Los olvidos "sociales" del cristianismo
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Los olvidos "sociales" del cristianismo

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Los olvidos "sociales" del cristianismo

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"Dios trajina su salvación con los ingredientes humanos e históricos que nos son cotidianos".Ser cristianos en medio del mundo es asumir el mundo como lo que es, algo propio y constitutivo del ser humano que cada cristiano es: realidad personal, social y eclesial al mismo tiempo. Las reflexiones de este ensayo transitan por los contextos estructurales de la vida social, lugar irrenunciable para el pensamiento social cristiano. El autor es uno de los mayores expertos en Doctrina Social de la Iglesia.

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Información

Editorial
PPC Editorial
Año
2013
ISBN
9788428825122
1

LA RECONCILIACIÓN DE LA IGLESIA CON LA
SOCIEDAD MODERNA
(EN EL MUNDO COMO HERMANA).
LAS SOSPECHAS, LOS LOGROS Y LAS TAREAS
PENDIENTES EN CADA LADO

Intento ser muy sencillo y directo a lo largo de esta reflexión1 y de todas las que siguen. Hay mil libros de historia que dan cuenta de los procesos culturales de Europa en relación con el cristianismo. De esa experiencia extraigo aquello que puede arrojar un poco de luz en orden a comprender dónde se encuentra hoy el cristianismo católico y qué podría ayudarnos a mejorar su identidad histórica, y por ende su servicio «social» evangelizador y liberador.
1. Lo «nuevo» nace con dolores de parto
Partamos de la idea de la «reconciliación de la Iglesia con la sociedad moderna». Reconozco que es una máxima repetida y en buena media probada, pero propongo que la cuestionemos en varios sentidos. Estoy convencido de que nos ayudará mucho más que cualquier otra actitud complaciente con lo que hemos hecho hasta hoy. Por tanto, no se trata de «contestar» la autoconciencia más compartida en la Iglesia sobre su reciente hermanamiento con el mundo, sino de ser más y más solidario con ideas y personas que harán de esa reconciliación un empeño más logrado cada día y que, a mi juicio, nos salvan de la tentación neoconservadora ahora que el mundo nos muestra su rostro más indiferente.
Porque es cierto que la cita de la reconciliación de la Iglesia y «el mundo» ha sido un lugar común en la literatura teológica posconciliar, y sin embargo no creo estar exagerando si digo que pocas afirmaciones son menos reconocidas en muchos círculos del pensamiento laico. Y estamos en 2011, luego algo nuevo o no atendido está sucediendo para que «el mundo» y «la Iglesia» vuelvan a tener dificultades en sus relaciones de última hora2. Uno o los dos están desorientados en algo sobre su ser, quehacer o decir. Veremos si podemos concluirlo más adelante.
En la comprensión de las relaciones entre la Iglesia y la sociedad, o más ampliamente el «mundo», es un lugar común referirse al Concilio Vaticano II como el acontecimiento histórico que representa una mutación eclesiológica incomparable en el catolicismo contemporáneo3. Tan decisiva es la cuestión en términos doctrinales y pastorales que hasta nosotros llega la disputa sobre cuál es la eclesiología más propiamente conciliar en cuanto a la letra y el espíritu de la magna asamblea4. Y en ello sabemos que más que «el poder y las formas», propiamente hablando –¡así lo quiero creer!–, lo que nos mueve a todos es la fidelidad más lograda a la tradición viva de la Iglesia, para mejor mediar la salvación de Dios y servir a los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Estamos persuadidos de que la gloria de Dios y la fidelidad a Jesucristo es que el hombre viva conforme a su dignidad, y que se le deje vivir conforme a ella. ¡Que se le deje y se le posibilite!, como diré a menudo. En ello está su salvación, y la nuestra.
Recuperando tesis bastante repetidas en cuanto al pasado reciente de la Iglesia, son comunes las afirmaciones que ponen al descubierto la confrontación con «el mundo», el dualismo al menos, en que vivía la Iglesia anterior al Concilio. Heredera en sus presupuestos, primero de Trento (1545-1563) y del Vaticano I después (1869-1870), esa Iglesia no estaba en condiciones teológicas y culturales de afrontar con garantía el reto de la secularización moderna, de la razón autónoma y de la laicidad política5. Su situación en la época moderna y contemporánea bien ha podido calificarse de «extrañamiento cultural, institucional y psicológico» (A. Acerbi). Por el contrario, se dice –y con razón– que el Vaticano II está animado por «un espíritu de reconciliación con la modernidad»6, que en buena lógica cristaliza en una eclesiología coherente con su momento histórico-social. En este sentido y momento, sin embargo, me gustaría resaltar el carácter profundamente dialéctico del acontecimiento conciliar, es decir, cómo la realidad de la vida cotidiana, la historia misma, vuelve inservible la autoconciencia eclesial prevaticana, y a la vez cómo la renovada autoconciencia eclesial hace posible reconocer el sentido salvífico que tienen unos procesos históricos concretos, los nuestros. Este carácter dialéctico del proceder de la fe, como teología y vida eclesial, es muy pertinente reconocerlo, por obvio que parezca, pues somos muy dados a despreciar que la historia y las relaciones sociales van a menudo por delante de las ideas y las palabras que las formulan. Y, aunque parezca que decir esto es una simpleza, merece la pena advertirlo frente a los idealismos de todo tipo que solemos repetir en la Iglesia.
Pues bien, en ese proceso «dialéctico» del mundo moderno, todo él en ebullición emancipadora, y de la Iglesia, toda ella a la defensiva, pero a la vez portando en su seno los gérmenes de «lo nuevo» de la modernidad, en cuanto al conocimiento, la organización social y el comportamiento humano, y acompañado –¡cómo no!– de una teología y de unos compromisos pastorales donde «los mejores» adivinan que Dios sigue hablando una vez más a los hombres de nuestro tiempo, irrumpe la renovada autoconciencia eclesial de la Lumen gentium7 y sus corolarios más prácticos de la Gaudium et spes: identidad de la Iglesia, lugar (desde dónde) y modo (cómo) de relacionarse con «el mundo». Lo que en frase feliz conocemos como la Iglesia que es «pueblo de Dios» en medio del mundo, «sacramento, en Cristo, de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano» (LG 1), «sacramento de fraternidad universal» y «sacramento universal de salvación» (GS 42), «hermana de todos los seres humanos y compañera en su aventura de vivir», «misterio» de la acción del Dios trino en la historia, «familia de Dios» en la historia (LG 6), familia de los creyentes encarnada, hermanada e impulsora de «la gran familia humana», llamada a transformarse en Cristo en familia de Dios (GS 40, 2), «fermento» (LG 9, 2) y «alma de la historia» (GS 40, 2)… todo ello bien distinto de lo que representaban los conceptos hasta entonces vigentes de «sociedad perfecta» frente al mundo, «sociedad desigual y jerárquicamente constituida» e incluso «cuerpo místico». Y todo ello plasmado desde el propio título de la Gaudium et spes con la fórmula feliz de «la Iglesia en el mundo de su tiempo» (huius temporis); en, en medio de, dentro de; y de su tiempo, el tiempo real e histórico que la constituye y nos constituye.
Esta relación de lugares eclesiológicos del Concilio nos hace recapacitar en el último elemento citado, elemento vital para lo que seguirá sobre el diálogo de la Iglesia con el mundo. Tal es la historicidad constitutiva de la existencia humana y de la misión de la Iglesia, razón por la que «la Iglesia se siente íntima y realmente solidaria del género humano y de su historia» (GS 1), para el desarrollo de lo que somos, la familia humana universal, y formando parte de ella, «el pueblo de Dios» (GS 11). Esta asunción de la historia en la identidad de la salvación cristiana, y por ende de la Iglesia, siempre me ha parecido definitivamente importante para la teología y la vida cristiana8. Otra vez una obviedad que no por repetida deja de ser impropiamente tratada. Quiero decir que la cuestión de aceptar de este modo tan intenso la historia tiene un significado más fácil que se traduce en «realismo pastoral» o «los hechos están ahí y hay que reconocerlos»,...

Índice

  1. Portadilla
  2. Dedicatoria
  3. Introducción
  4. 1. La reconciliación de la Iglesia con la sociedad moderna (en el mundo como hermana). Las sospechas, los logros y las tareas pendientes en cada lado
  5. 2. Sobre la «crisis de valores» y su trastienda conservadora (nada evangélica). ¿Distracción formal frente a los hechos?
  6. 3. ¿De qué «relativismo cultural» hablamos? (Y cómo lo vemos y por qué nos importa tanto a los cristianos)
  7. 4. La autonomía del mundo, relativa siempre a la dignidad humana (de los pobres)
  8. 5. La lucha por la justicia en una cultura «nihilista»
  9. 6. El debate sobre la presencia pública de la Iglesia mira hoy hacia la sociedad plural, democrática y políticamente laica
  10. 7. La «moral civil», pública y privada, y las actitudes que requiere de los ciudadanos
  11. 8. La conciencia liberadora de la fe cristiana en un mundo inhumano para tantos
  12. 9. Para «redimir» la civilización de la riqueza: «Fuera de los pobres no hay salvación»
  13. 10. Una praxis evangelizadora nueva. La aportación de la moral social cristiana y la diaconía social a la depuración de la «idea»
  14. Notas
  15. Contenido
  16. Créditos