El pensamiento de C.S. Lewis: Más allá de la sensatez
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El pensamiento de C.S. Lewis: Más allá de la sensatez

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El pensamiento de C.S. Lewis: Más allá de la sensatez

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Clive Staples Lewis (1989-1963) más conocido como C.S. Lewis, es uno de los escritores más conocidos y más leídos del siglo XX. Sus "Crónicas de Narnia", traducidas a más de 30 idiomas y con millones de ejemplares vendidos, han sido lectura favorita de varias generaciones, y adaptadas al cine por Disney, han deleitado y fascinado recientemente a millones personas. Y la obra cumbre del cineasta Richard Attenborough, "Tierras de penumbra", que narra la emotiva relación de Lewis con su esposa, la también escritora Joy Gresham que murió de cáncer a los 45 años, arrancó abundantes lágrimas a numerosos espectadores. No es tan conocido, sin embargo, el hecho de que el polifacético C.S. Lewis, erudito académico, profesor de literatura medieval y renacentista, crítico literario, locutor de radio, escritor y ensayista, fue también uno de los más grandes pensadores y apologistas cristianos de su época. Y que a pesar de que ser ateo en su juventud y declararse "muy molesto con Dios por no existir", después que de su conversión a los treinta años por influencia de J. R. R. Tolkien y G. K. Chesterton, su libro "Cristianismo…¡y nada más!" (o "Mero Cristianismo) adaptado de una serie de charlas radiofónicas en la BBC, se convirtió en un clásico de la apologética cristiana.

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Información

Año
2011
ISBN
9788482676906
Lewis y las tradiciones cristianas
«Mi única función como escritor cristiano es predicar “mero cristianismo”, no ad clerum, sino ad populum. Cualquier éxito que haya tenido se debe, creo, a mi estricto cumplimiento de estos límites»[1]. Así se expresa Lewis en el único texto —un breve ensayo póstumo— que dedica explícitamente a la unidad de los cristianos. En efecto, Lewis intentó atenerse de un modo muy tenaz a esta norma, sólo presentando este «mero cristianismo» y absteniéndose de toda polémica entre las confesiones cristianas. Guardó público silencio sobre lo que él mismo creía en aquellos puntos en los que las grandes tradiciones cristianas disienten entre sí. Sin embargo, por supuesto ha dejado al respecto algunas observaciones dispersas en distintas obras, charlas y, sobre todo, en su correspondencia. Pero si él intentó aferrarse tan estrictamente a tal norma, ¿tiene sentido que intentemos «exhumar» sus convicciones y sacar a la luz también este lado de su pensamiento? Creo que sí, y lo creo por dos motivos. En primer lugar, porque creo que es posible hacerlo sin caer en el espíritu de infructífera controversia que él con razón detestaba. En segundo lugar, creo que es una tarea importante, para ver cómo argumenta en este campo. Pongo el acento en el hecho de que también aquí argumenta, pues su usual silencio nos podría llevar a la impresión de que aquí entramos en un campo de mero apego a la costumbre: que Lewis habría sido un genial escritor y argumentador cuando se trataba de pelear con concepciones empobrecidas de lo que es una vida humana, pero que al llegar aquí, al campo de la religión —o al menos al llegar a preguntas específicas dentro de este campo—, simplemente se habría apegado a la costumbre local, a la iglesia nacional (de la que de hecho era parte). Pero a pesar del esfuerzo de Lewis por guardar el mayor silencio posible sobre esta materia, lo poco que dice basta para mostrar que hay una gran continuidad con su modo de argumentar en otras áreas.

1. ¿Qué es «mero cristianismo»?

Antes que todo conviene hacer algún intento por aclarar en qué consiste este «mero cristianismo» del que habla Lewis. Lo describe al comienzo del libro con el mismo nombre, diciendo que busca defender el cristianismo como ha sido entendido por casi todos los cristianos en todos los tiempos[2]. Lo llama también «mero» cristianismo para acentuar que no se trata de una defensa de «mi religión» ni de ninguna interpretación o énfasis propio de él[3]. Insistía, además, en que no estaba hablando de un mero cristianismo como alternativa a las denominaciones existentes. Más bien se trata de un pasillo de entrada hacia una multitud de habitaciones, que es donde hay abrigo y alimento[4]. Siguiendo estos pasos, Lewis se ha vuelto un autor conocido por defender lo común, y es así un autor que también se ha vuelto patrimonio común de los cristianos.
¿Pero cómo hemos de entender esta actitud de Lewis? Hay en ella algo de afán por evitar las disputas, afán que puede tener un aspecto positivo y uno negativo. El negativo se nota en la idea de Lewis de que las disputas sobre puntos conflictivos entre las tradiciones cristianas deberían ser dejadas a expertos. Algunos de los puntos que dividen a las distintas denominaciones implican un tipo tal de teología e historia eclesiástica, escribe, que «nunca debieran ser tratados salvo por parte de verdaderos expertos»[5]. Por qué confía tanto en la figura de los expertos, que en otros puntos le merecen tanta duda, no resulta muy comprensible. Lo que sí resulta comprensible —y ése es el lado positivo de su afán— es su precaución ante las disputas entre las confesiones, tantas veces conducidas con poca sabiduría. Según la magistral expresión de una de sus cartas, en Irlanda del Norte los cristianos —en ambos lados de la contienda— «toman la falta de caridad por celo y la recíproca ignorancia por ortodoxia»[6]. Pero eso no sólo le ocurre a movimientos violentos, sino también a apacibles teólogos. Lewis tenía plena conciencia de cuán fácil es en ciertas cuestiones crear divisiones sin sentido alguno, explotando diferencias sin amor a la verdad. Son ese tipo de divisiones las que el demonio más experimentado sugiere al demonio menos hábil en las Cartas del diablo a su sobrino: «No son las doctrinas en lo que nos basamos principalmente para producir divisiones: lo realmente divertido es hacer que se odien aquellos que dicen “misa” y los que dicen “santa comunión”, cuando ninguno de los dos bandos podría decir qué diferencia hay entre las doctrinas de Hooker y Tomás de Aquino, por ejemplo, de ninguna forma que no hiciese agua a los cinco minutos»[7]. Así Lewis concluye que su propio papel es «intentar hacer lo único que me parece poder hacer: esto es, abandonar del todo las cuestiones más sutiles por las cuales la Iglesia Romana y los protestantes disienten entre sí [...], y en mis propios libros exponer aquellas cosas que, por la gracia de Dios, después de tantos pecados y tantos errores, todavía son comunes»[8].
¿Pero es esto huir hacia ciertos «mínimos comunes» por miedo al conflicto? Sería lamentable de ser así, porque el huir de los tópicos conflictivos implica en último término huir de absolutamente todo, volverse neutral respecto de todo: no hay punto de la doctrina cristiana que no haya estado sometido alguna vez a disputa, y quien quiera huir de toda disputa se quedará defendiendo no un mero cristianismo, sino mucho menos que eso, casi nada. Pero Lewis tiene claro eso, y no es una reducción a mínimos no conflictivos lo que tiene en mente. Pues el «mero cristianismo» es algo que él recuerda haber reconocido ya en sus tiempos de no creyente, una sustancia común a toda la tradición, una sustancia que no es un mínimo, sino algo robusto. Podemos ver muy bien que se trata de una concepción robusta del cristianismo si atendemos a lo que Lewis dice sobre quienes de hecho han intentado reducir el cristianismo a una versión más sencilla de lo que es. La estrategia común de quienes han hecho eso es decir que primero tenemos a Jesús, que predicaba una religión simple y benevolente —la que encontramos en los evangelios—, pero que luego llegó Pablo y convirtió esto en una religión complicada e incivilizada —que se encuentra en las cartas del mismo Pablo. Con grados y formas distintas, esto es lo que de Locke a Nietzsche han dicho los críticos modernos del cristianismo «complicado». Pero Lewis rechaza estos intentos por volver a un evangelio «simple». Y los rechaza precisamente desde la investigación moderna sobre la Biblia, cuyos resultados son opuestos a los de la imaginación popular que cree que se pasó de algo «simple» a algo «complejo». Pues son los escritos de Pablo los que constituyen los textos cristianos más antiguos. Todo parte siendo «complicado», con teología, enseñando a la gente a entender lo que cree. Después vinieron los evangelios, que «dejan fuera muchas de las “complicaciones” precisamente porque se dirigen a gente que ya ha sido instruida en ellas»[9]. El «mero cristianismo» al que llama Lewis no es pues una inofensiva y simplificada versión mínima[10].
¿Qué tipo de doctrinas componen ese «mero cristianismo»? «Para un laico —escribe— está claro que lo que une a un evangélico y a un anglocatólico contra el “liberal” o “modernista” es algo muy claro y significativo: el hecho de que ambos son sobrenaturalistas de punta a cabo, que creen en la creación, la caída, la encarnación, la resurrección, la segunda venida y las últimas cosas. Eso los une no sólo el uno al otro, sino a la religión cristiana como ha sido entendida ubique et ab omnibus»[11]. El punto de vista según el cual tal acuerdo sería menos importante que las diferencias entre las diversas tradiciones cristianas es algo que Lewis califica como simplemente «incomprensible». El problema, escribe a continuación, es que quienes se unen en la defensa de tal ortodoxia parecen carecer de un nombre en común. Su propia sugerencia ya la conocemos: los «meros cristianos de Baxter»[12]. Pero aunque sea incomprensible que alguien considere irrelevante el tipo de acuerdo que resume con esas palabras, las diferencias entre quienes comparten ese centro no son sin importancia, y vale la pena que les dirijamos una mirada.

2. Lewis entre católicos y protestantes

En realidad ya vemos, por la mención de Richard Baxter —un teólogo reformado—, que la expresión «mero cristianismo» no viene del «mero pasillo», sino de una de las habitaciones. Y si intentamos salir del pasillo y entrar a alguno de los grandes salones, en Occidente parecen ser dos las alternativas principales: el catolicismo y el protestantismo. Lewis, como es sabido, se encontraba en el segundo de estos salones. Pero era un protestante en el que muchos consideran encontrar formas muy católicas de ver el mundo, y un buen número de católicos no sólo asiente a esto, sino que les cuesta entender que no haya llegado a hacerse católico. Lo primero que hay que decir al respecto es que tal pregunta no está de modo alguno fuera de lugar. En primer lugar, porque Lewis tenía amigos católicos en una cantidad sorprendente para la época, y éstos desempeñaron además un papel importante en su conversión al cristianismo. En la imaginación popular predomina su amistad con Tolkien, pero una consideración similar merece su amistad con Dorothy Sayers, y su constante correspondencia con religiosos católicos como Dom Bede Griffiths y el sacerdote —hoy beato— Giovanni Calabria. En segundo lugar, porque indudablemente hay en su pensamiento algo que —sea cual sea su vínculo con el catolicismo romano— puede ser calificado de católico. Así, por ejemplo, que si bien la salvación por la fe puede estar en el centro de la experiencia personal y de la predicación, no aparece como piedra angular de la teología, lugar que ocupa más bien la visión de Dios. Pero esto no debiera causar excesiva sorpresa, pues son elementos que le podían resultar familiares como anglicano. No obstante, hay quienes pueden preguntarse si acaso Lewis se quedó simplemente a mitad de camino —en un camino que iba del ateísmo al catolicismo— o si tenía argumentos que lo llevaran a quedarse donde se quedó.
Tal vez no tengamos suficientes textos para responder adecuadamente a esa pregunta. De hecho, ¿qué texto podría ser suficiente? No conocemos el corazón del hombre. Pero sí tenemos textos en los que Lewis compara, aunque siempre sea de modo circunstancial, el catolicismo y el protestantismo, y nos permiten por lo menos dar cierta caracterización de la posición de Lewis. Es muy común que dichos textos se encuentren en los libros especializados de Lewis, ahí donde no escribía ad populum. Pues en tales textos tenía que lidiar muchas veces con la literatura del siglo XVI, lo que difícilmente se podría hacer de un modo cabal sin hacer mención de la Reforma protestante. Veámoslo en un típico comentario suyo a una obra literaria. Tratando la cuestión de la penitencia en La reina de las hadas de Spenser, se despega por un momento de su labor de crítico literario. Es cierto, nos dice, que el cristianismo implica separarse del mundo como por una pared, y quedar de algún modo sometido a una regla. ¿Pero cuán real debe ser la pared? Ahí, sugiere, llegamos a la causa verdadera de las diferencias entre católicos y protestantes: cuando la pared se vuelve de ladrillos verdaderos: «…alcanzamos aquella suerte de actualidad a la que apuntan los católicos y que los protestantes evitan deliberadamente. Por lo demás, no es otra la raíz de las diferencias entre ambas religiones. Una sospecha que si los dones espirituales no pueden encarnarse en ladril...

Índice

  1. Portada
  2. Créditos
  3. Más allá de la sensatez
  4. Dedicatoria
  5. Nota preeliminar
  6. Introducción
  7. El lenguaje y la racionalidad
  8. El progreso y la visión lewisiana de la historia
  9. Manipulación y abolición del hombre
  10. Críticas y defensas de la ley natural
  11. La Religión de Lewis
  12. Lewis y las tradiciones cristianas
  13. Comunidad
  14. Las formas del saber
  15. Miscelánea práctica: de la guerra a la cortesía
  16. Contra el encierro: ni en el yo ni en la iglesia
  17. Bibliografía
  18. Obras de C.S. Lewis
  19. Obras citadas de otros autores