La mirada del cronista
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La mirada del cronista

El método de Alberto Salcedo Ramos

  1. 92 páginas
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La mirada del cronista

El método de Alberto Salcedo Ramos

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Este trabajo nace de la investigación Crónica latinoamericana actual: lo maravilloso real, análisis del periodismo narrativo de Alberto Salcedo Ramos, con la que el autor obtuvo el título de doctor en Lenguajes y Manifestaciones Artísticas y Literarias y recibió mención Cum Laude, en la Universidad Autónoma de Madrid. Es un análisis de la obra de Alberto Salcedo Ramos, el cronista más importante de Colombia, y se detiene en los procedimientos narrativos, en las recurrencias que habitan su obra, en su método de trabajo, en las temáticas que más aborda en los textos. Uno de los grandes rasgos que distingue a un cronista es su mirada, este libro intenta indagar en la que aplica Salcedo Ramos para la escritura de sus crónicas y perfiles. Además, brinda una aproximación a la personalidad de un autor generoso con el conocimiento. Mediante entrevistas a profundidad se consigue no solo hacer un rastreo en su método de trabajo, sino también en cómo su forma de ser le permite ganarse la confianza de los entrevistados, que le cuentan su vida como si lo conocieran desde hace mucho tiempo. En el periodismo bien hecho, pueden desarrollarse muchos aspectos, pero la capacidad de compartir con las personas es innata y hace parte del éxito en el trabajo de Salcedo Ramos.

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Información

Año
2017
ISBN
9789588992648

CAPÍTULO 1

El cronista

Alberto Salcedo Ramos es un animal contador de historias. Desde que uno se encuentra con él, le está relatando un chiste, una cita de un libro, una anécdota, una frase de su abuelo, de su abuela, de su madre o de su tía, algo que le pasó con alguno de sus personajes. Siempre está sonriente, al punto que el cronista argentino Roberto Herscher lo ha definido como una “fuerza de la naturaleza”, que usa camisas no aptas para daltónicos. Compartir un momento con Salcedo Ramos sacude como los huracanes y recarga como las tormentas eléctricas.
Los primeros libros que “leyó” eran las historias contadas por los viejos que se reunían afuera de la casa para escapar del calor en San Estanislao, un pueblo a una hora de Cartagena, en el que se sienten más de 30 grados centígrados. Las calles son tan polvorientas, que es conocido como Arenal. A las seis de la tarde se iba la luz y la gente sacaba las mecedoras para lograr el viento fresco. Las historias que se contaban eran sobre todo de duendes, espantos, de fantasmas y de la muerte. En el Caribe colombiano el folclore es una manera para disimular la tristeza. La música, el humor y las historias son formas para burlar a la muerte. Mientras se esté vivo se puede gozar y a eso se dedican:
El Caribe colombiano se caracteriza por su culto a la oralidad. En una parada de buses tú nunca vas a ver a dos tipos que por ser desconocidos se queden callados, como sucede en otras regiones. Nada de eso: los dos tipos conversan como si se conocieran desde hace siglos. En el Caribe no hay silencio que dure cien años ni habitante que lo resista. Casi todos hablamos hasta por los codos, y a gritos, pues allá el que habla en susurros es sospechoso.
¿De qué hablamos? De muchas cosas, pero, sobre todo, contamos historias.
Es posible que semejante entorno haya determinado en parte el tono de oralidad que tiene mi prosa. Pero yo creo que eso también ha sido producto de una decisión consciente, derivada de mi formación como lector. Mis narradores favoritos son aquellos que parecen orales. Ojo, digo que lo parecen, no que lo sean. Más bien son autores que trabajan bastante para que no se les note lo mucho que trabajan.
Yo me esmero para que mi escritura se sienta natural, sin artificios, sin altisonancias, sin ruidos. Creo que esto se logra cuando las palabras están bien puestas. Supongo que si están bien puestas y fluyen de manera natural, suenan, y suenan bien (Salcedo Ramos, 2013, entrevista).
En esa época jugaba fútbol descalzo, se montaba a los árboles y bajaba frutos de los almendros y los tamarindos, pero nunca aprendió a nadar porque a su abuelo le daba pánico que se ahogara. Aunque suene paradójico, es un caribe, en toda la extensión de la palabra, pero no sabe nadar. También era travieso, les pegaba chicles a sus amigos en la cabeza y era tan tímido que mojó la cama hasta que tenía 14 años. También ha sido un curioso permanente, siempre quiere saber más. Por la tardes se iba hasta el parque para ver a los enamorados besarse, para él era una manera de maravillarse con la realidad. De su timidez infantil queda muy poco.
Le gustaba escuchar la radio; en ella encontraba relatadas las hazañas de hombres como Antonio Cervantes Kid Pambelé, quien fue su ídolo. No creía en Superman, para él había un héroe de carne y hueso que con sus golpes hacía sonreír a su abuelo, ponía a festejar a los vecinos. La radio lo obligaba a construir en su cabeza las imágenes que le contaban, confiar en el relator era un acto de fe.
Es un admirador de Gabriel García Márquez y sobre todo de su prosa “encoñadora”; con el genio de Aracataca comparte, aparte del amor por el periodismo y la literatura, la marcada influencia de su abuelo. Cuando sus padres se separaron, Salcedo Ramos tenía cuatro años, se fue a pasar unas vacaciones donde su abuelo que duraron 13 años. En la casa no había muchos libros, el viejo era un ganadero que no estaba muy preocupado por las letras. En el pueblo no había ninguna biblioteca y en su casa solo había un libro de historia sagrada:
Recuerdo que era un libro viejito, ajado, que contenía unos dibujos preciosos. Me gustaba porque convertía los relatos bíblicos en narraciones breves. A mí me impactaba la de José, el hijo de Jacob y Raquel, quien tenía el don de interpretar los sueños y fue vendido por sus hermanos envidiosos (Salcedo Ramos, 2013, entrevista).
Aparte de ese libro, en su formación jugaron un papel muy importante las telenovelas de los años setenta. Las historias mexicanas y venezolanas que hacían llorar a las señoras y soñar a las señoritas con encontrar a un príncipe azul de bigote frondoso:
En el pueblo remoto donde crecí ni siquiera sabíamos que existía Orson Welles. Chaplin jamás se asomó por Arenal, pero en cambio las telenovelas siempre nos llegaban a través de los dos canales de televisión que había entonces. Fueron el primer referente que tuve, el primer contacto con las historias. García Márquez dice que uno llega a la buena literatura a través de la mala, y es verdad: ¿de dónde diablos íbamos a sacar nosotros en Arenal, el pueblo pobre y sin bibliotecas de mi infancia, un libro de Sartre o de Tolstoi? En cambio las telenovelas nunca dejaron de llegarnos. Eran malísimas, insisto, pero me despertaron la pasión por las historias (Salcedo Ramos, 2013, entrevista).
En la escritura comenzó tratando de imitar las historias que veía en las telenovelas y después ponía a actuar a sus amigos de infancia. En esa época también se le ocurrió una travesura que hoy, en perspectiva, le hace entender el poder de las historias. El Caracol era el hombre más feo que había visto, sin dientes, con un cabello ensortijado y sucio, era un ordeñador que iba todos los días para dejar el queso y se devolvía para la finca. En la casa del abuelo de Alberto vivía una mujer de 30 años, que hacía el aseo, era madre de cinco hijos, se consideraba solterona y había sido abandonada por su última pareja. Salcedo le dejaba en la cocina una carta firmada por el Caracol. Las cartas fueron surtiendo efecto y aún hoy están juntos.
Más adelante, trató de salvar relaciones convertidas en naufragios, primero escribió una carta que le permitió a un amigo reconquistar a su novia. Corrió el rumor de que hacía milagros y empezó a escribir muchas por encargo. Con el dinero que ganaba iba al cine.
En su época escolar también caminaba largas distancias para ahorrarse el pasaje del bus. Ahora sus historias tienen la marca indeleble de la suela de los zapatos, camina mucho para encontrar la información. Las suelas gastadas son para él una metáfora de la buena reportería, de la investigación bien hecha.
Le gustan las historias de perdedores porque piensa que muestran los conflictos esenciales del ser humano. Por eso ha relatado la de boxeadores caídos en desgracia, de personajes anónimos sin nada espectacular en su vida. Es un cazador de historias sencillas que, sin embargo, revelan profundos rasgos de humanidad, que le permiten al lector identificarse con un relato, que nunca estaría en la portada de un periódico.
El primer trabajo remunerado que tuvo en el periodismo fue en la emisora Todelar, donde hizo el reemplazo de unas vacaciones. Después se empleó en el periódico El Universal, de Cartagena. Allí escribían en unas máquinas Remington que eran pesadas como un escritorio, pesada también era la escritura porque había que hundir con fuerza las teclas que, al final, hacían un ruido como el de la lluvia en un techo de zinc. Todavía en su cabeza está el golpeteo que era como una música que acompañaba su escritura. Es un hombre muy musical que ha escrito sobre músicos, que ha compuesto valle-natos, que tiene un programa radial dedicado a la música y que la escucha con fruición cada que puede. También tienen música y musicalidad sus textos.
De su época en El Universal, recuerda la vez en la que entrevistó a la reina de belleza Karen Whigtman. Como era el medio día se sentaron a almorzar, a ella le dieron un insípido plato de verduras, mientras él se comió un sancocho grande, con grasa. En ese momento la vio “presa de su belleza”.
Es un enamorado de la crónica incluso desde antes de que la palabra tuviera cierto glamour. A mediados de los noventa, como no había revistas que lo publicaran, decidió escribir las historias que le interesaban en un libro, que no quiso ninguna gran editorial, así nació De un hombre obligado a levantarse con el pie derecho y otras crónicas. En ese momento fue perseverante porque creía en su trabajo y también porque sentía la necesidad manifiesta de contar las historias que le alimentaban la curiosidad. Muchas veces le cerraron la puerta, pero él entró por la ventana.
Antes había publicado Diez juglares en su patio, un libro de historias de músicos vallenatos que escribió junto a Jorge García Usta, quien representó una influencia notable en su vida, ya que le ofreció su amistad y le presentó algunos periodistas norteamericanos que han marcado su estilo. García Usta murió a los 45 años y su ausencia aún le “pesa en el corazón” a Salcedo Ramos.
También había publicado Los golpes de la esperanza, un libro con la historia de unos niños boxeadores en Cartagena con el que ganó el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar; en total ha ganado 14 premios de periodismo, entre nacionales e internacionales.
Es un obsesivo con el trabajo, un observador a vida completa, le gusta tomarse el tiempo para tratar de capturar detalles esenciales. Comparte con sus personajes lo que sea necesario. Está pendiente de los gestos, del lenguaje corporal. El cuerpo es un conjunto de signos que transmiten incongruencias:
En mi labor de reportero uso grabadora digital, libreta de apuntes y hasta cámara fotográfica. Algunos descalifican el uso de la grabadora, lo cual se me antoja tan tonto como injusto. ¿Por qué achacarle a la grabadora la culpa del mal periodismo? (Salcedo Ramos, 2013, entrevista).
La libreta y la grabadora son un primer soporte de sus historias. Transcribe completamente las entrevistas, incluso las reiteraciones de los personajes. También graba reflexiones acerca del trabajo del día. En la libreta anota detalles adicionales, pero no la usa cuando está hablando con los personajes porque piensa que no es respetuoso y que se pueden perder gestos, miradas. Últimamente también se ayuda con el uso de una cámara fotográfica:
Es maravilloso, de repente me siento frente a la computadora y puedo dar click en las fotos, mientras escribo, y sentir que estoy otra vez en el lugar de la historia. Esa es una gran ventaja a la hora de recrear las atmósferas (Salcedo Ramos, 2013, entrevista).
Tener las fotografías le permite detenerse en la expresión de los personajes, describirlos mejor y también recrear el lugar en el que se mueven, es un auxilio para la memoria. Después hace una especie de mapa de ruta, que le permite estructurar la historia, se toma mucho tiempo en la fase de pre escritura; pero este proceso le permite después escribir más fluido:
He aprendido a hablar de la historia conmigo mismo, mientras releo los apuntes. Entonces establezco las coordenadas, trazo el croquis de los posibles capítulos, avizoro la entrada y el remate. Bioy Casares recomendaba que uno se cuente la historia tantas veces como sea posible (Salcedo Ramos, 2013, entrevista).
Su estudio está ubicado en una de las primeras habitaciones de la casa en la que vive; ahí están todos sus libros y algunos objetos que conserva de sus viajes. Le gusta escribir en ese lugar, no en otro, porque es una de las costumbres de su disciplina. Mientras escribe toma mucho café negro y, cuando está saturado, le gusta salir a caminar. Eso sí, cuando se enfrenta a proyectos de largo aliento, empieza cada jornada sin saber cuándo volverá a ver el sol; es una de las renuncias más d...

Índice

  1. Cubierta
  2. Portada
  3. Créditos
  4. Dedicatoria
  5. Índice
  6. CAPÍTULO 1 El cronista
  7. CAPÍTULO 2 La anécdota, una crónica dentro de la crónica
  8. CAPÍTULO 3 El humor, componente esencial de la prosa Caribe
  9. CAPÍTULO 4 Al principio estaba la palabra, el origen de las historias
  10. CAPÍTULO 5 La crónica, un género de contrastes
  11. CAPÍTULO 6 La crónica, testimonio de su tiempo
  12. CAPÍTULO 7 Describir, dibujar con palabras
  13. CAPÍTULO 8 Las escenas, convertir el relato en una película
  14. CAPÍTULO 9 Los espejos, la autenticidad del ser
  15. CAPÍTULO 10 Las fotografías, una búsqueda de la juventud eterna
  16. CAPÍTULO 11 El método del cronista
  17. Bibliografía