Ética y ejercicio de la ciudadanía
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Ética y ejercicio de la ciudadanía

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Ética y ejercicio de la ciudadanía

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Este libro tiene como objetivo mostrar que la ética representa primordialmente una forma de pensar, de actuar e intervenirsobre la realidad, sobre los otros seres humanos y sobre uno mismo para lograr una manera de buen vivir —sumak kawsay—, entendida como una existencia digna, cuyo valor fundamental es el respeto por la vida, la naturaleza y de realizarse en comunidad. Alberto Simons Camino busca impulsar la reflexión crítica sobre la importancia, la necesidad y conveniencia de la ética para la persona misma y para cualquier forma de convivencia, sobre todo en la realidad del Perú de hoy.

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Información

Capítulo 1
Aspectos generales
En este primer capítulo conviene aclarar qué entendemos por ética y, en particular, para qué sirve pues, sobre todo esto último, no parece ser evidente para mucha gente. También es necesario situar la ética en relación con los otros aspectos o dimensiones del conocimiento con los cuales tiene una necesaria vinculación. En el plano más evolutivo resulta esclarecedor examinar cómo está siempre presente en la historia del pensamiento, sobre todo occidental. Desde este horizonte parece notorio que ha habido una crisis en la forma de enfocar la ética, lo cual conviene esclarecer. A partir de ello, se hace necesario un replanteamiento de ella que resulte iluminador en la actualidad de nuestro mundo, y también distinguir y relacionar sus aspectos objetivo y subjetivo para, finalmente, ahondar en los fundamentos tanto antropológicos como cristianos de la ética, dada nuestra tradición occidental.
1. ¿Qué es la ética y para qué sirve?
La palabra ética proviene del griego êthos y significaba, primitivamente, estancia, lugar donde se habita. Posteriormente, Aristóteles afinó este sentido y, a partir de él, significó manera de ser, carácter. Así, la ética era una segunda naturaleza adquirida, no heredada como lo es la naturaleza biológica. De esta concepción se desprende que una persona puede moldear, forjar o construir su modo de ser, de vida o êthos.
La palabra moral traduce la expresión latina moralis, que derivaba de mos (en plural mores) y significaba costumbre. Con esta palabra, los romanos recogían el sentido griego de êthos: las costumbres también se alcanzan a partir de una repetición d’actos. A pesar de este profundo parentesco, la palabra moralis tendió a aplicarse a las normas concretas que rigen las acciones. Los griegos eran más filósofos y pensadores, en cambio los romanos eran más prácticos y por eso les interesaban más las leyes y normas. De ahí viene que el Derecho Romano siga siendo una referencia en la práctica legislativa (Giusti, 2007)1.
Se suele decir que la ética es la reflexión crítica respecto a la moral y ayuda al progreso de ella porque muchas veces la moral que practican nuestras sociedades y culturas no es la mejor. Así, por ejemplo, los griegos de la época de los grandes filósofos consideraban a la esclavitud como válida y luego, felizmente ahora, desde el punto de vista ético, es inadmisible. Nosotros vamos a conservar la distinción entre ética y moral pero, según los contextos, utilizaremos los términos según sea conveniente.
En un sentido más neto y actual, podemos decir que ética es lo que da sentido trascendente, autenticidad y coherencia al quehacer del ser humano, en lo personal y en su convivencia con los demás. La cuestión ética brota con el ser mismo de la persona humana. El animal tiene su vida resuelta por el dinamismo de sus instintos a los que, por otra parte, no puede escapar. Al ser humano, en cambio, los instintos le son insuficientes y no se le ha dado un modo específico y determinado de ser y comportarse, sino que él mismo tiene que encontrarlo, y en ello se da conjuntamente el llamado ético y su dignidad de ser humano. Así, por ejemplo, un animal hambriento frente a un alimento no puede dejar de comer, en cambio, los seres humanos, en casos entremos y teniendo comida a la mano, pueden morir sin probar nada, como fue el caso de diez huelguistas de hambre republicanos irlandeses en 1981 que murieron buscando la liberación de su nación.
El ser humano no puede resolver su vida sin la ética. Pensemos qué pasaría si no tuviéramos ningún principio ético. Simplemente volveríamos a la ley de la selva, entendida como ausencia de toda ley o norma. Si el hombre ha progresado y ha logrado sobrepasar el estado puramente animal es gracias a la ética, que nos permite no vivir como lobos entre lobos sino como humanos entre humanos2.
El progreso, desde lo económico, lo sociopolítico y cultural hasta llegar a lo más personal, se ha dado en todas las civilizaciones en el grado y tanto cuanto los principios éticos se han ido asentando. El antropólogo Fernando Silva Santisteban (2005) señalaba al tratar los principios y valores universales de la ética, que esta viene a ser, por naturaleza, la única forma posible de conservación y protección de la estabilidad de nuestra especie.
Esto es perfectamente demostrable. Pensemos, por ejemplo, en los intercambios económicos; si no existiese la confianza suficiente entre los participantes, estos se frustrarían. Lo mismo pasa en el campo legal que, si caemos en cuenta, todo él está basado en el cumplimiento de las normas y leyes que nos rigen, que tienen su base más allá de lo prescrito, en lo ético. Por ello, la corrupción es corrosiva de todo lo que es una vida verdaderamente humana. Pensemos en todo lo que ha costado a personas, instituciones y países las crisis económicas, crediticia, hipotecaria y de confianza en los mercados, que se han dado en Estados Unidos y Europa a partir del año 2008 por causa, sobre todo, de los fraudes financieros.
En el Perú, en los años noventa, desde un pragmatismo estrecho, se decía que con la ética no se comía, y luego hemos sido testigos privilegiados de los videos en que se pagaba con fajos de billetes las «colaboraciones» con el gobierno. Hemos visto la cantidad de miles de millones que costó la corrupción de esos años, con los cuales se hubiera podido mejorar la educación, construir miles de escuelas y hospitales, entre otras cosas. Esto ha continuado en los siguientes periodos aunque en menor medida, hasta la constatación, a partir del año 2014, de la suma de dinero que ha significado la corrupción en los gobiernos municipales, regionales y en los diferentes poderes del Estado. Solo para poner un ejemplo, en el Perú se lavaron activos por más de 11 mil millones de dólares entre enero de 2007 y marzo de 2015, como estimó la Unidad de Inteligencia Financiera (UIF) de la Superintendencia de Banca, Seguros y AFP (SBS). Todo esto aparte del deterioro de la democracia que esto ha supuesto.
Como dice A. Cortina: ¿para qué sirve la ética? Para abaratar costes en dinero y sufrimiento en todo aquello que depende de nosotros, e invertirlo en lo que vale la pena, sabiendo priorizar (Cortina, 2013, pp. 13 y ss.).
En el nivel personal, la falta de ética significa una corrupción anímica que a veces, sin que nos demos cuenta, nos va carcomiendo por dentro con un deterioro espiritual que nos lleva a la desmoralización, el desánimo y la baja autoestima que se hace endémica.
Es necesario caer en la cuenta que ni la ética ni la moral consisten en el cumplimiento de normas, leyes o principios que puedan parecer impuestos arbitrariamente por una sociedad o religión sino que se definen por lo que nos hace auténticamente humanos, y las normas, leyes o principios solo tienen valor en cuanto nos ayudan a ser mejores seres humanos. Antes de entrar en la temática misma de la ética, es conveniente situarla dentro de los diferentes niveles o dimensiones del conocimiento y también en la historia del pensamiento.
2. Diferentes dimensiones del conocimiento
Es importante situar a la ética dentro del conjunto de las diferentes dimensiones del conocimiento y ver sus relaciones mutuas aunque sea brevemente.
Las ciencias de la naturaleza, empírico-positivas centrales en la experiencia del hombre actual tienen sus límites —de alguna manera las ciencias son interpretaciones que hace el hombre, más o menos exactas de la realidad, pero no son la realidad misma—. Tanto su fundamento como su finalidad están más allá de ellas, las trascienden. Las preguntas de las ciencias y la técnica son por el qué y cómo, pero las preguntas del por qué —fundamento— y el para qué —finalidad, la ciencia no puede emitir juicios de valor—, remiten al ser humano en quien está tanto el fundamento como la finalidad de las ciencias y la técnica.
Por ejemplo, el enunciado «la pizarra es verde» es una interpretación de la realidad hecha por el hombre. La ciencia y la técnica son interpretaciones que hace el hombre de algo que está en la realidad. La ciencia se basa en leyes; ¿Dónde están estas? ¿En la naturaleza? No, son elaboraciones del hombre a partir de la observación de los fenómenos que contempla.
El ser humano, en su plano verificable más objetivamente, es estudiado por las ciencias humanas. Al él, sin embargo, también se le aplican las preguntas del por qué y para qué existe y vive, que finalmente remiten al por qué y para qué de todo —el «por qué existe algo (todo) en vez de no existir nada» de Leibniz y Heidegger—. También aparece la pregunta, no respecto a qué es el hombre, como si fuera un objeto, sino quién es el hombre y con ello la cuestión de la subjetividad propia del ser humano. Estas preguntas remiten a la filosofía, y más en concreto a la ética, cuyas preguntas se refieren al sentido y valoración de la vida humana y con ella de todo lo existente y a la identidad del hombre.
La filosofía plantea estas preguntas, las estudia y examina las diferentes respuestas que se han dado en la historia y se dan en la actualidad. Sin embargo, queda planteado el problema de la respuesta personal de cada uno a esas últimas preguntas. Eso corresponde al plano de la fe que no necesariamente tiene una respuesta religiosa, sino más bien a lo que podemos llamar «fe humana», entendida como la opción real y libre respecto al sentido y orientación de la propia vida y de la vida en general. Esta es la forma propia y particular de comprender el mundo que orienta y da sentido a la vida. Esta respuesta personal no puede ser dada ni por las ciencias ni por la filosofía pues corresponden al plano o dimensión de la fe que es ineludible en toda existencia humana, aunque muchas veces no se da de forma explícita. En ese sentido amplio, se puede decir que todo hombre tiene fe pues necesariamente tiene que buscar y dar un sentido a su vida.
Así, pues, todos estos niveles o dimensiones del conocimiento no solo no se excluyen los unos a los otros si no que, más bien, se complementan. Unos suponen a los otros. Es más, si se quiere trabajar con seriedad, es necesario que los unos tengan en cuenta a los otros. Así, las ciencias, tanto las de la naturaleza como las humanas, necesitan de la ética para no devenir en algo perjudicial al ser humano. Tenemos el caso, por ejemplo, de la energía atómica, quizá el mayor invento del hombre en el siglo XX, que causó la muerte de cientos de miles de seres humanos en Hiroshima y Nagasaki. En general, los «avances» de las ciencias son enormemente ambiguos, y si no reciben una orientación ética adecuada, pueden ser muy perjudiciales no solo para los seres humanos sino para todo nuestro p...

Índice

  1. Presentación
  2. introducción
  3. Capítulo 1. Aspectos generales
  4. Capítulo 2. Aspectos personales
  5. Capítulo 3. Aspectos sociales y comunitarios
  6. ConclusiónHacia una cultura de la solidaridad
  7. Bibliografía