De mostración
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Ensayos sobre descompensación narrativa

  1. 232 páginas
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Ensayos sobre descompensación narrativa

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Información del libro

La novela es inorgánica y, por ello, monstruosa. No es demostración, ni alegato, ni conclusión. Y sin embargo viene a saldar una cuenta pendiente, ya sea heredada o accidentalmente sobrevenida, por la que no es difícil predecir que nos seguiremos reconociendo en ella. Mediante una serie de lecturas atentas de autores de distintas tradiciones, este libro propone una visión del discurso narrativo donde los excesos y las descompensaciones son un aspecto esencial.

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Información

Año
2015
ISBN
9788491141280
Edición
1
Categoría
Literature
Categoría
Literary Essays

Tierra: terror: error:
tres crónicas de heroísmo errado

La tierra no se venderá sin derecho a retracto, porque es mía, y en lo mío sois emigrantes y criados.
Levítico, 25, 23

1. Pensar la tierra

Uno de los problemas más apremiantes de la reciente historia de España es sin duda el problema del terrorismo. Y el terrorismo, en España, hoy, dejando a un lado matices de enajenación ideológica, sólo persigue un fin: la autonomía de una tierra. La legitimidad de dicha persecución se expresa en clave de nostos, literalmente «vuelta a la patria», pero también retribución o devolución de una tierra expoliada por fuerzas extrañas, «hecho» que, por supuesto, admite lecturas divergentes, otras cínicamente opuestas1. El terrorista busca, pues, la reposesión de la que algunos juzgan su tierra. Terror y tierra son términos próximos. Los orígenes oscuros de sus raíces latinas, terreo y terra respectivamente, les conceden, además, una transitoria intimidad, un régimen de vinculación revelador, quizás, de una alianza, más profunda, situada en un plano de lógica o ideo-lógica narrativa que pretendo explorar en este ensayo. Hablaré, en su segunda parte, de tres novelas muy recientes, aparentemente desconectadas: La cuadratura del círculo (1999) de Álvaro Pombo, Momentos decisivos (2000) de Félix de Azúa, y Volver al mundo (2003) de J. Á. González Sainz. Tres novelas que discurren entre el terror y la tierra y que proponen, entre otras cosas, un retrato similar del heroísmo errado.
En Estatismo y anarquía (1873) de Mijail Bakunin leemos lo siguiente:
Es bien en serio como se apoderó de España el diablo del socialismo. Los campesinos de Andalucía y de Extremadura, sin pedir permiso a nadie y sin esperar órdenes, se apoderaron ya de las tierras de los antiguos propietarios territoriales. Cataluña, con Barcelona en primera línea, proclama en alta voz su independencia, su autonomía. El pueblo de Madrid proclama la républica federal y rehúsa someter la revolución a las direcciones futuras de la Asamblea constituyente. En las provincias del norte, que se hallan en poder de la llamada reacción carlista, la revolución se realiza francamente: los fueros son proclamados así como la independencia de las provincias y las comunas (...) En una palabra, es un desastre y una devastación definitivos; y todo eso se derrumba por sí mismo, quebrantado o barrido por su propia podredumbre. No existen ya ni finanzas ni ejército, ni justicia ni policía; no existe ni potencia estatista, ni Estado; pero queda el pueblo renovado y vigoroso abrazado, actualmente, a la sola pasión social-revolucionaria2.
El párrafo es poderoso, no sólo por el vigor de su abrazo descriptivo, sino por su potencial de resonancia en la historia más actual de España. Una historia que confirma, si no el reparto efectivo de la tierras andaluzas y extremeñas, sí al menos la victoria constante y estratégica del socialismo en esas regiones, que confirma la proyectada proclamación de la independencia y autonomía de Cataluña, así como la reclamación foral de ciertas provincias del norte. El resto del diagnóstico, apocalíptico, exaltado, dice poco sobre nuestro presente visible, aunque mucho sobre sus esperanzas y sus miedos, materia prima de la literatura. En resumen, estas frases de Bakunin proponen un conjunto de figuras (independencia, autonomía, tierras, fueros, pasión revolucionaria) de extraordinaria tenacidad en el tejido ideológico de nuestro presente. Son figuras peligrosas: por su alta inercia textual, por su productividad ilimitada, por su inmenso potencial de investidura moral y emocional. Algunas de ellas, en particular independencia, tierras y revolución, constituyen, además, las hebras más persistentes de la trama textual que subyace a la novela moderna, organizada en lógica patrimonial y matrimonial, con su estela de figuras asociadas (herencia, propiedad, casa, tierras), sus vectores de acción (independencia, libertad, huida, integración) y sus tropos contrastivos (burocracia, Estado). Dos novelas muy recientes, El hijo del acordeonista (2004) de Bernardo Atxaga y El lado frío de la almohada (2004) de Belén Gopegui, revelan hasta qué punto es fácil deslizarse en el tobogán sentimental que propician algunos de estos términos.
Ceñiré mi análisis a tres novelas que tratan, de manera más o menos directa, sobre la legitimidad de la acción terrorista con fines de independencia territorial. Parece obvio que en las tres novelas elegidas la referencia real de la parábola narrativa está en la historia más reciente de España, en episodios de terrorismo, algunos identificables (ETA, Terra Lliure) en su postulación de una nostos precisa, una explícita restitución territorial. Otros, más difusos (GRAPO), por cuanto buscan meramente el quebrantamiento de lo que Bakunin llamaría «la potencia estatista». Mi impresión es que, en la medida en que son novelas, estos textos no podían hablar de otra cosa que aquello de lo que hablan todas las novelas: la lucha de un individuo por hacerse con o deshacerse de una propiedad, unas tierras, la búsqueda de la independencia en el seno del horizonte patrimonial. Esta inevitabilidad expresa un destino mucho menos señalado: la naturaleza eminentemente novelesca de toda postura anarquista y/o nacionalista. Cuando se apela a resonancias míticas o épicas para denunciar el desvarío retórico de los discursos nacionalistas radicales, se olvida, con frecuencia, que estos discursos están afectados de un patetismo sentimental impropio de la metalurgia épica. Su horizonte tonal es el melodrama decimonónico: la comunidad rural, aparentemente sana, que respira, no obstante, aires palúdicos, rumor, maledicencia. Un melodrama que alcanza a la narrativa de Faulkner, escritura que versa, a todas luces, sobre «the soil and traditions of the land»3, y a la de algunos herederos, como Benet, sentimental a su pesar. Es de sobra conocido que todo argumento nacionalista comienza y termina en un álbum de postales seudorománticas: casona rural, árboles milenarios, montaña al fondo y un hilo de humo, sinuoso, que dibuja siluetas de recuerdo y de perjurio. Ese álbum está muy desalejado, por cierto, de la enumeración heideggeriana «de lo que haya “en” el mundo: casas, árboles, hombres, montañas, astros»4. Se trata, en definitiva, de un relato que alimenta relatos, pero no olvidemos que fue originalmente relato, que procede del horizonte literario, que su aparente centralidad política es el efecto de un desplazamiento estratégico, y que sus distorsiones ideológicas son las propias de la corrosión tropológica que afecta a todo texto narrativo. En la última novela de André Malraux, Les Noyers de l’Altenburg (1948), el padre del protagonista cifra su concepción del destino histórico del hombre en una hermosa imagen, sin duda, pero de alta toxicidad ideológica:
La plénitude des arbres séculaires émanait de leur masse, mais l’effort par quoi sortaient de leurs énormes troncs les branches tordues, l’épanouissement en feuilles sombres de ce bois, si vieux et si lourd qu’il semblait s’enforcer dans la terre et non s’en arracher, imposaient à la fois l’idée d’une volonté et d’une métamorphose sans fin. Entre eux les collines dévalaient jusqu’au Rhin; ils encadraient la cathédrale de Strasbourg très loin dans le crépuscule heureux, comme tants d’autres troncs encadraient d’autres cathédrales dans des champes d’Occident. Et cette tour dressée dans son oraison d’amputé, toute la patience et le travail humains développés en vagues de vignes jusqu’au fleuve n’étaient qu’un décor du soir autour de la séculaire poussée du bois vivant, des deux jets drus et noueux qui arrachaient les forces de la terre pour les déployer en ramures5.
Es evidente que esta exaltada concepción del bosque y de su árbol, como emblema de raigambre productora de vida, de raíz eternamente germinal, símbolo de permanencia, equiparado implícitamente a la catedral, es una figura que expresa suficientemente el humanismo trascendental del último Malraux, enfrentado a determinismos históricos diversos. Ahora bien, no es menos cierto que esta imagen del árbol posee toda la pregnancia organicista de un vitalismo romántico, que en sede aldeana se expresa en esa jerga de la autenticidad (Jargon der Eigentlichkeit) propia, por ejemplo, de Heidegger y furiosamente denunciada por Adorno6 o Thomas Bernhard. En la novela Alte Meister (1985), el novelista austríaco hace un retrato despiadado de la cursilería y la sensiblería con que algunos intelectuales, como el novelista Stifter, abordan la temática de la naturaleza. «El bosque está ahora muy de moda, los arroyos de montaña están ahora muy de moda (...) la palabra bosque y la expresión muerte de los bosques se han puesto muy de moda, y en general el concepto de bosque es el más usado y abusado», se lamenta Reger, personaje de la novela. Aunque los dardos más afilados se los dedica a Heidegger, «ese ridículo burgués nacionalsocialista en pantalones bombachos»: «lo veo siempre en el banco de su casa de la Selva Negra, sentado junto a su mujer que, con su perverso entusiasmo por tricotar, le tricota ininterrumpidamente medias en invierno con la lana tundida por ella misma de las ovejas heideggerianas»7. El sarcasmo de Bernhard revela, en el fondo, la dilatada inapetencia de toda una generación, harta del pastiche naturalista y el ruralismo banal que empaña todo pensamiento nacionalista, reaccionario y/o «progresista». Los austríacos, por desgracia, saben mucho de eso. Pero también los españoles vamos sabiendo algo: vamos aprendiendo, por ejemplo, que el románico catalán y el bosque mediterráneo-pirenaico son haz y envés de una moneda histórica inmutable, o que la vaca vasca, su pasto recio, y el roble que cobija su rumiar, son siluetas de un destino permanente, o que el bosque animado aglutina el alma celta de Galicia. Tamaña profusión silvana para impugnar, supongo, aquel bosquecillo del Escorial (centralista, imperialista, casticista) transitado de cabras, de ortigas y de ortegas.
El pasaje de Malraux está trazado en una pertinaz retórica del romanticismo. La inercia de los tropos en él fabricados no es, insisto, exclusivamente estética. La supuesta verdad estética provoca, cuando puede, un fogonazo de placer que oculta, enmascara, amortigua, la violencia de sus efectos ideológicos. Decía Paul de Man: «It is true that tropes are the producers of ideologies that are no longer true»8. No es casual que a este mismo crítico no le pasara inadvertido el veneno contenido en los amables nogales de Malraux. Para De Man, quien abordó este asunto en dos ensayos tempranos, el novelista francés cedía con esta figura a la tentación de la permanencia, una actitud de quietismo anti-histórico abrazada por muchos intelectuales de su generación que poco antes, en sus juventudes, proclamaban las bondades de la aceleración histórica, el progreso conflictivo, la revolución. Según De Man, el problema de Malraux estriba en su negativa, su renuencia a pensar y acatar la negación inscrita en toda dialéctica, base de la conciencia histórica. La trayectoria vital e intelectual del novelista francés deviene, pues, harto paradójica, pues dibuja el gesto de quien, tratando inicialmente de rebasar el destino histórico (la negación, la muerte, la temporalidad) mediante la acción revolucionaria y/o nihilista, tratando literalmente de producir historia voluntaria frente a la inercia mortal de la tierra, termina luego, de manera inexorable, sucumbiendo a la permanencia letal, ahistórica, de la tierra, abrazando figuras de reposo (el nogal) que son radicalmente anti-históricas. Frente a las figuras de conversión, de llegar a ser (becoming), dialécticas, históricas, discontinuas, tensamente relacionadas con el destino de la muerte, Malraux termina postulando figuras de crecimiento estático (growth), orgánicas, continuas, adialécticas, ahistóricas. De Man estima que este masoquismo anti-intelectual, que escamotea la radical escisión del ser, que se avergüenza de la media rajada de la autoconciencia, es una abdicación de la mente propia de toda una generación: «it follows the typical pattern from political activism, to an avowed antihistoricism and to a nihilistic conservatism»9. No perdamos de vista este sintagma, conservadurismo nihilista, y su tropo asociado, el nogal que, radicado firmemente en la tierra, conduce a los cielos, pues son el asunto lateral de estas páginas. Su cauce argumentativo procede, en gran medida, del diagnóstico demaniano, sintetizado en el párrafo siguiente:
To reflect on art thus conceived would be to espouse the unassailable and solid security of the walnut tree, and, as time is eliminated by a grounded future, to rise splendidly toward a sky that one will not be long in reaching (...) In becoming trees, we have lost the precarious situation of being on the earth to become creatures of the earth. This is to yield to the temptation of permanence, for art so considered is in reality only a sediment without life, which integrates itself with the soil instead of opposing it. Pretending to think being, Malraux thinks in reality earth, which he desires10.
Ahora bien: ¿qué significa eso de pensar la tierra? ¿Cómo se piensa la tierra? De Man evoca un pasaje de L’Espoir, muy celebrado por Sartre, en el que se describe a una mujer muerta presionando sobre la tierra, incrustada en la tierra, a punto de convertirse en tierra. Quizás esa sea una forma de pensarla. Otra pudiera ser autorizar a esa misma tierra a que piense por nosotros: no ya borrar la conciencia histórica, sino petrificarla en el paisaje. Y no olvidemos que la tierra de L’Espoir era tierra española, tierra regada por la sangre de un conflicto, la guerra civil, cuyas figuras, heroicas, trágicas, ingenuas o sentimentales, siguen secretando relatos, historias, tejidos ideológico. El humus de la novela de terrorismo ha estado siempre, en España, abonado por las figuras del heroísmo republicano: las novelas de maqui o resistencia boscosa. Y en todas esas novelas pervive, tenaz, una axioma implícito: si no recuerda el hombre, la tierra sí recuerda. De ahí que tanto en esas novelas (Llamazares, Manuel Rivas...), como en las novelas de terrorismo, las narraciones de heroísmo errado, se produzca una inclinación inevitable, una gravitación, hacia la tierra, o hacia los bosques que en ella permanecen, figuras gravadas por un nihilismo confuso, sentimental, esencialmente antihistórico, de graves consecuencias ideológicas. No es bueno, en definitiva, dejar que la tierra piense. Ni que piensen los frutos, las flores, los árboles o las raíces. Eso es mejor dejarlo a las personas. A las personas que piensan, claro.

2. La excavación mítica

Álvaro Pombo, Félix de Azúa y J. Á. González Sainz no escribieron sus novelas de heroísmo errado en en el vacío. Los precursores más fuertes en sus respectivas andaduras narrativas fueron, a mi juicio, Rafael Sánchez Ferlosio y Juan Benet. En la obra de estos dos escritores es muy visible el tratamiento deliberadamente oblicuo, parabólico, mítico o legendario, del pasado sangriento de España. Ambos construyen narraciones en las que el trenzado de las historias se hace en torno a nódulos de vergüenza, ganglios de culpa, episodios traumáticos, cuya ocultación o revelación genera líneas narrativas diversas, radiales, intricadas, elípticas o cíclicas. Tanto Sánchez Ferlosio como Benet siguieron el modelo de Faulkner (especialmente The Sound and the Fury, 1929, Absalom, Absalom, 1936), aunque no son descartables otras influencias, como La cognizione del dolore (1963) de Carlo Emilio Gadda. Muchos relatos de acción terrorista moderna, desde 1960 en adelante, crónicas evidentes de aprendizaje del dolor, se configur...

Índice

  1. Prólogo
  2. Campos de Londres. Tópica del monstruo de Defoe a Amis
  3. El cuerpo exánime. Mecanismo y tecnología en H. G. Wells
  4. La cuestión de la sintaxis. Hacia el expresionismo en Beckett
  5. La pizarra de Nabokov. Latitudes cervantinas de lo posmoderno
  6. Apología de Ermes Marana. Ensayo sobre la proliferación narrativa
  7. Paul Auster. La obligación
  8. Tierra: terror: error: tres crónicas de heroísmo errado