Historia de España para jóvenes del siglo XXI
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Historia de España para jóvenes del siglo XXI

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Historia de España para jóvenes del siglo XXI

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Esta Historia de España se dirige tanto al público joven como a todo lector que busca ampliar sus conocimientos y adquirir una visión más panorámica. El autor, de prestigio reconocido, no ofrece aquí un libro aséptico: su modo de abordar los episodios es ecuánime y liberal, pero sin paños calientes y sin eludir los intensos claroscuros de la historia.Vaca de Osma busca a España en la noche de los tiempos, e inicia su recorrido sobre los vestigios más antiguos del hombre en la Península Ibérica, hasta nuestros días. En unos cientos de páginas logra dar a conocer a los principales protagonistas, llevando a cabo un esfuerzo de síntesis que han converitdo ya su libro en un clásico.

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Información

Año
2003
ISBN
9788432137518
Categoría
Historia

PRIMERA PARTE

I
LOS PRIMITIVOS HABITANTES DE LA PENÍNSULA

Hace veinte años publiqué un libro titulado Así se hizo España1 Lástima que no os lo pueda recomendar porque sus ediciones se agotaron hace tiempo. Sería una buena guía para estos primeros capítulos. Escribía entonces que íbamos a buscar a España allá lejos, a la noche de los tiempos, pero sin perdernos. En modo alguno debemos prescindir de los orígenes, ni ignorarlos ni menospreciarlos. Venimos de allí, de aquellas gentes primitivas. Somos así porque así fueron. Un país es, sobre todo, sus habitantes, y no hemos nacido, precisamente, por generación espontánea.
España es un cuerpo vivo, tiene su biografía, es hija de la cópula fecunda de la tierra con la historia, como dice Sánchez Albornoz. No miréis todo esto como algo ajeno a vosotros, que, como ya ha pasado, nada os interesa. Todo lo contrario: sois como sois por todo lo que os precedió desde los tiempos más remotos en esta tierra ibérica, desde el primer sustrato humano, unido a las sucesivas migraciones que vinieron aquí a instalarse. Vuestra formación personal partirá de esta base.
Por todo lo anterior me voy a remontar en este libro, que a vosotros dedico, a unos tiempos sin memoria, con una cronología imprecisa que han tratado de ordenar y de
calificar paleontólogos, arqueólogos y prehistoriadores en general, con la mejor voluntad pero con dudosa y casi imposible precisión. Baste decir que sobre la aparición de los primeros homínidos, dan cifras que van desde el millón y medio de años (a.C.) a los trescientos mil, y aun en torno a esas cifras, no todos coinciden. Y para llegar al homo sapiens, es decir, algo así como nosotros, van lo más lejos a doce o quince mil años (a.C.). Es decir también, que los miles de años parecen lo de menos. Pero eso sí, dividen en eras, edades y períodos, con lo que parece cierto rigor científico, basado en un principio en los estratos geológicos y en los cambios climáticos.
Más adelante, cuando aparecen los primeros signos de trabajo humano, se empieza a dar nombres a esos períodos prehistóricos. Nombres de origen francés en su mayor parte. Nuestros vecinos del otro lado de los Pirineos tienen la habilidad de hacer creer al mundo que todo se les debe a ellos. No es preciso que aprendáis todos esos nombres —si lo hacéis mejor—; aquí cito algunos como orientación. Por ejemplo, solutrense viene de Le Solutré; auriñaciense, de Aurignac; gravetiense, de La Gravette; tardenoisiense, de Tardenois; musteriense, de Le Moustier; abbevillense, de Abbeville...
Añádanse a estos nombres otros basados en el trabajo de las piedras para hacer armas o utensilios, unos pedruscos tallados malamente, períodos chelense y acheulense (del francés Chelles y Acheule), del Paleolítico o Pleistoceno. A este período, en sus primeros tiempos, se le llama Arqueolítico (de un millón a millón y medio de años), y más adelante, con un salto de cien siglos nada menos, se califica de musteriense. Son los tiempos del hombre de Neanderthal (del valle de Neander, en Alemania).
Después, de un salto, a nuestros antepasados directos, que vivieron en el Paleolítico Superior (de 30.000 a 10.000 a.C), que es cuando aparece el tipo de Cromañón, el cual es casi como nuestro abuelo.
Llevo muchos años leyendo notables obras sobre la Prehistoria de insignes maestros a los que conocí, y sigo sin fijar bien tantos nombres y tanto baile de años. Bien está que los conozcáis, para lo cual va con estas páginas un cuadro sinóptico, pero más interesante es que conozcáis algunos detalles de la evolución de aquellos primeros habitantes de la Península. Debéis tener en cuenta que en ellos está el origen de los pueblos de España, que son el sustrato humano, los primeros genes que llegan hasta nosotros, y que aunque no eran muy numerosos, sí mucho más que los pequeños grupos invasores que fueron llegando a la Península en sucesivas oleadas.
Uno de los datos más importantes de la evolución humana es el de la capacidad craneal. Por ejemplo, los hombres que habitaban las orillas del Manzanares y del Jarama en el período chelense (300.000 a.C) tenían una capacidad de 1.400 centímetros cúbicos. Parecidos son los cráneos aparecidos en la Sierra de Atapuerca (Burgos) en 1992. Estas gentes hacían hachas, flechas y cuchillos de sílex, conocían el fuego, descubrimiento reciente. Con él endurecían las puntas de sus lanzas de madera que servían para la caza, incluso de elefantes, y sobre todo de osos.
Los grandes fríos, la era de las glaciaciones, hicieron que el hombre se resguardase en cuevas, ya que hasta entonces había vivido en pleno campo, en lo posible al borde de los nos y al abrigo de los montes. Se cubría con pieles, desconocía la agricultura y la rueda, y comía lo que encontraba en la naturaleza, restos que dejaban los animales carroñeros, productos silvestres, pesca y moluscos. Pero el mayor placer gastronómico, el más rico alimento para el indígena primitivo era, literalmente, «sorber los sesos del enemigo», para lo que le trepanaban el cráneo con habilidad de expertos cirujanos.
Hay autores que atribuyen el aumento de peso del cerebro humano a tan suculenta y selecta nutrición, así que a base de sesos ajenos sorbidos durante miles de años, se habría pasado de una capacidad craneal de 1.400 a 1.600 cm3, del Neanderthal al Cromañón, pero esta hipótesis no tiene fundamento. Sólo desde un evolucionismo extremo, y más ideológico que científico, se pueden aventurar afirmaciones de este género hasta llegar al homo sapiens sapiens.
En estos larguísimos períodos se produjeron notables avances materiales e incluso espirituales: se van produciendo instrumentos más perfeccionados, de piedra, de madera y de hueso o asta, trampas ingeniosas para la caza, pequeñas estatuillas y, sobre todo, admirables pinturas rupestres en las cuevas cantábricas y levantinas. Destaca la famosísima de Altamira, en Santillana del Mar, amén de otras muchas en el norte de España, en el período magdaleniense principalmente.

Aquellos hombres y mujeres andaban erguidos, rendían culto a los muertos (religión necrolátrica) y a los antepasados, se organizaban en clanes o tribus, con signos totémicos, adoraban al sol y a la luna, a las fuerzas de la naturaleza, y practicaban una magia elemental. No se puede hablar propiamente de una cultura; así era nuestra primitiva base étnica, así eran aquellos peninsulares de los que venimos antes de que empezaran a llegar sucesivas y no muy nutridas invasiones, por el sur, por el levante, por el norte, por mar y por tierra.
La unión de los indígenas del Paleolítico Superior, de los que vengo hablando, con estos pueblos invasores, constituye «las raíces de España», los más remotos hispanos, que se instalaron en la Península hace unos treinta mil años.
A partir de aquel período, a un ritmo muy lento, se va perfeccionando un cierto lenguaje, comienzan a domesticarse algunos animales y nace una agricultura elemental. Entre el año 5000 y 2500 a.C., el cambio de las circunstancias naturales, fin de los hielos, clima más suave, permite que las gentes nómadas se vayan haciendo sedentarias: pasan de vivir en cuevas a constituir pequeñas unidades sociales que viven en cabañas. Son tiempos en los que aparece la rueda, gran síntoma de progreso, y la civilización de la piedra pulimentada se presenta en varias fases. El hombre ya es físicamente como el actual, empieza a saber tejer, a modelar objetos cerámicos y a construir enterramientos con grandes losas de piedra.
En España destaca la llamada cultura almeriense con abundantes poblados y necrópolis, cuya influencia irradia hacia el norte, caso de las zonas de El Gárcel, los Millares y más tarde, de El Argar. También evoluciona la pintura rupestre, que pasa del fondo de las cuevas al exterior, se hace más esquemática en Levante y representa escenas de caza con figuras humanas estilizadas. Tienen importancia las grandes construcciones megalíticas de tipo funerario, es decir, de las enormes piedras, como las de Antequera y de la Cueva de Menga.
No quiero abrumaros con más detalles. Estamos en el fin de la Prehistoria. Con la metalurgia, Edad de los Metales, llegamos a la Protohistoria, primero con la llamada Edad del Bronce, aleación de cobre y estaño (entre el 1800 y el 2000 a.C.); la abundancia de estos metales en la Península incrementó el comercio con otras regiones mediterráneas, en especial, y contribuyó al desarrollo del sudeste de España, que entró en contacto con las grandes culturas orientales del otro extremo del Mediterráneo. En esa etapa se fortifican los poblados, se entierra en urnas y en cistas, se perfeccionan las vasijas y se desarrolla notablemente
una singular cultura baleárica, donde se construyen con grandes piedras los famosos talayots, taulas y navetas, dedicados a usos religiosos, funerarios y de otras índoles.
Del trabajo del bronce se pasa al del hierro, gran revolución histórica en lo social, cultural y bélico. Esto ocurre hacia el año 1000 a.C. Esta nueva Edad la inician los hititas, pueblo de Anatolia, actual Turquía. Llega a España por tierra, por los caminos de Europa. La traen los pueblos indoeuropeos y nos hace entrar en la Historia.
* * *
No creáis que porque hayan pasado tantos miles de años desde los tiempos a los que acabo de referirme, la tierra en que habitaban esos Neanderthales y Cromañones peninsulares era distinta a la que habitamos nosotros. Salvo los cambios climáticos, de muy lenta evolución, geográficamente esta tierra era la misma. Idéntica situación en el mapa de Europa, separada de África por el estrecho de Gibraltar, aislada por los Pirineos, esta piel de toro daba la cara al océano inmenso y misterioso, y la espalda, el Levante, abierto a todas las corrientes mediterráneas; España era ya entonces el Finisterre del mundo occidental. En esta palabra «occidental» quiero decir todas las tierras y mares situados al Oeste del Oriente Medio, cuna de civilizaciones y de culturas. Lo que en términos generales podemos llamar mundo conocido, es decir, excluyendo todo lo que no fuera indoeuropeo y mediterráneo hasta que Marco Polo y Colón se lanzaron a sus aventuras asiática y americana.
Desde el Paleolítico Inferior, el Mediterráneo es un camino, los Pirineos en sus dos extremos, un paso, y el estrecho de Gibraltar es casi un puente.
Vayamos por partes. La geografía peninsular es dura, difícil. Las excepciones de parte de la costa y de algunos valles del interior, confirman la regla. Las corrientes de agua son en general escasas y desiguales, con largas sequías y riadas devastadoras. Las cordilleras que la atraviesan marcan etapas históricas, zonas diversificadas que perduran a través de los siglos. Me atrevería a deciros que las
diferencias entre levantinos, andaluces, catalanes, castellanos y vascocantábricos, entre extremeños, gallegos y portugueses, vienen de entonces por razones de geografía, de herencia y de clima. Tienen raíces anteriores a la entrada de la Península Ibérica en la historia.
Estrabón, famoso geógrafo de hace dos mil años, escribía lo siguiente: «Es un país cuya mayor extensión no es casi habitable, de suelo pobre y desigual: los hispanos sólo pueden estar peleando o sentados». Mala fama, en parte desmentida, pero a menudo justa a través de los siglos. Lo cierto es que no era fácil vivir en unas tierras altas, poco fértiles, de pobre composición, con diferencias de temperatura de hasta 73 grados. Además, los incendios y las talas han contribuido al daño de los agentes atmosféricos.
Si hoy veis a España mucho más amable y visible como país, se debe al trabajo, a un esfuerzo de creación, de transformación de estructuras e infraestructuras que no se inició hasta bien avanzado el siglo XX, cuando llega el primer intento serio, extenso, intenso y prolongado, con medios humanos, para mejorar el hábitat peninsular. Antes, durante muchos siglos, con pocas y admirables excepciones, primaron las grandes empresas exteriores que nos dieron grandezas y hegemonías, pero escasa mejora interior y muy limitado bienestar.
Haceos la idea de que aquella España de hace más de veinte centurias, aquellas tierras inhóspitas, salvo en las costas mediterráneas, estaban habitadas por dos millones de antepasados nuestros que no borraron del mapa las sucesivas oleadas de inmigrantes que fueron llegando, sino que se sumaron o se cruzaron. En el Paleolítico Medio llegó a haber una cierta homogeneidad humana en la Península Ibérica. Sobre la importancia de estas aportaciones exteriores para formar lo que pudiéramos llamar el iberismo inicial anterior al primer milenio, vamos a ocuparnos en el siguiente capítulo.
1 Así se hizo España (Espasa Calpe, Madrid 1981).

II
IBEROS Y CELTAS.
LOS PUEBLOS MEDITERRÁNEOS

En la España anterior al primer milenio, en plena fragmentación tribal, se insinúa ya lo que iba a ser el español, rasgos que permanecerán a lo largo de los siglos en las diversas regiones. Las culturas que empiezan a llegar de fuera por el Mediterráneo se asientan en la costa; no penetrarán apenas hacia el interior, hacia la meseta central.
En la Edad del Bronce, las minas que hay en la Península, oro, plata, cobre, plomo, estaño, invitan a que vengan a explotarlas y a comerciar los pueblos que desde el tercer milenio se disputaban el poder en el oriente del Mare Nostrum. Hacia finales de esa edad, desde tierras ibéricas, sobre todo desde Almería, empiezan a relacionarse con los pueblos que habitan al norte de los Pirineos. El factor económico cobra gran importancia. Hay que tener en cuenta que los minerales van a constituir la base de las nuevas civilizaciones y del desarrollo, así que España va a ser como el Eldorado de esa etapa protohistórica.
La población de España anterior a las primeras oleadas celtas ofrece un confusionismo de lo más anticientífico. Los testimonios sobre los hombres de las tribus preceltas nos han llegado a través de los historiadores romanos muy posteriores, y en ellos hay mucho tomado «de oídas». Ni la localización geográfica ni la cronología tienen precisión alguna. Hay mucho de fábula, de preferencias étnicas, de simples detalles toponímicos.
En esas composiciones seudohistóricas aparecen nombres —iberos, ilirios, tartesios, turdetanos, etruscos— que se prestan a interpretaciones más que a certidumbres. Por ejemplo, los ligures: ¿eran africanos?, ¿eran indoeuropeos? Hesiodo, el año 650 a.C., dice que eran el pueblo más antiguo de Occidente y que se extendió desde España. ¿Qué tenía que ver con los ilirios, pueblos indoeuropeos venidos del Norte, de la zona del Danubio, y que se establecieron en la región pirenaica y en la meseta norte? Así es según grandes historiadores como Menéndez Pidal y Gómez Moreno, que encuentran remotos topónimos indogermanos en esas tierras españolas.
Hay una teoría muy interesante con la que coincido en líneas generales. Esta teoría divide a la Península en dos grandes zonas geográficas que por sus condiciones son más aptas para recibir a diversos tipos de migraciones exteriores. Así puede hablarse de una línea levantina ocupada primitivamente por los hombres de Neanderthal, africanos, negroides; zona calpense (de Calpe = Gibraltar), almeriense y luego ligur, tartesia, ibera; frente a otra muy dis...

Índice

  1. INTRODUCCIÓN PARA LECTORES DE TODAS LAS EDADES
  2. PRIMERA PARTE
  3. SEGUNDA PARTE
  4. TERCERA PARTE
  5. CONSIDERACIONES FINALES
  6. BIBLIOGRAFÍA
  7. INDICE ONOMASTICO
  8. INDICE DE ILUSTRACIONES