una bienvenida cristiana (9:10-19)
  45. Dando testimonio de Cristo (9:19-22)
  46. Escapando por los pelos (9:23-25)
  47. Rechazado en Jerusalén (9:26-31)
  48. Los hechos de Pedro (9:32-43)
  49. Un fiel soldado (10:1-8)
  50. Pedro aprende una lección (10:9-16)
  51. El encuentro de Pedro y Cornelio (10:17-33)
  52. El corazón del Evangelio (10:34-43)
  53. La entrada de los gentiles en la Iglesia (10:44-48)
  54. La defensa de Pedro (11:1-10)
  55. Una historia convincente (11:11-18)
  56. Maravillas en Antioquía (11:19-21)
  57. La sabiduría de Bernabé (11:22-26)
  58. Ayuda en la necesidad (11:27-30)
  59. Encarcelado y libertado (12:1-11)
  60. El gozo de la restauración (12:12-19)
  61. Un terrible final (12:20-25)
  62. El primer viaje misionero (13 y 14)
  63. Enviados por el Espíritu Santo (13:1-3)
  64. Éxito en Chipre (13:4-12)
  65. El desertor (13:13)
  66. Un viaje azaroso para un hombre enfermo (13:14s)
  67. La predicación de Pablo (13:16-41)
  68. Problemas en Antioquía (13:42-52)
  69. Pablo y Bernabé en Iconio (14:1-7)
  70. Tomados por dioses en Listra (14:8-18)
  71. El valor de Pablo (14:19, 20)
  72. Confirmando la Iglesia (14:21-28)
  73. El problema crucial (15:1-35)
  74. El problema se hace agudo (15:1-5)
  75. Pedro plantea el caso (15:6-12)
  76. El liderato de Santiago (15:13-21)
  77. El decreto se publica (15:22-35)
  78. Pablo de pone en camino otra vez (15:36-41)
  79. El segundo viaje misionero (15:36–18:23)
  80. Un hijo en la fe (16:1-5)
  81. El Evangelio llega a Europa (16:6-10)
  82. La primera conversión en Europa (16:11-15)
  83. La esclava poseída (16:16-24)
  84. El carcelero de Filipos (16:25-40)
  85. En Tesalónica (17:1-9)
  86. En Berea (17:10-15)
  87. Solo en Atenas (17:16-21)
  88. El sermón de los filósofos (17:22-31)
  89. La reacción de los atenienses (17:32-34)
  90. Predicando en Corinto (18:1-17)
  91. En la peor de las ciudades (18:1-11)
  92. La justicia romana imparcial (18:12-17)
  93. La vuelta a Antioquía (18:18-23)
  94. Apolos entra en escena (18:24-28)
  95. En Éfeso (19:1-41)
  96. Un cristianismo incompleto (19:1-7)
  97. Las obras de Dios (19:8-12)
  98. La puntilla a la superstición (19:13-20)
  99. El propósito de Pablo (19:21s)
  100. El alboroto de Éfeso (19:23-41)
  101. Hacia Jerusalén (20:1-6)
  102. El joven que se durmió (20:7-12)
  103. Las etapas del camino (20:13-16)
  104. Una despedida triste (20:17-38)
  105. Sin vuelta atrás (21:1-16)
  106. Compromiso en Jerusalén (21:17-26)
  107. Una denuncia maliciosa (21:27-36)
  108. Arrostrando la furia del populacho (21:37-40)
  109. La defensa de la experiencia (22:1-10)
  110. Pablo prosigue con su biografía (22:11-21)
  111. Se endurece la oposición (22:22-30)
  112. La estrategia de Pablo (23:1-10)
  113. Se descubre un complot (23:11-24)
  114. La carta del comandante (23:25-35)
  115. El adulador y la falsa acusación (24:1-9)
  116. La defensa de Pablo (24:10-21)
  117. Hablándole claro a un gobernador culpable (24:22-27)
  118. La apelación al César (25:1-12)
  119. Festo y Agripa (25:13-21)
  120. Festo busca datos para su informe (25:22-27)
  121. La defensa de un hombre cambiado (26:1-11)
  122. Entregarse para servir (26:12-18)
  123. La tarea asumida (26:19-23)
  124. Un rey impresionado (26:24-32)
  125. Empieza el último viaje (27:1-8)
  126. Peligros en el mar (27:9-20)
  127. Ánimo (27:21-26)
  128. Esperando el día (27:27-38)
  129. Escape de lo profundo (27:39-44)
  130. Bienvenidos a Malta (28:1-6)
  131. Ayuda y sanidad (28:7-10)
  132. Así llegamos a Roma (28:11-15)
  133. Rechazo de los judíos (28:16-29)
  134. Abiertamente y sin problemas (28:30, 31)