La fe, Dios y Jesucristo
  1. 144 páginas
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Información del libro

Vivimos un cambio de paradigma en la forma de vivir nuestra fe cristiana, y nos vemos obligados a acudir a las fuentes, para que iluminen cómo puede recrearse hoy la experiencia original del cristianismo: es decir, la fe, la imagen de Dios y la figura de Jesucristo. El libro se presenta como un tanteo, como una búsqueda. Por eso es una teología del riesgo, una teología despojada, es decir, humilde. Es la teología del camino.Esta obra es el resultado del trabajo conjunto del Equipo de Investigación de Teología Sistemática Deusto, coordinado por Manuel Reus, y forma parte de un trabajo de investigación más amplio, La reconstrucción del creer, querecibió en2009 el premio de investigación Universidad Deusto-Grupo Santander de Investigación. La primera parte del mismo, Experiencia y gratuidad, ya fue publicada en PPC en el año 2010.

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Información

Editorial
PPC Editorial
Año
2013
ISBN
9788428825085
Categoría
Teología
1

LA EXPERIENCIA CRISTIANA DE FE

Introducción
Abordamos dentro del proyecto conjunto de Reconstrucción del creer la temática de la experiencia cristiana de fe, el sujeto que cree, el acto de fe. Se inserta esta reflexión sobre la realidad de la fe cristiana dentro de un contexto sociocultural secularizado y nihilista, en que redescubrimos el rostro cristiano de Dios a través de la mediación de Jesús de Nazaret, el Cristo. La revelación de Dios en el acontecimiento crístico queda incompleta si no abordamos la acogida creyente de ese Dios que se nos acerca. Esta es la experiencia de la fe cristiana, la acogida, la respuesta del sujeto personal y comunitario que cree siguiendo a Jesucristo1. La fe de nuestros días es una fe discutida y cuestionada. Estamos invitados a creer, pero de una forma digna del ser humano. Hoy los creyentes ya no contamos con un catecumenado social, constituido por la realidad ambiental. Tampoco hemos de enfrentarnos con una hostilidad preconcebida. Pero en nuestro contexto de una indiferencia agnóstica tolerante y una variopinta oferta multirreligiosa, la fe cristiana se ve sometida a un proceso de erosión y decadencia. Pretendemos presentar esbozos de los planteamientos teológicos pertinentes a nuestro contexto sociocultural, pero huyendo de discursos que expresan más deseos ilusorios que capacidad de conversión y comunión. Aunque nos vamos a apoyar en un cambio de paradigma, el paso de la relación de fe apoyada en la necesidad a una fe apoyada en el acontecimiento gratuito de Dios, hay que afirmar que este cambio de paradigma no se puede vivir de forma voluntarista2. El cambio de estos registros es enormemente lento, sobre todo los religiosos por ser los más radicales. Solo apuntan caminos, pero por favor, no los impongamos, ya que se suscitan desde la gratuidad. Quizás tendríamos que abordar también la situación de la persona, no solo su vida de fe, es decir, una antropología teológica, pero nos hemos centrado en la cuestión de la persona creyente, que es lo que pretendemos ayudar a reconstruir. Hay dos cuestiones que explícitamente dejamos fuera de la reflexión: la fe se vive eclesialmente y tiene una dimensión pública o política. Pero son cuestiones amplias, que dejamos para posteriores estudios. No es que estén ausentes, pero, para delimitar la temática, los dejamos aparte. Insistimos en que una teología basada en el puro deseo a la larga es tan infecunda como superficial. En todo caso, nos conformamos con una ilusión y un deseo más inmediato, el que pudiésemos decir con las palabras de Bonhoeffer: «Yo querría aprender a creer»3.
Lo que presentamos en este apartado es la vivencia de la fe que nos permite nuestro contexto. Se trata de redescubrir aquellos aspectos de la vida de fe que se nos presentan hoy como más necesarios. Y por ello la principal tesis que mantenemos es la de recobrar la gratuidad del acto de fe. A lo largo de la historia, cuando el carisma inicial se hace rutina, inevitablemente caemos en vivencias de fe excesivamente moralizadas. La moralización surge cuando hemos apartado o marginado la dimensión subjetiva de la fe, y la separación de la dimensión objetiva y comunitaria es excesiva. La vida de fe no responde tanto a necesidades antropológicas o religiosas, más bien es un don gratuito, y por eso se nos presenta como una vida en libertad o en proceso de liberación.
En primer lugar abordamos la dificultad de acceder hoy a la experiencia de Dios y la experiencia de fe. Pero hemos de añadir que toda época histórica presenta unas dificultades determinadas. Al señalarlas, no queremos hacer una valoración negativa de nuestra cultura; más bien se trata de ser realistas y conscientes de las dificultades de nuestro momento. Momento cultural e histórico, en que también se manifiesta la presencia del Misterio, pero que necesita del desarrollo de unas mediaciones adecuadas para dejar que el Misterio se haga presente en nuestra vida cotidiana. En la reflexión teológica hoy nos aparece como importante la concepción que tenemos del sujeto que cree, las formas plurales de ser cristiano y la crisis actual en la transmisión de la fe. Acudimos a la fenomenología de la religión y teológica para exponer los rasgos que la experiencia de fe presenta, que se ha de insertar dentro de una teología de la historia, de la sociedad y del ser sujeto. Por último hoy nos se nos hace ineludible insistir en la vida de fe como una vivencia del Misterio, que nos ayuda a transformar la experiencia, que necesariamente se apalabra y que presenta su propia epistemología.
1. ¿Es Dios accesible todavía hoy?
Sin duda afirmamos la indefectibilidad de la fe, pero ello no obsta para que debamos reflexionar sobre los condicionamientos de nuestra fe hoy. Ya hemos indicado los condicionamientos socioculturales de nuestro tiempo y su incidencia en la vida de fe4. En nuestro país creemos que la impresionante obra de Lluis Duch Un extraño en nuestra casa puede ser la expresión más lograda sobre las dificultades de la fe en nuestra época, sobre todo las dificultades de acceder a Dios5. Duch expresa la compleja situación de crisis de la vivencia religiosa en nuestro tiempo. Sin duda, la erosión institucional, que afecta también a la Iglesia católica, el desgaste del cristianismo y la incapacidad contemporánea de las mediaciones cristianas para hacer plausible una cabal experiencia de Dios son síntomas del malestar religioso de nuestra cultura. Pero los lúcidos análisis de Duch apuntan más allá. Sin negar esta crisis por parte del propio hecho cristiano, la crisis se agudiza por la radical incapacidad del ser humano para apalabrar la realidad. Indicaremos de forma sintética este análisis que se nos hace ineludible6.
El último estadio de una situación de crisis acostumbra a ser una situación de saturación indiferente, lo que pasa en nuestro país con respecto a la temática religiosa. Las decisiones y advertencias de la jerarquía eclesiástica poseen una incidencia mínima e inspiran una fuerte dosis de desconfianza. Se trata de una ruptura de confianza, tanto en el ámbito individual como colectivo. Hoy la Iglesia no inspira pasión7, sino indiferencia y ciertas dosis de sarcasmo. Actualmente el problema más espinoso que se presenta a las instituciones religiosas no es la crítica a unas determinadas doctrinas teológicas, tal vez extrañas a la cultura moderna y alejadas de ella, ni tampoco su ocasional autocrítica ante la indiferencia cada vez mayor que la rodea. La dificultad más grave a la que tienen que hacer frente es a la implantación, de manera casi general, de unas formas concretas del creer que han introducido una dinámica de actitudes y circulación de signos religiosos que entran en flagrante contradicción con los estilos y maneras de gestión tradicionales de la memoria autorizada. Se trata del alejamiento cada día mayor entre las palabras y las obras, entre la proclamación de unos principios generales y la praxis cotidiana. La religión se ha convertido en una cuestión de autotematización individual, en la que los criterios y normativas emanados de las instituciones eclesiásticas intervienen cada vez menos en la articulación de la existencia de los creyentes.
El creer religioso se reduce a unas construcciones ideológicas y simbólicas, con infinidad de rostros y apariencias, que son el resultado de la libre combinación de los conceptos e imágenes heredados de las religiones tradicionales, de los tópicos modernos impuestos por los medios de comunicación, de la realización personal (cultura del yo) y de la creciente movilidad que es propia de la omnipresencia social y cultural del individualismo. El Dios dado por supuesto de la cultura occidental se ha convertido en un Dios extraño, ajeno, lejano y, para muchos, incluso inexistente. Por eso, el esfuerzo por aclarar que el Dios de la tradición judeocristiana se aleja de esta noción convencional de Dios. Duch, citando a Viellard-Baron, Cioran y Metz8, nos advierte que lo que vivimos es una «crisis de Dios», una especie de hastío de Dios. Crisis de Dios en una época de actitud positiva hacia la religión. La ausencia de referencias en Occidente a un Dios personal parece caracterizar las tendencias religiosas del hombre actual9. Por eso lo más importante no es tanto la crisis de la Iglesia cuanto la crisis de Dios, que coincide con una notable expansión de una religiosidad invisible o difusa, así que nos encontramos con que el Dios cristiano está en crisis10.
Podemos observar que cada vez se separa de forma más tajante la cuestión de Dios y la cuestión de la religión. Se busca con ahínco una religión a la carta, cuyo destinatario último es el mismo ser humano, sus estados emocionales, su afán descontrolado e impaciente de vivencias, su inapetencia social. El aburrimiento es un índice de participación en la somnolencia colectiva. Es normal que se inviertan, para evitarlo, gigantescos esfuerzos (deportes de riesgo, drogas, viajes exóticos, velocidad, alcohol, sexo desenfrenado, etc.) que en el fondo resultan vanos, porque el aburrimiento anida en lo más íntimo del ser humano y lo exterior son distracciones momentáneas, que finalmente provocan un tedio e, incluso, una desesperación cada vez mayores11. No se trata tanto de la muerte de Dios como de una melancolía indefinible y un indefinido luto, racionalmente inexplicables, causados por la desaparición de una Presencia ciertamente ambigua que, en otros tiempos, había sido causa en muchas ocasiones de sentimientos de culpa y autoacusación y en otras de seguridad y sosiego. La nostalgia de Dios, de una pérdida, provoca incertidumbre, y una cierta añoranza aflora en nuestros sueños nocturnos y diurnos, provocando incluso estados de profunda pesadumbre y zozobra. El espíritu individual se ha convertido en el templo del moderno politeísmo. Por eso, la crisis no es solo del cristianismo, sino que afecta a todas las transmisiones que deberían llevar a cabo las estructuras de acogida y, por tanto, a los otros ámbitos de la vida pública y privada del ser humano.
Se ha de rescatar la cuestión de Dios del marco de la teología convencional, que se ha limitado a ser un agente para la reproducción del sistema. Desde inicios del siglo XIX el Dios de Nuestro Señor Jesucristo se encuentra secuestrado y reducido a ser un ídolo cualquiera. Pero estamos convencidos de que, a pesar de todos los desastres, a pesar de todos los tipos de Auschwitz, el cristianismo continúa siendo no solo una oferta válida sino propiamente irrenunciable. Duch expresa no solo las numerosas dudas y perplejidades, también ofrece un testimonio de esperanza. La auténtica esperanza se encuentra junto a la desesperación.
Pasa Duch a indicarnos algunos ámbitos que hay que tener en cuenta para la posibilidad del cristianismo en el presente. Resulta relevante, con la cuestión de Dios, el que para el ser humano no hay posibilidad extracultural. La cultura establece lo que en cada momento histórico se halla disponible para el ser humano concreto. Dios, en cambio, es radicalmente indisponible, aunque libremente –y aquí radica la paradoja cristiana– se haya puesto a disposición de los humanos mediante la encarnación de Jesucristo. El empalabramiento actual de la encarnación, el «por nosotros y para nuestra salvación» de la obra salvadora de Cristo, se encuentra íntimamente vinculado a las ambigüedades y los recursos expresivos y axiológicos de la cultura actual.
En el ser humano lo que denominamos como interioridad no es un a priori, algo predado y anterior a la experiencia, sino que tiene que constituirse en y a partir de esta. Por lo tanto, esta interioridad no es una construcción autónoma, independiente de toda exterioridad, como pretenden actitudes gnósticas, sino que se constituye desde el impacto de esa exterioridad en nuestra vida cotidiana. L...

Índice

  1. Portadilla
  2. Introducción
  3. 1. La experiencia cristiana de fe
  4. 2. Hacia una imagen renovada del Dios cristiano
  5. 3. Jesús, el Cristo. Algunos criterios y desafíos
  6. Notas
  7. Contenido
  8. Créditos