Fijos los ojos en Jesús
  1. 200 páginas
  2. Spanish
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  4. Disponible en iOS y Android
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Índice
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Información del libro

Un libro de gran acogida a cargo de tres de los mejores representantes del pensamiento teológico en español: José Antonio Pagola, Dolores Aleixandre y Juan Martín Velasco. Ocasión para degustar la sabiduría de estos tres maestros de la fe. Cada uno con su peculiar estilo Juan, Dolores y Jose Antonio han sabido plasmar un mensaje claro, riguroso y cercano para que fijemos nuestra mirada en el único Señor; entre los tres han escrito algo más que un libro, han moldeado un acompañante en el camino de la personalización y el crecimiento en la fe.Este libro puede ser leído personalmente y trabajado en grupo, gracias a las pistas y preguntas para la reflexión que acompañan cada apartado.

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Información

Editorial
PPC Editorial
Año
2013
ISBN
9788428825054
Categoría
Teología

SER CREYENTE HOY

JUAN MARTÍN VELASCO
«Cada época –escribió K. Rahner– tiene su propia tarea en la presencia de Dios. La tarea del mundo de hoy es la de creer. Porque hoy ya no se trata de esta o de aquella creencia, de este o de aquel artículo de fe, sino de la fe misma, de la posibilidad de creer, de la capacidad del hombre para entregarse totalmente a una única, clara y exigente convicción». Y, tras referirse a los profundos cambios de todo tipo que estaban produciéndose, concluye: «Todo esto constituye una amenaza, un desafío, un riesgo para la fe y para la misma capacidad humana de creer. La fe de hoy se caracteriza por ser una fe puesta en peligro»1. El riesgo y el desafío no han hecho más que acentuarse con el paso de los años. «Hasta ahora se discutía el contenido de la fe, pero no sobre la posibilidad o la necesidad de la fe. Hoy [1970], la fe como tal ha empezado a ser considerada como problemática en sectores cada vez más amplios». Cuarenta años después son muchos los ambientes en los que la fe no es ni siquiera problemática, porque ha dejado de interesar, se es perfectamente indiferente a ella.
La situación religiosa y nuestra propia situación como creyentes
Crisis religiosa y crisis de Dios
En los años posteriores al Concilio se produce la eclosión de una crisis del cristianismo que venía fraguándose desde el comienzo de la época moderna. Esa crisis tiene su aspecto más visible en el desmoronamiento del sistema de mediaciones: creencias, prácticas, pertenencia a la institución. Se manifiesta y se vive en el cambio de la forma de presencia del cristianismo en Europa que expresa la categoría de «secularización». Una secularización que, a pesar de hechos recientes, como la proliferación de nuevos movimientos religiosos, el éxito espectacular de determinados grupos sectarios, la aparición de radicalismos en todas las grandes religiones y la permanencia del influjo del factor religioso en importantes acontecimientos sociopolíticos, en Europa sigue radicalizándose. Lo muestra la emancipación del influjo de la religión de áreas cada vez más amplias de la vida social y cultural y de aspectos cada vez más íntimos de la vida personal, como la pregunta por el sentido, la búsqueda de la felicidad y la gestión de la vida individual. Todo ello produce la extensión de una «cultura de la ausencia de Dios», que sitúa a los creyentes en estado de verdadera intemperie cultural y extiende el riesgo de que, como advertía últimamente Benedicto XVI, «Europa se convierta en un desierto inhóspito para la fe».
Tal riesgo está ya haciéndose realidad, porque la crisis religiosa se ha convertido en crisis de Dios y de la fe. De ella son indicios la extensión de la increencia por todos los sectores de la sociedad, la radicalización de sus manifestaciones, que ha desembocado en una indiferencia generalizada, y el hecho de que «de la fe en Dios ya no parten estímulos que determinen la vida y la historia» (W. Kasper). El último avatar de esta crisis de Dios es su extensión a muchos creyentes, y su presencia en el interior de la Iglesia. El mismo Benedicto XVI se ha referido a ella al denunciar la anemia de la fe de los creyentes como el aspecto más grave de la actual crisis religiosa de Europa, y advertir que un agnóstico en búsqueda puede estar más cerca de Dios que un cristiano rutinario y que lo es meramente por tradición o por herencia.
Una reflexión sobre la fe como la que propongo, enfocada a animarnos a su realización efectiva, no puede ignorar esa situación de crisis si de verdad quiere contribuir a superarla.
¿Estamos nosotros afectados por la crisis de Dios?
A primera vista puede resultar extraño que se denuncie crisis de Dios y de la fe en él en el interior de la Iglesia, y hasta en la vida consagrada y en el clero en todos sus niveles, como viene haciéndose –a mi modo de ver con razón– en los últimos años. Hasta puede parecer una ofensa atribuir una posible crisis de la fe en Dios a personas que se consideran y se confiesan creyentes; que cumplen, bien que mal, con sus obligaciones de cristianos y que hasta han consagrado su vida al servicio de la Iglesia. Pero la verdad es que la falta de irradiación de la fe que muestran las comunidades cristianas, su incapacidad para comunicar y transmitir la fe a las generaciones jóvenes y la tibieza de la vida cristiana de tantas comunidades y de quienes las presidimos hace temer que algunos o muchos de los que nos creemos y nos llamamos creyentes padezcamos, en mayor o menor grado, la crisis, y que podamos seguir llamándonos creyentes solo desde una manera distorsionada de entender la fe que dista mucho de reflejar la forma de creer que propone el Evangelio.
Porque es frecuente que los cristianos lamentemos y denunciemos la extensión de la increencia a nuestro alrededor y el clima de indiferencia de nuestras sociedades, dando por supuesta nuestra condición de creyentes, pero sin preguntarnos seriamente por nuestra verdadera situación en relación con la fe. Y puede suceder que nos llamemos creyentes porque nos consideramos católicos, nacimos en una familia cristiana y fuimos bautizados, cumplimos más o menos estrictamente los mandamientos de Dios y las normas que regulan el propio estado, llevamos una práctica más o menos regular, nos confesamos miembros de la Iglesia y no hemos tomado ninguna decisión que nos haya llevado a separarnos de ella. Es posible que nos consideremos creyentes porque admitimos, sin apenas preguntarnos por qué, todas las verdades que Dios, nuestro Señor, nos ha revelado y que la Santa Madre Iglesia nos enseña, pero que nuestra fe se reduzca a «creer lo que no vimos», a aceptar lo que no entendemos, sin que esa aceptación haya dado lugar a ninguna experiencia personal ni haya transformado más que superficialmente nuestra vida.
Es posible incluso que, tras la renovación de la teología de la fe posterior al Vaticano II, hayamos oído y aprendido que la fe es encuentro personal, confianza incondicional en Dios, y lo creamos, pero sin haber dado pasos para realizar lo que esas fórmulas significan. Nuestra situación podría ser semejante a la de Moisés, que ve a lo lejos la tierra prometida, pero al que algo, que en nuestro caso no procede precisamente de Dios, le impide entrar en ella. El libro de los Hechos de los Apóstoles se refiere a los primeros cristianos como «los creyentes» (Hch 2,44; 5,14; 1 Tes 1,7). ¿Podemos los cristianos, los católicos de hoy, identificarnos con ese hermoso nombre?
Nuestra situación podría ser esta: escuchamos y decimos con los salmos: «Gustad y ved qué bueno es el Señor…», y sentimos el deseo de gustarlo, pero no lo gustamos realmente. Sabemos infinidad de cosas sobre Dios: todo lo que el catecismo, e incluso cierta formación teológica, nos ha enseñado. Sabemos mucho sobre Jesús; hemos oído que es el Hijo de Dios y lo creemos: hemos escuchado y celebrado el anuncio de su resurrección y hemos oído a los discípulos proclamar: «Jesús es el Señor». Pero puede suceder que, en no pocos casos, nuestra relación con Jesús se reduzca a saber sobre él y a conocerle como conocemos a otros personajes de la historia por los que sentimos simpatía. Sin caer en la cuenta de que entre este saber sobre Dios y sobre Cristo, y creer en él hay la misma distancia que entre saber sobre el amor porque hemos leído libros que lo explican y conocerlo porque se ha tenido la suerte de amar y ser amado.
Probablemente haya grupos cristianos que no se identifiquen con esa situación, porque no faltan en el catolicismo actual grupos confesantes, con prácticas exigentes, con gestos de manifestación pública de su condición de católicos, con actividades destinadas a atraer a otros a la Iglesia, pero con actitudes que podrían llevar a verlos reflejados en la figura del fariseo, que oraba en el templo satisfecho de sí mismo y dando gracias a Dios por no ser como los demás, pero que no salió del templo justificado. Por otra parte, conviene tener en cuenta que con frecuencia los rasgos fundamentalistas de algunas formas de creer son la manifestación inconsciente de la debilidad y la inseguridad de la propia fe; de la misma manera que el fundamentalismo de algunas formas de increencia manifiesta el temor de los que lo viven a que la fe a la que se oponen tenga más peso del que ellos se atreven a concederle2.
No pocos cristianos actuales de diferentes or...

Índice

  1. Portadilla
  2. Presentación
  3. Ser creyente hoy, por Juan Martín Velasco
  4. Paisajes para la fe, por Dolores Aleixandre
  5. Con los ojos fijos en Jesús, por José Antonio Pagola
  6. Sobre los autores
  7. Notas
  8. Contenido
  9. Créditos