GABO RESPONDE LA NOSTALGIA DEL PERIODISMO
Entrevista de Roberto Pombo a García Márquez, 1996.
Maestro: ¿Usted por qué escoge regresar al periodismo, si se puede decir así, con un tema tan complicado como ese del secuestro de los periodistas, episodio del cual todo el mundo sabe lo más interesante que es el final?
A ver: yo te diría que yo no escogí el tema, sino que el tema me escogió a mí, cosa que sucede tanto en el periodismo como en la literatura. Lo importante es que hace muchos años que yo vengo con la nostalgia del periodismo, que es un oficio que siempre considero que fue mi oficio original, en primer término; en segundo término, que ha sido muy útil para mí en la literatura porque gracias al periodismo yo puedo divagar, fantasear, hacer todo lo que quiero, pero gracias a él mantengo los pies sobre la tierra, cosa que también corresponde al periodismo cuando hago periodismo, porque gracias a la literatura tengo una manera más fácil y, digamos, más atractiva de escribir. Es decir: yo no separo los dos géneros. Yo creo que el reportaje es un género literario como la novela, como el cuento, como el teatro, como la poesía. Y tenía muchos deseos de hacer, hace mucho tiempo, un reportaje. Primero, porque tenía miedo de que ya no lo supiera hacer. Que me fuera a dejar arrastrar hacia la novela, que fuera a confundir los dos géneros.
Y te digo que me encontró a mí el tema porque yo andaba buscando algún tema para un reportaje durante años y no lo encontraba. Y de pronto, un día, Maruja Pachón y Alberto Villamizar me dijeron que ellos hacía mucho tiempo también tenían deseos de escribir ese libro, pero sabían que no tenían suficiente entrenamiento literario para hacerlo. Yo les pedí un año para pensarlo porque no me gustaba que después de tanto buscar fuera a terminar en el eterno tema del narcotráfico. Durante ese año lo pensé y fue precisamente el año en que se fugó Escobar y en que lo mataron, y me di cuenta de que lo que más importaba de ese libro, o mejor dicho, lo que menos importaba, era el narcotráfico mismo. Lo que importaba es lo que no sabe la gente cuando hay secuestros. Afuera se sabe a qué hora lo secuestraron, qué están pidiendo, qué están haciendo, qué negociaciones están haciendo, pero no se sabe cómo están sufriendo los secuestrados, cómo están sufriendo las familias de los secuestrados, cómo seguramente están sufriendo los secuestradores, cómo sufren las autoridades de las cuales depende de alguna manera la resolución de los secuestros, cómo sufre el país. Es decir: la cantidad de sufrimiento que genera un secuestro era lo que a mí me interesaba. El secuestro por dentro. Empecé a trabajar con Maruja, con Beatriz, su cuñada, y con Alberto Villamizar, y cuando ya tenía completa la historia que pensábamos escribir, que era la del secuestro de ella y las gestiones que hizo Alberto por fuera para liberarla, me di cuenta que todo eso era absolutamente incomprensible si no estaba todo el contexto.
¿O sea que arrancó como la historia de un secuestro en particular?
Era la historia de un secuestro en particular y por dentro. Es decir, qué hacía Maruja dentro de su cárcel y qué hacía Alberto afuera, sin que supiera qué le pasaba a Maruja dentro y sin que Maruja supiera qué estaba haciendo Alberto afuera. Pero cuando lo tenía ya totalmente, no digamos ya grabado, ya armado, me di cuenta de que eso era absolutamente incomprensible, incompleto y mínimo mientras no se supiera el contexto. ¿Qué consideraba yo que era el contexto? Era la situación del país y las negociaciones que hacía Villamizar tanto con el Presidente como con Escobar, etcétera.
Entonces amplié un poco ese ámbito. Cuando ya estaba en ese ámbito, me di cuenta de que eso no significaba absolutamente nada si lo ponía como un secuestro aislado, porque me di cuenta de que eran nueve secuestros. Fue entonces cuando llegué al punto de darme cuenta de que yo estaba hablando de uno de nueve secuestros, que eran en realidad un solo secuestro. Es todo un proceso: cuando yo me doy cuenta de que son nueve secuestros que son un solo secuestro, entonces es cuando verdaderamente descubro la historia, y que la historia, además del sufrimiento de los secuestradores, es la historia de la negociación. Cuando vine a ver, había metido en más de unos cien casetes toda clase de documentación. Había hablado ya no sé con cuántas personas. Es decir: podríamos hacer las cuentas algún día. Todo protagonista que tuvo algo que ver con eso, fui a verlo. Empecé a escribir el libro cuando era solamente el secuestro sencillo de Maruja y poco a poco fue aumentando y tuve que ir reescribiéndolo hasta que llegué a un punto, hace como unos seis meses, en que tenía unas setecientas cuartillas, pero con una ventaja: en ese momento yo ya tenía toda la estructura completa. Sabía qué sobraba y qué faltaba y entonces empecé a limpiar. En este momento la tengo, y si debo publicarla la semana entrante, puedo publicarla; pero si me demora, por ejemplo, lo que falta de este año, es más completa. No en cuanto a episodios, sino en cuanto a ambientación, en cuanto a caracteres. Estoy muy contento y he estado pensando qué título le iba a poner, porque siempre tuve Noticia de un secuestro; necesitaba una palabra periodística. Yo tengo un Relato de un náufrago, tengo una Crónica de una muerte anunciada, me faltaba una noticia porque he llegado a la conclusión de que el reportaje no es más que la noticia completa, es decir, la noticia contada para que el lector sepa lo que pasó enteramente, como si hubiera estado ahí, como si fuera él quien hubiera investigado.
Anda usted muy contento, hablando de técnica, por el paralelo que usted ha hecho o la manera como ha logrado encajar lo que sucedía adentro, en el caso de los secuestrados y lo que sucedía afuera... ¿Eso cómo funciona?
Yo siempre he creído que un escritor novelista o periodista puede decir lo que quiera, siempre que logre hacerlo creer. Si no se lo creen, ahí no vale ni la verdad. Entonces me di cuenta de que la mejor técnica, la mejor estructura para esta historia es como sucedía en la vida: que no se sepa afuera lo que sucedía adentro y que no se sepa adentro lo que sucedía afuera. Eso me condujo indudablemente a la estructura en que los capítulos impares —uno, tres, cinco, etcétera— son el relato de lo que está ocurriendo dentro de las cárceles, de los cuartos donde están los secuestrados, y los pares son lo que está sucediendo afuera en relación con los que están dentro. Los que estaban dentro oían radio y veían televisión, y tenían bastante información de lo que sucedía afuera, porque tú sabes que en Colombia no hay secretos en la radio, en la televisión, en la prensa. Al contrario: se publica más de los secretos. Y entonces ellos estaban enterados, pero los de fuera no tenían la menor idea, ni siquiera de que estaban vivos los secuestrados. Entonces, los de dentro por lo menos tenían el consuelo de tener una remota idea de que se estaba pensando en ellos, de que se estaba trabajando para ellos; afuera trabajaban solamente con la fe. A los secuestrados les mandaban mensajes cifrados por la radio, por televisión, sin saber, no solo si los oían, sino si los entendían. Y lo que es curioso ver ahora en este libro es que la mayoría de los mensajes los captaron, los descifraron, y los llenaron de esperanza.
En esta historia hay, digamos, un final feliz. En la mayoría de los casos porque la mayoría de los secuestrados resultaron libres. Hay dos casos que son la excepción conocida, que es el de Diana Turbay, por un lado, y el de Marina Montoya por el otro.
¿Usted entra en detalles sobre cómo ocurrió esto? ¿Alcanza a investigar las circunstancias en las que murieron estas dos mujeres?
En las que murió Marina sí, porque no estaba sola y las personas que estaban con ella contaron exactamente cómo fue su drama, cómo fue que la sacaron, convencida ella de que probablemente la iban a liberar y cómo la mataron. Es decir: el único testimonio que me faltó fue desde el momento en que la sacan de la prisión hasta el momento en que la matan, porque tres o cuatro horas después de muerta ya la encuentran y hay testimonios. Hay un vacío que no se sabe pero es presumible porque se sabe cuáles fueron los guardianes que la sacaron, la distancia en que murió del lugar donde estaba, eso era cuestión de tres o cuatro kilómetros; y luego ya a partir de que la encuentran, es ese vacío. Lo único que se sabe es que debieron viajar una media hora hasta el lugar en que la encontraron y que le dieron seis balazos.
En la lectura que usted hizo de su primer capítulo ante unos estudiantes de periodismo en Madrid hace unos días, la circunstancia, la narración, la descripción de los momentos en que Marina Montoya sale de su casa, que se maquilla presumiblemente suponiendo que va a ser liberada, ¿todo este drama es una reproducción de algo real, o hay recreación literaria tanto en este como en otros episodios que se narran aquí?
Mira: hay una frase que ya no se dice porque está amelcochada de tanto repetirse: "La realidad sobrepasa a la ficción". Pero en todo este trabajo yo me propuse y he logrado no utilizar un solo dato que no sea real y comprobado, y una prosa en que no pude permitirme ni una sola metáfora por no engolosinarme y poder conservar el lenguaje austero de una crónica de periódico. Me he encontrado que muchas cosas he vacilado al escribirlas porque pienso que no me las van a creer, porque van a pensar que el novelista terminó derrotando al periodista. No tengo un solo dato que no sea perfectamente comprobado y absolutamente real. El hecho de que Marina se haya maquillado para salir a mí me parece extraordinario, es una prueba más de su extraordinaria femineidad. Ella, me imagino que era muy pequeñita la esperanza que tenía de salvarse, pero le rindió tributo a esa pequeña esperanza. Si se salvaba, por lo menos que estuviera maquillada. Y fíjate tú si eso es cierto: el cadáver fue identificado por la curiosidad que despertó en los médicos que le hacían la autopsia la perfección en el arreglo de sus uñas y de sus manos y la excelente calidad de su ropa interior.
Eso es dramático.
Yo no la conocí pero ahora sé que era muy bella, muy coqueta, muy divertida. Una paisa muy legítima, muy bien conservada y una líder. Tenía siete hijos y ella siempre, durante mucho tiempo, mantuvo su casa y era muy emprendedora. Vendía seguros, vendía automóviles, hacía toda clase de cosas. Entonces era una gran mujer, y una gran mujer, aun cuando piensa que va a morir, espera que la vean mejor.
En un caso como este, donde por supuesto todo el mundo es inocente —hablo las víctimas, claro—, en el país se llegó siempre a la sensación de que si había alguien inocente dentro de los inocentes, era por supuesto Marina Montoya.
Sí, las circunstancias de su vida y las circunstancias en que murió son bastante conocidas en Colombia. Pero realmente, en medio de la enorme injusticia que hay en todo secuestro, en todo acto como este del que estamos hablando, la cantidad de inocencia que tenía ella hacía infinitamente más injusta esa ejecución. Pero bueno: fue así y es realmente uno de los momentos más dramáticos y más dolorosos del libro.
Decía usted hace unos segundos que la realidad desborda a la ficción o se mezcla con ella. Le oía hace unos días a Carmen Balcells un comentario que me causó curiosidad, y es que, además de que el libro tiene una gran dosis de suspenso pues se arranca en la primera página y se llega a la última sin dejarlo, todos los personajes dejan la sensación de que están cumpliendo una gran misión. ¿Eso hace parte de la literatura, o esa grandeza de los personajes, que de alguna manera están ahí por azar, hace parte de esa idea de que la realidad se vuelve novela en momentos como este?
Si tu partes de la base de que el sacrificio de cada uno de esos personajes contribuyó a la entrega de Escobar y a la solución del drama de Escobar y al desmantelamiento de gran parte del narcotráfico, que es una desgracia del país, te das cuenta de que en cierto modo, cada caso, cada persona, estaba sometida a un holocausto. Era una inmolación de la que estaba siendo objeto cada uno de estos personajes. Por fortuna se salvaron: eran nueve, se salvaron siete. Marina fue ejecutada indudablemente y lo que es un milagro es que hubiera vivido hasta cuando vivió, porque la habían secuestrado hacía ya unos cuatro meses y la impresión que hubo siempre fue que a ella la habían secuestrado solo para matarla, como una venganza de carácter político, ya se conoce. El drama de Diana desgraciadamente yo creo que fue un doloroso accidente. Inclusive en una carta que le escribió doña Nidia, ya después de muerta Diana, a Escobar, pidiéndole que liberara a los dos secuestrados que quedaban, que eran Pachito Santos y Maruja Pachón, le dice a Escobar, que le escribe esta carta porque desearía que la muerte de su hija tuviera la utilidad de servir para el logro de la paz y para salvar la vida de estos dos prisioneros, y termina con una frase sorprendente. Le dice: "Deme la razón cuando pienso que usted no quería que Diana muriera". Y en una carta de Escobar, cuando ya está preso, a otra persona, le cuenta que él había recibido esa carta de doña Nidia y termina diciendo: "Lo que me duele es no haber tenido el valor de contestarle".
Hablando de doña Nidia, en la lectura que usted hizo en Madrid del primer capítulo, o en alguno de los comentarios que usted hizo con los periodistas allá, aparece una especie de premonición realmente literaria de doña Nidia en el momento en que se enfrenta con el presidente Gaviria y ella, sin tener ninguna información, tiene la certeza de que su hija está muerta, por encima de las informaciones de Gaviria. ¿Cómo sucedió eso?
Fíjate: cuando yo en mis libros, en mis novelas, hablo de premoniciones, no creas que lo hago como recurso literario. Lo hago porque ya estoy convencido de que las premoniciones existen, que no son controlables, que no son previsibles p...