Producción, ciencia y sociedad: Descartes desde Marx
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Producción, ciencia y sociedad: Descartes desde Marx

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Producción, ciencia y sociedad: Descartes desde Marx

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Este ensayo examina la filosofía cartesiana como expresión de un sistema económico, la manufactura heterogénea. Es una inquisición sobre las relaciones del pensamiento de Descartes –y de Bacon, Leonardo, Harvey, Galileo, Leibniz y Spinoza– con un modo determinado de producción. Es el análisis, desde las tesis fundamentales de Marx, de un filósofo determinado, lo que nos ofrece la posibilidad de establecer un método semejante en el caso de otros pensadores: la relación de Kant, por ejemplo, con la manufactura orgánica y la biología, o el vínculo de Hegel con la economía política, la gran industria y la ciencia química. Por esto, después de su primera edición en 1969, este texto de filosofía sigue tan vigente y necesario.

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Información

Año
2016
ISBN
9786070308093
Categoría
Filosofía
1.LAS CONDICIONES SOCIALES
DE LA ÉPOCA CARTESIANA
Descartes nace en 1596 y muere en 1650. En ese lapso madura la filosofía moderna. Algunos autores marcan con la fecha de publicación del Discurso del método el inicio de la filosofía “estrictamente moderna”.1
En el terreno de la producción social o, más precisamente aún, en aquel que se refiere al desarrollo del capitalismo, crece la manufactura, forma intermedia entre el artesanado y la gran industria. El capital usurario (capital a interés) y el capital comercial, que son “las formas antediluvianas del capital que preceden desde muy lejos al régimen de producción capitalista’’,2 se concentran y amplían durante el Renacimiento con la apertura de rutas marítimas comerciales al Oriente. Las dos regiones geográficas que se benefician más con estas rutas comerciales son el norte de Italia y Alemania. En Italia se nos presentan, ya desde el siglo XI, manifestaciones esporádicas de capitalismo, particularmente en estas formas arcaicas (usura y comercio). El florecimiento de la usura viene determinado por la baja capacidad del mercado, de suerte que, cuanto menos importante es el papel que desempeña la circulación, más ampliamente domina el capital usurario. La Iglesia, ciertamente, “prohibía” la usura (a los demás):
La Iglesia prohibía el interés; pero no prohibía la venta de sus propiedades para hacer frente a la penuria, ni siquiera el traspasarlas por un determinado tiempo o hasta el reembolso de la cantidad prestada a la persona que prestaba el dinero… La misma Iglesia o las comunidades y pía corpora pertenecientes a ella obtuvieron grandes utilidades por este medio, sobre todo en la época de las Cruzadas. Esto desplazó una gran parte de la riqueza nacional a las llamadas ‘manos muertas’, ya que los judíos no podían lucrar usurariamente por este procedimiento… Sin la prohibición de los intereses, jamás habrían llegado las iglesias ni los claustros a adquirir tan grandes riquezas.3
Naturalmente, las condiciones mismas de la existencia del campesinado (en esta época, abrumadora mayoría de la población) lo empujan constantemente en manos del usurero. Basta una cosecha desfavorable, la muerte de un buey o de un caballo (que son instrumentos de producción), para que el campesino se arruine y se someta al dominio del capital usurario, sin por ello romper las ligas que, de antes, lo ataban al señor de la tierra. Pero el capital usurario puede, por lo mismo, coexistir con las formas feudales de apropiación y tenencia de la riqueza. Lejos de contribuir a la destrucción del feudalismo, lejos de ayudar al desarrollo de las fuerzas productivas, la usura frena la expansión de la producción. Marx lo dice con estas palabras:
El capital usurario, bajo esta forma en la que se apropia en realidad todo el trabajo sobrante de los productores directos sin alterar el régimen de producción; en que la propiedad o la posesión de los productores sobre las condiciones de trabajo —y el sistema de pequeños productores aislados que a él corresponde— constituye una premisa esencial; en que, por tanto, el capital no impera directamente sobre el trabajo ni se enfrenta, por consiguiente, a éste como capital industrial; este capital usurario arruina este régimen de producción, paraliza las fuerzas productivas en vez de desarrollarlas y al mismo tiempo eterniza este estado de cosas lamentable, en el que la productividad social del trabajo no se desarrolla, como en la producción capitalista a costa del trabajo mismo.4
Por tanto, la usura contribuye tanto a minar la riqueza feudal cuanto la producción de los pequeños campesinos y artesanos. Sin embargo, la misma ruina que la usura acarrea tiende de suyo a centralizar el capital en forma de dinero; de suerte que el giro monetario, centralizado en unas cuantas manos, pasa del préstamo a interés a la esfera del comercio en gran escala y, finalmente, a la esfera de la producción; las manufacturas son organizadas “desde arriba” por los poseedores del capital y no brotan de la esfera de la pequeña producción (que ha sido casi totalmente arruinada por su dependencia de la usura).5
En las ciudades del norte italiano se desarrolla, pues, aunque esporádicamente, ya desde los siglos XII y XIII, el capitalismo. Habría que añadir que este capitalismo no es, en estas ciudades, sólo comercial y usurario, pues también aparecen capitales ligados directamente a la producción, especialmente en el campo, en donde se empiezan a introducir nuevos elementos de explotación, particularmente el riego artificial por medio de canales.
No es, insistamos, el capital usurario el que desarrolla los elementos revolucionarios del capitalismo. Más bien es el capital comercial al mayoreo el que prende en paja seca y contribuye al desenvolvimiento de las nuevas relaciones de producción.
Hay que señalar, sin embargo, que en la época a que nos venimos refiriendo (siglos XI a XVI) la forma fundamental de apropiación y de cambio seguía siendo la feudal y que, dentro de ella, empezaba a introducirse el capitalismo que, dicho con llaneza, no choca abiertamente con las relaciones de producción existentes. La gran masa de la población seguía ocupada en la agricultura; los gremios entorpecían, por su carácter corporativo-feudal, el desarrollo de la industria; la usura aplastaba la producción.
Para oponerse a las altísimas tasas de interés de los usureros surgen las instituciones bancarias, las sociedades de créditos, las sociedades por acciones;6 son los grandes capitales comerciales los que desarrollan la producción manufacturera e inician la disolución de la producción corporativa de los artesanos. Antes de explicar, sin embargo, en qué consiste la producción manufacturera, daremos una ojeada a problemas íntimamente relacionados con ella: en primer término, al de las fuentes aprovechables de energía y, luego, al conjunto de las relaciones sociales derivadas de ellas.
a] INSTRUMENTOS Y MÁQUINAS
Desde que el hombre inventó el arco, encontró un instrumento en el cual su energía muscular se potenciaba y acumulaba (en una acumulación temporal): el arco fue un primer y tosco instrumento en el que se podía concentrar —lo que no había ocurrido antes con ninguna herramienta salida de sus manos— su energía. Durante la Antigüedad clásica otro gran instrumento descubierto fue la palanca. El uso del plano inclinado (acumulación espacial) era mucho más antiguo, pues fue ya usado por los egipcios en la construcción de las pirámides.7 A más de la rueda, que es un invento anterior, la Antigüedad clásica conoció el uso de la tuerca y el tornillo sin fin. Debemos a Arquímedes la enunciación de los principios científicos fundamentales que determinan el funcionamiento de la palanca.8
La gran aportación del cultivo del hierro fue el arado de este metal que permitió al agricultor, sedentario ya, excavar con mayor profundidad la tierra y, en consecuencia, obtener mayor rendimiento en sus cosechas con un menor desgaste de la misma. El uso del arado estuvo íntimamente ligado a la domesticación del ganado bovino, en este caso aprovechado como fuerza tractiva. Para utilizarla, el hombre antiguo inventó el yugo que unía, por el cuello, un buey o un par de bueyes al arado o a la carreta. Sin embargo, cabe indicar que
la energía animal se utilizó en la antigüedad con poca eficiencia. La principal dificultad residía en el sistema del yugo empleado para enjaezar a los animales. Aunque era adecuado para uncir a los bueyes, que son de movimientos lentos, resultaba completamente insatisfactorio para el caballo, más rápido.9
Si descontamos el uso ocasional, no sistemático, del agua en los molinos10 y del viento en las velas de los barcos, podemos advertir que, en general, la fuente de energía básica que utilizaron griegos y romanos fue la del músculo humano esclavizado. Ni al griego ni al romano interesó jamás la búsqueda de una ciencia aplicada a dominar la naturaleza para aliviar el trabajo humano, premisa que hoy, desde que tal cosa fue formulada por Bacon11 y retomada por Descartes,12 nos parece tan “natural” y común.
Es verdad que Arquímedes, Ctesibio y Herón de Alejandría, para no citar sino a los más grandes, inventaron instrumentos; pero no lo es menos que ninguno de estos inventos tuvo ninguna aplicación “ni si emplearon para producir trabajo hasta el Renacimiento”;13 el mismo autor añade que
a ningún griego se le ocurrió pensar que aquellos juguetes que distraían sus ocios podían utilizarse para construir máquinas que aliviasen el trabajo de los obreros por la sencilla razón de que en la sociedad esclavista de entonces era tan barata la mano de obra que no se sintió la necesidad de aumentar la producción por procedimientos mecánicos. La fuerza motriz era el músculo del esclavo, y como abundaba, la técnica griega no superó nunca la fase de la artesanía doméstica.14
Como la fuente básica de energía era el trabajo humano esclavo, al griego y al romano les bastaba ejercer el dominio sobre un sector de la sociedad para garantizar la reproducción de su existencia: las máquinas, evidentemente, no podían liberar a los libres del trabajo, sino a los esclavos; eran, por lo tanto, inútiles a los ojos de los esclavistas y de sus ideólogos. Los instrumentos mecánicos que de la Antigüedad se conocen no pudieron tener aplicación práctica ninguna o fueron deliberadamente construidos como simples juguetes. Importaba, más que el dominio de la naturaleza, el dominio sobre el instrumento que la trabajaba (el músculo generador de energía del esclavo).
Al respecto son sintomáticas las siguientes palabras de Séneca:
Pero el que los dones de la naturaleza resulten perniciosos no supone que dejen de ser por naturaleza buenos. Si Dios en su providencia y ordenación del mundo ha creado los vientos para poner el aire en movimiento y si los ha repartido por todo el mundo para que ninguna cosa se debilite por la inacción, no los creó, empero, para que los hombres se aprovechasen de su fuerza para colmar las naves de soldados, ni para que buscasen enemigos en el mar o más allá del océano.15
En ellas advertimos no sólo una clara enemistad contra los comerciantes latinos (ya hemos dicho que eran los barcos mercantes los que usaban con mayor frecuencia las velas), sino también el desdén por usar una fuerza energética natural; por debajo de estas palabras se desliza lo no expresado y adivinamos que Séneca no es en modo alguno contrario a la utilización de la fuerza de los esclavos que movían los remos: la utilización de esta energía es, ya lo había escrito Aristóteles, natural. Por lo demás, en la concepción estoica que Séneca tiene es razonable la conformidad con la naturaleza tal y como la providencia la había ordenado; de suerte que la aceptación de los planes divinos en la conciencia del hombre no es, a nuestro juicio, sino la expresión ideológica del hecho real que consiste en la imposibilidad de transformar y dominar, por medio del trabajo, la naturaleza en un grado mayor.
Hay que añadir, sin embargo, que “el único campo en que las invenciones mecánicas desempeñaron un gran papel fue el del asedio y la guerra. El apremio por convertir la ciencia en sirviente de Marte surgió durante la Edad de Oro de Grecia (siglos V y IV a.C.)”.16
Con el derrumbe del Imperio romano de Occidente se introducen cambios de suma importancia: los nuevos señores, que provienen de un estadio inferior de civilización, están acostumbrados a trabajar con sus manos. Una vez destruido el poder central, los núcleos económicos se reducen y concentran, las maravillosas carreteras romanas se inutilizan y, finalmente, como efecto y causa a la vez de estos acontecimientos, el cristianismo introduce una nueva conciencia en las relaciones humanas que, poco a poco, mina los supuestos ideológicos de la esclavitud.
Según Pirenne, el surgimiento de la Edad Media no debe localizarse en el hecho que reseñamos antes, a saber, el de la caída del Imperio romano de Occidente; pues, si bien el trabajo esclavo se vuelve improductivo desde entonces, a su juicio los señores germanos conservan más instituciones de la civilización antigua que aquellas que pudieron destruir. Siempre según Pirenne, los reinos bárbaros fundados en el siglo V en Europa occidental conservaron “el carácter más patente y esencial de la civilización antigua: su carácter mediterráneo”.17 Sólo con la presencia de los musulmanes durante el siglo VII, el Mediterráneo deja de ser un elemento de vínculo para transformarse en una barrera. Carlos Martell, fundador de la dinastía carolingia, detiene a los moros en los Pirineos en la célebre batalla de Poitiers, pero los carolingios jamás intentaron arrebatar a los moros el dominio del mar.
El Imperio de Carlomagno por un contraste manifiesto con la Galia Romana y la merovingia, será puramente agrícola o, si se quiere, continental. De este hecho fundamental se deriva por necesidad un orden económico nuevo, que es propiamente el de la Edad Media primitiva.18
Con estos hechos, la vida económica se repliega sobre sí misma, desaparece el comercio, el numerario de oro es remplazado por la moneda de plata y la vida urbana se derrumba. El periodo carolingio, a los ojos de Pirenne, se revela como una época de decadencia en la que la sociedad retrocede a una existencia puramente rural, sin mercados, latifundista, con una “economía natura...

Índice

  1. CUBIERTA
  2. ÍNDICE
  3. BIBLIOTECA
  4. PORTADA
  5. COPYRIGHT
  6. PRÓLOGO A LA SEGUNDA EDICIÓN
  7. INTRODUCCIÓN GENERAL. ALGUNAS NOTAS SOBRE TEORÍA DEL CONOCIMIENTO
  8. INTRODUCCIÓN PARTICULAR. FORMAS SOCIALES DE PRODUCCIÓN. ESTRUCTURAS Y SUPRAESTRUCTURAS
  9. 1. LAS CONDICIONES SOCIALES DE LA ÉPOCA CARTESIANA
  10. 2. DESCARTES Y LA MANUFACTURA. EL PROBLEMA DE LAS CAUSAS
  11. 3. EL HOMBRE COMO AMO Y SEÑOR DE LA NATURALEZA
  12. 4. EL MÉTODO
  13. 5. LA RES COGITANS Y EL ERROR
  14. 6. LA TEORÍA MECÁNICA DEL CONOCIMIENTO
  15. 7. LA CREACIÓN DEL MUNDO. DIOS Y LA MECÁNICA
  16. CONCLUSIONES
  17. BIBLIOGRAFÍA