Historia de las ideas en la Argentina
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Historia de las ideas en la Argentina

Diez lecciones iniciales, 1810-1980

  1. 320 páginas
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Historia de las ideas en la Argentina

Diez lecciones iniciales, 1810-1980

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En una síntesis lograda y transparente, Historia de las ideas en la Argentina recorre las creencias y los discursos que permiten entender de qué manera los argentinos han pensado su identidad, su pasado, sus opciones políticas y su porvenir como sociedad, desde 1810 hasta 1980. Así, describe los climas de cada época y los temores o las esperanzas que animaban a sus hombres: los sueños de la Generación del 37, la democratización de la mano del yrigoyenismo, las zozobras de la elite que ante el avance de la inmigración veía en riesgo sus privilegios, la irrupción del liderazgo de Perón y la posición de los intelectuales frente a él, la emergencia de las ideologías revolucionarias y la politización de los años sesenta y setenta, hasta llegar a la violencia y el terrorismo de Estado que siguieron.El libro ofrece una cuidada selección de autores y temas: el tipo de selección que sólo los verdaderos manuales, con la solidez de una obra de referencia, pueden alcanzar. En sus páginas se advierte desde el comienzo la inquietud de transmitir, con la mayor sencillez posible, la trama política y cultural de cada período histórico haciendo oír las voces de quienes fueron sus protagonistas.Oscar Terán fue un intelectual destacado, un ciudadano comprometido y un profesor atento a sus alumnos y a la función que la enseñanza tiene en la iniciación intelectual. Con la soltura de un discurso oral, estas lecciones, en las que quiso volcar su experiencia en las aulas universitarias, reflejan su preocupación por transponer un análisis riguroso y complejo en una exposición clara e incitante.La Biblioteca Básica de Historia ofrece un panorama sistemático de la historia argentina desde los pueblos originarios hasta el siglo XX en sus dimensiones social, política, económica y cultural. A partir de sólidas y actualizadas investigaciones, destacados historiadores narran el pasado de nuestro país situándolo en su contexto y en sus vínculos con América Latina y el mundo.

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Información

Año
2019
ISBN
9789876296014
Categoría
History
Categoría
World History
Lección 1
La Ilustración en el Río de la Plata
Esta historia comienza con la vida intelectual en el Virreinato del Río de la Plata, a fines del siglo XVIII y comienzos del siglo XIX. La particular recepción de la Ilustración en España y el Río de la Plata, la forma como circulaban las obras de los filósofos y enciclopedistas del siglo XVIII, el modo como se plasmaban los debates y el surgimiento de la prensa nos muestran algunas de las más relevantes configuraciones político-intelectuales del virreinato antes de 1810, cuando Buenos Aires era apenas una pequeña ciudad perdida en la inmensidad de la pampa.
Una pregunta inevitable al hablar de la vida histórica es desde dónde comenzar el relato o, dicho de otro modo, cuándo comenzó lo que ahora vamos a considerar. Como sabemos que los sucesos históricos forman un continuo, no nos queda sino el recurso de seleccionar aquellos hechos que pueden conformar cierta unidad en algunos aspectos. De allí que, si bien la existencia de lo que empieza a ser la Argentina tiene su acta de nacimiento el 25 de mayo de 1810, para comprender los sucesos políticos y culturales es menester contar con una referencia al momento colonial inmediatamente anterior, que podemos fechar en la creación del Virreinato del Río de la Plata en 1776.
En estas referencias seré más bien breve, dado que en estas lecciones se trata de ofrecer apenas un trasfondo histórico de los aspectos culturales, que son aquellos que explicaremos más en profundidad. Por supuesto, sabemos que la mencionada creación del Virreinato es una consecuencia de las reformas borbónicas, que tienen un punto máximo de desarrollo y gravitación durante el reinado de Carlos III, quien ocupa el trono español a mediados del siglo XVIII. Esas reformas han sido consideradas por Halperin Donghi como un “proyecto de modernización defensiva”, para el cual el estado es llamado “a suplir las insuficiencias de la sociedad” mediante una serie de medidas destinadas a una nacionalización de la economía interna y colonial, el comienzo de la explotación de zonas hasta entonces desatendidas, la liberalización del comercio dentro del régimen colonial y una nueva división territorial frente a las amenazas extranjeras, especialmente inglesas.
Desde España se impulsan reformas económicas, administrativas y también ideológicas. Dentro de estas innovaciones se cuenta la introducción de ideas provenientes de la filosofía de la Ilustración que tenían su principal foco de producción en la Francia del siglo XVIII. Por eso, para captar algunos rasgos fundamentales de la cultura letrada del Río de la Plata entre fines del XVIII y principios del XIX, debemos dotarnos de una comprensión general de esta corriente filosófica. Por cierto, esta referencia apunta a relevar ese aspecto innovador dentro de la vida cultural del Río de la Plata. Pero no debemos olvidar que dicha vida cultural, en un sentido que cubre no solamente a las elites, se desplegaba sobre el fondo de la cultura hispánico-católica.
También es cierto que las novedades de la época incluyen –dentro del proceso borbónico de modernización ya señalado– la introducción activa de algunos tópicos y estilos de la filosofía ilustrada. Debo como consecuencia decir que con el nombre de Ilustración o Iluminismo se conoce un período histórico-cultural europeo que alcanza su máximo desarrollo en el siglo XVIII en Francia, Inglaterra y Alemania. Se trató de un movimiento intelectual animado de una gran fe en la razón humana como instrumento capaz de conocer la realidad y, en función de ese instrumento y de los hechos sensibles, someter a crítica las nociones heredadas del pasado en todos los terrenos (el conocimiento, la naturaleza, la historia, la sociedad, la religión…). Esta pretensión es la que expresó el gran filósofo alemán Immanuel Kant hacia fines del siglo XVIII al decir que el espíritu de la Ilustración se condensaba en esta consigna: “Atrévete a saber”, es decir, “¡ten el valor de servirte de tu propia razón!”.
Uno de los jefes de fila de este movimiento y coeditor de la Enciclopedia, el matemático Jean D’Alembert (1717-1783), en su Ensayo sobre los elementos de la filosofía, nos transmitió esta vivencia sobre el avance del conocimiento científico. Escribió que “nuestra época gusta llamarse la época de la filosofía”. Avaló esta designación con el hecho de que la ciencia de la naturaleza avanzaba sin cesar, al igual que la geometría, la cual a su vez llevaba sus luces a la física. Celebró por fin
[…] la viva efervescencia de los espíritus. Esta efervescencia ataca con violencia a todo lo que se pone por delante, como una corriente que rompe sus diques. Todo ha sido discutido, analizado, removido, desde los principios de las ciencias hasta los fundamentos de la religión revelada, desde los problemas de la metafísica hasta los del gusto, desde la música hasta la moral, desde las cuestiones teológicas hasta las de la economía y el comercio, desde la política hasta el derecho de gentes y el civil.
D’Alembert describía así el avance en el conocimiento, que en realidad fue visto por la Ilustración como un aspecto de la idea más amplia del progreso. Es preciso detenernos aquí un momento, dado que estamos tocando una noción que nos permitirá ingresar de lleno en la visión sobre la modernidad, esto es, sobre aquella época del mundo que cubre la historia argentina entera. Podemos comenzar por una cita clásica de Condorcet, presente en su Esquema de un cuadro histórico de los progresos del espíritu humano (1795):
Tal es el fin de la obra que he emprendido y cuyo resultado consistirá en mostrar, mediante el razonamiento y los hechos, que no ha sido señalado término al perfeccionamiento de las facultades humanas, que la perfectibilidad del hombre es realmente indefinida.
En esta cita verificamos que ha ocurrido una revolución: se ha impuesto una nueva noción de la temporalidad. Si cotejamos la nueva concepción con la de los antiguos, vemos que para los griegos clásicos el tiempo se definía como un movimiento circular, de eterno retorno de lo mismo. Los cristianos abrigarán una noción del tiempo que ya se abre al porvenir, en la medida en que el tránsito del hombre en la tierra (y la misma historia de la pasión y redención de Cristo) se desarrolla en el tiempo. Pero debemos subrayar que se trata de un tránsito, de un pasaje del mundo al trasmundo. Por el contrario, para la modernidad, la historia, el cambio, en suma, el progreso, son intramundanos, transcurren en el siglo, son “seculares”.
Por otro lado, la temporalidad de los modernos, que contiene la noción de progreso, es concebida como un desarrollo lineal, homogéneo, continuo, acumulativo, sin rupturas. Este desarrollo apuntaba permanentemente al incremento del saber, la justicia, la bondad, la felicidad. De este optimismo humanista extrajo el Iluminismo todo un programa de reformas sociales y políticas volcado en una pedagogía que pretendía llevar al pueblo las luces de la Razón contra las tinieblas de la Ignorancia, identificada muchas veces con las creencias religiosas. De allí la dura disputa de época entre el clero y los librepensadores, entre los defensores del dogma proporcionado por la fe y los militantes de la verdad fundada en la razón. En general, este mismo movimiento se reproduce en todas las esferas del conocimiento y de las prácticas humanas: aquel que lleva de la trascendencia del ultramundo a la inmanencia del mundo de los humanos. Este proceso es el que recibe el nombre de secularización, y sobre el que volveremos en la lección 4.
En síntesis, para los modernos todo tiempo pasado fue peor, y el hoy es mejor que el ayer pero peor que el mañana. Sobre estas bases se elaborarán diversas filosofías de la historia, dado que el progreso está inscripto en la naturaleza misma de la modernidad. A partir de esto podría decirse que estamos condenados al progreso, siempre y cuando expulsemos las sombras de la ignorancia, los dogmas y la superstición. De allí la máxima ilustrada que aún puede verse en el frente de una biblioteca popular del barrio de Saavedra: “El saber te hará libre”.
Hasta aquí este excursus para dejar sentados algunos criterios necesarios para la comprensión de esta lección. En varios momentos apelaremos a este tipo de excursus, de exposiciones destinadas a sentar bases de comprensión más amplias sobre los fenómenos históricos considerados.
Para proseguir, entonces, digamos que la política de la Corona española incluirá parte de este proyecto modernizador de la Ilustración, claro que condicionado por sus propias limitaciones y particularidades. Las reformas que promueve apelan al criterio de lo que conocemos como el despotismo ilustrado, es decir, a una política que acentúa las tendencias centralizadoras del absolutismo y apuesta a una modernización desde arriba, una suerte de revolución pasiva, es decir, una transformación dirigida desde el estado sobre la base de la pasividad de la sociedad. En general, se trata de un movimiento típico de países que han tenido dificultades o retrasos considerables en el acceso a la modernidad, o sea, propio de regiones sin fuerzas sociales modernizadoras, como Austria, Prusia y España.
Además, este movimiento ilustrado en la España del siglo XVIII tiene una característica que se reiterará en el Río de la Plata: se trata de un proyecto de modernización cultural limitado. Ocurre que el carácter de la Ilustración española es moderado respecto de la Ilustración inglesa o francesa, por razones fácilmente comprensibles: el pensamiento ilustrado no puede circular libremente allí donde se opone al pensamiento católico o a los criterios legitimadores de la monarquía española. De ahí que aparezca esa caracterización que es casi una contradicción en los términos: Ilustración católica. Como resultado, las ideas de la Ilustración fueron promovidas en torno a prácticas y discursos que no resultaran conflictivos ni con la monarquía ni con la iglesia.
La modernización que incluye la penetración de la filosofía ilustrada en España tendrá un carácter muy evidente, muy explícito, prácticamente programático, centrado en el desarrollo de conocimientos útiles fundados en el raciocinio y la experimentación –los dos elementos que definen el proyecto iluminista–, pero colocando un límite muy estricto a la extensión de estos principios metodológicos a terrenos vinculados con la religión. Los límites están señalados por la influencia cultural e institucional de la iglesia católica en España, por la ideología tomista dominante dentro de esa estructura, y por el carácter monárquico del régimen español. De manera que, tanto en aspectos religiosos como políticos, estos límites están claramente instalados dentro de la introducción moderada de la Ilustración en la propia metrópoli española. Incluso uno de los más avanzados ilustrados españoles, fray Benito Jerónimo Feijóo y Montenegro (1676-1764), sostiene la ortodoxia más estricta en materia religiosa. Junto con Feijóo –autor de una obra de muy vasta difusión titulada Teatro crítico universal–, hay otra serie de autores que forman parte de los letrados de la Corte española y que tendrán una importancia considerable en ese período del siglo XVIII: Jovellanos, Floridablanca, Campomanes, Cabarrús y otros. Por lo demás, existen indicios suficientes de la penetración y circulación en España de textos ilustrados, fundamentalmente franceses y algunos de economía política inglesa. Se ha verificado que, en los sesenta años transcurridos entre 1747 y 1807, la Inquisición en España condenó unas seiscientas obras, entre las cuales figuraban El espíritu de las leyes de Montesquieu, las obras completas de Voltaire y Rousseau, La riqueza de las naciones de Adam Smith y El ensayo sobre el entendimiento humano de Locke, entre otros.
Entre las medidas que la Corona adoptó para tener un mejor control de sus territorios coloniales, una fue la constitución del Virreinato del Río de la Plata, por razones militares antes que económicas. A partir de este hecho, comenzó a producirse algún tipo de crecimiento económico, fundamentalmente centrado en la economía ganadera, que tuvo como consecuencias el ascenso de la Argentina litoral y el cambio del eje de desarrollo, que había estado colocado en vinculación con el Alto Perú, es decir, con la zona del noroeste.
Entonces, primera evidencia: la Ilustración americana es producto de una corriente intelectual y de una decisión política adoptadas por la metrópoli. Segunda: este hecho limita su carácter crítico ante el poder político de la monarquía y el religioso de la iglesia católica. Por todo ello, no se puede afirmar que la filosofía ilustrada sea una suerte de ideología de las revoluciones independentistas posteriores. Tampoco lo ha sido en la propia Francia con respecto a la Revolución de 1789, ya que la Ilustración se desarrolla durante el Antiguo Régimen.
Esto nos planteará algunos problemas más adelante. Suele afirmarse que la presencia de las ideas ilustradas en el Río de la Plata (y en Hispanoamérica en general) fue un “antecedente” de la Revolución de Mayo. Sin embargo, estamos diciendo aquí que en los comienzos del movimiento ilustrado no se encuentran gérmenes de rupturas ni revolucionarias ni independentistas. Sus pretensiones se hubieran cumplido con los objetivos de modernización defensiva señalados al principio, perfectamente compatibles con la subsistencia del régimen colonialista español. Volveremos sobre este punto al analizar más detalladamente los textos de Mariano Moreno, pero por el momento convendría remarcar que la filosofía de la Ilustración no es la ideología que prepara la Revolución de Mayo, sino que cumple en el Río de la Plata, en otra escala, aproximadamente la misma función que la que desempeña en España, esto es, un movimiento limitado de modernización cultural.
En cuanto a la difusión cierta de las ideas ilustradas en el Plata, existe un clásico trabajo de Caillet-Bois de 1929 titulado Ensayo sobre el Río de la Plata y la Revolución Francesa, donde a través de la investigación de archivos demuestra la existencia en bibliotecas particulares de obras ilustradas en el Río de la Plata –esto es, obras de Voltaire, Montesquieu, etc.– a pesar de la prohibición y del celo de las autoridades metropolitanas para impedir su ingreso, sobre todo después de la revolución de 1789. Caillet-Bois concluye: “Es indudable que las ideas preconizadas por los filósofos y enciclopedistas del siglo XVIII eran ampliamente conocidas por el elemento culto de la población del Virreinato”. Por ejemplo, en el inventario de la biblioteca perteneciente a un señor llamado Francisco de Ortega, en Montevideo y en 1790, se encuentran cuarenta tomos de las obras de Voltaire, y podrían citarse otros reservorios bibliográficos donde la situación se repite.
Por consiguiente, es posible afirmar que estos libros estaban disponibles y eran conocidos por el elemento culto de la población del Virreinato. La pregunta es quién era este elemento culto. Naturalmente, el primer sector sobre el cual este calificativo recae es el clero. Junto con el clero se encuentran los letrados, fundamentalmente los abogados. Un tercer sector que tendrá una gravitación considerable es el ocupado de la edición de periódicos, entre los que encontramos, a principios del siglo XIX, el Telégrafo Mercantil que dirige Cabello y Mesa, el Semanario de Agricultura, Industria y Comercio de Vieytes y el Correo de Comercio dirigido por Manuel Belgrano.
Si volvemos nuestra atención sobre el aparato cultural, veremos que, cuando los historiadores han mirado el tipo de enseñanza que se impartía en la principal institución intelectual del período –la universidad–, han encontrado (mirando los programas de los cursos y la bibliografía indicada para desarrollarlos) que la penetración de la filosofía de la Ilustración repite las características que anteriormente señalamos: se trata de un intento de apertura hacia las “novedades del siglo” –como se decía–, que fundamentalmente tiene como objetivo la adopción de la física matemática newtoniana. Como contrapartida, postulaban la necesidad de seguir sosteniendo las verdades del dogma católico y la interpretación escolástica de las Escrituras.
En el Real Colegio de San Carlos, luego Colegio de Ciencias Morales –una institución intelectual porteña de enorme peso en la medida en que por allí pasarán futuros miembros de la elite política, como Belgrano, Moreno, Castelli y Rivadavia–, se impartían cátedras de latín, teología, moral y filosofía. Esta última seguía el clásico modelo medieval del trivium: lógica, física y metafísica.
Demos un paso más y tomemos el curso de Lógica de Luis José de Chorroarín (1757-1823) de 1783. Allí encontramos una crítica al criterio de autoridad en materias científicas, pero no en cuestiones teológicas y morales. Un pasaje de este manual que se utilizaba en la enseñanza universitaria de ese momento dice así:
La autoridad, pues, de todos los Santos Padres, en las doctrinas que pertenecen a la fe, es infalible regla de fe. En materia de moral es irrefragable. Pero en las ciencias naturales, cuando fueron versados en ellas y se aplicaron con particular estudio, merecen veneración y se ha de adherir a ellos si no hay en contra razones más poderosas o experiencias ciertas.
La cita es elocuente: las verdades de la fe son incontestables porque se apoyan en la autoridad de la Biblia y de la iglesia; las de la física podrían serlo en la medida en que pasaran por el tribunal de la razón y de la experiencia. Hay que prestar atención entonces al término “autoridad”, porque de aquí en adelante buena parte de la historia intelectual de este período puede escribirse en torno de la modificación de ese criterio.
Me gustaría traer otra cita, ésta de Juan Baltasar Maziel (1727-1788), un sacerdote que introduce algunas ideas ilustradas en el Río de la Plata hacia 1770, y que lleva una vida que desemboca en el exilio, puesto que su pensamiento era demasiado inconformista con respecto a los criterios dominantes de la iglesia. En un informe de 1771 al gobernador dice lo siguiente:
Las cátedras de filo...

Índice

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  3. Colección
  4. Portada
  5. Copyright
  6. Dedicatoria
  7. Nota del editor
  8. Presentación
  9. Lección 1
  10. Lección 2
  11. Lección 3
  12. Lección 4
  13. Lección 5
  14. Lección 6
  15. Lección 7
  16. Lección 8
  17. Lección 9
  18. Lección 10
  19. Bibliografía