Sociedad del Conocimiento, Tecnología y Educación
  1. 320 páginas
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La irrupción meteórica de las Tecnologías de la Información y de la Comunicación y en especial de Internet, su más notorio vástago, han transformado en apenas treinta años las sociedades contemporáneas con una radicalidad, efectiva y potencial, que no tiene precedentes en la historia de las relaciones entre las innovaciones tecnológicas y la evolución social. Todos los ámbitos han sido profundamente afectados: la economía productiva y financiera, la política (a un ritmo más lento, pero con unas posibilidades de innovación inmensas), así como el tema que ocupa este libro, la cultura, en sus tres facetas, la producción, el consumo y la distribución, dentro de las cuales la educación ha jugado un papel fundamental. Es probable que la educación siga jugándolo en el futuro pero tras un inevitable proceso de autoreflexión y, también, en gran medida, de reinvención. Los textos que componen este libro, unos escritos ad hoc y otros recopilados de entre la innumerable producción teórica sobre la materia, pretenden ofrecer al lector una visión de conjunto de la revolución que suponen las TIC. Revolución no tanto en el sentido histórico habitual de sustitución de unos poderes socieconómicos o políticos por otros (aunque algo hay, y podrá haber, también de esto), como en el literal de 'revolver' todo lo establecido. Revolución centrada en la producción y enseñanza de la cultura y en cómo se ven afectadas las relaciones sociales que son, conjuntamente, su causa y efecto. Se ofrece una visión general de los cambios técnicos y socioculturales que dan lugar a una nueva sociedad, la denominada Sociedad del Conocimiento, y una descripción sin pretensión de exhaustividad, de la muy variada y novedosa temática técnica y relacional que incorpora.

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Información

Año
2014
ISBN
9788471127358
Edición
1
Categoría
Pedagogía
CAPÍTULO III
Ciberespacio, producción común de cultura y redes
Por Ana SACRISTÁN
Espacio y ciberespacio
La noción de espacio en las culturas actuales remite a una realidad física constituida por objetos materiales que están separados. En conjunción con el tiempo, esa separación hace posible el movimiento en nuestro planeta. Siguiendo a Kant, el espacio implica para los humanos una condición de posibilidad de existencia de objetos externos, desde guijarros a cordilleras, desde protozoos a grandes primates. No podemos pensar en ningún objeto material sin enmarcarlo en un espacio. El espacio físico es sometido a consideraciones intelectuales posteriores que ya están inmersas en las culturas humanas; el espacio se territorializa y se divide en áreas geográficas (continentes, valles), culturales (comunidades, naciones), o políticas (Estados), atendiendo a diversos criterios de ordenación de la experiencia sociocultural.
Hasta hace apenas un siglo, el saber científico-técnico occidental —además del ‘sentido común’ imperante entonces— se fundaba en esa noción del espacio: para partir una rama con un hacha hay que pensar que el hacha y la rama son cosas distintas porque están separadas y, a la vez, que comparten un espacio; se ubican en un espacio común a ambas. De no ser así, difícilmente podría podarse el árbol. A principios del siglo XX la física relativista, que Abert Einstein fue el primero en enunciar, puso en cuestión la concepción del espacio que hasta entonces había sido evidente, desmontando matemáticamente esas evidencias. A pesar de la importancia capital que tuvieron las teorías relativistas en el desarrollo de la Física, dada su enorme complejidad para los no expertos, la mentalidad dominante del ser humano occidental no cambió demasiado; continuó fundada sobre la noción newtoniana-kantiana de las tres dimensiones del espacio físico: ‘largo’, ‘ancho’ y ‘alto’. La dimensión ‘tiempo’ introducida por Einstein, constituye la cuarta.
La concepción de tiempo se halla estrechamente asociada a la de espacio. La intuición humana (que Kant considera intemporal y universal y nosotros, modestamente, sin afirmarlo o negarlo, sólo lo certificamos en relación con la cultura occidental), esa intuición, vivencia el espacio como lo que hay y el tiempo como lo que cambia. El tiempo es duración y tiene, como movimiento continuo que es, una trayectoria de un único sentido: el que va de lo antiguo a lo nuevo. Sin necesidad de comprender los intrincados vericuetos teóricos de la física relativista, sí ha trascendido de ella al saber cotidiano, a la mentalidad moderna, el vínculo entre el espacio y el tiempo que funde a ambos en una entidad única tetradimensional espacio-tiempo.
La eclosión de las TIC introduce un nuevo tipo de cosas y de relaciones entre cosas que ha originado un nuevo tipo de espacio: el Ciberespacio. La inspiración del nombre vino de la primera novela negra de ciencia ficción publicada por el escritor norteamericano William GIBSON en 1984: ‘Neuromante’.
Neuromante versa sobre un futuro de tecnologías ominipresentes que transforman los cuerpos de los seres humanos mediante materiales genéticos, empalmes de nervios, injertos de circuitos, microsensores en los ojos, toxinas sujetas a las paredes de las arterias, extractos glandulares sintéticos, detonadores hormonales, etc., comprados a precio de oro los de calidad excelente y/o adquiridos en un mercado negro que surte además de materiales desechados, defectuosos o proscritos, y conexiones de esos órganos modificados a máquinas de modo que las personas se convierten en seres mitad humanos, mitad digitales. Devienen ‘ciborgs’.
El ciberespacio es el ámbito de relaciones sociales construídas por las redes de datos digitalizados y los dispositivos interconectados que reciben, crean y envían informaciones a través de esas redes. El mundo Internet ocupa un ciberespacio pero, contra lo que suele escucharse, ciberespacio e Internet no son términos sinónimos. El ciberespacio es un tipo de espacio y el mundo Internet reside ahí; lo que no quiere decir que tenga el monopolio: una red hipotética de comunicación totalmente privada y aislada de Internet, con sus propias líneas, routers, ordenadores y usuarios, también podría producir un ciberespacio propio (y un ‘mundo’ o micromundo particular).
“Lo ciborg indica hibridación. Hibridación ya no sólo con otros seres humanos, sino también con máquinas. El ciberespacio existe en tanto que espacio creado a través de máquinas (…) Ciberespacio es donde está hoy nuestro dinero y donde se producen todos los movimientos financieros y bursátiles del mundo. Es en el ciberespacio donde se encuentran diariamente los millares de archivos musicales (…) que están haciendo tambalearse la industria discográfica mundial, etc.
Así pues, en tanto que ciber, este espacio (social) (…) se caracteriza por existir en una dimensión que no tiene existencia material, física. El ciberespacio no es la suma de ordenadores, líneas telefónicas, satélites, teléfonos móviles y el largo etcétera de máquinas que se le quiera sumar. Porque no es sumable físicamente. La idea del ciberespacio nos remite a eso que ocurre en su interior. O a aquello que ocurre por medio de todas esas máquinas y dispositivos. No obstante, todo esto ocurre en tanto que producido socialmente, por seres humanos. Así que el ciberespacio no está habitado por las máquinas, sino posibilitado por éstas”1.
Es muy frecuente leer u oir que el ciberespacio es un espacio no material; más aún, que es un espacio virtual, oponiendo ‘virtual’ a ‘real’. Nos encontramos aquí con una temática —la oposición entre realidad virtual y realidad a secas— debatida hasta la extenuación (¿son distintas o se funden en la subjetividad humana…?), que ha llenado millones de páginas y que demasiadas veces se ha utilizado para (pseudo) explicar hechos complejos. La dicotomía real/virtual se menciona una y otra vez en la literatura teórica, divulgativa y publicitaria dedicada al mundo de las TIC y de las redes. En gran parte de los casos, empleada de un modo ambiguo y equívoco, cuando no completamente erróneo; sirve tanto para un roto como para un descosido. Entre los errores habituales está el utilizar como sinónimos los términos ‘virtual’ y ‘digital’. Lo digital tiene una parte de virtualidad, pero también es real, como veremos al tratar las redes sociales en próximas páginas.
Ahora basta con señalar que el ciberespacio no es un espacio físico, pero tampoco virtual, sino simbólico o, mejor, metafórico, en el sentido de que funciona como un espacio real, sin serlo. Para entenderlo, recordemos el concepto de ‘mundo Internet’. El mundo Internet2 tampoco es un mundo en el sentido de la primera acepción del DRAE: ‘conjunto de todo lo existente’; está claro que no es todo lo existente, hay más cosas. El mundo Internet incluye a Internet, con sus TIC, sus aplicaciones y sus servicios, así como el nuevo entorno cultural y comunicativo de las sociedades contemporáneas conectadas, diferenciado del mundo previo, el de la cultura analógica. Avanzando en la entrada del diccionario, encontramos otras acepciones para mundo: ‘parte de la sociedad humana…’, ‘ámbito o parte determinada de la naturaleza...’.
El hecho de que cosas tan distintas compartan el mismo nombre se debe a que hay una analogía entre ellas: ‘el mundo de la cultura’, aunque no es ‘el mundo’ puede y suele concebirse como un mundo. Exactamente lo mismo sucede con el ciberespacio. No es, stricto sensu, un espacio porque no tiene dimensiones mensurables en metros y, sin embargo se habla de él como si lo fuera. A nadie le extraña hoy una conversación del tipo: “¿estás en Internet?”, “no, pero ahora me conecto… ya estoy entrando”. ‘Estoy entrando’; hablamos de Internet igual que si se tratara de un campo de fútbol, que, indudablemente, es un espacio. De igual modo, sólo se puede salir de algún sitio. Veamos, por ejemplo, expresiones que entiende cualquiera como: “ha salido del mundo de la droga”; o, “¿estás en Internet?”, “no, ya he salido”. Pensar en un mundo conlleva pensar en un espacio para ese mundo, y si el mundo en que se piensa es simbólico, metafórico, su espacio también lo es. Si la red llamada ‘Internet’ tiene un espacio físico específico constituido, ocupado por una multitud de cables, ondas, electrones y dispositivos electrónicos, el mundo Internet también tiene un espacio que le es propio, no directamente físico, sino social donde se relacionan, informan y comunican los seres humanos: el ciberespacio. Si hay un ‘mundo Internet’ hay un ‘espacio Internet’: el ciberespacio. Es el espacio propio del mundo Internet.
¿Cuáles son las características peculiares de ese espacio del mundo Internet que es el ciberespacio?
Quizá el rasgo más característico del ciberespacio es el predominio de su dimensión temporal frente a las específicamente espaciales, geográficas. O mejor, la constitución de una multidimensionalidad espacio-temporal. No es sólo que las personas conectadas puedan prescindir del espacio geográfico, antropológico y social que les circunda en comparación con lo que ocurría en las sociedades pre-digitales. También, la vertiginosa y cada vez mayor velocidad de transferencia de los mensajes hace posible el establecimiento de sistemas interactivos en ‘tiempo real’3 que prácticamente anula las distancias al reducir infinitesimalmente los tiempos. Esta cuasi-simultaneidad, combinada con la conectividad universal (la posibilidad de acceso a todos los nodos de la Red que proporcionan información desde todos los nodos que la demandan), ‘desterritorializa’ el ciberespacio. Puede decirse que en él los navegantes están en todos los sitios, puesto que el acceso a cualquier punto de la red es casi inmediato. Además el ciberespacio es apátrida, no hay naciones ni Estados en su seno. Las únicas restricciones, las únicas fronteras, las ponen los usuarios con el objeto de proteger sus equipos, sus servicios o sus pautas de confidencialidad4: cortafuegos para evitar visitas indeseadas (y presumiblemente dañinas), o exigencia de identificación mediante contraseñas para controlar y autorizar a los usuarios que acceden. Cada usuario de Internet se convierte de este modo en un internauta que, montado en sus mensajes —en sus páginas, en sus e-mails— navega libremente por el ciberespacio donde podrá encontrarse con todos los demás.
Es innegable que el mundo Internet con sus desplazamientos ciberespaciales constituye un factor de globalización cultural hecho que tiene un carácter ambivalente, como suele suceder con todas las innovaciones: por un lado facilita el intercambio de distintas concepciones del mundo, algo siempre enriquecedor, mientras por el otro puede propiciar una homogenización de las diversas culturas basada en el predominio mediátic...

Índice

  1. Portada
  2. Portadilla
  3. Créditos
  4. Nota de la editorial
  5. Sobre los autores
  6. Contenido
  7. Presentación
  8. Agradecimientos
  9. CAPÍTULO PRIMERO. Sociedad del Conocimiento. Por Ana SACRISTÁN
  10. CAPÍTULO II. Alfabetismos antiguos y nuevos. Por Ana SACRISTÁN
  11. CAPÍTULO III. Ciberespacio, producción común de cultura y redes. Por Ana SACRISTÁN
  12. CAPÍTULO IV. Identidades digitales: Límites poco claros. Por Dolors REIG HERNÁNDEZ y Gabriela FRETES TORRUELLA
  13. CAPÍTULO V. ¿Qué dice la Red de ti? Redes sociales e identidad digital. Por Genís ROCA
  14. CAPÍTULO VI. Remix: La nueva escritura popular. Por Michele KNOBEL y Colin LANKSHEAR
  15. CAPÍTULO VII. Aprender a leer en la Red: Recursos para leer. Por Daniel CASSANY
  16. CAPÍTULO VIII. Aprender a escribir en la Red: Recursos para escribir. Por Daniel CASSANY
  17. CAPÍTULO IX. Sociedad conectada en la blogosfera. Por Sonia Mª SANTOVEÑA CASAL
  18. CAPÍTULO X. TIC e innovación en la educación escolar española. Estado y perspectivas. Por Carles SIGALES, Josep M. MOMINÖ y Julio MENESES
  19. Otras obras de Ediciones Morata
  20. Autora
  21. Contraportada