TERCERA PARTE
TRAYECTORIA ACADÉMICA.
OBRA TEOLÓGICA
–Tienes una obra inmensa. Has publicado sobre todos los temas de la moral, sobre autores, sobre santo Tomás, sobre san Alfonso, sobre Häring, sobre casi todo... Hasta el punto de que te has convertido en uno de los teólogos moralistas más importantes en la renovación teológico-moral después del Vaticano II. ¿Cuáles fueron, ahora sí, los autores más influyentes en tu formación e incluso en tu comprensión de la moral cristiana?
–Lo que dices, aunque no proceda que lo diga yo, es cierto. Pero lo tomo como un cumplido y lo entiendo como una gracia que he tenido, y es el tener que haber estado en todos los campos de la teología moral. Esto lo considero como muy positivo, aunque tiene la contrapartida de que no te conocen por un campo concreto de pura especialidad. Eres un generalista de teología moral, aunque, de hecho, la teología moral en sí misma ya es una especialidad. Y sí, dentro del campo de la teología moral he abarcado casi todos los temas, aunque uno sabe qué temas conoce mejor que otros.
Me preguntas por mi background en cuanto teólogo moralista. Puedes suponer con fundamento que en el fondo de mi pensamiento teológico-moral está siempre presente y actuante la Sagrada Escritura, más el Nuevo Testamento que el Antiguo, y dentro del primero más el contenido de los evangelios que los restantes escritos, sean estos paulinos o joánicos. Desde mis estudios en la Academia Alfonsiana, mi trabajo en teología moral, sea el tema que sea, está troquelado por las estructuras lingüísticas y semánticas de la Biblia.
También puedes suponer que hago uso de los escritos patrísticos, más de los latinos que de los griegos. Me atraen de modo especial los escritores que, en mi época de formación, llamábamos Padres apostólicos (Didajé, Ignacio de Antioquía, Carta a Diogneto, etc.). De los Padres griegos he tenido una querencia especial por san Juan Crisóstomo y por san Basilio. Y, por encima de todos ellos, para mí el referente patrístico primario es san Agustín de Hipona.
De los teólogos procuro utilizar el que más y mejor ha analizado el tema concreto que estoy estudiando. Te confieso que el uso permanente que, por motivos de estudio, tengo que hacer de los moralistas casuistas me cansa y me aburre. No te dan placer en la forma de expresarse, que siempre es plana, monótona y repetitiva. En cuanto al contenido, es difícil encontrar alguna novedad.
Si considero mi background teológico, para mí la figura decisiva con la que me he sentido cómodo en todos los temas de teología es la del jesuita alemán Karl Rahner. ¿Por qué? Porque es el gran teólogo del siglo XX, el teólogo que tiene también una configuración de pensamiento filosófico y que ha dialogado en profundidad con la cultura de hoy. Algunos le achacan a Rahner (entre otros, Hans Küng) que no tiene historia de la teología, que es su punto débil, y que, fuera del tema de la penitencia, no conoce la historia de otros temas, no la conoce o se le escapa; pero, para mí, la profunda y amplia visión teológica de Karl Rahner ha sido decisiva. Considero su Curso fundamental sobre la fe como un curso básico para cualquier teólogo. También el teólogo dominico belga Edward Schillebeeckx ha sido importante para mí, sobre todo por su hermenéutica correlacionista existencial del Nuevo Testamento, por su teología sacramental y por su síntesis histórica acerca del matrimonio. Recuerdo haberle oído, una vez, hablar sobre la necesidad de reordenar el septenario sacramental proveniente de Pedro Lombardo. No conozco, si es que existe, el resultado de sus reflexiones. También he de nombrar en esta breve descripción de mi background teológico a Yves Congar, con su eclesiología y su pneumatología y con sus todavía válidas reflexiones sobre la tradición y sobre las reformas.
–¿Y desde el punto de vista más propiamente moral? Porque incluso has escrito algo sobre Tomás de Aquino y otros autores que han tenido una producción moral importante.
–Hablando en términos generales hay tres teólogos que tengo por mis grandes y continuos iluminadores: Tomás de Aquino, Francisco de Vitoria y Alfonso de Liguori. El primero me proporciona la estructura básica del pensar en moral; el segundo me anima a una continua creatividad; el tercero me señala la orientación práctica hacia una solución benigna y salvífica. No dirás que no me he acogido a tres grandes patronos de la teología moral.
Sí, en mis comienzos como teólogo escribí un artículo sobre la moral de santo Tomás y sobre su posible actualización. En el año 1974, hace muchísimo tiempo, celebrábamos un centenario de la muerte de santo Tomás, y a mí me tocó estudiar el aspecto moral. No es que naciera entonces mi interés por la teología de santo Tomás. En cierta medida fui formado en ella, aunque interpretada con una mentalidad un poco conservadora, en Valladolid, en Salamanca y en otros sitios.
Para mí ha sido decisiva la concepción tomasiana de la moral, tanto filosófica como teológica. De hecho, me siento más identificado con la moral tomasiana que con la moral franciscana. Aunque he estudiado un poco a san Buenaventura, no me siento identificado del todo con él, por la forma que tiene san Buenaventura de relacionar la fe y la razón, y que es su base para todo lo demás. Da mucha fuerza a la fe, con menoscabo a veces de la razón, y eso no me ha gustado. Siento decir esto, sobre todo pensando en los muchos y buenos amigos franciscanos que tantas veces me han llamado para dirigirles cursos de renovación: Amicus Plato, sed magis amica veritas. Aunque desearía no llevar razón en esto.
Después, siempre he tenido el interés por los jesuitas, por la moral jesuítica. La moral jesuítica me ha servido, sobre todo la de los siglos XVI y XVII; el casuismo fue configurado por los jesuitas. De ahí viene la indeleble, al menos hasta este momento, impronta jesuítica de la moral católica. Creo que la impronta de lo que hacen los jesuitas es mayor que la que dicen y escriben.
–¿Y, por ejemplo, san Alfonso? Sobre él has escrito varios libros, y además en tu obra siempre está muy presente la dimensión pastoral.
–Lo que me ha dado san Alfonso es lo que llamamos el espíritu pastoral de la moral. Pero no mucho desde el punto de vista de la teología moral propiamente dicha.
Ahora, te digo de verdad que no creo que haya nadie (ahora no recuerdo a nadie que viva) que haya leído tantas veces y tanto la Theologia moralis de san Alfonso. Descuento, como te acabo de decir, a muchos fallecidos, como el benemérito editor de la Theologia moralis alfonsiana, Léonard Gaudé. Una vez pasé treinta días seguidos leyendo esa obra alfonsiana y tomando notas. De ahí salió un librito que considero muy hermoso, y que además creo que es una muestra de lo que puede ser un estudio sobre cómo se gesta un libro y los conflictos que eso conlleva. El libro se titula Frente al rigorismo moral, benignidad pastoral (Madrid, Perpetuo Socorro, 1986); fue traducido al italiano (Roma, Academia Alfonsiana, 1992). Me acaba de decir –6 de noviembre de 2015– el actual padre general, el canadiense Michael Brehl, que le ofreció este libro al papa Francisco con ocasión del saludo personal en el Sínodo ordinario sobre la familia (octubre de 2015) en el que participó como invitado por el papa.
San Alfonso no me ha dado contenidos, sino que me ha proporcionado el sentido pastoral, el sentido de bondad, de misericordia, una metodología de cómo se solucionan los casos, y me ha dado algo que me viene bien, que es conocer a san Alfonso para poder citarlo ante los conservadores, para decir que uno está en la línea de san Alfonso.
Por ejemplo, cuando se dice: «No se puede utilizar el preservativo ni siquiera en peligro de contagio de sida», citas a san Alfonso, que decía que «no puedes exhortar a que pequen, pero puedes exhortar a que pequen menos». ¡Y eso lo dice san Alfonso! Y eso lo he tenido que repetir yo. Yo no pido que pequen, pero san Alfonso dijo: «Que pequen menos». Si vas a tener una relación sexual, que la vas a tener, al menos, ¡peca menos! (es decir, no te expongas y expongas a la otra persona a un peligro contra la salud). No hay que exhortar ad peccandum (a pecar), pero sí ad minus peccandum (a pecar menos). Y en estas cosas los casuistas tienen frases muy buenas que se pueden utilizar. San Alfonso, como era un napolitano, de una gran agilidad mental...