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UN LARGO Y DOLOROSO DESENCUENTRO
Las primeras manifestaciones de Francisco sobre la apertura de un período dedicado a reconsiderar la moral sexual y la pastoral familiar las hizo en la rueda de prensa dada en el avión que le traía al Vaticano desde las JMJ, celebradas en Río de Janeiro (Brasil) en julio de 2013. Pero las directamente referidas a la cuestión del control de la natalidad aparecen en otras dos ruedas de prensa igualmente importantes.
1. África y el preservativo
El 30 de noviembre de 2015, regresando en esta ocasión de la República Centroafricana (previo paso por Kenia y Uganda) se le preguntó si, ante la difusión epidémica del sida, la Iglesia no tendría que cambiar su magisterio sobre el uso del preservativo con el fin de evitar nuevas infecciones.
El papa respondió indicando que la pregunta era, a la vez que interpelante, parcial.
Interpelante, porque la Iglesia estaba sumida en una cierta «perplejidad» en todo lo referente al uso del preservativo, ya que no acababa de conjugar adecuadamente el quinto mandamiento con el sexto, es decir, el cuidado de la vida con una relación sexual abierta a ella. Pero se trataba de una vacilación que podía empezar a ser superada si se tuviera bien presente la pregunta formulada a Jesús sobre si era lícito curar en sábado y su respuesta –síntesis de palabras y hechos–, indudablemente favorable a sanar más allá de lo dictado por la ley.
Pero, una vez reconocida la perplejidad, fijado su núcleo y sugerida una pista de resolución de la misma, indicaba las razones por las que entendía que la pregunta era parcial: creía que el problema de fondo que azotaba al continente era mucho más grande. Se llamaba «malnutrición, trabajo esclavo, explotación, falta de agua potable, injusticia social, degradación del medio ambiente». Eran problemas tan graves que la pregunta le sonaba a si se podía usar una tirita o no para curar tamañas heridas. Y finalizaba apuntando que no le gustaba detenerse en la casuística que suponía la interpelación: «Cuando no haya estos problemas, creo que se puede plantear la cuestión: “¿Es lícito curar en sábado?”; cuando todos estén curados, cuando no haya injusticias en este mundo, podremos hablar del sábado».
Se trataba de una importante consideración que buscaba conjugar, en primera instancia, la vida –sana y plena, por supuesto– y la relación sexual, abierta a la procreación; pero sin absolutizar esta última, como así había venido siendo habitual en la Iglesia los últimos decenios. Y que, por ello, permitía retomar la cuestión del control, no solo natural, de la natalidad. Las urgencias estructurales de África no podían ser ninguneadas u oscurecidas por este problema. Eran mucho más importantes la miseria y la desolación que la cuestión del preservativo, que tan preocupados tenía a muchos sectores de la Iglesia católica y a tantos de sus críticos. E invitaba a responder a la pregunta de Jesús a la luz de estas cuestiones: ¿hay que cumplir la ley a rajatabla cuando lo que está en juego es la vida?
Parecía que la puerta, hasta ahora cerrada a cal y canto al control artificial de la natalidad, quedaba cuando menos entornada a una nueva reconsideración, además de oportunamente contextualizada.
2. Las violaciones de religiosas
No obstante, esta no iba a ser ni la única ni la última de sus manifestaciones. Regresando de México, el 18 de febrero de 2016, se le preguntó sobre el riesgo que corrían las mujeres embarazadas de que quedaran afectadas por el virus del zika y sobre las políticas abortistas o de control –se entiende que artificial– de la natalidad que, como mal menor, estaban promoviendo algunos gobiernos.
En su respuesta, Francisco estableció una diferencia radical entre el aborto y el control de la natalidad. Lo primero, dijo, «no es un mal menor». «Es echar fuera a uno para salvar a otro. Es lo que hace la mafia. Es un crimen. Es un mal absoluto», ya que «se asesina a una persona para salvar a otra –en el mejor de los casos– o para vivir cómodamente». Y, prosiguió, un comportamiento de este estilo no es una cuestión teológica, sino «un problema humano» que además «va en contra del juramento hipocrático que los médicos deben hacer». «Es un mal» que debe ser «condenado» por sí mismo. Sin paliativos.
Más matizada fue su respuesta sobre cómo evitar el embarazo. Pablo VI, recordó, «permitió a las monjas usar anticonceptivos cuando estuvieran en riesgo de ser violadas». Sencillamente porque «evitar el embarazo no es un mal absoluto». Al recordar estas circunstancias no solo traía a la memoria una dramática y lamentable página de la historia, sino que retrotraía el debate teológico sobre la moralidad o no del control artificial de la natalidad a uno de sus momentos más decisivos, sin olvidar que no faltaron críticos recordando, casi inmediatamente, que la atribución de semejante decisión al papa Montini no estaba acreditada de forma documental. O, mejor dicho, que no constaba una justificación explícita de la misma.
Francisco sorprendía una vez más no solo por su modo campechano de comunicar, sino sobre todo porque remitía al dramático episodio que marcó el debate sobre si era moralmente lícito que la Iglesia –prolongando el magisterio, hasta entonces incuestionado– avalara el control artificial de la natalidad en determinadas circunstancias excepcionales y, por tanto, ayudaba a comprender –por paradójico que pudiera ser– la Humanae vitae, una de las encíclicas más polémicas y conocidas del magisterio papal en el siglo XX.
El debate teológico sobre la entonces llamada «píldora congoleña» se abrió en 1961, año en el que fueron violadas, durante la guerra por la independencia del antiguo Congo Belga, muchas religiosas católicas. Lo inaudito de la situación llevó a que la curia vaticana se planteara la cuestión de si era lícito o no el empleo de las píldoras anticonceptivas.
La revista Studi Cattolici, cercana al Opus Dei, solicitó un dictamen a tres profesores de teología moral: a Mons. P. Palazzini, en aquel tiempo secretario de la Sagrada Congregación del Concilio y futuro cardenal 1, a F. Hürt, profesor de moral en la Universidad Gregoriana 2, y a F. Lambruschini, docente de la misma materia en el Lateranense y después arzobispo de Perugia 3. Los tres dictámenes, publicados en la revista del Opus Dei con el título genérico de «Una donna domanda: come negarsi a la violenza?» («Una mujer pregunta: ¿cómo enfrentarse a la violencia?»), concluyeron que estaba justificado el empleo de la píldora contraconceptiva por dos tipos de complementarias consideraciones: por coherencia con el «principio de totalidad» (es lícita una mutilación por el bien total de la persona) y por la obligación de elegir, en caso de conflicto entre dos males, el menor de ellos.
Es cierto que no hubo una ratificación papal de dicha conclusión, pero también que no fue contestada ni rechazada por el Santo Oficio. Simplemente hubo un silencio y una ausencia de intervención institucional, algo que fue considerado suficiente para proceder en conformidad con ella. Es más, la solución propuesta acabó convirtiéndose en doctrina común entre los moralistas católicos de las diferentes escuelas. Y conviene recordar que, una vez publicada la Humanae vitae, no fue desautorizada ni por Pablo VI ni por los papas posteriores. Por eso es una tesis que ha sido pacíficamente admitida, a pesar de no contar con un refrendo explícito por parte del papado.
3. La encíclica Humanae vitae (1968)
Se trataba, como es evidente, de una importante decisión referida a una situación dramática y muy concreta, además de teológicamente compleja. Sin embargo, no faltaron quienes entendieron que, sin llegar a situaciones tan extremas, se daban otras circunstancias en la vida familiar y de pareja en las que también era pos...