Zapotlán
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Zapotlán

  1. 50 páginas
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Guillermo Jiménez, escritor y diplomático, dibuja la ciudad que lo vio nacer a través de los recuerdos de quien, en un estado de duermevela, comienza a evocar al Zapotlán de su infancia: con sus calles, su vegetación, sus costumbres y su gente.El narrador, "horadando el tiempo, horadando la noche", reconstruye pequeños cuadros de la memoria que colorea con arte renacentista y analogías de grandes pintores y sus obras. Rememora la cotidianidad de la vida que pasó y que pasa, mientras intenta conciliar el sueño, en un tono poético que muestra cómo la divagación de la mente encuentra conexiones entre tiempos y espacios lejanos. Este es el Zapotlán del narrador, absolutamente suyo, marcado con las líneas paralelas del ayer, que fluye entre la noche y la vigilia.

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Información

Editorial
Arlequín
Año
2018
ISBN
9786078338702
Edición
1
Categoría
Literature


Guillermo Jiménez


Zapotlán








Guillermo Jiménez, de Zapotlán a Zapotlán




Ricardo Sigala


I
Las crónicas regionales registran una visita de Venustiano Carranza a Ciudad Guzmán en 1916 y a un joven Guillermo Jiménez recibiéndolo con un «bienvenido a Zapotlán, caballero azul de la esperanza». Se dice que el líder revolucionario quedó tan bien impresionado por el talento oratorio de Jiménez que lo favoreció con una beca para que se fuera a estudiar a Francia. Pronto se incorporaría al servicio exterior mexicano en España, donde coincidió con Alfonso Reyes y Artemio del Valle Arizpe; a partir de este momento, Jiménez tendría una intensa vida social y artística que duraría hasta la década de los sesenta.
Guillermo Jiménez nació el 9 de marzo de 1891 en Ciudad Guzmán, municipio de Zapotlán el Grande, Jalisco. Comenzó sus estudios en su ciudad natal y los continuó en Guadalajara, para después hacer una estancia en el seminario. Inició su vida laboral en la oficina de correos, primero en Zapotlán y posteriormente en Guadalajara. Ya en la Ciudad de México fue director del Museo de Antropología e Historia y trabajó en las secretarías de Gobernación y de Educación Pública. Sus incursiones en la Secretaría de Relaciones Exteriores lo llevaron a establecerse como canciller en España y Francia, y más tarde como embajador en Austria. Guillermo Jiménez publicó una veintena de títulos entre libros de cuento, novela, ensayo, memorias, teatro y prosa periodística; que fueron editados principalmente en México, y algunos en España y Francia.
Sin duda, Jiménez tuvo una presencia importante en la vida cultural de su tiempo. Se sabe de su relación con figuras como José Clemente Orozco, Diego Rivera, María Izquierdo, Alfonso Reyes, José Gorostiza, Xavier Villaurrutia, Rodolfo Usigli, Ramón del Valle Inclán y Pablo Neruda, entre muchos otros. Solo por mencionar algunos datos relevantes de su vida en esa época, diré que en 1926 Alejo Carpentier lo mencionó en una crónica y le dedicó su ensayo «El arte de Orozco»; que en 1928 Diego Rivera lo incluyó entre los personajes que integran sus murales de la Secretaría de Educación Pública; y que para 1932 lo encontramos participando en la disputa entre escritores vinculados al grupo de Los Contemporáneos y los escritores asociados al nacionalismo oficial, la famosa polémica nacionalista que fue documentada por Guillermo Sheridan en su libro México en 1932: La polémica nacionalista.
Si bien Jiménez no regresó a Ciudad Guzmán, no se desligó nunca de su tierra natal. Con frecuencia aparece como espacio literario en su obra. Constanza y Zapotlán son dos claros ejemplos de ello; además, permaneció en contacto con la gente de cultura, es el caso de su amigo Alfredo Velasco Cisneros, con quien entabló una importante correspondencia y a quien durante décadas le envió una inapreciable cantidad de libros desde la Ciudad de México, España, Francia y Austria. Un acervo constituido por clásicos y contemporáneos que constituyeron una emblemática biblioteca que representó la formación intelectual de varias generaciones de intelectuales guzmanenses. Esto responde a la pregunta frecuente sobre cómo Juan José Arreola pudo haber leído en Zapotlán, en los años veinte o treinta, a escritores como Franz Kafka, Marcel Proust, James Joyce, Giovanni Papini o Marcel Schwob.
Al paso de los años la obra de Guillermo Jiménez comenzó a ser reconocida: en nuestro país se le otorgaron la medalla José María Vigil del Gobierno del Estado de Jalisco (1954) y el Diploma de Gratitud del Ayuntamiento de Ciudad Guzmán (1956). Paradójicamente tuvo más reconocimiento en el exterior: «tal es el destino de Guillermo Jiménez, apreciado en el extranjero y casi desconocido en su tierra», escribió Juan José Arreola en 1948. En efecto, a nuestro autor le fueron concedidas las Palmas Académicas de Francia (1947), la Orden de Caballero de la Legión de Honor de Francia como Hombre de Letras (1951), el máximo reconocimiento que otorga el gobierno de Francia, y fue nombrado Socio Honorario del PEN-Club de Escritores Austriacos (1957); finalmente, se le concedió la Gran Cruz de Austria (1959).
Guillermo Jiménez murió en la Ciudad de México el 13 de marzo de 1967, sus restos fueron depositados en el Panteón Jardín de esa ciudad.


II
Guillermo Jiménez dedicó medio siglo a escribir una obra múltiple y constante. Desde la década de los diez hasta la de los cincuenta publicó una veintena de libros, predominantemente narrativa y ensayo, aunque también exploró la poesía y el teatro; se le deben además algunas crónicas de viaje y varias antologías, sin contar su incansable actividad periodística. Cinco décadas en las que con paciencia y meticulosidad fue construyendo un estilo que en sus inicios es claramente modernista, aunque personalísimo, y que al paso del tiempo, de los libros y de la experiencia, fue salpicándose con elementos de las novedosas propuestas de la narrativa del siglo XX, como se puede apreciar en sus novelas breves La de los ojos oblicuos y Zapotlán. En lo que se refiere a sus ensayos, que por cierto es su obra menos conocida, podemos aseverar que en gran medida se trata de su obra de madurez. Comenzó a escribirlos dos décadas después de sus primeros libros y después de haber viajado y establecido vínculos con autores importantes de América y el Viejo Continente.
Jiménez publicó su obra tanto en México como en Europa, por lo que al parecer algunos de sus libros siempre fueron de difícil acceso. Además, fue un incansable colaborador en periódicos y revistas, debido a lo cual sus artículos periodísticos y muchos de sus cuentos y ensayos se encuentran dispersos y el trabajo de recopilación aún está pendiente. No obstante, sí podemos hacer un recuento de sus obras que fueron editadas en algún volumen. Jiménez publicó las plaquettes: ¿Quién es el autor de La Imitación de Cristo? (1914), Entrevista a Giovanni Papini (1933) y Zapotlán, lugar de zapotes (1933); el relato breve Constanza (1921); los libros de cuentos Almas inquietas (1916), Del pasado (1917), La canción de la lluvia (1920) y La ventana abierta (1922); las novelas breves La de los ojos oblicuos (1919) y Zapotlán (1940); y finalmente los libros de ensayo Cuaderno de notas (1929), La danza en México (1932), Balzac (1950) y 7 ensayos sobre danza (1950).
De entre el corpus de su obra llama la atención Constanza, que fue editado por la casa Caro Raggio de Madrid en 1921 y que vio varias ediciones y reediciones en México a cargo de la editorial Porrúa. Zapotlán apareció bajo el sello editorial Botas en 1940 y trece años más tarde se hizo una edición especial, también por parte de editorial Porrúa. Al parecer, entre los años cincuenta y setenta las ediciones de la obra de Jiménez entraron en una especie de pausa, pero unas décadas después volvieron a ponerse en circulación.
La editorial Hexágono, de Guadalajara, publicó Zapotlán en los años ochenta; el Archivo Histórico de Zapotlán el Grande ha hecho constantes tiradas, que satisfacen la demanda local, principalmente de Zapotlán y de Constanza; en 2007, Antonio Saborit editó en la UNAM un volumen que incluye La canción de la lluvia y La de los ojos oblicuos; en 2012, apareció Obras escogidas. Narrativa y teatro, editado por la Universidad de Guadalajara; en 2014, la filial argentina del Fondo de Cultura Económica incluyó «La danza en México» en el volumen México en Sur. 1931-1951 que se presentó en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, con textos de mexicanos que se publicaron en la mítica revista de Victoria Ocampo.


III
Los dos primeros libros de Guillermo Jiménez, Almas inquietas (1916) y Del pasado (1917), tuvieron una importante acogida en el medio literario en México. José López Portillo y Rojas escribió en la revista Nuestra América sobre ellos: «Admiro y aplaudo a Guillermo Jiménez, que hace su aparición en la arena de la literatura con dos libros bien acabados en la mano. Iniciarse así significa poner los pies en el camino del triunfo». Por su parte, Enrique González Martínez en el prólogo a Del pasado escribe: Guillermo Jiménez «ha tomado su labor en serio como conviene a escritores bien nacidos, y cuida de su arte como fin noble y no como vulgar pasatiempo». Unos años más tarde, Enrique Fernández Ledesma habló de «la intelectual distinción de su espíritu», refiriéndose a Constanza (1921). El Diccionario de escritores mexicanos (1997) del Centro de Investigaciones Filológicas de la UNAM lo asocia en su estilo a Azorín y a Enrique Gómez Carrillo.
Estos críticos además identificaron ciertos aspectos que definen el carácter de la obra de Jiménez. González Martínez se detiene, por ejemplo, en su condición fragmentaria, que nosotros no podemos dejar de asociar al futuro Juan José Arreola:


Cada nota de esas que parecen escritas a vuela pluma, ha menester un suave perfume de gracia, o una observación penetrante, o una discreta ironía, o una trascendencia oculta, o una emoción sutil y refinada. Estas minúsculas grageas literarias deben estimular como una droga excitante, producir picor en la lengua, o, cuando menos, perfumar el aliento. Lo soso está prohibido. De esta literatura, más que cualquier otra, debe desterrarse lo mediocre.


José López Portillo y Rojas, en su artículo «Un cuentista mexicano» publicado en la prestigiada revista Nuestra América, proporciona una descripción puntual del estilo de Jiménez en sus dos primeros libros; sin embargo, y a la distancia, comprendemos que dicha descripción es aplicable al resto de su obra, lo que significa que para esos años iniciales Jiménez ya había encontrado algunos de los rasgos que le serán propios en su creación posterior. Escribe López Portillo y Rojas:


Estilo formado ya, fuerte, refinado, exquisito; altiva imaginación, que crea cuadros de despiadada potencia; descripción vertiginosa y enérgica, que con unas cuantas pinceladas de claro oscuro, colorido y relieve a objetos y personajes; simpatía humana, honda, callada y penetrante, bajo capa de crueldad escondida, y sobre todo ello, un profundo sentimiento poético, difundido y como esfumado en el crudelísimo encanto de esas endechas en prosa.


Años más tarde, José Luis Martínez definió su trayectoria haciendo énfasis en sus espacios narrativos —la Ciudad de México y Ciudad Guzmán— y su condición de ensayista: «un autor de agradables relatos sobre la vida de nuestra ciudad, de un breve estudio sobre la danza en México y de una cordial estampa de su ciudad natal, Zapotlán»; y Enrique Fernández Ledesma hace un juicio a destacar: «La canción de la lluvia y La de los ojos oblicuos […] son páginas en las que respira algo de lo mejor de Jiménez, y mucho de las ensimismadas atmósferas que la literatura mexicana registró entre el final del siglo XIX y las primeras décadas del siguiente». Y sobre Constanza escribió:


Constanza se lee en quince minutos y la emoción de la lectura nos ronda horas y horas… Así es de fina, de pura, la primaria belleza de los breves pasajes de la obra. Sus cuadros, realizados con una sobriedad mate, dan una impresión de pulimento discreto, de sedante refugio de tersura cordial. Porque lo más cautivador del minúsculo volumen es la concordancia entre su emoción y su estilo. Allí hay equilibrio. Y entre lo que se dijo y la forma en que se dijo, hay un nexo que regula los matices de la palabra y que pone a escala el crescendo de la emoción.


IV
«Ah, maestro, tienes que leer Zapotlán de Guillermo Jiménez, y Constanza», le dice Juan José Arreola a Vicente Leñero. Está hablando de las lecturas de juventud de Juan Rulfo, de autores cuyas preferencias compartían además Antonio Alatorre y el mismo Arreola. Ahí aparecen los nombres de Jean Giono, Marcel Aymé, Marcel Schwob, pero también menciona a Jiménez, que es presentado no como una invitación a ser leído, sino como una exhortación y aún más como una obligación, «tienes que leer Zapotlán de Guillermo Jiménez». Estamos en enero de 1986 y la entrevista fue publicada en Proceso con el nombre de «Cuarenta años de amistad. ¿Te acuerdas de Rulfo, Juan José Arreola?». Rulfo acababa de morir y en ese momento la entrevista quería indagar sobre las lecturas tempranas del autor; pero como sabemos, Arreola solía decir más de lo que parecía y en esa declaración nos estaba hablando además de un autor para muchos desconocido, pero no por eso carente de importancia, pues supone un antecedente de escritores del sur de Jalisco como Rulfo, Alatorre y Arreola.
Esta idea de la continuidad literaria regional, apenas sugerida en la declaración de Arreola a Leñero, ha sido asumida de manera explícita por varios autores. En «La alta cordillera de la narrativa jalisciense» (2012), Ernesto Lumbreras, después de hablar de los cuatro grandes representantes de la narrativa del siglo XX en Jalisco —Mariano Azuela, Agustín Yáñez, Juan Rulfo y Juan José Arreola— agrega: «Al lado de estos cuatro fantásticos narradores de Jalisco se pueden incorporar otros nombres como el de Guillermo Jiménez (1891-1967), autor de Zapotlán, antecedente de La feria de Arreola». En su columna «Magia Catóptrica» de Milenio (24 de septiembre de 2008), Javier García-Galiano también reconoció la importancia de Jiménez en la obra del autor de Confabulario: «En La feria y en algunos de sus cuentos (de Arreola) puede adivinarse algo de la influencia de Jiménez».
Por su cuenta, Víctor Manuel Pazarín, en «A Zapotlán vía París», asume que Zapotlán de Guillermo Jiménez forma parte de una genealogía artístico-literaria del sur de Jalisco a partir de «una especie de continuidad y homenaje» entre La hija del bandido, de Refugio Barragán de Toscano; la sinfonía Zapotlán, de José Rolón; y La feria, de Juan José Arreola. Todas estas declaraciones nos hacen pensar en la necesidad de leer y estudiar la obra de este escritor zapotlense para tener una visión más completa de lo que llamamos no solo literatura del sur de Jalisco, sino la literatura jalisciense del siglo XX.
La novela Zapotlán es una suma de evocaciones. Un hombre que vive en París recién regresa a casa tras estar en el velorio de un amigo; el cansancio, la tristeza, la nostalgia y en particular el gotear de una llave lo llevan a recordar pasajes de su infancia en Zapotlán. El libro se estructura en doce capítulos y son un recorrido más o menos aleatorio por la biografía temprana del personaje, por el paraíso perdido de la infancia y la primera juventud, pero sobre todo por ese espacio casi mítico que es el Zapotlán de sus recuerdos. Nos encontramos ante la rememoración de un espacio, pero sobre todo ante la recuperación de historias que más que pintorescas son la constitución de una identidad personal, colectiva y literaria. Javier García-Galiano condensa la idea de la novela de la siguiente manera:


Zapotlán de Guillermo Jiménez ocurre como una duermevela delirante producida por la fiebre y el insomnio, en la que el recuerdo de una capilla deriva en el de los personajes que habitaban cada barrio como Candelaria, una india calva, gorda, con los ojos bizcos entre arrugas, que «en su juventud fue prostituta, y en burdeles y en cárceles aprendió la hechicería», o como los mendigos y descastados que conformaron su cortejo fúnebre, o como el gallero Pedro Gaitán o la solterona Ocaranza, que, como las grandes cruces de madera que estaban enclavadas en las paredes de los barrios vetustos, se han convertido en una mitología elemental que ha derivado en una escritura que, entre otras cosas, guarda la historia infinita de Zapotlán.


Si bien es cierto que Zapotlán es una suma de relatos en torno a una pequeña ciudad de provincias, de ninguna manera es un libro tradicional ni convencional. El autor se ha negado a contar una historia de manera cronológica, por el contrario, ha optado por la narración fragmentaria con claros saltos en el tiempo y en el espacio, ha recurrido al monólogo como técnica dominante, ha creado un mosaico de historias y ha usado el recurso proustiano de iniciar su relato a partir de una asociación sensorial, en este caso el sonido de unas gotas de agua; incluso incluyó un par de pasajes que algunos asocian a lo que más tarde sería el realismo mágico. Guillermo Jiménez estaba dando un paso delante del relato modernista que cultivó en sus inicios, para incorporar algunas de las novedades técnicas que caracterizarían lo mejor de la narrativa del siglo XX. Siete años antes que Al filo del agua y quince antes que Pedro Páramo, Zapotlán estaba ya hurgando en las búsquedas técnicas que marcarían las pautas de la nueva narrativa mexicana.


V
Las obras de Guillermo Jiménez son difíciles de conseguir, el lector común o el estudioso de la literatura se enfrentan ante esta carencia que ni la panacea de internet puede soluc...

Índice

  1. Guillermo Jiménez, de Zapotlán a Zapotlán
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