La América ingenua
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La América ingenua

Mariano Fazio Fernández

  1. 200 páginas
  2. Spanish
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La América ingenua

Mariano Fazio Fernández

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Para algunos, la expresión descubrimiento de América resulta europocéntrica. Hay quien prefiere hablar de encuentro entre dos razas que vivían hasta entonces ignorándose. Lo que resulta indudable es que, en pocos años, ambas razas se fusionaron en una, y surgió de la tierra americana una sociedad distinta.La historia de la conquista pudo haber sido buena o mala, justa o injusta, pero en ningún caso puede borrarse de un plumazo a golpe de ideologías. Descubrimiento y conquista modificaron creencias, usos y costumbres de todo un continente: se creó un Nuevo Mundo. Con miopía, muchos han querido ignorar las barbaridades realizadas por conquistadores hispanos. Con miopía más frecuente, otros se empeñan en no ver nada positivo en la labor de España en América. El deseo del autor es que alcancemos una valoración más objetiva de ese pasado común.

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Información

Año
2009
ISBN
9788432139840
Categoría
Historia
V

LAS GRANDES CONQUISTAS ARMADAS

El ámbito antillano se supera cuando se suceden con un ritmo que da vértigo los grandes descubrimientos y conquistas. En 1513 Balboa avista el Océano Pacífico, en 1519 comienzan las hazañas de Magallanes y Cortés, en 1526 se toman los primeros contactos con el Perú.
Las dimensiones descomunales de los territorios descubiertos y la crónica carencia de dinero en las arcas reales obligan a la Corona a regresar al régimen señorial: se capitula con los conquistadores y se otorgan grandes privilegios a cambio de la financiación de la expedición y conquista de los nuevos territorios.
Las grandes conquistas no fueron simultáneas: cuando Pizarro tomaba prisionero a Atahualpa hacía más de una década que el poder español había sentado sus reales en México, mientras que Chile permanecía casi inexplorado. A su vez, el período de conquista propiamente dicho —desde que se entra en contacto con un territorio hasta que los conquistadores son reemplazados por funcionarios reales, generalmente mediante la creación de virreinatos y audiencias— es más o menos largo según los casos. Por motivos de claridad en la exposición hemos decidido adoptar un criterio cronológico-geográfico. Analizaremos el proceso completo de conquista de cada territorio comenzando por los que más tempranamente fueron conquistados.
El paciente lector ha seguido las vicisitudes de la vida de La Española en los primeros años de dominación hispánica. Ahora nos toca saltarnos el Caribe y pasar al continente. Allí veremos a Balboa descubriendo el Pacífico, a Cortés conquistando Tenochtitlán, a Magallanes cruzando el Estrecho o a Pizarro entrando en el Cuzco. Es imprescindible, antes de adentrarnos en esta apasionante historia, explicar someramente cómo se organizaron jurídicamente las empresas de descubrimiento y conquista.
Casi desde que el mundo es mundo el Estado tuvo necesidad de mayores recursos de los que poseía. La España de los siglos XV y XVI no fue la excepción. Muy por el contrario, las arcas reales se vieron siempre necesitadas de unos ingresos adicionales. El sometimiento de la nobleza, la guerra contra el moro y la conquista de Granada costaban sus buenos doblones de oro a los Reyes Católicos. Y no se diga de las necesidades que pasó el tesoro real en tiempos de Carlos I de Habsburgo, siempre alentando nuevos proyectos bélicos, y en los de su hijo Felipe II, heredero de igual penuria económica.
El Estado español, pues, carecía de recursos para hacer frente a las necesidades económicas que comportaba toda empresa de conquista. Recurrió, en consecuencia, a las capitulaciones con particulares —contratos de derecho público— mediante las cuales se otorgaban privilegios y beneficios presentes y futuros al capitulante, a cambio de un servicio —la organización y financiamiento de la empresa de conquista— prestado a la Corona. En las capitulaciones, el rey —o quien hiciese sus veces— autorizaba la conquista de un determinado territorio ya descubierto, o la exploración de tierras aún ignotas. Se otorgaba al particular unos cargos de gobierno para ejercer en los nuevos territorios —solían ser los de adelantado, gobernador, capitán general y justicia mayor—, se concedía la tenencia de algunas fortalezas que se debían levantar, se ordenaba fundar poblaciones, cumplir con las ordenanzas reales —en especial, las referentes al buen trato con los naturales—, respetar a los oficiales reales, representantes de los intereses económicos de la corona en la empresa, y se estipulaban los beneficios tanto de la corona como del conquistador. Habitualmente, los reyes se reservaban el quinto real de los metales preciosos que se obtuvieran en la empresa. El resto era para el conquistador y su gente, ya que en la inmensa mayoría de los casos eran ellos quienes se hacían cargo de todas las inversiones necesarias para poner en marcha la conquista.
La mayoría de los conquistadores tuvieron que preocuparse de conseguir el dinero necesario para la compra o construcción de las naves, las armas, la alimentación y la recluta de gente. La hueste que acompañaba al conquistador arreglaba con él lo referente a la paga. Si el conquistador le dio las armas, el soldado se las pagaría de lo que recibiese en el botín. Por el contrario, si el que se alistó en la expedición se presentó con sus propias armas, e incluso con caballo o con perro, obtendrá una mayor participación en las ganancias.
Como se ve, las empresas de descubrimiento y conquista se realizaron bajo la tutela del Estado, pero fueron fruto de la iniciativa privada. La corona no tenía más remedio, vista su escasez de recursos, que entregar privilegios a los particulares si quería que la empresa americana continuara. A medida que el poder español se va asentando en los diversos territorios, los conquistadores van siendo reemplazados por los funcionarios: virreyes, presidentes de audiencias, gobernadores con sueldo pagado de las arcas reales.
Esta afirmación del concepto moderno del Estado por sobre las aspiraciones señoriales de los conquistadores, una vez realizada la conquista, no fue fácil. En el proceso rodarán cabezas. Cuando lleguemos a las postrimerías del siglo XVI habrán quedado atrás las gobernaciones ganadas a viva fuerza por Cortés, Pizarro o Benalcázar, y veremos instaladas en toda la geografía americana a las cortes virreinales, a las audiencias y a los gobernadores de nombramiento, sueldo y remoción real.

El mar de Balboa

Un polizón endeudado

Pocas semanas antes de que se nombrara a Don Diego Colón gobernador general de La Española, el rey Fernando capitulaba con Alonso de Ojeda y con Diego Nicuesa: cada uno gozaría de una gobernación en Tierra Firme. Ojeda, ya experto indiano, se haría cargo del territorio situado entre el Cabo de la Vela y el Golfo de Urabá; Nicuesa, del Darién y de Veragua. Los tesoros que desde allí Bastidas había llevado a la Península dieron buena reputación a esas tierras, y desde el trono se pensó en una colonización en tierra continental, superando el ámbito antillano.
Tanto Ojeda como Nicuesa perecerán en el intento. Don Alonso se internó por las selvas para capturar indios, pero los naturales ofrecieron ruda resistencia. El mismo Ojeda es asaeteado, aunque esta vez se salva de la muerte cauterizándose la herida con un hierro candente. Será él quien funde la primera población en Tierra Firme, en el Golfo de Urabá: San Sebastián, en honor al santo flechado. Corría marzo de 1510. Poco tiempo después, Ojeda regresaba a Santo Domingo en busca de refuerzos. Un capitán todavía obscuro, Francisco Pizarro, quedaba al mando de la diezmada población. Ojeda, tras naufragar en el Caribe, moría en La Española.
Los refuerzos por los que Ojeda esperaba ya habían salido de Santo Domingo al mando del Bachiller Fernández de Enciso. En alta mar, el capitán advierte la presencia de un polizón —Vasco Núñez de Balboa— quien se había escondido en un tonel o entre las velas —los cronistas difieren en este punto—. Era un extremeño de Jerez de los Caballeros, que huía de Santo Domingo cargado de deudas. Los ruegos de los tripulantes hacen que Enciso desista de abandonarle en una isla desierta, y es contado como uno más en la expedición.
Cuando los 150 hombres de Enciso llegaban a Tierra Firme, Pizarro había despoblado el efímero sitio de San Sebastián. Enciso ordenó regresar al primitivo asiento español. En estas circunstancias surge la capacidad de liderazgo de Balboa. El extremeño conocía estas costas, pues había tomado parte en la expedición de Bastidas. Convenció a sus compañeros que era más conveniente cruzar el golfo de Urabá y establecerse del otro lado: allí no habían indios con flechas envenenadas. Así, por iniciativa de Balboa, se fundaba Santa María de la Antigua. El nuevo líder fue elegido alcalde de la flamante villa, al tiempo que Enciso perdía el dominio de la situación.
La suerte del otro gobernador designado en Tierra Firme, Nicuesa, no fue mejor que la de Ojeda. Naufraga en las costas panameñas, y a duras penas, hambriento y casi desnudo, logra llegar a Antigua. Pero allí nadie le reconoce sus títulos, y es embarcado casi a la fuerza en una frágil embarcación. Nicuesa y trece infortunados acompañantes se pierden en la lejanía. Nunca más se supo de ellos. Balboa, que había demostrado sagacidad para conquistar el favor de los soldados, se había adueñado del poder. Es la cabeza visible del gobierno de Tierra Firme. Enviará procuradores a Don Diego Colón y a la Corte para que le consigan un título de gobernador. Mientras tanto, inicia una política de acercamiento con los naturales, que le será de gran provecho a la hora de rescatar riquezas y de averiguar, como se decía entonces, el secreto de las tierras.
El hijo del cacique Comagre, Panquiano, le dio noticias de un vasto mar que se extendía al otro lado de las montañas, y de un rico país donde todo era de oro. Balboa aprovechará la buena disposición de los indios para organizar una expedición en busca del inmenso mar. Los 800 indios y los 200 españoles navegarán por un río en un bergantín y en canoa hasta el puerto de Acla. Allí se internan por selvas y montañas. Además de los obstáculos que presenta una naturaleza hostil, deben vencer la resistencia de los indios del cacique Torecha. Pero el esfuerzo y las muertes dieron sus frutos. Al coronar la cordillera, un 27 de septiembre de 1513, Balboa y sus hombres contemplaron por primera vez el Mar del Sur. Dos días más tarde, con la espada desenvainada y bajo el pendón de Castilla, Vasco Núñez, internado en las aguas, tomaba solemnemente posesión del Océano Pacífico en nombre de Don Fernando y su hija Doña Juana.
La gloria que alcanzó ese día cubrió su turbulento pasado. En la Corte se despacharía su nombramiento de gobernador. De poco le valdría. Muy pronto, las circunstancias se volverían contra él.

Pedrarias Dávila, el resucitado

Las noticias que transmitió Balboa aun antes del descubrimiento del Pacífico, así como la llegada del bachiller Enciso a la corte para reclamar sus derechos, confirmaron que Tierra Firme abría un panorama nuevo para España en Indias, más alentador que el antillano.
Desde 1512 la corona organizó la expedición conquistadora-colonizadora más grande hasta ese momento, y que tenía como meta la tierra llamada Castilla del Oro. Tal era su fama. Después de mil y un preparativos, y luego de que se le entregaran unas detalladísimas instrucciones en donde se mandaba el buen trato de los indios y se prohibía el juego y las blasfemias, Pedro Arias de Ávila —Pedrarias Dávila— salía el 11 de abril de 1514 de Sanlúcar de Barrameda, al mando de 22 naos y carabelas a cuyo bordo estaban 2.000 españoles. Según uno de ellos, Pascual de Andagoya, era la más lucida gente que de España ha salido. Entre ellos se contaban Hernando de Soto, Diego de Almagro, Bernal Díaz del Castillo y el historiador Gonzalo Fernández de Oviedo.
Pedrarias, miembro de una familia ennoblecida, había nacido en Segovia en 1440. Cuando partía rumbo a América contaba nada menos que con 74 años. Dejaba tras de sí un honorable pasado guerrero en Granada, Portugal y Orán, fama de galán, y el apodo de resucitado, pues después de una batalla le enterraron vivo pensando que estaba muerto. El segoviano, cuando cada año se cumplía el aniversario de su fallida muerte, se hacía rezar los oficios de difuntos, mientras meditaba en el más allá tendido en su cajón fúnebre.
El singular Pedrarias, al desembarcar en su nueva gobernación, acompañado de su mujer y fiel valedora Isabel de Bobadilla, era la figura opuesta de Balboa. El uno era todo pompa y fastuosidad; el otro se encontraba remendando el techo de una choza cuando le anuncian la llegada del gobernador. El primero basaba su eficacia en la autoridad y la rigidez; el segundo procuraba ganarse los corazones de sus subordinados con comprensión y espíritu de servicio. Fácilmente chocarían estas dos almas, aunque nadie preveía el resultado trágico de tal enfrentamiento.
Dos mil españoles recién llegados, poco adaptados a los rigores del trópico, hidalgos en su mayoría, causaron un desequilibrio en Santa María de la Antigua, poblada tan sólo por 500 personas. Pronto se hizo presente el hambre: más de la mitad murieron en los primeros meses, y otros, como Bernal Díaz del Castillo, emigraron a las Antillas. En consecuencia, había que entrar a las selvas en busca de víveres y tesoros que compensaran los sufrimientos padecidos.
La política inteligente de Balboa de alianza y amistad con los indios fue reemplazada por las entradas para rescatar riquezas. Las barbaridades —no cabe otro nombre, y así se lo dijeron sus contemporáneos— cometidas por uno de los capitanes, Juan de Ayora, contra los indios trajo como resultado el levantamiento de vastas tribus. Hubo muchas entradas hacia todas las direcciones. Santa María se convirtió en un foco de intensa actividad conquistadora.
El carácter bélico que se dio a estas incursiones tenía una excusa jurídica nueva: Pedrarias fue el primero que trajo escrito, entre otros documentos, el famoso Requerimiento. Era éste una explicación que se debía de hacer a los indios acerca de las principales verdades cristianas, del poder del Romano Pontífice, de la donación que hizo de las Indias a los Reyes Católicos, y la consecuente obligación de acatar a la autoridad española. Si los indios no la aceptaban, la guerra que se haría contra ellos sería justa. Como bien dice Morales Padrón, el Requerimiento, «fruto del legalismo hispano fue un momentáneo tranquilizante de conciencias y un sustituto de la declaración de guerra». De muy difícil aplicación en la práctica —ausencia de traductores, ataques indígenas sorpresivos— por lo menos denota que en España se procuraba encontrar razones éticas valederas que justificaran la política hasta entonces llevada. La sincera preocupación moral de la corte y de sus consejeros queda de manifiesto en que a nadie satisfizo la solución formalista dada por el Requerimiento. Si bien en muchos de sus párrafos Bartolomé de las Casas es un exagerado, es fácil comprender su enojo al calificar el Requerimiento como injusto, impío, escandaloso, irracional y absurdo, infamante para la fe y para la religión cristiana.
Con las conciencias superficialmente acalladas por la lectura del Requerimiento, los capitanes de Pedrarias avanzaron hacia Centroamérica, se internaron en Colombia y surcaron las aguas del Pacífico.

El bueno y el malo

La rivalidad entre Pedrarias Dávila y Balboa surgió espontáneamente: sus caracteres eran antagónicos. Se acentuó aún más cuando desde la corte enviaban al descubridor del Pacífico los títulos de adelantado de la Mar del Sur y de gobernador de Coiba y Panamá. El rey Fernando no podía dejar de recompensar el inmenso servicio prestado al poner a su disposición todo un inmenso océano inexplorado. En Santa María de la Antigua se formaron dos grupos de opinión: uno, formado por los soldados y el obispo Juan de Quevedo, que apoyaba a Balboa; el otro, integrado por los oficiales reales y por los supervivientes de los recién llegados, en torno a Pedrarias.
Balboa dirigirá alguna de las entradas que con tanta frecuencia salían de la Antigua. Acompañado de 190 hombres, enrumbará hacia el Golfo de Urabá en busca de minas en tierras del cacique Dabeiba. La expedición fue un fracaso, y Balboa casi pierde la vida en ella.
Con los nombramientos llegados de España, Balboa recuperaba su prestigio y posición. Pedrarias ya no podría ignorarlo. Poco a poco las fricciones ceden paso al entendimiento. Incluso se llegará a arreglar el casamiento entre Balboa y la hija menor de Pedrarias e Isabel de Bobadilla, María. El matrimonio se contrajo por poder ya que la consorte residía en la Península. Suegro y yerno hacen las paces. El gobernador permite a Balboa organizar una expedición hacia el Mar del Sur, para hacer un reconocimiento de la costa pacífica panameña. Balboa emprende con entusiasmo la tarea: hay que trasladar piezas de madera para armar barcos sobre el Pacífico, mas la empresa no resulta tan fácil. Los plazos dados por Pedrarias expiran, pero su yerno está decidido a continuar. En ese momento se suman una serie de circunstancias adversas para Balboa: el obispo Juan de Quevedo se ausenta de Antigua, con lo que pierde un importante aliado; corren rumores acerca de un nombramiento de un nuevo gobernador, y en cartas interceptadas por hombres de Pedrarias se evidencian los propósitos de desobedecer su autoridad y hacer pasar a Balboa como el nuevo gobernador de Tierra Firme. Todo esto hace que el suegro llame al yerno a su presencia. Cuando éste se pone en camino, Francisco Pizarro y unos soldados le detienen y le conducen a Acla. Allí es encarcelado y juzgado: recaían sobre él las sospechas en torno a la muerte de Nicuesa, la usurpación de...

Índice

  1. ÍNDICE
  2. INTRODUCCIÓN
  3. I. LOS PROTAGONISTAS
  4. II. LOS ANTECEDENTES
  5. III. EL CICLO COLOMBINO
  6. IV. PRIMEROS ENSAYOS: EL ÁMBITO ANTILLANO
  7. V. LAS GRANDES CONQUISTAS ARMADAS
  8. VI. LA EVANGELIZACIÓN
  9. VII. LA BÚSQUEDA DE LA JUSTICIA
  10. VIII. LAS CONSECUENCIAS
  11. EPÍLOGO
  12. BIBLIOGRAFÍA
  13. ÍNDICE DE AUTORES
  14. MAPAS DE REFERENCIA