Capítulo XX
Reencuentros
Bajaron, con tanto apremio como les fue posible, las tres plantas que los separaban del resto de sus compañeros. Tenían que ser muy cautelosos, ya que las escaleras de madera del foso no eran demasiado anchas, ni tampoco daban una sensación de confianza, por mucho que la construcción de estas pareciera reciente. En su recorrido tuvieron que sortear en diferentes ocasiones a varios de los guardianes de aquel lugar, quienes siempre iban por parejas, y nunca eran de raza enana. En todo momento pudieron zafarse de ellos sin problema alguno, excepto en una ocasión, en la que un par de guardias los asustaron al detenerse justo después de rebasarlos.
—¿No has oído algo? —dijo uno de ellos girando la cabeza y buscando con la mirada directamente hacia Logan.
—¿Cómo qué? —le respondió el otro quien se estaba hurgando desagradablemente la nariz, sin importarle en absoluto que su compañero estuviera a su lado—. Yo no he oído nada.
—Me ha parecido que crujía la escalera un poco más abajo, como si alguien acabara de pasar —y observando el ritual de su amigo, prosiguió—. ¿quieres dejar de meterte el dedo ahí, pedazo de guarro?
—Espera, creo que ya la tengo… —dijo el hombre muy alegremente sacándose por fin el dedo de la nariz, observándolo con avidez, para a continuación metérselo en la boca. Lorian no pudo evitar pensar que el comentario del otro hombre era de lo más acertado, y por la expresión en el rostro de este, su compañero opinaba lo mismo—. Estás paranoico —prosiguió lleno de felicidad—. Sabes muy bien que está prohibido usar la capa en el interior del cuartel.
—¿Pero hoy no había gente vigilando con la capa puesta?
—Sólo en los últimos niveles, por culpa de aquel hombre extraño que han encontrado hace un par de horas. Pero ya conoces las normas. En caso de que un soldado se cruce con algún compañero, será obligatorio que se vuelva visible —añadió el hombre como si recitara—. Así que no me vengas con esas. Las normas son muy estrictas. Lo que te pasa es que tú tienes miedo de tropezarte alguna vez con alguien y caerte por el foso… —prosiguió el hombre sonriendo malévolamente haciendo como si le empujara, mientras el otro daba un respingo y se apartaba—. No sufras. ¡No voy a ser yo quien te lance! Cuantos más seamos, mejor. Vamos, dejémonos de tonterías. Tenemos que darnos prisa o llegaremos tarde. Hoy es el gran día.
Los dos guardias se alejaron, y el peculiar grupo volvió a reemprender su marcha. Curiosamente, la palabra que habían usado para definir aquel lugar había sido «cuartel», y entre ellos se habían referido como «soldados», detalle que no les pasó por alto.
Todo estaba muy bien estructurado, y no les supuso un gran esfuerzo localizar el pasillo hacia el que tenían que dirigirse. Recorrieron un largo tramo hasta que finalmente llegaron a la puerta con el número 3217.
Fue en ese instante cuando Carl se percató de que habían cometido un error garrafal. No tenían ninguna llave para abrirla, y sin ella, estaban perdidos. Intentó empujarla con ambas manos para comprobar que no estuviera abierta, pero sin éxito.
—¡Qué fallo! —refunfuñó malhumorado.
—¿Qué ocurre? —inquirió Lorian intrigado, quien desde el interior de la bolsa sólo atinó a escuchar una especie de queja.
—Pues que no tenemos llave, y no hay forma de abrir esta condenada puerta —le respondió el vampiro.
—Si es que a la hora de la verdad no vales para nada… —le increpó Logan—, y con tu fuerza, ¿no podrías romper la puerta?
—Es una puerta metálica. Podría acabar rompiendo las bisagras, pero haría demasiado ruido y nos descubrirían.
—Tranquilos —les interrumpió Lorian dando un saltó desde el morral y volviéndose visible delante de la puerta—. Para eso estoy yo aquí.
—¿Qué vas a hacer? —inquirió Logan con un tono claramente insultante—. ¿Maullar a la puerta hasta que se abra para no oírte más?
—Qué te las vas a cargar… —lo amenazó Carl con una de esas miradas intimidatorias.
Pero Lorian estaba demasiado concentrado para hacer caso a los comentarios de Logan. Puso su pata delantera sobre la superficie de la puerta y pronunció una única palabra en la lengua de los magos.
Obre’t.
Se oyó el chasquido de la cerradura, como si alguien hubiera colocado una llave en su interior y hubiera empezado a darle vueltas.
—Ya está, Carl. Haz los honores —declaró Lorian con total parsimonia.
El vampiro le hizo caso, y al empujarla esta se abrió sin ofrecer ninguna resistencia. En un rincón de la estancia se encontraba Alex, quien seguía atada. Por fortuna ya no estaba inconsciente. Se había acurrucado en una esquina toda temblorosa al ver que la puerta se había abierto sola. No se había percatado de la presencia de Lorian, quien era el único que era visible en aquel momento, ya que el gato se había colocado a un lado.
—Date prisa y desátala —dijo Carl entrando en la habitación.
—¿Quién anda ahí? —gritó ella retirándose aun más hacia el rincón.
—Voy a matarte lentamente… —respondió Logan con voz grave, casi demoníaca, que hizo que Alex gritara como una loca. En ese instante se escuchó un golpe seco y alguien que se quejaba de dolor. Carl le había propinado una soberana colleja al chico.
—¡No grites! Somos nosotros, Carl, Logan y Lorian —aclaró el vampiro quitándose la capucha para que la chica pudiera verle mientras le hacía un gesto con el dedo para indicarle que guardara silencio. Logan lo imitó, de muy mal humor, volviéndose visible. Lorian también se adelantó, para intentar tranquilizarla. Al verlos a todos, Alex estuvo a punto de derramar una lágrima de felicidad, aunque una parte de ella quería estrangular a Logan, o más bien dicho, a Ragán.
Carl se arrodilló para desatarle los nudos de las cuerdas que le inmovilizaban brazos y piernas. Alex, al verse liberada, se acarició las llagas que le habían ocasionado por la fuerza con la que la habían atado, y no pudo evitar tocarse la cabeza. Tenía un buen golpe, y le dolía horrores.
—¿Pero de dónde salís? —inquirió la chica en voz baja muy sorprendida—. ¿Y cómo he llegado a parar yo aquí? Lo último que recuerdo es que Báldard se desmayaba, y luego creo que alguien me ha golpeado por la espalda, justo antes de perder el sentido.
—Nos han capturado unos hombres. Unos soldados para ser más exactos. Pero no tenemos mucho tiempo para dar explicaciones. Hay que darse prisa —le respondió Lorian mientras el vampiro la ayudaba a levantarse—. Carl y Logan han venido por otro sitio y nos hemos encontrado por casualidad un poco más arriba.
Alex se reincorporó y se espolvoreó la ropa.
—Hay una cosa que necesito saber —pronunció Alex con voz muy seria—. Cu…cuando me he despertado, he visto que tenía mi chaleco desabrochado y mi camisa medio abierta —titubeó muy asustada—. ¿Ha pasado algo mientras yo estaba inconsciente?
Carl y Logan entrecruzaron sus miradas dubitativamente.
—No te preocupes. Yo lo he visto todo —contestó Lorian calmadamente—. Uno de los tipos que nos ha capturado te abrió la camisa para observarte, pero no ocurrió nada más —prefirió no comentarle que la intención de aquel soldado era la de volver más tarde.
—Menos mal. Me había temido lo peor… —declaró la chica aliviada—, pero espera… ¿Qué significa eso de que «yo lo he visto todo»? ¡Serás pervertido! —Alex salió disparada en dirección al mago, quien se apartó como si le persiguiera el mismísimo diablo.
—¡Te juro que no he visto nada de eso! —se defendió él quien por una vez hablaba sin faltar a la verdad—. Es sólo una forma de hablar ¡Oía lo que decían, pero nada más!
—¡Mentiroso! ¡Te voy a…!
—¡Qué no tengo ningún interés en verte desnuda! No me interesa ver los pechos de alguien que dice que en realidad es un hombre —se defendió Lorian con un tono sin credibilidad alguna mientras se escondía detrás de Carl.
—Déjalo, Alex —declaró el vampiro agarrándola por los hombros—. No tenemos tiempo para esto, como bien ha dicho Lorian antes. Tenemos que salir de aquí.
—Lo siento. Es que me cuesta mucho controlar mis hormonas de un tiempo a esta parte… Cuando era hombre no tenía unos cambios de humor tan bruscos —aclaró la chica.
—Como si no se los hubiera visto nunca… —murmuró el gato con una voz casi inapreciable dirigiéndose hacia la puerta.
—¿Qué has dicho? —vociferó iracunda—. ¡Te he oído!
Alex intentó atrapar a Lorian por debajo de los pies de Carl, pero este ya había huido de nuevo.
—¡Basta! —gritó Carl con un tono que les heló la sangre—. ¡Los dos! Ya es suficiente. Debemos irnos. No podemos perder más tiempo, y estamos armando un escándalo.
A Báldard lo encontraron, como ya sospechaban, en la celda adyacente. El muchacho estaba sentado tranquilamente en el centro, y al verlos entrar apenas se inmutó. Lo desataron, le dieron una capa a él y a Alex, y le devolvieron su morral, dándole las explicaciones oportunas. Lorian se instaló de nuevo en la bolsa de Báldard, ya que se sentía más cómodo y seguro que no viajando con Logan.
Sólo restaba localizar a Hai y a Égathain. Miraron la celda contigua a la de Báldard, pero estaba vacía. Quizás lo habían alojado en la puerta de enfrente de esta. Antes de abrirla, miraron por la pequeña obertura que había a ras de suelo, ya que Lorian les avisó que no podía ir lanzando conjuros para abrir puertas tan alegremente. Allí dentro si que había alguien, aunque no parecía ser un niño. Por su aspecto, aparentaba ser un hombre, aunque no podían verle bien la cara. Quizás podía tratarse de la persona que había acompañado a Hai.
No podían estar todo el rato comprobando todas las puertas, y como tampoco tenían otra alternativa, lo mejor era liberarle, aunque Carl no era de la misma opinión, como ya había expresado con anterioridad. Pero tenía que reconocer que quizás podía aportarles información relevante, o tener algún conocimiento sobre el paradero de Hai. Abrieron la puerta, y el hombre se levantó como un rayo y, sin previo aviso, se abalanzó sobre Carl tirándolo contra el suelo. Al vampiro lo pilló desprevenido, y no tuvo tiempo a reaccionar. El hombre se levantó de nuevo para salir huyendo y casi atropelló al pobre Lorian, quien aun seguía delante de la entrada después de haber realizado el conjuro.
Logan, quien estaba en el pasillo junto con Alex y Baldar, lo zancadilleó cuando pasó ante él, y el hombre cayó como si fuera de plomo sobre la dura piedra. Carl, quien se había levantado con un movimiento inhumano, no tardó en inmovilizarlo. El hombre era de estructura corpulenta, y tenía el pelo de color rojizo, y llevaba una barba de al menos un par de meses, también del mismo tono pelirrojo. No paraba de gritar que le soltaran, insultándolos con vehemencia, y amenazándoles con que si no lo hacían, les mataría.
Lorian se acercó al rostro del hombre para examinarlo más de cerca, y lo reconoció casi al instante.
—¿Tú no eres Séivdhar, aquel montaraz que trajo a Hai a nuestra granja? Jamás olvido una cara… —pronunció el mago mientras se ponía en frente del rostro del hombre.
Al oír aquel nombre, el hombre dejó de gritar inmediatamente, y abrió los ojos como platos como si no acabara de creer lo que veía ante él. Luego, miró hacia arriba e identificó a Alex y a Báldard.
—¿Per...