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¿Podremos vivir juntos? Construcción de una Identidad Cosmopolita Global vivida
LUIS ARANGUREN GONZALO1
A finales del siglo pasado, el sociólogo francés Alain Touraine sorprendió con un libro cuyo título era ¿Podremos vivir juntos?2 Sin duda acertó a formular la pregunta clave con la que se debía despertar el siglo XXI. Unos años más tarde sigo persuadido de que el modo de configurar la convivencia entre diferentes es la asignatura clave para poder aprobar nuestro nivel de humanidad. Esta intuición es la que persigue el presente documento de reflexión. Tratamos de construir una identidad cosmopolita global en un mundo donde perviven las luchas identitarias particulares y se globaliza el casino global en manos de muy pocos. Por eso hemos de ser muy lúcidos para acertar a ver lo importante y descartar lo intrascendente, y no al revés. Y esto significa abrir bien los ojos.
En cada época, los hombres no son capaces de ver algunas cosas. Y en esto, por descontado, se incluye también nuestra propia época. Vemos cosas que nuestros antepasados no veían; pero había cosas que sí veían y nosotros ya no vemos; y sobre todo hay incontables cosas que nuestros descendientes verán y que nosotros todavía no vemos, porque también nosotros tenemos nuestros puntos ciegos3.
Amin Maalouf pone el dedo en la llaga en uno de los males de cada época: no ser conscientes de que hemos estrenado una nueva época. La globalización ha derrumbado las fronteras políticas y económicas propiciando que la economía sea el auténtico soberano de nuestros destinos. Como consecuencia, las gentes que peor lo pasan y que no pueden sobrevivir en sus lugares de origen marchan a otras tierras en busca de un porvenir. El fenómeno migratorio contiene una gama de intensidades diversa; en todo caso, este dato modifica el mapa de la convivencia.
Hace décadas, en ciertos contextos educativos europeos se veía la diversidad como un tema educativo atrayente para ir trabajando como medida preventiva de lo que podía venir en unos años. Hoy, la diversidad es un dato de nuestra realidad planetaria. Aceptar esta realidad plural es el primer paso para construir una identidad personal y colectiva acorde con esta nueva circunstancia. De lo contrario permaneceríamos anclados en un punto ciego, siendo incapaces de ver que el mundo, sencillamente, ha cambiado.
1. Aproximación problemática
En la base de nuestra reflexión se repite continuamente una suerte de conflicto entre la identidad de lo particular, en referencia a un país o a una cultura –o, en nuestro caso, de un centro educativo– y la identidad compartida entre gentes con procedencias geográficas, culturales y religiosas diversas. Asistimos a una lucha por la identidad hegemónica. Pero el planteamiento no puede instalarse en la confrontación permanente. Y lo primero que necesitamos es comprender la múltiple problemática que ofrece este asunto de la identidad, para poder buscar y trabajar un modelo de identidad que se ajuste al cambio de época que atravesamos en este siglo XXI.
a) Problema conceptual
El pensamiento occidental, nacido en Atenas, ha marcado un modo de enfrenarnos a la realidad. Occidente ha interiorizado y exportado unas claves mentales y conceptuales que en cierto modo han atrapado a la realidad, dotándonos de una razón tan pura que ha acabado con las aristas y recovecos de la misma realidad.
En el caso de la conceptualización de la identidad tenemos un ejemplo bien claro. Arrastramos el legado de Parménides, cuyo pensamiento atraviesa toda la obra de la filosofía griega y que fue incorporada a las claves conceptuales del cristianismo medieval y moderno. Cuando hablamos de identidad hacemos referencia a aquello que yo soy, o que nosotros somos, o que tenemos que ser, porque está formulado y hacia ello hay que tender. En cualquier caso se trata de identidades estáticas que buscan anclarse en un poso esencialista que les permita permanecer inalterables con el paso del tiempo. Todo pasa, y la identidad permanece. Esta es, precisamente, la herencia de Parménides.
En efecto, para este pensador del siglo VI a. C., lo verdadero y lo real es uno e idéntico: «Es necesario decir y pensar que el ser es; el ser, en efecto, es, pero el no ser no es». Entre el ser y el no ser no cabe término medio. Ese término medio sería el devenir, el llegar a ser, el dinamismo de la realidad; pero, siguiendo a Parménides, si el no ser no es, el devenir, el proceso, el movimiento, no puede darse. El ser, por tanto, no tiene devenir y es inmóvil. Rechazar el devenir conlleva grandes problemas que seguimos arrastrando en nuestros días. El principal es la ruptura entre pensamiento y realidad.
– Divorcio pensamiento-realidad. El legado de Parménides lleva a colocar el es, la definición y el concepto antes que la realidad y por encima de ella. Así se encierra la identidad en una prisión conceptual que no hace justicia a la realidad.
Cuando hablamos de la identidad personal no podemos circunscribirla a un solo concepto: yo soy cristiano, o soy ecuatoriano, o soy estudiante. Mi identidad personal es una conjunción de realidades múltiples, complejas y a veces hasta contra...