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TEOLOGÍA Y PUEBLO: SENSUS POPULI
No olvidar nunca a los pobres (Gál 2,10)
En el contexto de una teología del pueblo de Dios
En 1966, ante los nuevos aires que trajo la celebración del Concilio Vaticano II, la Conferencia Episcopal Argentina forma la Comisión Episcopal de Pastoral, conocida como Coepal 1. Su propósito era interiorizar el espíritu del Concilio y proponer un plan nacional de pastoral. Inicialmente la constituyeron los obispos Angelelli, Zaspe y Marengo. En el grupo también se encontraban los dos peritos argentinos que asistieron a la II Conferencia del Episcopado Latinoamericano reunido en Medellín: el padre Lucio Gera y el jesuita Alberto Sily 2. Es aquí donde se gesta la llamada teología del pueblo para asumir la tarea de consolidar una forma comunitaria de ser Iglesia mediante la promoción de estructuras colegiadas. La Iglesia argentina discierne el cambio epocal en los siguientes términos:
Nuestra gran tarea del momento actual, para realizar la etapa posconciliar, debe consistir en tres cosas: 1) penetrarnos del Concilio. Asimilarlo por la reflexión y la interiorización de sus ideas y de su espíritu; 2) consolidar y perfeccionar la forma comunitaria de la Iglesia y sus estructuras colegiadas: asamblea episcopal, presbiterio, Consejo pastoral, estructuración y coordinación del laicado; 3) fomentar una mayor apertura al mundo por parte del clero y el laicado. Esto implica una mayor sinceridad en el fomento del espíritu de pobreza y servicio. Para realizar este programa, la Iglesia en la Argentina debe acrecentar, en todos sus sectores y niveles, la reflexión y el diálogo 3.
Se trataba de apostar por una visión de Iglesia que respondiera al espíritu conciliar, especialmente a los desafíos planteados en Gaudium et spes para la inserción de la Iglesia en el mundo contemporáneo. Se entendía que la acción eclesial debía conceder primacía a las relaciones humanas en el plano de la salvación histórica antes que el mero estímulo a una pertenencia institucional. Esta primacía se inspiró en lo que Medellín describió como la justa «aspiración a la liberación y el crecimiento en humanidad» 4 de todo ser humano. Siguiendo el espíritu de aggiornamento, los obispos argentinos se comprometían a realizar una reforma de las mentalidades y de las normas que regulaban las estructuras de la Iglesia. En fin, deseaban una «conciencia más viva de sí misma, reforma, diálogo con los demás hermanos cristianos y apertura al mundo de hoy: las cuatro finalidades del Concilio» 5.
La consecuencia para la vida de fe era clara. Se necesitaba una acción pastoral y una reflexión teológica que respondiera a «esta nueva época de la historia humana» 6, como la había definido el Concilio. Una época en la que «está naciendo un nuevo humanismo, en el que el hombre queda definido principalmente por la responsabilidad hacia sus hermanos y ante la historia» 7. Esta nueva conciencia entendía como tarea propia del cristiano «la misión de trabajar con todos los hombres en la edificación de un mundo más humano» 8. Era una impostación ante la realidad en la que la religión no podía comprenderse sin el compromiso social, donde la salvación y el esfuerzo por la transformación histórica se implicaban mutuamente. Esto es lo que fue asumido diáfanamente por los obispos argentinos en 1966:
Lamentamos el pernicioso influjo de quienes denuncian a la religión como opuesta a la liberación del hombre, y rechazamos la acusación de que la esperanza en la otra vida disminuye el interés en las tareas temporales. Afirmamos, por el contrario, que el reconocimiento de Dios acrecienta en nosotros, los cristianos, el sentido de la dignidad humana 9.
En el fondo se estaba asumiendo y poniendo en práctica la eclesiología del pueblo de Dios propuesta por Lumen gentium. Así lo explica el mismo Gera en dos textos que consideramos relevantes, en los que entiende a la Iglesia como pueblo de Dios en medio de los pueblos de la tierra:
Dios en su misterio ha proyectado «santificar y salvar a los hombres no individualmente, sin ninguna mutua conexión, sino constituirlos en un pueblo» (Lumen gentium 9). Dios no llama simplemente al individuo, sino que lo convoca; de este modo, al llamarlo lo congrega con otros. Dios convoca –en Cristo– a los creyentes, para congregarlos en otro nivel más profundo de intercomunión y convivencia humana 10.
Si bien, pues, el pueblo de Dios trasciende a todo pueblo, está llamado a encarnarse en todos los pueblos de la tierra. «El único pueblo de Dios está presente en todos los pueblos de la tierra, ya que de todos ellos recibe a sus ciudadanos [...] El pueblo de Dios [...] se congrega a partir de diversos pueblos» (Lumen gentium 13).
Esta lectura en conjunto de Gaudium et spes y Lumen gentium permitió superar la visión de una religión privada e intrascendente, sin conexión con lo real y nutrida solo de su expresión litúrgica. Con este giro queda claro que lo constituyente propiamente cristiano es la relación interpersonal, cotidiana, y es ahí donde tiene sentido y cobra vida la expresión «pueblo de Dios», porque «el único pueblo de Dios está presente en todas las razas de la tierra» 11. De este modo, la recepción eclesiológica que hace la naciente teología del pueblo del Concilio puede explicarse con las palabras de Gera:
La Iglesia se da como intercomunión entre los hombres. No solamente como relación del hombre con Dios, sino como interrelación de hombres entre sí. La relación con el otro no es un simple añadido a una Iglesia ya constituida por la relación con Dios. La relación con el otro es también constitutiva de la Iglesia, es decir, se inscribe en la esencia misma de la eclesialidad 12.
Francisco articulará esta impronta eclesiológica bajo la forma de una soteriología inclusiva, relacional, en continuidad con Lumen gentium. Entiende que «ser Iglesia es ser pueblo de Dios» 13, que no nos salvamos solos, sino en la relación en la que somos y vivimos con los demás, y que Dios se revela en la trama de la historia del pueblo 14. Tal visión no autorreferencial de la Iglesia quedará expresada en Evangelii gaudium: «Dios ha elegido convocarlos como pueblo y no como seres aislados. Nadie se salva solo, esto es, ni como individuo aislado ni por sus propias fuerzas. Dios nos atrae teniendo en cuenta la compleja trama de relaciones interpersonales que supone la vida en una comunidad humana. Este pueblo que Dios se ha elegido y convocado es la Iglesia» 15. Es decir, no se puede ser Iglesia como pueblo de Dios sin el reconocimiento y la acción en medio –no encima ni delante– de los pueblos de este mundo.
Es Lucio Gera quien, a lo largo de este proceso de reflexión y debate, dota de perfil propio a este modo particular de hacer teología latinoamericana. Para él, la teología del pueblo no buscaba el cambio de las estructuras sociales y políticas por sí mismas, sino el discernimiento de la misión e identidad de la institución eclesiástica a partir de una opción explícita por el pueblo pobre y su cultura, pensando desde él y reconociendo su lugar, tanto en el interior de la institución como en la sociedad en general. Y, como añade Rafael Tello, la noción de pueblo va unida a la de la existencia de una cultura popular, porque si «el pueblo tiene una duración de siglos, la cultura popular que lo caracteriza tiene que tener también una duración similar. Por eso, para captarla en lo que verdaderamente es, hay que captarla en lo que tiene de coextensivo con el mismo pueblo» 16. A saber, que no se puede comprender al pueblo sin captar la trascendencia de lo popular como cultura propia y distinta de la moderna e ilustrada. Y no se puede ser Iglesia sin estar encarnado en medio de los pueblos, respondiendo a sus culturas. Es desde esta opción eclesiológica de arraigo sociocultural como se construye un discurso religioso que impulsa el diálogo sociopolítico y promueve una praxis pastoral informada por la justicia social como valor de ese pueblo fiel a Jesús 17. Profundicemos ahora en esto.
Leer Medellín a través de lo popular
Aunque la Coepal...