La acción en plural
eBook - ePub

La acción en plural

Una introducción a la sociología pragmática

  1. 320 páginas
  2. Spanish
  3. ePUB (apto para móviles)
  4. Disponible en iOS y Android
eBook - ePub

La acción en plural

Una introducción a la sociología pragmática

Detalles del libro
Vista previa del libro
Índice
Citas

Información del libro

En este libro, Laurent Thévenot, uno de los sociólogos más reconocidos de la actualidad, retoma el interrogante central de las ciencias sociales: por qué estamos juntos en una sociedad, por qué colaboramos, por qué nos involucramos en acciones comunes. Para responderlo, propone un recorrido novedoso y apasionante, a la vez que una revisión radical de las categorías explicativas que son tradicionales en la disciplina, como colectivo/individuo, público/privado, macro/micro, global/local.Con un estilo accesible, que despliega la mirada analítica del investigador pero al mismo tiempo elige asumir la perspectiva de los sujetos que, en contextos y actividades cambiantes, se relacionan con el mundo probando las herramientas y los recursos a su alcance, Thévenot propone tres modelos de acción, tres modos en que las personas pueden vincularse con su entorno, consigo mismas y con otros e integrarse a una comunidad. Estos órdenes abarcan desde los comportamientos en un espacio público, que deben acomodarse a convenciones férreas y a ideas y valores ligados al bien común (como los que rigen, por ejemplo, la comunicación y el debate político), pasando por aquellos ámbitos menos reglados pero que exigen de parte de los sujetos planificación y actitud reflexiva (como el mundo de las empresas y las organizaciones), hasta los lazos emotivos característicos de las relaciones que se sostienen en espacios de cercanía o familiaridad, en que están involucrados el cuerpo de la persona, su intimidad y sus objetos. La identidad personal se construye en el constante tránsito de un orden a otro, en los esfuerzos por adecuarse a ellos o por ensayar vías más creativas de acción y en las formas de justificar las prácticas.Primera traducción al español de una obra del autor, La acción en plural permite acceder a una síntesis impecable de los principales conceptos y propuestas de la sociología pragmática, una de las corrientes más fecundas del pensamiento actual.

Preguntas frecuentes

Simplemente, dirígete a la sección ajustes de la cuenta y haz clic en «Cancelar suscripción». Así de sencillo. Después de cancelar tu suscripción, esta permanecerá activa el tiempo restante que hayas pagado. Obtén más información aquí.
Por el momento, todos nuestros libros ePub adaptables a dispositivos móviles se pueden descargar a través de la aplicación. La mayor parte de nuestros PDF también se puede descargar y ya estamos trabajando para que el resto también sea descargable. Obtén más información aquí.
Ambos planes te permiten acceder por completo a la biblioteca y a todas las funciones de Perlego. Las únicas diferencias son el precio y el período de suscripción: con el plan anual ahorrarás en torno a un 30 % en comparación con 12 meses de un plan mensual.
Somos un servicio de suscripción de libros de texto en línea que te permite acceder a toda una biblioteca en línea por menos de lo que cuesta un libro al mes. Con más de un millón de libros sobre más de 1000 categorías, ¡tenemos todo lo que necesitas! Obtén más información aquí.
Busca el símbolo de lectura en voz alta en tu próximo libro para ver si puedes escucharlo. La herramienta de lectura en voz alta lee el texto en voz alta por ti, resaltando el texto a medida que se lee. Puedes pausarla, acelerarla y ralentizarla. Obtén más información aquí.
Sí, puedes acceder a La acción en plural de Laurent Thévenot, Horacio Pons en formato PDF o ePUB, así como a otros libros populares de Ciencias sociales y Sociología. Tenemos más de un millón de libros disponibles en nuestro catálogo para que explores.

Información

Año
2019
ISBN
9789876296588
Categoría
Sociología
1. Figuraciones
El actor trasladado entre sus involucramientos plurales
Esta obra se ocupa de desplazamientos. Según nos dicen, el hombre nuevo debe ser un nómada y circular sin ataduras de un lugar a otro. No en los paréntesis utópicos de unas vacaciones, sino en el transcurso de una vida de flexibilidad. Una individualidad humana conquistada a fuerza de voluntad, por la liberación moderna de dependencias ancestrales, se emanciparía aún más en la etapa posterior (de movilidad radical) y lograría así desvincularse de cualquier lugar. Lo que nos importa aquí no es la intensa circulación caminera, ferroviaria o aérea, sino desplazamientos de otro tipo, efectuados sin descanso a través de los diversos modos de involucramiento en el mundo.
El recorrido que seguimos nos lleva a atravesar diversos paisajes para retornar a las nociones primeras sobre las cuales descansan las ciencias sociales. En procura de considerar los modos en que el ser humano se involucra en el mundo, debemos regresar a las categorías utilizadas para detectar la acción, los motores de las conductas y sus coordinaciones, pero también las maneras en que está implicado el entorno (humano o no) de las personas y de las formas de apreciación de que es objeto. Impulsa nuestra investigación la inquietud por comprender cuestiones de la vida en sociedad que para los recursos existentes resulta difícil tratar. Los requisitos de esa vida en sociedad no se dejan percibir adecuadamente en términos de identidad individual o colectiva, ni siquiera de identidades múltiples. No se refieren sólo a las representaciones del ser humano y su identidad, sino que conciernen a sus capacidades de actuar, sus maneras de experimentar el mundo en relación con sus intervenciones. El involucramiento de los seres humanos en el mundo es cambiante y convulsionado. Su movimiento afecta profundamente la percepción de ese mundo, pero también la de las personas involucradas.
Para dar una primera ojeada a los regímenes de involucramiento, sus dinámicas y su variedad en nuestro mundo contemporáneo, este primer capítulo se inicia con una intriga. Su recorte deja ver la travesía (a gran velocidad) de una pluralidad de registros de existencia y expone algunos de los problemas que semejante movimiento suscita. El desplazamiento entre regímenes puede efectuarse sin que uno se aparte de su sitio, pero lo favorece la movilidad entre lugares. Por eso nuestro guion se desarrolla en un medio de transporte.
Qué se puede hacer con los lugares
Visto que nuestra intención es exhibir una variedad de involucramientos del ser humano en su entorno y mostrar cómo configuran nuestra vida en sociedad, el transporte escogido es colectivo y anónimo, tomado, sin embargo, durante el tiempo suficiente para poder instalarse en él. Nada de subterráneos ni trenes o autobuses urbanos, sino un tren de larga distancia. Esta situación de transporte, de las más triviales, nos interesa porque en ella salimos de una “casa propia” duradera para acondicionar durante un tiempo un hogar improvisado. Genera, además, una gran distancia entre modos diferentes de involucramiento, entre la utilización de un habitáculo funcional preparado para un usuario anónimo y el acondicionamiento de un espacio personalizado ajustado a nuestro gusto.
Los esfuerzos del pasajero por pasar de una relación a otra tornan muy visible esa distancia. En una palabra: el acondicionamiento anónimo del lugar debe dar margen para una apropiación personal. Aquello que se conseguiría a la larga en el espacio muy usual de un hábitat (con el cual se tiene asiduidad desde mucho tiempo atrás) debe lograrse muy pronto aquí, a contrapelo del anonimato del lugar y en un breve lapso: estamos lejos del automóvil familiar modificado en las sucesivas y reiteradas ocupaciones domésticas, verdadero reservorio de trayectos anteriores que ocasionaron acomodamientos apropiados y apropiativos. Después del paso de viajeros (que no estaban sólo de paso porque permanecieron cierto tiempo en el lugar) quedan muy visibles los vestigios (y a veces las cicatrices) de esa apropiación. Al recorrer las filas de sitios abandonados se descubren numerosas huellas de la personalidad de los pasajeros desaparecidos y el espacio queda cubierto por los restos que dejaron sus ocupantes. Llegará el momento en que irrumpan equipos de limpieza encargados de poner en condiciones el lugar, es decir, en el funcional anonimato de la situación de partida que deben recuperar conforme a un ciclo de reversibilidad perfecta, a fin de que reciba a nuevos ocupantes y sufra nuevas apropiaciones.
Uno de los defectos que procuramos evitar en el presente libro es vincular a lugares distintos los modos de involucramiento que buscamos diferenciar. Así, a menudo se concibe una relación de dos términos entre lo público y lo privado, según una topografía que genera una separación entre los sitios abiertos a la posible visión y los que quedarían sustraídos a la mirada de un público. La división espacial de los modos de involucramiento nos interesa, pero sólo es posible abordarla si antes se ha tenido la precaución de concebir esos modos desde un punto de vista que no sea el de los espacios. Por eso hemos seguido un procedimiento que presta más atención a las actividades que a las fronteras que separan los lugares. Y por eso también hemos optado por entrar en el tema de un modo que se despliega no en un hábitat sedentario, sino en la residencia pasajera ofrecida por un medio de transporte.
Cuando uno se siente como en casa
En la evolución de la concepción de los vagones ferroviarios, al igual que en la de los espacios de trabajo, paulatinamente se limitó la posibilidad de cerrar espacios y, por el contrario, se procuró abrirlos a la mirada pública. De tal modo, se impidió que la apropiación estuviera acompañada por un cierre tangible, como el de un compartimento que confinaba durante el tiempo del trayecto a una familia desplegada con todos sus petates, a un grupo de amigos que improvisaba una litera tendiéndose sobre la red del portaequipajes o colgando hamacas de ella, o a una pareja entregada a sus retozos amorosos al amparo de las cortinillas bajas, en una intimidad protegida del público.
Una vez permitido el acceso al vagón, los pasajeros irrumpen en un dispositivo impecable. Pero en cuestión de segundos siembran un desorden que da fe de que las plazas han quedado en manos de ellos. Algunos llegan con todo un equipaje, y toman varias plazas con calma y comodidad. Lo que intentamos comprender son precisamente los requisitos y beneficios de esa comodidad. Al instalarse, estos viajeros se despliegan y reparten con profusión sus enseres en torno a su persona como otras tantas prolongaciones en potencia que otorgan un basamento más amplio, a la manera de un pulpo que se defiende contra el extraño hinchándose en forma desmesurada, con los tentáculos extendidos en un despliegue impactante. Pero no hace falta deslizarse demasiado rápido hacia un involucramiento estratégico a menudo implícitamente expresado por una descripción etológica: el despliegue de los efectos personales no está destinado, en primer lugar, a intimidar a un adversario, aunque los tentempiés desempaquetados en abundancia puedan hacer que perdamos de vista al molesto vecino por obra de papeles pringosos y efluvios al ajo. Se trata ante todo de procurarse un entorno para que allí las cosas de por sí estén adaptadas, como en casa, listas y puestas al alcance de la mano, y que su disponibilidad suponga el inicio amable de gestos familiares. Se encuentran, así, indicios de las conductas de la persona mediante señalamientos efectuados en los lugares y registrados durante su apropiación.
El primer protagonista de nuestro guion se ha instalado en un sitio de cuatro plazas que ocupa ya en su totalidad. En lo sucesivo, lo designaremos “el Ocupante”. Está provisto de dos apéndices de los que se encarga de manera activa y que le facilitan una notable extensión: en el asiento contiguo al suyo, salta un niño de alrededor de 5 años, y un bebé dormido boca abajo, en la juntura entre los dos asientos de enfrente. La mesa que separa los dos pares de asientos ya está seriamente atestada, en un imponente amontonamiento que incluye una bolsa abierta de papas fritas (en parte desparramadas), galletas desmenuzadas, una lata de gaseosa abierta y goteante, pañales a la espera de su turno y un pulóver tirado sobre una revista ilustrada. En virtud de su descendencia y sus dependencias, nuestro hombre está ligado al entorno por vínculos tentaculares que prolongan su persona en un conjunto propio bastante consistente.
Con esta entrada en escena del Ocupante y los suyos, atrae nuestra atención un primer tipo de involucramiento muy diferente del requerido para describir la figura del individuo autónomo, sujeto de voluntad libre. En sentido estricto, no se trata de propiedad privada, sino de otro modo de apropiación. Vínculos y acomodamientos de cercanía atestiguan un tipo de dependencia muy alejada de la idea del sujeto individual apartado de cualquier lazo que pueda dañar la independencia de su determinación. Es poco probable que lo que impera en ese primer involucramiento pueda localizarse en el fuero interno de un individuo nítidamente circunscrito. Lo que rige su conducta se distribuye en un entorno que, según hemos señalado, estaba constituido tanto por cosas dispuestas como por otras personas a quienes el Ocupante está apegado y cuida. ¿Diremos que se trata entonces de un “colectivo” y, por qué no, del colectivo primordial conocido con el nombre de “familia”? Esta caracterización corriente se aviene mal a esa primera escena. De momento no hemos reconocido formas elementales de parentesco ni hogar, aunque sea monoparental. No es la pertenencia a un colectivo lo que domina la escena, ya que esta parece dejar en la sombra la implicación tan fuerte de los efectos personales y del medio material. Por eso debemos proponer otra construcción.
Hacer que algo sea de uno: equipamiento en serie y acondicionamiento personalizado
¿Cómo se ha conquistado ese conjunto propio a las superficies y los planos neutros en los que la compañía ferroviaria proyecta al viajero? El revoltijo expuesto por el Ocupante a la vista de sus semejantes (que mediante esa alteración marca que se arroga derechos sobre el lugar) no se despliega con tanta facilidad en el muy público espacio del vagón carente de compartimentos. La toma da muestras de un imperio más frágil que la apropiación pesada en épocas pasadas, que metamorfoseaba el compartimento. En comparación, las hileras de asientos brindan pocas posibilidades de acondicionar el lugar.
Con todo, algunos de esos equipamientos han sido deliberadamente dotados de tales virtudes. Es lo que sucede con el clásico apoyabrazos rebatible que, una vez levantado, ha permitido transformar dos asientos contiguos en una cama de bebé, en tanto que el brazo inamovible que se intercaló en los bancos de las estaciones de subterráneo impide ahora tenderse a quien codicie esa benefactora horizontalidad para establecer allí un efímero domicilio. Pero es lo que también sucede con los recintos de cuatro asientos, así como con la mesa con extensiones plegables puesta en medio de ellos, que proponen disposiciones variadas del lugar, desde la dislocación en cuatro unidades de existencia independiente hasta la unificación en un espacio común para jugar a las cartas, pasando por el cambiador que ha improvisado el Ocupante. Este último, en efecto, no ha ido al espacio reservado a ese fin, situado varios vagones más allá, lo cual lo habría obligado a abandonar a su hijo mayor o, al menos, a parte de su dispositivo de ocupación, con el riesgo de encontrarlo, a su vuelta, apropiado de manera muy distinta por otros ocupantes.
Los acondicionamientos previstos, siquiera mínimos, dan testimonio de nuevos imperativos en la concepción de los objetos técnicos y las mercancías. Atañen a las cuestiones que nos interesan aquí, incluso si las inscriben en una intención de orden industrial o comercial. Un diseño orientado al usuario dispone en el objeto posibilidades de personalización. Algunos llegan a ver en eso un rasgo característico de los equipos informáticos. Dirijamos nuestra mirada hacia dos viajeros sentados del otro lado del pasillo, uno detrás de otro. Ambos han bajado su bandeja frontal que –mesa de picnic o área de juegos para sus vecinos– han transformado en escritorio para su propio uso. Sobre ese escritorio, uno y otro han abierto sus computadoras portátiles que, a su vez, exhiben un “escritorio” tanto más maleable si se tiene en cuenta su extensión electrónica. En comparación con la flexibilidad de uso de la bandeja, la máquina informática indudablemente se presta a metamorfosis tanto mayores.
La instalación en el lugar de los protagonistas y del campamento improvisado reclama un informe diferente del que acostumbra hacer el investigador en ciencias sociales. Debe respaldarse en unidades descriptivas que desplazan la atención del investigador, habitualmente fijada en los seres humanos y sus lazos sociales. Hasta ahora costará aislar algún actor individual que tome una decisión o implemente una estrategia sin violentar el tipo de involucramiento al que esas personas se aplican. Uno sentiría la tentación de adoptar una percepción de etólogo porque, a primera vista, las personas que gesticulan inciden en la organización de un territorio. ¿No se entregan a una profusión de movimientos y contorsiones corporales que en su mayor parte escapan a la legibilidad de un plan de acción y son a menudo oscuros para una mirada ajena, a la manera de los gestos que los etólogos relacionan con instintos y hasta con rituales cuando se valen fastidiosamente del vocabulario etnológico? Pero, al optar por el modelo animal, pasaremos por alto la cuestión que nos interesa aquí: ¿cómo y para hacer qué los seres humanos se apoderan del mundo y de lo que sucede en él conforme a modos de involucramiento muy diversificados? Nuestro objeto, en efecto, no es señalar una variedad de lenguajes descriptivos o de marcos interpretativos, sino detenernos en lo que la gente hace con ese vagón en una sociedad que, aunque en principio aparece compartimentada, bien podría destabicarse con el paso de los acontecimientos. Para convencernos de esto, contemplemos la llegada de un nuevo protagonista que, a diferencia del anterior, corresponde mejor que nadie a la figura del individuo planificador y calculador que disfruta de los favores de los informes de las ciencias sociales.
El hombre que calcula, optimiza, comercia, contrata
Se acerca por el pasillo central mientras roza con la mirada los números de los asientos, hasta detenerse por fin ante los cuatro de cuya ocupación hemos sido testigos. Lanza una mirada fría al asiento número 51, donde (vuelta en ángulo recto como una estatuilla egipcia, con la cara contra el tejido del almohadón) descansa la cabeza de la criatura (el torso y piernas ocupan el asiento 52). “El Titular” (llamemos así a este nuevo personaje) aferra en su mano derecha el cartón apaisado en el que verifica el número de su reserva. Las menciones plaza nº 51, coche 9, asiento no fumador, salón, ventanilla, en efecto figuran en ese título, que le asegura servicio de transporte. En actitud interrogante y reprobatoria, el Titular se vuelve hacia el Ocupante y su comitiva: así, vemos a un usuario insatisfecho frente a aquel que se ha instalado a sus anchas.
Este segundo hombre entra oportunamente en el campo, porque lo reclamaban muchos analistas que sólo lo conocen a él: economistas ortodoxos o sus primos sociólogos de la rational choice. Aun antes de ser un cliente en regla, nuestro hombre fue ya el individuo interesado, egoísta y calculador que disfruta del favor de ciertos enfoques de las ciencias sociales (en particular los económicos) porque se presta a la perfección al cálculo del investigador. Y, por la misma razón, es también la figura predilecta de los encargados de fijar las tarifas de la SNCF [compañía nacional francesa de ferrocarriles]. El blanco perfecto.
El Titular es, sin duda racional, como todos los seres humanos que tienen los instrumentos para serlo, pero además es metódico y está equipado en consecuencia, lo que le confiere precisamente esos recursos. A lo largo de los años, ha mantenido un registro de los viajes frecuentes que ha efectuado en esta línea y ha consignado el precio de los billetes. Ya utiliza lo mejor posible las condiciones tarifarias convenientes y había optado por los TGV “azules” [trenes de alta velocidad, con precios reducidos]. Pero, hechas y rehechas las cuentas, se ha percatado de que resulta más interesante comprar un abono anual con un 50% de descuento en todos los trenes, sin restricciones de fechas ni horarios. Siempre, claro está, que realice sus viajes con la misma frecuencia, cosa que él da por sentada.
Como una prolongación del involucramiento planificador que permite ya cierto transporte en el tiempo y el espacio por medio de los equipamientos adecuados, nuestro hombre se ha embarcado en un nuevo involucramiento, de índole específicamente mercantil. Este difiere del previo en cuanto implica una calificación convencional de las personas, las cosas y sus relaciones. Por añadidura, en el caso de ese carácter mercantil de calificación convencional, el derecho participa en la garantía siempre que haya habido un contrato. Lo testimonia el “título” esgrimido por el Titular, que ha adquirido contractualmente el derecho a transporte y específicamente al asiento 51. De individuo planificador y calculador de instrumentos ajustados que era en su fuero interno y en el externo, se ha convertido en un individuo civil relacionado por el derecho con otros individuos.
Los análisis que destacan el papel asignado a la individualidad y la subjetividad en las sociedades contemporáneas son legión. La reflexión sobre el yo excede las disciplinas especializadas. Se sustrae de los retiros de la intimidad para exhibirse en público. El programa de investigación aquí presentado se interesa en los involucramientos que dan consistencia a la persona. Y debemos situar a la persona con respecto a otras figuras suyas, para precisar su retrato como individuo. No para suprimirla en beneficio de diversos sustitutos irreflexivos o inconscientes, sino para trazar con precisión sus contornos y condiciones de ejercicio. Nuestra estrategia de elusión ha consistido en distinguir esa individualidad no en el contexto de un colectivo, como suele hacerse, sino al recortarla sobre el telón de fondo de otra figura de la persona adherida a pertenencias que al comienzo no son colectivas. Con esa intención, y por orden de aparición, nuestro protagonista inicial se presentó en la multitud de sus vínculos de manera muy distinta que con el talante rígido del individuo ceñido a su proyecto. Sin embargo, la figura del individuo es tan dominante –en cuanto la palabra termina por designar a todo ser humano– que constituye un obstáculo para caracterizar cualquier otra figura de persona, en especial de la que se nos mostró en cuanto a sus vínculos. Nuestro recorte secuencial apunta a poner de relieve la diferencia entre lo doméstico que se expande en la primera escena y el yo aislado de la segunda, sujeto levantado contra los objetos que lo enfrentan y de los que se apodera como medios de ejecución de su proyecto. Se exponen entonces las capacidades de las cuales está dotado ese yo decidido, planificador y hasta calculador.
El altercado se veía venir. Una discordia que no se reducirá a las dos personas en disputa o a los dos individuos opuestos en un conflicto de intereses, sino que se desplegará entre dos modalidades diferentes del involucramiento de esas personas con su entorno. Una dotación conceptual mezquina, en que los individuos casi resultan confundidos con intereses, sólo nos deja reconocer rivalidades de intereses. Sin duda, una vez preparado el terreno y unificados los involucramientos, los protagonistas no dejan de enfrentarse conforme a una “competencia” tal de bienes individuados que abren el camino a la “negociación”. Pero en el arte social abundan las formas de involucrarse que proponen otras tantas maneras variadas de relacionarse con los lugares y los medios, tanto humanos como materiales.
En relación con el título que le da derecho al transporte, el Titular tiene la capacidad de tomar posesión de su asiento. En el peor de los casos, acudirá a un supervisor para solicitar la aplicación del reglamento. Pero no hay asomo de supervisor. Ese día existe el serio riesgo de que este personaje esté ausente, porque tiene demasiado que hacer y, así, la fuerza del reglamento se ha debilit...

Índice

  1. Cubierta
  2. Índice
  3. Colección
  4. Portada
  5. Copyright
  6. Laurent Thévenot, autor de una sociología heterodoxa en la Francia del siglo XX (por Gabriel Nardacchione)
  7. Introducción
  8. 1. Figuraciones: el actor trasladado entre sus involucramientos plurales
  9. 2. Economía y sociología de la acción coordinada: racionalidad y normas sociales
  10. 3. Los regímenes de una acción conveniente: de lo familiar a lo público
  11. 4. Situar la acción en plan: el trabajo y su organización
  12. 5. La pluralidad de regímenes que componen la organización: los saberes en el trabajo
  13. 6. La acción justa: juicios ordinarios y juicios de derecho
  14. 7. El conocimiento en la acción
  15. 8. Hacer oír una voz: involucramiento en los movimientos sociales
  16. 9. La persona en sus involucramientos plurales
  17. Epílogo. Los cajones de una personalidad
  18. Referencias bibliográficas