La mente de Bonhoeffer
Dejamos ahora atrás la biografía externa, para internarnos en lo que es la verdadera biografía de alguien como Bonhoeffer: la vida de su mente, el crecimiento de su pensamiento. ¿Cómo pensaba? ¿Cómo pensaba que debe pensar un teólogo? ¿Qué tan polémica era su relación con sus contemporáneos? ¿Cómo expresaba sus ideas? Estudiaremos esto en varios pasos: en primer lugar partiendo por su profesión. ¿Por qué se dedicó a la teología y qué esperaba de ella (1)? En un apartado un poco más extenso intentaré exponer los textos menos estudiados de Bonhoeffer, sus fragmentos literarios de la prisión, que pueden arrojar nueva luz sobre cómo creía que debe operar la mente de un cristiano (2). En tercer lugar nos detendremos en la crítica a la religión, las frases de Bonhoeffer sobre el «cristianismo sin religión» y otras afines (3). Por último, acabaremos el capítulo sobre su pensamiento con una sección sobre existencialismo y psicoterapia (4) y otra dedicada a su reflexión ética (5). Revisado todo esto podremos pasar a algunas cuestiones prácticas en el tercer capítulo.
1. ¿Por qué teología?
Como ya hemos visto, Bonhoeffer desde muy joven estaba decidido a estudiar teología. La decisión fue incluso anterior a su compromiso personal con la fe cristiana. Ya en los tiempos en que escribió Acto y ser tenía una alta valoración de lo que podía ser una teología al servicio de la Iglesia. Es decir, incluso en esta primera etapa en que era «más teólogo que cristiano» ya tenía claro que no deseaba una teología puramente científica: «No existe Iglesia sin prédica, no existe prédica sin memoria, y la teología es la memoria de la Iglesia». La teología existe para la prédica, pero se alimenta también de ella. Así se puede decir que la teología es una ciencia que «tiene a sus propios presupuestos por objeto, es decir, tiene su existencia entre la prédica pasada y la prédica futura». Este existir «entre las prédicas» significa que la teología tiene que servir por una parte para preparar la prédica, pero por otra parte tiene que estar dispuesta a ser juzgada por ella. Este estar al servicio de la Iglesia y concretamente de la prédica Bonhoeffer lo califica como «la humildad propia del teólogo», y respecto de una teología que esté de este modo al servicio de la Iglesia, Bonhoeffer afirma que «jamás podrá errar de modo total».
Pero su carrera teológica estrictamente académica se vio afectada por dos cambios: por una parte por su propio compromiso cristiano, y por otra por la situación política de Alemania. Así es como un año tras asumir Hitler el poder, Bonhoeffer decide dejar su cargo docente en Berlín para iniciar un trabajo pastoral en Inglaterra. La decisión implicaba en cierta medida dejar desamparados a un buen número de sus alumnos en Berlín, que perderían el apoyo de un profesor contrario al régimen. Es en respuesta a las necesidades de estos alumnos que escribe un pequeño tratado con el título «¿Qué debe hacer hoy el estudiante de teología?». Contrariamente a lo que uno podría esperar, el texto comienza con el deseo de que pocas personas estudien teología. «Teología sólo se debe estudiar si honestamente se tiene la convicción de no poder estudiar otra cosa». El argumento de Bonhoeffer es muy simple: es mejor que muchas personas que probablemente habrían estudiado teología lleguen a ser buenos médicos o abogados, a que una sola persona que no debía ser teólogo, llegue a serlo. «Una gran cantidad de candidatos a teólogos es siempre un fenómeno ambivalente». Pero mientras que en cierto sentido desalienta con estas palabras a quienes en el mundo académico han optado por la teología, en otros textos llama a recuperar el prestigio de la misma dentro de la iglesia local: «En tiempos de prueba la comunidad está llamada de modo especial a esta madurez».
¿Pero qué decir sobre los contenidos y la disposición de los que sí llegan a estudiar teología? Bonhoeffer está preocupado tanto por el carácter científico que debe tener la teología como por la espiritualidad de los estudiantes. Pero, una vez más intentando reducir el entusiasmo de quienes no debieran ser teólogos, parte por insistir en el duro carácter científico del trabajo teológico: «La puerta de entrada al estudio teológico no es la experiencia de un llamado, sino la decisión de realizar un trabajo teológico sobrio, serio y responsable». Una vez establecido esto —es decir, una vez espantados los flojos—, Bonhoeffer se vuelca hacia el fundamento en la experiencia de fe, recordando a los estudiantes que si bien pueden integrar en su estudio teológico sus distintas pasiones éticas, filosóficas o sociales, deben saber que el motor de todo su pensar como teólogos debe encontrarse en la pasión de Jesucristo, el Señor crucificado. Y como heredero de tal pasión, «el joven teólogo debe saberse puesto con su teología al servicio de la Iglesia».
Con este énfasis en el teólogo como siervo de la Iglesia Bonhoeffer quiere llamar la atención sobre algunas comunes deficiencias de carácter. En primer lugar, que el teólogo debe huir de todo intento por ser original. En segundo lugar, Bonhoeffer se queja duramente por quienes son incapaces de mencionar que son teólogos sin añadir a continuación alguna broma que permita «alivianar» algo tan serio. En tercer lugar, aquí Bonhoeffer hace el vínculo con la situación alemana del momento: «A través de su estudio el joven teólogo debe aprender a discernir los espíritus. […] Debe aprender a no llamar blanco a lo negro, sino verdad a la verdad y herejía a la herejía. Ciertamente lo debe hacer de modo cuidadoso, humilde, fundado, en amor, pero de modo decidido y valiente». Con ello no está llamando a vociferar contra la decadencia, sino que precisamente en este contexto insistirá mucho sobre la importancia de la sobriedad: «En tales tiempos para el teólogo será mejor ser demasiado retraído que demasiado ruidoso. Pues la falsa seguridad del discurso ruidoso no tiene nada que ver con la certeza de la penitencia y del evangelio». «En tales tiempos no corresponde ser patético, sino actuar y pensar de modo sobrio. Precisamente aquí no se debe buscar el “desempeñar un papel”, sino que se debe leer y estudiar la Biblia como nunca antes». De lo contrario la teología se convertirá en un ligero plantear tesis sobre Dios: así, utilizando quizá por única vez de modo negativo la palabra «teología», Bonhoeffer escribe que la primera conversación teológica de la historia fue aquella entre la serpiente y Eva, «la primera conversación sobre Dios, la primera conversación religiosa, teológica».
Conviene terminar este apartado tomando en consideración dos observaciones más. La primera es que Bonhoeffer se entiende a sí mismo no sólo como teólogo cristiano o teólogo protestante, sino específicamente como teólogo luterano. Tendremos oportunidad de ver cómo entiende esto, lo cual se refleja, por ejemplo, en la importancia que da a los escritos confesionales de la Iglesia Luterana. La segunda es que también se describe diciendo que «me siento como un teólogo “moderno”». Esto es importante a la hora de evaluar lo que escribe Bonhoeffer. Tiene escaso sentido leerlo y compararlo punto por punto con Agustín, Tomás de Aquino o Calvino. Bonhoeffer está respondiendo a las preguntas que surgen de la propia tradición en la que él ha crecido, en parte del protestantismo liberal, en parte de las reacciones contra el mismo: es a partir de este ambiente que hay que entenderlo para ver qué es lo que ha logrado con su obra. En ese mismo sentido, conviene abstenerse de afirmaciones grandilocuentes que quieren situarlo entre los grandes teólogos de su siglo. Lo suyo es una teología en elaboración, en un proceso de crecimiento, y muchas veces hay que contentarse con constatar que el rumbo de dicho crecimiento era el correcto.
Esto por supuesto no significa que haya que dejar de lado, al evaluarlo, la teología no luterana o la teología no moderna. El mismo Bonhoeffer advierte enérgicamente contra quienes intentan cumplir con la tarea teológica ignorando el pasado, creando una caricatura del mismo o creyendo que las preguntas de hoy son sustancialmente distintas de las del pasado: «¿Cómo podría ser una buena señal el que un teólogo se avergüence de la compañía de los sinceros teólogos que ha habido desde Pablo hasta Agustín, desde Tomás de Aquino hasta Lutero, creyendo no necesitar aquello que ellos consideraban de importancia inconmensurable? ¿Qué podemos ver tras el desprecio por las preguntas que parecían importantes a hombres serios y sabios, sino una mal ocultada ignorancia?». Es el esfuerzo por pensar como cristiano lo que domina todo el pensamiento de Bonhoeffer. Y tal pensar, como deja claro la cita, es pensar dentro de una tradición, tomando con suma seriedad a aquellos autores que son sumamente importantes. Antes de proceder a ver cómo se refleja eso en distintas áreas de su pensamiento, intentaremos aproximarnos a nuestro autor desde otra perspectiva, la de los pocos intentos literarios realizados por él en prisión.
2. Ficción en la prisión de Tegel
¿Se prestan sus textos literarios para estudiar su pensamiento? Bonhoeffer afirma respecto de las novelas que él mismo estaba leyendo que «de esto se aprende más para la Ética que de los manuales». Sería un mínimo acto de justicia el aplicar esta frase también a los intentos literarios de Bonhoeffer: ver que no sólo de su manual de Ética se aprende algo sobre dicha materia, sino también de su exploración literaria. Pero quienes investigan su obra apenas han tomado en serio dicho desafío. Se trata de los textos menos estudiados en la extensa literatura secundaria sobre Bonhoeffer. De hecho, su publicación fue intencionalmente retrasada por varias décadas, por temor a que dieran una impresión «equivocada» de Bonhoeffer: «¿No nos muestra un Bonhoeffer más burgués de lo que realmente era?», preguntaba un historiador de la literatura, ¡desaconsejando que se publicara la novela! Y al finalmente publicar los textos, los editores se apuran en informarnos que estos intentos literarios estaban obsoletos ya en el momento en que Bonhoeffer los escribía: «Estos escritos parecen contradecir la corriente de los tiempos, mostrando un Bonhoeffer al que el mismo Bonhoeffer ya había superado [!], tanto en su teología como en sus acciones». En lugar de comentar tan caprichosas suposiciones, haremos bien en simplemente atender a estos escritos tal como a cualquier otro texto de Bonhoeffer: intentando entenderlos y exponerlos, en lugar de proclamar haber entendido al autor mejor que lo que él se entendió a sí mismo.
En carta desde la cárcel a sus padres, en agosto de 1943, Bonhoeffer les cuenta que acaba de dejar de lado su primer intento literario: «Durante las últimas semanas intenté escribir una obra de teatro. Pero entretanto he descubierto que el material no era de carácter dramático, por lo que ahora intentaré darle forma narrativa. Se trata de la vida de una familia. N...