Un abrazo a la vida
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Un abrazo a la vida

  1. 238 páginas
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Un abrazo a la vida

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Información del libro

Un abrazo a la vida, toda vida, bajo cualquiera de sus formas. Ante cualquier amenaza, cualquier dificultad o barrera, la salida es hacia delante, hacia las ganas de hacer, de no detenerse, de caminar, de ser. Ante su diagnóstico de cáncer, esta fue la elección de Rocío, la de seguir su vida y potenciarla al máximo, y dejar constancia de su día a día para que sus palabras y su afán de superación puedan servir, tal vez, a alguien que se enfrente a una situación como la suya. Escribir le permitió seguir reconstruyéndose como persona y seguir viviendo una vida maravillosa.

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Información

Año
2018
ISBN
9788417236762

Que la medicina de los médicos de mamá siga funcionando…

El título de esta primera recopilación de escritos, Que la medicina de los médicos de mamá siga funcionando…, es el principio de una de las oraciones que mis hijos rezan todas las noches. La oración completa es: «Que la medicina de los médicos de mamá siga funcionando, y que ella siga bien», a lo que Paula, mi hija mediana, no se resiste en añadir: «… y que mamá se cure pronto». Entonces yo le vuelvo a explicar que lo bueno es que yo siga así de bien como estoy.
… A ver qué sale de todo esto.

Construyendo un nuevo suelo

El 2 de noviembre de 2012 tenía que hacerme una ecografía de la cadera derecha porque llevaba cuatro meses con un dolor que no cesaba. Después de haber acudido tres o cuatro veces a mi médico de cabecera, en dos ocasiones a urgencias en mi centro de salud, Las Lagunas, en Mijas, y en otra más a las urgencias del Hospital Costa del Sol, por fin mi doctora me derivó al traumatólogo para que él valorase mi situación.
Respecto a la medicación, apenas tomaba nada, ya que ni el ibuprofeno, ni el diclofenaco, ni los relajantes musculares que me recetó mi médico de familia me quitaban el dolor. Había decidido que una vez al día o cada dos o tres me tomaría un gramo de paracetamol, que era lo que me ayudaba a conseguir que el dolor no fuese tan agudo, aunque lo que temía era que al tomar tantos medicamentos y de manera tan continuada ya no me hiciesen efecto y no fuesen efectivos cuando me doliese otra cosa. También tenía muy claro que por una tendinitis o por un problema muscular, que era el diagnóstico que mi médico de familia barajaba, yo no iba a cojear ni a dejar de hacer todo aquello que hacía siempre. Es más, me obligaba a subir escaleras o ir andando a muchos sitios donde podía haber ido en coche.
El día 13 de octubre de 2011 me valoró el traumatólogo y determinó que mi dolor provenía de una tendinitis que el rehabilitador debía determinar si era mejor tratar con rehabilitación o con infiltraciones. De este modo, para que el rehabilitador tuviese más datos sobre mí solicitó la ecografía que me realizaron en el CHARE[2] de Benalmádena.
Ese 2 de noviembre, como sólo era para hacerme una ecografía, acudí sola a Benalmádena. A la vuelta tenía que recoger a mis dos hijos mayores, Jesús y Paula, de las clases de inglés, y así lo hice. Cuando la doctora Ana Álvarez comenzó a realizarme la ecografía quedó un poco extrañada de que yo no notase el bulto que ella veía y notaba al tacto. Acto seguido me realiza un TAC de la cadera y al terminar esta prueba volvió a realizarme otra ecografía, esta vez acompañada de otro médico.
Cuando terminó de hacerme las pruebas y yo reaccioné, después de vestirme, le pedí a la enfermera poder hablar con la doctora.
La doctora ‘Ángel’, como estuve llamándola hasta conocer su verdadero nombre —ya que me vine del hospital sin saberlo—, me explicó que no tenía tendinitis y que tenía un bulto, una masa, incluso una vez dijo «tumor», y que había que averiguar su nombre y apellidos. Me aseguró que haría todo lo posible para reducir el tiempo de espera para que la incertidumbre, que se hace muy dura, fuese lo menor posible.
Desde luego que así lo hizo, porque al día siguiente a las 9:30 me estaban dando una cita para esa misma tarde en Benalmádena a las 19:30. Era una magnífica noticia, desde luego la doctora ‘Ángel’ había hecho todo lo que estaba en su mano para acelerar el proceso, pero a la vez esto me estaba dando pistas de la gravedad de la situación y empecé a pensar seriamente en que el bulto de la cadera era cáncer.
Esa tarde, dos magníficos médicos y una estupenda enfermera me atendieron y confirmaron el prediagnóstico de la doctora Álvarez: era cáncer y el hueso ilíaco estaba afectado. Había que ponerse en marcha de manera rápida para empezar a conocer más información sobre el tumor.
Mi vida se había parado. Tenía la convicción de que, en algún momento, me encontraría con el cáncer, pero no me lo esperaba con 38 años. Mi marido, Joaquín, me decía: «Esto no entraba en nuestros planes». Claro que no, pero había llegado. Estábamos muertos de miedo. Joaquín lloraba y me pedía perdón por ello. Yo no tenía nada que perdonar, si la situación hubiese sido a la inversa yo estaría igual de destrozada que él. No lo veía llorar desde que murió su abuelo, hacía un año y medio.
Yo tenía sentimientos enfrentados, nunca me he preguntado por qué a mí, por qué a nosotros, nunca lo he sentido como un castigo de Dios o como un injusto pago a mi manera de vivir; «Si yo intento ser buena con todo el mundo, ¿por qué me envías esto, Señor?». Tenía el gran miedo de que el cáncer estuviese tan extendido y fuese tan agresivo que no dispusiese del tiempo suficiente para pelear, para plantarle cara.
Ese era mi gran miedo, pero a la vez tenía un sentimiento de agradecimiento porque por fin se sabía qué era lo que me estaba provocando tanto dolor y por la misma razón no conseguía tener la movilidad de la pierna al cien por cien. Pero, ante todo, tenía muy claro que se me acababa de presentar un reto que superar, un trabajo a realizar.
La del jueves 3 de noviembre fue una de las noches más largas de mi vida. Ni Joaquín ni yo conseguimos dormir, estuvimos toda la noche dando vueltas en la cama, cada uno sufriendo con sus pensamientos. Antes de apagar la luz ya habíamos hablado de cómo íbamos a afrontar la situación: ese era el único día en el que podíamos llorar, desde el día siguiente no podíamos perder el tiempo con lágrimas. Sólo podía poner toda mi energía curándome.
El día anterior, cuando aún no teníamos ese prediagnóstico, yo tenía muy clara la actitud: si era benigno el tumor, sería maravilloso, aunque si tenía que operarme me daba un poco de yuyu, y si era cáncer yo estaba allí para vivir. Ahora ya sabía lo que tenía que hacer.
El 4 de noviembre fue el día de la comunicación. Había que empezar a contar la noticia. Como el día anterior Joaquín me acompañó a Benalmádena, mi madre se vino a casa para la hora de la cena y para acostar a los niños por si tardábamos, así que al regresar con el prediagnóstico ya pude hablar con ella y darle la noticia. Mi madre es una mujer fuerte y reaccionó como tal. Yo podía sentir su dolor y su ánimo a la vez. Su sentimiento fue de «habrá que volver a vivir este proceso», ya que vivió dos años de cáncer con mi padre, que finalmente no lo pudo superar.
Esa misma noche ya habíamos pensado a quién y cómo lo íbamos a decir.
Por la mañana, después de dejar a los niños en el colegio, se lo conté a los padrinos de Paula, que nos ayudarían a organizarnos con los niños los días que yo tuviera que estar en el hospital. Esta es una de las mejores ayudas, porque saber que tus hijos están bien atendidos y tienen la posibilidad de que su rutina se altere lo menos posible da mucha tranquilidad.
Esa mañana de viernes fui a casa de mi hermano para contárselo y después a casa de mi madre. Ella, que estaba abierta para ayudar en lo que fuese, aceptó muy gustosamente irse a mi casa por las tardes y noches para que los niños se viesen lo menos afectados posible.
Antes de la salida de los niños del colegio hablé con las profesoras de los tres para que conociesen los cambios que los niños iban a vivir. Pude hablar con la dirección del colegio también y todos ellos se mostraron muy amables y dispuestos a colaborar en todo lo que pudiesen.
Por la tarde reunimos a parte de la familia de Joaquín: padres, hermanos y tíos para contárselo. Hasta el momento las reacciones eran las esperadas, impacto, llanto, tristeza y sobre todo ofrecimiento. Todo el mundo ofrecía su disponibilidad para lo que fuese necesario. Y todo el mundo, cuando reaccionaba, te daba ánimos, te abrazaba, te decía que rezaría por ti, por los dos, por todos…
Todo el mundo me aconseja que descanse, que este periodo de tiempo deba ser para mí, pensar sólo en mí. Que mi objetivo debe ser únicamente pensar en mí, en cómo me siento, en cómo quiero las cosas, en lo que yo quiero, deseo, o no quiero ni deseo.
Qué es lo que yo quiero. Quiero curarme, quiero poder decir que yo superé un cáncer. Cómo quiero vivirlo. Quiero seguir siendo igual de feliz como hasta la llegada de la noticia. Ni siquiera el miedo a no tener tiempo de plantarle cara a la enfermedad puede restarle felicidad a mi vida ni a la de mi marido y mis hijos, ni a la de mi madre, ni a la de mis amigos o familia.
Si ya no quedaba tiempo para luchar, esta es mi visión: he sido una persona feliz. Le doy gracias a Dios por ello, por mi marido y mis hijos. Tengo pena porque ellos son pequeños y aún me necesitan, pero tengo la seguridad de que Joaquín sabrá hacerlo estupendamente sin mí. No sin pena ni dolor, no sin un gran esfuerzo, pero lo hará bien. Es un excelente padre y educador. El tiempo que me quedase —debía— tenía que ser de calidad, de disfrutar, no de pena y llanto.
Por otro lado, si aún había tiempo, tenía la plena convicción de que mi actitud debía ser optimista, que es realmente lo que me sale del corazón. Hasta que llegasen los días en los que no me pudiese levantar del sofá, debía seguir haciendo mi vida normal y disfrutar del cariño que la gente me expresaba.
Estaba comenzando una maravillosa experiencia, la gente me daba besos y abrazos. Te dicen que todo va a salir bien, que te quieren, recibes llamadas de gente que hace meses o años que no ves, todo el mundo se ofrece para ayudar, todo el mundo intenta cuidarte y yo estoy feliz por tener un diagnóstico, por saberme con la fuerza y capacidad de luchar, por toda la gente, profesionales y no profesionales de la medicina, que voy conociendo, por el trato, por su preocupación médica, por todo lo que soy capaz de dar. Me gusta tratar de infundir esperanza y tranquilidad a quien se me acerca con inquietud y gran preocupación. Todo esto me hace sentir bien.
A los niños les hemos pedido que cuando recen lo hagan por dos cosas: para que los médicos encuentren la medicina y para que mamá se cure. Creemos que Dios está con nosotros y tenemos la seguridad de que Él escuchará las oraciones de los niños. Tenemos la convicción de que mi fuerza y mi poder es el Señor, creemos en la fuerza de la oración, creemos en que esta experiencia nos va a hacer crecer como personas, como matrimonio, como familia, como amigos. Estamos seguros de que, aunque sea una experiencia dolorosa, física y emocionalmente, va a ser, y de hecho así está siendo, muy enriquecedora.
Es fabuloso vivir los sentimientos sin contención, poder vivir y transmitir el agradecimiento sin temor a hacer el ridículo o resultar artificial. Agradecer la dedicación de quien vamos encontrando en nuestro camino.
Me resulta asombroso saber que hay mucha gente rezando por mí para darme fuerza, para pedir por mi curación, etcétera. Hay gente en Fuengirola, en Mijas, en Marbella, en Málaga, en Torremolinos; en Mozambique hay monjas ofreciendo una novena; hay quien ha hecho promesas que mantener hasta que solucione mi problema; hay quien nos ofrece sus conocimientos médicos para aportar una segunda opinión; hay quien nos ofrece la sabiduría de haber recorrido este camino, quien nos ofrece acompañamiento terapéutico, profesional, para el proceso; hay quien me hace reiki, quien como sacerdote ofrece la Eucaristía por mí. Todo el mundo da de lo que tiene y de lo que sabe, cómo no voy a sentirme feliz. Es imposible que alguien no encuentre fuerzas para luchar contra lo que sea teniendo tanta gente ocupada y preocupada por una. Es muy enriquecedor conocer que hay tanta gente que te quiere.
Joaquín me cuenta que, para él, los momentos de mayor angustia han sido en los tres partos, pero el parto tiene una duración determinada, más o menos larga, y además le acompaña el feliz desenlace del nacimiento de un hijo o hija. Para Joaquín, esa situación de peligro por mi vida ha sido sólo entonces, pero ahora es una sensación continua durante mucho tiempo, días de estar en el filo de la navaja. Entiendo que es un sentimiento agotador, por esta razón creo que es importante encontrar la estabilidad emocional lo antes posible para poder abordar la enfermedad con el mayor equilibrio interior posible.
Yo no estoy acostumbrada a ser la protagonista de las historias, y sólo durante los embarazos era coprotagonista. Pero ahora es diferente, me ha tocado el papel principal, exceptuando a los médicos. Los demás sufren por mi sufrimiento, se preocupan por mí, rezan por mí, se sienten impactados por mi enfermedad, preguntan constantemente por mí, y yo no estoy acostumbrada, es un poco abrumador y no quiero que los demás pasen angustia por mí, preocupación, dolor sentimental. Así que mi única forma de reducir esos efectos que mi cáncer provoca en los demás es mi testimonio, que vean realmente lo que siento y vivo, cómo estoy, lo bien que estoy. Esto me hace más libre de poder expresar mi alegría y mi gratitud a to...

Índice

  1. Portada
  2. Créditos
  3. Título y autor
  4. Dedicatoria
  5. A modo de introducción
  6. Prólogo
  7. Que la medicina de los médicos de mamá siga funcionando…
  8. Mecenas
  9. Contraportada