Nuestro pan de cada día
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Nuestro pan de cada día

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"Nació entre cenizas, sobre piedra. El pan es más antiguo que la escritura. Sus primeros nombres están grabados en tablillas de arcilla en lenguas extintas. Parte de su pasado ha quedado entre ruinas. Su historia está repartida entre países y pueblos". Predrag Matvejevi nos propone recorrer un camino que aúna poesía, filosofía, historia y ciencia, y en el que se hará visible tanto el fruto del esfuerzo humano como su valor simbólico. Porque, en efecto, el pan acerca Dios a los hombres, es el negador del hambre, la aspiración del miserable, la comida que le sobra al rey. Se reclama en los hospitales y los orfanatos, y es finalmente un símbolo de justicia."Me ha sorprendido este libro de singular y de excepcional atractivo, por su tema y por su tratamiento universal del mismo. Esta no es sólo una larga historia, sino una trayectoria poética maravillosa, casi hímnica, del ubicuo pan. Un texto brillante de incomparables sugerencias y noticias, demasiadas para una breve reseña. Un libro de enorme erudición y de estupendas historias, contadas con gran estilo".Carlos García Gual, El País"Uno de los grandes ensayistas europeos en activo. Hay una solidez literaria, una dimensión estética en su escritura, que la sitúan un peldaño más arriba. Con una admirable capacidad evocativa, Matvejevi? nos regala un texto que recorre la historia del pan desde el Antiguo Testamento, el Egipto faraónico, la Europa del Medievo… y que lo conecta con los sentidos. Un conciso y bellísimo ensayo de uno de los grandes ensayistas europeos en activo, que es al mismo tiempo una genealogía, una historia cultural, una mitología y casi una modesta epopeya del pan".Mauricio Bach, La Vanguardia"Pocos libros he leído con la belleza y profundidad de Nuestro pan de cada día. No es novela ni ensayo, sino un grito a favor de la paz y la solidaridad".Rafael Narbona, El Mundo

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Información

Editorial
Acantilado
Año
2013
ISBN
9788415689676
Categoría
Literatura

III

RELIGIONES

El pan está presente en la fe y en la oración. La tradición judeocristiana lo ha introducido en el rito y en la liturgia. Los mitos de Babilonia y Mesopotamia, de Oriente Próximo y Lejano, lo consagran antes que el Talmud y la Biblia, o al mismo tiempo que ellos. Se menciona en el Corán, se destaca en los hadices.
Los caminos del pan y de la fe son a veces idénticos, cercanos, paralelos. No siempre y no en todas partes. Allí donde se separan surgen malentendidos, disputas, enfrentamientos.
Con ocasión de la expulsión de Adán y Eva del Edén, el Todopoderoso dictó la sentencia: «Con el sudor de tu frente comerás el pan, hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste formado. Ciertamente eres polvo y al polvo volverás». El hambre y la miseria expulsaron a los nómadas de Israel a Egipto antes de que amasaran su pan. Se convirtieron en prisioneros del faraón, trabajaban en el campo y en los establos, edificaban fortalezas y ciudades. Levantaron Pitón y Rameses. Tampoco la vida de los egipcios carecía de penurias y tentaciones. Las cosechas se estropeaban a menudo y se perdían. Las destruían el granizo y los relámpagos, las sequías y las inundaciones, las crecidas o los estiajes del Nilo, los vientos que soplaban desde Etiopía y empujaban ante sí enjambres de langostas. En los años de hambruna los foráneos eran los que más hambre pasaban. Sus rostros flacos y demacrados se perciben en los relieves del Imperio Antiguo y los frescos de Jhnumhotep. Sueños nocturnos sombríos no sólo atormentaban a los exiliados pobres, sino también a los ricos locales. Los escribas los apuntaban e intentaban interpretarlos.
Los hechiceros se convertían en consejeros de los gobernantes.
Expulsado de Israel a Egipto y abandonado por su familia, el joven José destacó en el exilio por su talento y sabiduría y llegó a ser intendente del faraón. Vistió ropas de lino, como las de los dignatarios egipcios. En los tiempos de sequía y penuria en Canaán, envió diez asnos y diez asnas cargados de trigo a sus hermanos y a su padre Jacob.
La torta cocida en piedra caliente, debajo de la ceniza, en aquellos tiempos se llamaba en hebreo ugah.
El enorme número de exiliados israelitas que poblaban la orilla del Nilo preocupaba al faraón. Decidió que se estrangulara a los hijos varones más jóvenes. El niño Moisés se salvó en una cesta de papiro que flotaba en el río. Aprendió a escribir y a leer jeroglíficos. Yahvé lo eligió para salvar a su pueblo y devolverlo a su tierra natal, junto a las laderas del monte Sión. A pesar de la resistencia y la incomprensión con las que se topaba a veces entre sus compatriotas, el profeta anunció la salvación de la esclavitud y preparó el Éxodo. Cuando huían del ejército del faraón, que los perseguía intentando retener a sus valiosos esclavos, los israelitas llevaban en su viático bollos de masa de pan, que por la prisa no habían fermentado.
Así surgió el rito de los «panes ácimos».
En el Antiguo Testamento está escrito: «Y Moisés dijo al pueblo: “Tenéis que recordar este día en el que salisteis de Egipto, de la tierra de esclavitud, porque ha sido la fuerza poderosa del Señor la que os ha sacado de aquí. Por eso no comeréis pan fermentado. Hoy salís de Egipto, en el mes de Abib (mes de las espigas) […]. Durante siete días comerás panes ácimos, pero el séptimo día será de fiesta en honor del Señor […] no se verá pan fermentado, ni levadura, en todo el territorio. Ese día explicarás a tus hijos: ‘Hacemos esto para recordar lo que hizo por mí el Señor cuando salí de Egipto’”».
El pan ya tenía en lengua hebrea dos nombres básicos: lejem y pat.
El viaje por el desierto fue largo y fatigoso. Moisés guiaba a la multitud exhausta, precedida durante el día por una columna de nube, por la noche iluminada por una columna de fuego. Llegaron al mar Rojo. Éste se abrió, según el Antiguo Testamento, y dejó a los perseguidos que cruzaran a la otra orilla. Entonces la ola enorme retornó y ahogó a los perseguidores.
En la ribera del lago Amargo, entre El-Qantara y Suez, hay bajíos y pantanos que probablemente se pueden cruzar andando, pero eso no disminuye el significado de la escena bíblica.
El hambre de los esclavos no se podía calmar. Se acababa la paciencia, resurgían los recuerdos. Antaño en Egipto, a pesar de todo, había «ollas de carne y nos hartábamos de pan». Yahvé decidió ayudar a los desesperados. «Por la tarde, en efecto, cayeron tantas codornices que cubrieron el campamento, y por la mañana había en torno a él una capa de rocío. Cuando se evaporó el rocío, observaron sobre la superficie del desierto una cosa menuda, granulada y fina, parecida a la escarcha. Al verlo se dijeron unos a otros: “¿Manhu?”, es decir, “¿qué es esto?”. Pues no sabían lo que era. Moisés les dijo: “Éste es el pan que os da el Señor como alimento. Esto es lo que el Señor os ordena: que cada uno recoja según lo que precisa para comer, una ración por cabeza, según las personas que viven con él”». Todo lo que cogieron por encima de lo ordenado se llenó de gusanos y se pudrió, así se castigó a los glotones y codiciosos. De la palabra manhu surgió el maná. Hay gente que afirma que un fenómeno similar se puede observar aún hoy en el monte Sinaí. Un tipo de tamarisco rezuma un líquido transparente que se espesa y solidifica durante las frías noches del desierto. Tiene un sabor suave. A los beduinos les gusta comerlo.
Aún hoy día los nómadas en su dialecto lo llaman man.
La escena se desarrolla en el escenario bíblico en paralelo con una serie de sucesos fatales y parábolas: el éxodo de Egipto, la entrada en Canaán, la zarza ardiente, el becerro de oro, los diez mandamientos de Dios, el campamento en el monte Sinaí, el levantamiento del tabernáculo, la proclamación de las festividades, entre ellas también la ya citada fiesta de los «panes ácimos». En el Antiguo y en el Nuevo Testamento, igual que en los dos Talmud, el de Jerusalén y el de Babilonia, se alude al pan y se lo alaba. En la Torá se ordena que, en señal del recuerdo del éxodo de Egipto y de la liberación de la esclavitud, en Pascua (Pésaj) sólo se tome pan ácimo, y que durante estos días festivos cualquier rastro de levadura sea apartado del hogar o destruido. La matzá es el pan ácimo; el jametz, el pan leudado. El challah tiene varios significados: por lo general se trata de una trenza blanca y solemne que se prepara para el sabbat, el séptimo día de la semana. Se relaciona también con la antigua costumbre de regalar una parte a los sacerdotes; un trocito de masa se ponía al fuego y luego se sacaba del horno de pan, llamado desde tiempos remotos, en Egipto y Babilonia, tannur.
Para el pan se seleccionaba uno de los cereales principales: trigo, centeno, avena, cebada o espelta.
En la preparación de la matzá se tenía cuidado de que la harina no tuviera contacto con el agua antes del tiempo establecido, para que la masa no empezase a leudar. Para el pan especial llamado matzá shmurá, la Halajá ordena secar el trigo antes de que se muela o incluso inmediatamente después de la cosecha. Esta costumbre recuerda al mismo tiempo la miseria en la esclavitud y la liberación después de la huida. La Hagadá de Pésaj destaca que «nuestros padres en Egipto comían este pan de miseria». Asimismo, en el Talmud babilónico las indicaciones y los consejos que se refieren al pan son claros e ilustrativos. «Nuestros maestros nos enseñaban: cuatro cosas se han dicho sobre el pan, son las siguientes: No se debe partir el pan antes de que haya sal o el companaje. No se deben pasar vasos llenos por encima del pan, ni poner carne cruda, ni poner cosa alguna sobre el pan. Ni se debe usar el pan como apoyo para colocar una cacerola. No se debe tirar ni tampoco entregarlo en la mano». Entre los consejos se encuentran también advertencias: «El que parte el pan en la mesa, que no lo haga antes de que todos tengan sal y algo para mojarlo […]. Quien no quiera tener dolores de estómago, que moje en invierno y en verano el pan en vino o vinagre […]. En el hogar de Rav Jisda el pan del mejor trigo se daba a los perros, que no lo pedían, y en la casa de Rabba el pan de cebada está destinado a los inquilinos, y tampoco lo había».
Son citas de los libros sagrados hebreos. El Talmud de Babilonia se conservó mejor que el de Jerusalén, que en parte fue destruido. En el Antiguo Testamento, en el Segundo Libro de los Reyes, se menciona al bienhechor que vino de Baalsalisá con «veinte panes de cebada y espigas nuevas en su alforja». Y el profeta Eliseo, en hebreo Elisha, alimentó con ello a cien hambrientos: «Él se lo sirvió, comieron, y sobró». Esta multiplicación del pan antecede a la del Nuevo Testamento y a las historias de la vida o hagiografías de los santos.
La Hagadá recopilaba y extendía los conocimientos sobre el pan, los cuales, a veces, también sirvieron como ejemplo y estímulo a los narradores. Filón de Alejandría, llamado Philo Judaeus, escribió De agricultura, obra en la que se entretejen la tradición judía, el logos de la filosofía griega y el anuncio cristiano de la «vida contemplativa». Además era afecto a los «terapeutas» que comían tortas de pan ácimo, las regaban con agua cantando en coro y orando en voz alta.
Para las festividades se preparaban panes especiales. Para la Pascua (Pésaj) en el mes de Nisán, a principios de la primavera, se comía matzá con hierba amarga y vino y, según un orden establecido llamado seder, se leían párrafos instructivos de la Hagadá. El Sucot se celebra a principios del otoño, después de la cosecha, en el mes de Tishrei con la festividad de los Tabernáculos, y los creyentes recuerdan el tiempo que el pueblo judío pasó en el desierto y con ocasión de ello se sacan fuera «cuatro tipos» de ramas, tres de mirto, dos de sauce, una de palma y una de cedro. En el mismo mes está el Rosh Hashaná, el anuncio de Año Nuevo, y la plegaria a Yahvé para que inscriba a sus fieles en el «libro de la vida». En la Torá esta ceremonia se denomina Yom Teruah, «fiesta de las trompetas», porque antaño, por orden de Moisés, se tocaba el cuerno de carnero, llamado shofár. El Kipur (Yom ha-kippurim) es el día de la «gran expiación», precedido de un ayuno y seguido de un banquete. La festividad de Janucá se celebra antes del invierno, a finales del mes de Kislev y a principios del mes de Tevet, en memoria de la liberación de Israel del conquistador heleno Antíoco IV, de la dinastía Seléucida. En esta ocasión las menorás iluminan con su luz parpadeante el mundo a su alrededor.
Para cada uno de estos días de conmemoración y esperanza se preparaba el pan correspondiente, que respetaba la tradición y reafirmaba la fe.
Distintas desgracias dificultaron la situación de los judíos en su tierra de origen y fuera de ella: la expulsión de Jerusalén, la destrucción del templo, la dispersión en la diáspora, la aparición del cristianismo y su súbita expansión. Pasarán períodos largos antes de que llegaran a los seguidores de Yahvé, primero por vía oral, luego también por escrito, los mensajes de la Cábala y del Libro del Esplendor (Sefer ha-Zohar). El autor de la parte principal del Zohar, escrita a finales del siglo XIII de nuestra era en el arcaico idioma arameo, tuvo que esconder su verdadero nombre y presentar su obra como un comentario talmúdico de más de mil años de antigüedad. Se llamaba Moisés de León. Vivió en España y estaba vinculado tanto con los cabalistas como con los gnósticos. Conocía el Talmud y los debates sobre él en la teología hebrea.
Se aventuró en una nueva interpretación del Pentateuco.
Moisés de León escribió una loa al pan, poética, digna de los antiguos salmos: «Al dar el Altísimo la Torá a Israel, le dio a probar el pan sobrenatural del Árbol de la Vida (Malhut) […]. La matzá es realmente el fruto del Árbol de la Vida […]. Gracias a este pan, los hijos de Israel conocieron la Torá y le rindieron homenaje, para poder tomar el camino recto […]. El Zohar dice que la matzá es el pan de la fe […]. Es el pan que inspira la fe […]. Al comerlo, nos llenamos de paz […]. El Rabí Aquiva piensa que lejem ahirrim significa ‘el pan que los ángeles comen’. El Zohar lo admite y ve el maná como un don de Dios […]. Salió Rubén en el tiempo de la siega de trigo, encontró en el campo mandrágoras […]. Cuando se celebra el Rosh Hashaná, en vísperas del Año Nuevo, se juzga sólo a aquellos que no han tomado la medicina, y la medicina es la matzá […]. En el jametz hay mala intención […]. No hay pan fuera de la Torá».
A las aguas y sus colores, presentes en el pan ácimo y en el pan leudado, el Zohar dedica unas líneas en las que resuena la Cábala.
El mundo está dividido en cuarenta y cinco colores que representan cuarenta y cinco tipos de luz. Siete de ellas se dividen de nuevo en siete abismos. Cada luz choca con el abismo al que accede, de modo que las piedras empiezan a rodar por su fondo. Luego la misma luz alcanza las piedras, las perfora y hace fluir agua de ellas. Esta agua inunda el abismo […]. Todas las luces se congregan en un punto. Se mezclan la luz, la oscuridad y el agua. De esta mezcla nacen las sombras invisibles y oscuras.
¿Cómo será el pan amasado con semejante agua? ¿De qué color será su corteza? ¿Quién se alimentará con él? Tampoco se pueden descartar preguntas de este tipo cuando se habla del pan.
La expulsión de los judíos de España y de Portugal comenzó apenas dos siglos después de la aparición del Zohar, casi en el momento en que las carabelas de Colón desplegaban sus velas y surcaban el océano. Una parte de los expulsados se bautizó y se convirtió aparentemente al cristianismo para salvarse. Los denominaron «marranos». En secreto cumplían con sus ritos y procuraban conservar la fe de sus antepasados. Salvaron su pan trabajosamente, tanto la matzá, el jametz, como la jalá; no se olvidaron ni del lejem ni del pat, y tampoco de la antigua torta de pan, antaño llamada ugah.
El pan les conservaba la conciencia de sí mismos y de pertenencia a su pueblo.
Al dispersarse por toda Europa y el Mediterráneo, los judíos trasladaron sus costumbres a los diferentes países adonde los llevó el destino. Contribuyeron a que el pan en ellos fuera mejor y a que se apreciase más. Lo probé en Bosnia, a poca distancia de la sinagoga de Sarajevo, bajo las faldas del monte llamado Trebević. En algunos lugares lleva aún el nombre de pan di Spagna.
También en Salónica, Esmirna y en Constantinopla había un pan parecido en las mesas sefardíes, humildes y modestas.
El cristianismo asumió ciertos tipos de pan hebreo y las costumbres vinculadas a él. Las palabras del Antiguo Testamento se convirtieron en parte de la doctrina cristiana. El Nuevo Testamento las complementará e interpretará de otra manera. Pero al final conservan su sentido original.
A los ritos judíos se les añadió, ante todo y junto con lo demás, la eucaristía: el regalo de gratitud y misericordia, basado en la bendición del pan.
Después de haber sido negada y perseguida, la fe cristiana logró introducir nuevas oraciones y liturgias, otras imágenes y parábolas...

Índice

  1. INICIO
  2. NUESTRO PAN DE CADA DÍA
  3. I EL PAN Y EL CUERPO
  4. II CAMINOS
  5. III RELIGIONES
  6. IV SIETE CORTEZAS
  7. V LA SEMILLA
  8. VI IMÁGENES Y APARICIONES
  9. VII MOTIVOS, EPÍLOGO
  10. NOTA BIBLIOGRÁFICA DE LOS TRADUCTORES
  11. ©