El arte de cuidar. Atender, dialogar y responder
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El arte de cuidar. Atender, dialogar y responder

  1. 256 páginas
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El arte de cuidar. Atender, dialogar y responder

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Información del libro

El cuidado se ha convertido en una de las categorías centrales de la ética contemporánea. El libro analiza la génesis y evolución de la ética del cuidado, como una ética de la responsabilidad en el horizonte filosófico abierto por las investigaciones de Paul Ricoeur y Pedro Laín Entralgo. Este horizonte evita el sentimentalismo, promueve una cultura de la responsabilidad y potencia el diálogo como principio y fundamento de la bioética.

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Información

Año
2013
ISBN
9788432142628
Categoría
Literatura
PARTE III
APLICARSE EN EL CUIDADO
VI. INTERDISCIPLINARIEDAD Y MEDIACIÓN: NUEVAS CLAVES PARA LA INTERVENCIÓN SOCIAL
Introducción
Hace unos años me pidieron que escribiera un libro de Introducción a la Ética que tuviera una parte en la que incluyera aquello que a mí no me enseñaron cuando estudié Filosofía y que hoy sería imprescindible para cualquier estudiante. Sin dudarlo respondí que debía incluir un capítulo sobre la Bioética como Ética Aplicada[1]. Dos décadas después resulta difícil que los estudios de Filosofía no incluyan, al menos como optativa, esta materia. La Bioética nos ofrece un horizonte de investigación filosófica que en la década de los ochenta del pasado siglo parecía impensable. Por ello es razonable que todo estudiante de Ética o Filosofía Moral conozca en profundidad la Bioética.
Así estaban las cosas hace veinte años y a nadie se le ocurría apropiarse de esta materia. Hoy, la Bioética se ha convertido en una materia atractiva e interesante, no solo en los planes de estudios de Filosofía sino en los planes de estudio de Medicina, Biología, Derecho e incluso Humanidades. Los administradores de estas disciplinas tienen a su disposición una socorrida palabra con la que legitiman su competencia para impartir esta materia: interdisciplinaridad. Usan este término para situarla en una zona franca del conocimiento, como si estuviera a disposición de todas las disciplinas, como si desde todas estas áreas de conocimiento se construyera esta materia con la misma competencia o capacidad. La relevancia de la Bioética en la opinión pública, y en lo que podemos llamar espacios públicos de deliberación democrática, ha fortalecido la interpretación de esta inter-disciplinariedad como una meta-disciplinariedad o trans-disciplinariedad.
Con ello se ha producido una paradoja curiosa: a medida que se precisaba una mayor especialización por la naturaleza de los problemas, se ha producido una mayor popularización de la biomedicina o biotecnología. Una paradoja habitual en las sociedades modernas cuando se plantea la relación entre tecnología y sociedad o entre expertos y ciudadanos. Una paradoja importante para la Filosofía Moral porque nos está forzando a tender puentes entre la especialidad o naturaleza específica de las disciplinas que gestionan los expertos y la universalidad de la comprensión que se da en los espacios públicos de comunicación.
Podemos decir que la interdisciplinariedad convierte a la Bioética en un saber forzosamente mediador, como si los especialistas en Bioética estuvieran condenados a tender puentes, traducir y mediar entre lo que Husserl llamaría el mundo de la ciencia y el mundo de la vida.[2] Sin embargo, la aportación de la Filosofía no puede limitarse al constatar el desafío de la interdisciplinariedad, como si estuviera claro qué se esconde detrás de este concepto. ¿Hay una única forma de entender la interdisciplinariedad? ¿Está clara esta función mediadora?
Para responder a estas preguntas quiero plantear una hipótesis sencilla: hay dos conceptos diferentes de interdisciplinariedad y quizá respondan a concepciones filosóficas rivales o enfrentadas. Un concepto débil o procedimental, que la entiende como herramienta para la escucha mutua de las disciplinas, y un concepto fuerte o sustantivo que la entiende como encuentro forzado por una realidad moral más poderosa que las disciplinas convencionales, y que está en el nacimiento y articulación de la Bioética como disciplina.[3] La clarificación de estos usos del término interdisciplinariedad puede ser una buena contribución de la Filosofía a la Bioética.
Bioética, interdisciplinariedad y mediación
Aunque teóricamente sea difícil poner en cuestión esta función mediadora, desde un punto de vista práctico y operativo sí es cuestionada por varias razones. En primer lugar porque todos los ciudadanos parecen estar capacitados por igual para deliberar públicamente sobre los problemas elementales de la biomedicina y la biotecnología que les afectan; en segundo lugar porque la tradición de conocimiento propia y diferenciada llamada «bioética» que se ha constituido como «saber» o «disciplina» es incipiente. Y en tercer lugar porque el especialista en Bioética se ha presentado hasta ahora como un especialista en Moral Pública.
En este sentido, algunos especialistas en Bioética quieren dejar claro que ellos no son «moralistas», que no sustituyen a los tradicionales «moralistas» y que lo suyo es una Bioética que algunos no dudan en calificar como «racional». Además de reforzar este carácter racional, no faltan tampoco quienes refuerzan su carácter de laica; no solo para marcar distancias con las ideologías en general y aproximarse a la pureza o supuesta neutralidad del saber científico-técnico (Bioética racional) sino para dejar clara la distancia con creencias y confesiones religiosas (Bioética laica).
Ante este panorama, el profesor Francesco D’ Agostino, presidente del Comité Nacional de Bioética de Italia, afirmó hace unos años lo siguiente:
«…A causa de la interdisciplinariedad, la bioética concentra tematizaciones sumamente diversas, que a los especialistas resultan difíciles de dominar…La experiencia de estas décadas nos ha enseñado que la interdisciplinariedad crea dificultades sutiles que rozan lo paradójico. Forzosamente orientada a crear procesos acumulativos de conocimientos diversificados, la interdisciplinariedad pone en tela de juicio el hecho de que la elaboración de los juicios bioéticos sea labor única y exclusiva del moralista; es más; la aportación del moralista puede, incluso, llegar a ser superflua en el debate bioético, pues en la bioética la ética siempre es menos presupuesta y más suponible. La paradoja sustancial es que en bioética todos deben hablar de ética, pero nadie dice que deba hacerlo el moralista. Sin embargo, ni siquiera con estas afirmaciones llegamos al meollo de la cuestión. El hecho es que una verdadera interdisciplinariedad, si la tomamos en serio hasta las últimas consecuencias, implica crear una disciplinariedad nueva, es decir, una nueva epistemología.»[4]
No resulta tan fácil hablar de la interdisciplinariedad de la Bioética ya que ella misma se nos presenta como una disciplina nueva. Con el paso del tiempo, los expertos en Bioética pueden crear una nueva especialización científica que necesitará la traducción de sus reflexiones al lenguaje ordinario. En ese caso, la Bioética podría olvidar su potencial deliberativo, su función mediadora y su capacidad comunicativa. Para evitar estos olvidos y perversiones estaría la necesidad de una formación filosófica donde los bioeticistas sean conscientes de la función mediadora que está en el origen y en el sentido de esta disciplina.
Sentido débil y fuerte de la interdisciplinariedad
Una función mediadora que no puede ser entendida en términos instrumentales como parece mostrar el texto de D’ Agostino. Pero la interdisciplinariedad de la Bioética no tiene un carácter instrumental, es decir, no es una simple herramienta pacificadora o conciliadora entre dos culturas o dos mundos. Si así fuera, su mediación se limitaría a simple entre-mediación o arbitraje entre saberes diferentes, como si buscase la conciliación y armonización de saberes no solo diferentes u opuestos sino divergentes y enfrentados.
Planteada en términos instrumentales, al profesional de la Bioética le correspondería buscar la conciliación entre saberes enfrentados, como si los intereses de los expertos en biomedicina o biotecnología estuvieran enfrentados a los intereses de los expertos en derecho o política. En estos casos, y una vez que el bioeticista haya conseguido sentar en la misma mesa a unos y otros, no sorprende que no tenga nada que decir o se limite a gestionar acuerdos y discrepancias. El bioeticista sería un técnico en mediación instrumental o un árbitro entre disciplinas. Sin embargo, cuando hacemos memoria filosófica del potencial mediador de la Bioética, entonces la interdisciplinariedad no tiene un carácter instrumental sino estructural. ¿Qué significa esto? ¿A qué nos referimos con el potencial mediador de la Bioética?
Algo muy sencillo, que la mediación a la que nos referimos puede plantearse de dos formas: como un simple arbitraje de posiciones enfrentadas o como la constatación de una situación nueva[5]. Cuando hay memoria ética y filosófica, la mediación no puede ser pensada en términos de inter-mediación sino en términos de nueva racionalidad o nueva comunicación. Mediar no es solo estar entre-medias o «ponerse en medio» de dos posiciones, sino generar un espacio o posición nueva como desafío para el encuentro entre dos posiciones.
La metáfora del puente ilustra la necesidad de este nuevo espacio que posibilita, facilita y consolida la deliberación comunicativa entre dos orillas o posiciones. Para construir este puente no solo hay que conocer bien los materiales del suelo de las dos orillas (conocimientos que metafóricamente podríamos llamar arqueológicos), sino las metas, los fines y el sentido de quienes viven en uno y otro lado del puente (conocimientos que podríamos llamar teleológicos). En este modo de entender la mediación no solo están presentes los orígenes sino que se hace memoria de los fines, metas o sentido, por eso la memoria filosófica tiene un carácter estructural.
A esto se refería la profesora Feito cuando hace unos años distinguía entre una interdisciplinariedad débil y una interdisciplinariedad fuerte. En la primera, los de una orilla escuchan a los de otra, se intercambian conocimientos y practican una reciprocidad destinada al entendimiento mutuo. Aquí, el bioeticista busca la escucha recíproca para el entendimiento mutuo, una meta siempre necesaria porque al fin y al cabo todas las disciplinas están al servicio del ser humano.
En la segunda, el bioeticista busca algo más que la escucha recíproca o atenta conversación entre disciplinas, busca afrontar nos nuevos desafíos, retos o problemas que plantean nuevas realidades científicas, sociales y políticas[6]. No hay dos mundos o dos realidades, hay una nueva realidad que genera nuevos mundos que exigen nuevas disciplinas. A la Bioética le ha tocado el difícil papel situarse en la vanguardia y abrir brecha. Por ello, a veces aparece como árbitro necesario entre posiciones enfrentadas. También por esta razón su estatuto epistemológico resulta difícil de perfilar y corre el peligro de convertirse en simple herramienta para que otros se escuchen y comuniquen. Hoy nadie pone en cuestión este papel de la Bioética, es decir, hoy nadie duda de la Bioética como disciplina necesaria para que las disciplinas se escuchen entre sí.
El sentido fuerte de la interdisciplinariedad nos recuerda que la escucha mutua es necesaria pero no suficiente. El bioeticista debe facilitar la comunicación entre disciplinas, un papel que no solo es necesario sino imprescindible. Ahora bien, el bioeticista debe liderar los nuevos espacios de comunicación porque no basta que las disciplinas se escuchen mutuamente, hay que estimularlas, incentivarlas y capacitarlas para afrontar los nuevos desafíos que no entienden de viejas disciplinas.
La tentación del nuevo moralismo
Cuando se toma conciencia de esta novedad y se minusvalora el quehacer de las diferentes disciplinas entonces el bioeticista corre el peligro de sustituir al moralista y condena su nueva disciplina al moralismo. El moralismo es una tentación habitual en la Bioética cuando plantea su función mediadora en términos de superioridad, como si toda integración de los conocimientos tuviera que realizarse bajo su cobijo y amparo. Es más, como si fuera el único saber con capacidad para integrar ámbitos diferentes del conocimiento.
A diferencia del viejo moralismo donde la Filosofía moral estaba al servicio de la Teología Moral y donde se confundían los papeles de teólogo y moralista, el nuevo moralismo no solo rompe la alianza con la Teología sino cualquier otra ciencia con voluntad de integración. El nuevo ...

Índice

  1. PORTADA
  2. PORTADA INTERIOR
  3. CRÉDITOS
  4. ÍNDICE
  5. Introducción
  6. PARTE I. ANTROPOLOGÍA DEL CUIDAR
  7. PARTE II. FUENTES DEL CUIDADO EN LA ÉTICA APLICADA
  8. PARTE III
  9. Origen de los textos