Las mujeres y las sombras del amor
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Las mujeres y las sombras del amor

De enamorarse como siempre a amar como nunca

  1. 99 páginas
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Las mujeres y las sombras del amor

De enamorarse como siempre a amar como nunca

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Información del libro

En todo el mundo —incluido México— se ha incrementado sustancialmente el número de divorcios en los últimos 35 años, a lo que se suman las silenciosas separaciones de quienes no firmaron un papel para estar en pareja. Esto refleja que cada vez es más frágil la duración de las relaciones que se han cimentado en el supuesto del amor. Este libro nos invita a repensarnos (principalmente a las mujeres), a mirarnos frente al espejo para empezar a amar con una sana autoestima y evitar caer en las sombras del amor.

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Información

ISBN
9786078429813
Edición
1

CAPÍTULO 1

EL AMOR CUENTA SU HISTORIA
(BREVE GENEALOGÍA DEL AMOR ROMÁNTICO)

La era industrial y el naciente capitalismo
Una de las trampas más eficaces para el mantenimiento del patriarcado ha sido la invención de “lo natural”, esa conjetura de que parte de la vida y las relaciones humanas pertenecen a un orden esencial y así se sostienen múltiples desigualdades sociales. En épocas anteriores, por ejemplo, en los siglos XVIII y XIX, se afirmaba que las mujeres eran inferiores a los varones por naturaleza. Para no ir más lejos, Jean-Jacques Rousseau, considerado el padre de la pedagogía ilustrada y la democracia moderna, en el penúltimo apartado de su obra Emilio —el cual se titula “Sofía” y está dedicado a la educación de las mujeres— afirma lo siguiente: “El destino especial de la mujer consiste en agradar al hombre. Si recíprocamente el hombre debe agradarle a ella, es una necesidad menos directa; el mérito del varón consiste en su poder, y solo por ser fuerte agrada. Convengo en que no se trata de la ley del amor, pero es la ley de la naturaleza, más antigua que el amor mismo” (Rousseau, 2012: 249).
En el saco de lo natural se ha incluido lo que conviene a los sistemas imperantes en diferentes épocas y lugares. Con esta perspectiva, frente a la naturaleza no hay nada qué hacer; lo natural es inmodificable y así se desarma cualquier intento de cuestionar la legitimidad de las afirmaciones fundamentadas en tal suposición. Una de las primeras tareas que las feministas debemos asumir es devolver la historicidad a todos los elementos de la vida humana, es decir, investigar, estudiar y analizar su construcción social a través del tiempo.
En ese sentido, el amor ha sido colocado en el ámbito de lo natural, despojándolo de todos los procesos históricos que lo han integrado, y por lo tanto empezaremos por contar que es un producto de la sociedad cuya definición, contenidos, expresiones e importancia, han sido creados de acuerdo al lugar, la conveniencia y el momento del que se trate.
Hablando de la forma de amar, particularmente en nuestra sociedad occidentalizada, basta remitirnos a la cuna de esta civilización en Mesopotamia, en donde se adoraba a la diosa Ishtar, deidad asociada con el amor (Bottéro, 2004), lo cual pone de manifiesto el sitio preponderante que desde la Antigüedad ocupa tal sentimiento en la vida humana. Pero no nos remontaremos a tiempos tan lejanos, nos interesa contar la historia de la invención del Amor romántico, que constituye la forma de amor de pareja vigente en la actualidad y que con el manto de la naturaleza, nos han hecho creer que es el único modo de relacionarnos con la otredad.
Su creación se ubica en los orígenes de la era industrial, es decir, del sistema económico capitalista. Antes de esa época, la producción de bienes se realizaba con medios artesanales dentro de las casas, en talleres en donde toda la familia participaba; no existían las fábricas o el trabajo asalariado (Burin y Meler, 2010). Las uniones de las personas no necesariamente respondían al amor, sino a intereses de sobrevivencia o económicos, y los matrimonios solo se formalizaban en las clases adineradas. Se casaban los reyes y los nobles, mientras que la gente del pueblo se juntaba y podían o no compartir techo; generalmente en las casas no vivía nunca una pareja sola (Perrot, 1993).
El amor en una relación sexoafectiva se daba al margen del matrimonio y no tenía nada que ver con las relaciones monogámicas. Mabel Burin e Irene Meler explican que en la época preindustrial existía una comunidad doméstica (la familia agrícola y la artesanal, entre otras); la autoridad en el hogar la asumía el señor-padre, cuyo dominio se extendía a toda la parentela consanguínea que llevaba su nombre, y se incluía a los aprendices y siervos. Los bienes acumulados se transmitían a través de la herencia y se formaban a partir de una unión de pareja consensuada entre las familias de origen.
La intención de relacionarse en pareja por amor es una construcción de la era industrial. Principia con el capitalismo y la creación de la industria, cuando empiezan a desaparecer los talleres artesanales y la gente del pueblo debía trabajar fuera de la casa y trasladarse hacia las fábricas. Desde los inicios de esa época, la producción fuera del ámbito doméstico se incrementó y solo las actividades afines fueron reconocidas como trabajo y se les asignó un pago.
Es importante mencionar que la nueva forma de relación se asienta en el patriarcado; aunque el sistema de producción cambia, la condición de desigualdad de las mujeres permanece intacta. En aquel periodo se identifican las primeras luchas de mujeres organizadas para exigir sus derechos; la demanda principal era el derecho al voto, en otras palabras, la facultad de decidir sin la tutela masculina.1
Así pues, quienes trabajaban fuera de la casa eran los varones; sin embargo, existía la necesidad de procurarlos, alimentarlos, parir a sus hijos y criarlos, para que posteriormente también los hijos fueran obreros. Ante tales necesidades básicas, tenía que idearse la manera de que todas las actividades de cuidado, manutención, crianza, alimentación y seguridad no disminuyeran las ganancias del capital, por lo que se integraron como un trabajo no asalariado que se asignó a quienes eran consideradas “naturalmente” inferiores: las mujeres.
¿Cómo convencerlas de que se encargaran de estas actividades sin horarios, sin paga y durante todos los días del año? El sistema empezó a generar la creencia de que las labores de crianza no eran trabajo, sino quehaceres propios de las mujeres y solo se podían “pagar con el amor”. Asumir tantas ocupaciones supondría amar por sobre todas las cosas, pues ¿quién está dispuesta a encargarse de las tareas domésticas sin cobrar? Alguien que ama. La ideología amorosa comenzó a afianzarse; se promovió que el trabajo doméstico, la crianza y el cuidado general de los otros eran parte de una relación afectiva, lo cual conlleva la percepción de que las uniones debían estar fundadas en el amor.
Aunque el patriarcado ya existía, la noción de familia que prevalecía anteriormente era más comunitaria. Con el incipiente capitalismo se crea y se va desarrollando una conceptualización como la conocemos hoy día: esposa, esposo, hijas e hijos. La imagen responde al hecho de que se necesitan obreros en las fábricas y mujeres que se hagan cargo de los cuidados de esos obreros; este tipo de unión empieza a ser la normal, la permitida socialmente, y a lo largo del tiempo se perfila como la única y natural. El sistema necesitaba instituciones que sostuvieran tal esquema en los albores del capitalismo. Instituciones como el Estado, la familia, la Iglesia y la escuela plantean al Amor romántico como el único y verdadero.
La Iglesia retomó la mitología de Adán y Eva, del padre y de la madre que se unen y se reproducen, y entonces empezaron a surgir leyes contra el aborto, por ser entendido como la negación de la reproducción. Las iglesias judeocristianas, no solo la católica, establecieron la culpa como instrumento idóneo para fortalecerse e imponer sus pensamientos. Todo amor que quedara fuera del modelo se consideraba pecado. Varones y mujeres no se podían juntar solo por placer o gusto, había la obligación de casarse y tener hijas e hijos a voluntad de Dios.
Así, las relaciones amorosas en pareja se regulaban con la culpa y el pecado, como muchos de los comportamientos humanos. El cuerpo de las mujeres era controlado para garantizar la reproducción biológica y a su vez, la social. La imposición de la virginidad antes de contraer matrimonio obedecía a la necesidad de asegurar que los hijos, futuros herederos de los bienes, fueran engendrados por el esposo dentro de la unión legal.2 El Estado empezó a regir los matrimonios civiles y solo eran posibles entre un hombre y una mujer, porque se asumía que su finalidad era la reproducción humana.
De esa manera se naturalizó la construcción social del concepto de familia que ha prevalecido hasta la fecha, con un padre que es el jefe, una madre sumisa y las hijas e hijos obedientes, relaciones supuestamente sostenidas por el amor como base.

El Romanticismo
Para explicar la significación del Amor romántico, parece pertinente hablar acerca del Romanticismo y sus características, lo que además fundamenta su historicidad. El Romanticismo es un movimiento cultural y artístico que surgió en el siglo XVII como respuesta al racionalismo ilustrado (Singer, 1984; Domínguez, 2009). La llamada Ilustración se caracterizó por el predominio de la razón en la búsqueda y construcción de los conocimientos, en franca oposición a la religiosidad del medioevo. Sin embargo, una de las críticas más importantes que generó fue el absolutismo de la razón. Al desecharse cualquier intento de intervención religiosa en la vida social o individual, se invalidó también toda espiritualidad de las personas. Frente a este extremo, el Romanticismo retomó el sentimiento espiritual y lo colocó por encima de la razón; “era una manera de oponerse al mundo desencantado del pensamiento ilustrado, donde la religión fue retirada de su pedestal, y fue puesta al lado del mito” (Domínguez, 2009: 47).
Celia Amorós (2008) y Amelia Valcárcel (2008) coinciden con el planteamiento de que el Romanticismo se desarrolló para contrarrestar los alcances de la Ilustración, pero van más allá en sus análisis al sostener que el pensamiento romántico se oponía al progreso que significaban las nuevas y revolucionarias ideas. De acuerdo con Valcárcel, el pensamiento ilustrado había desmontado la práctica que desde la religión legitimaba el dominio “natural” masculino y había abierto la puerta para la construcción de nociones de mayor igualdad en cuanto a los sexos. A partir de la mirada de las autoras mencionadas, el Romanticismo sintetiza las representaciones de las mujeres, los varones y las relaciones entre ambos en el concepto de misoginia romántica.
Valcárcel sostiene que el discurso romántico descalifica al colectivo de las mujeres mediante estereotipos que las desvalorizan, a la vez que expresa una posición contraria a la igualdad entre los sexos, que fue una de las principales banderas de lucha de las mujeres ilustradas. Se volvió a la ideología anterior que colocaba a la población femenina en una posición de inferioridad frente a los varones. Los románticos, al mismo tiempo que construían a la mujer ideal en la ficción, dejaban a las mujeres reales sin derechos, sin estatus y sin canales para ejercer su autonomía; todo en nombre de una corriente democrática patriarcal que construye la igualdad relativa entre los varones a costa del rebajamiento de las mujeres (Valcárcel, 2014: 15). Esto iba desde la necesidad legal de que ellas fueran representadas por un varón, hasta los discursos de la medicina hegemónica de finales de siglo XIX donde se pretendió demostrar que fisiológicamente las mujeres eran histéricas e incompetentes para la vida pública (política, educativa, o económica).
Los románticos retomaron “lo natural” en oposición a las explicaciones históricas y sociales de las dinámicas que la Ilustración ya había puesto en el debate. Las relaciones amorosas eran permeadas por el Romanticismo, y la misoginia romántica se convirtió en la base que da fundamento a los vínculos. Michelle Perrot (1993) relata que la conceptualización de Amor romántico fue difundida en Europa al inicio de la Modernidad a través de la imprenta y la alfabetización extendida, gracias en gran parte a la literatura y el teatro; se colocó como fórmula destacada en la vida cotidiana a mediados del siglo XVIII y se consolidó con el conservadurismo de la época victoriana.3
Durante el siglo XX, con el giro neoliberal como régimen imperante, el Amor requirió de un soporte ideológico congruente con la bandera de la libertad (Harvey, 2007). Con este giro, el Amor romántico fue reconstituido y refuncionalizado. Los matrimonios ya no debían responder a intereses económicos o políticos y se consagró la libertad de elección de la pareja por amor. No obstante, ese amor se convirtió en un producto más del mercado.
Eva Illouz (2009) afirma que con la industria cinematográfica hollywoodense, el Amor romántico ve transformado sus contenidos, que corresponden al particular contexto sociocultural del Occidente del periodo entreguerras, en donde el hedonismo y el consumo logran enraizarse y las pantallas se inundan de historias sentimentales con la versión del “final feliz”. El modelo romántico se presenta con rasgos de la época anterior, como la idealización y el sufrimiento, entrelazados con el hedonismo que comienza a instalarse a principios del siglo XX.
Las historias en donde el afecto de pareja atraviesa múltiples vicisitudes para finalmente lograr la felicidad eterna, son repetidas en los medios de comunicación masiva existentes: cine, prensa y radio. En México, a mediados del siglo XX aparece la fotonovela, que a decir de Enrique Flores (1998) fue la lectura más popular de la época; con ella se masifica el paradigma romántico. Posteriormente, al inventarse la televisión y con la redituable producción de alienantes telenovelas, los contenidos culturales acerca del Amor romántico se cristalizan y consumen por una amplia población hasta la actualidad.
En concordancia con los planteamientos de Illouz, Herrera (2013) sostiene que siendo el Amor romántico un producto del capitalismo, parte de la economía occidental sienta sus bases en diversas industrias derivadas del mito de ese Amor, en especial las culturales (música, cine, televisión y literatura, entre otras). Florence Thomas (1993) sintetiza la concepción del modelo romántico como mercancía, en la afirmación: “Consu...

Índice

  1. PRESENTACIÓN
  2. INTRODUCCIÓN
  3. CAPÍTULO 1
  4. CAPÍTULO 2
  5. CAPÍTULO 3
  6. CAPÍTULO 4
  7. CAPÍTULO 5
  8. EPÍLOGO
  9. BIBLIOGRAFÍA