Autenticidad en literatura
¿Narraciones auténticas? El caso de la docuficción literaria
Vera Toro
Universidad de Bremen
Las reflexiones que se presentan a continuación surgieron de un contexto de estudio que tiene como epicentro la autoficción en la narrativa. Al situar, desde un punto de vista narratológico-estructuralista, su poética y su “funcionamiento” estético dentro del panorama más amplio de la teoría de la ficción, la metarreferencialidad y la metaficción, de nuevos metagéneros y juegos ilusionistas y antiilusionistas en la literatura, llama la atención que en la actualidad se están estudiando varios fenómenos literarios de forma relativamente aislada y con base en una terminología poco coordinada. Pero estos fenómenos están, a lo mejor, más emparentados de lo que parece en principio.
Términos como “docuficción”, “bioficción”, “autoficción”, “metaficción”, “faction”, “semificción”, “metaficción historiográfica”, “metanovela”, “hibridez (tanto entre géneros ficcionales y factuales como entre ficción y no ficción), “metanarración”, y diferentes géneros como novela metamnemónica, metaautobiografías y metabiografías ficticias, describen fenómenos literarios o transmediales que en su conjunto pueden describirse bajo el concepto de la estética de autenticidad. Quiero explicar esta hipótesis mediante una problematización del término “docuficción”, para hacer visible un conjunto de recursos narrativos que caracterizan diversas novelas en lengua española. La mayoría de los ejemplos se limitan a las novelas Bilbao-New York-Bilbao de Kirmen Uribe ([2008] 2012) y El espíritu de mis padres sigue subiendo en la lluvia de Patricio Pron (2011) que analizo con detenimiento.
El concepto de autenticidad, obviamente contemporáneo, con el que argumento, es de por sí paradójico y difícilmente concebible. La autenticidad expresiva solo se puede mostrar en su performatividad; en el momento de fijarse en este acto de mostrar, ya se sale de la autenticidad y se habla de manera inauténtica sobre la autenticidad (cfr. Knaller y Müller, 2006: 8-9): si digo, por ejemplo: “Ahora soy auténtica”, se trata de una frase indecidible, pues es un double bind, una contradicción performativa. El que reivindica autenticidad, la desmiente en el mismo acto de su afirmación.
A continuación me ocupo del aspecto central de la autenticidad como noción del pensamiento postposmoderno, y que es su fundación en la aceptación irónica y festiva de la paradoja del experimentar humano, que a fin de cuentas rehúye cualquier re-presentación. Ante este dilema, Zeller (2010: 1-2) circunscribe la autenticidad acertadamente con la aporía paradójica de la “inmediatez mediada” (vermittelte Unmittelbarkeit), y Funk (2011: 227), con la búsqueda incumplible de lo inmediato, infalsificado, sincero y verdadero. Si se tiene en cuenta el carácter medial, representacional y de constructo de una obra, la autenticidad puede concebirse entonces como efecto, como resultado de estrategias de reconocimiento, como juego o como pacto mediático entre autor y receptor (cfr. Knaller, 2006b: 22).
Desde esta perspectiva, los intentos artísticos actuales de recalibrar la relación entre subjetividad y autenticidad pueden interpretarse como cambio paradigmático en la autoconciencia literaria y artística, y como fundamento de una nueva estética que el anglista Funk (2011: 225) llama apropiadamente estética de autenticidad, y cuyas reflexiones se confirman en la narrativa hispanohablante. El enfoque de Funk implica una estética de la recepción basada en la reciprocidad, en la sinceridad (Aufrichtigkeit) y en el abandono de un concepto de autor autoritario. Así, la resultante actitud narrativa tiene como meta cierta credibilidad y sinceridad, en vez de realismo.
Sostengo con Funk (2011: 235) que la estética de autenticidad se nutre de la aparente desestabilización de las jerarquías establecidas entre las instancias comunicacionales de una obra literaria, y se manifiesta estructuralmente por la presencia paradigmática de la metarreferencia en el arte.
Según mi hipótesis, la tematización, al menos implícita, de la imposibilidad de una inmediatez representacional (cfr. supra) tiene su equivalente estético-formal en el llamado giro metarreferencial (metareferential turn), que Wolf, Bantleon y Thoss (2009) describen como la constante transgenérica y transmedial en todas las creaciones artísticas desde la segunda mitad del siglo XX (el término original en inglés es metareference/metareflection).
El embrollo metarreferencial, además de otorgarle un carácter lúdico y reiteradamente sorpresivo y antiilusorio a una obra, tiene por consecuencia la revelación de los mecanismos creativos y poetológicos de la producción del texto mismo.
Wolf define la metarreferencia como
[…] a special, transmedial form of […] self-reference produced by signs or sign configurations which are (felt to be) located on a logically higher level, a “metalevel”, within an artefact or performance; this self-reference, which can extend from this artefact to the entire system of the media, forms or implies a statement about an object-level, namely on (aspects of) the medium/system referred to (Wolf, 2009: 31, y en Wolf, 2011a: 3).
¿De qué manera contribuyen las metarreferencias antiilusorias a una mayor autenticidad de la narración? Dicen Grabe, Lang y Meyer-Minnemann que “la paradoja se utiliza también con el propósito de dar autenticidad a lo (presuntamente) plausible con un acto de deplausibilización, o, más bien, para marcar un hiato entre la plausibilidad pretendida y la plausibilidad realizada de una práctica narrativa” (2006a: 10). De esta manera, un texto remite a sí mismo y ostenta su carácter de constructo, de artificio. Aparte de la constructividad de los recursos mismos, se subrayan igualmente la dependencia de convenciones y la constructividad tanto de una narración “coherente” como de cualquier narración en general (cfr. Rajewsky, 2008: 342).
Mediante la fórmula de la narración auténtica quiero demostrar de qué manera esta forma de expresión transmite la paradoja de la autenticidad (siempre ilusoria) en novelas que juegan con la referencialidad a la realidad empírica. Estos textos aprovechan, por ejemplo, la ilusión estética referencial y narrativa, al mismo tiempo que expresan un escepticismo epistemológico alegre por medio de diferentes recursos antiilusorios y metaficcionales. Esta postura narrativa auténtica, según mi interpretación, puede hasta borrar las fronteras entre la autenticidad del objeto y del sujeto, porque ambas se condicionan mutuamente: la autenticidad de la narración como proceso –i. e. una autenticidad del proceso– se evoca por la relación del sujeto enunciador y del acto de enunciar con lo enunciado.
Un ejemplo para la “inmediatez mediada” y la narración auténtica como lema poetológico es lo que ha bautizado el escritor Javier Cercas como relato real. El autor mismo lo describe como
[…] una especie de crónica o reportaje escrito por alguien que, pese a perseguir encarnizadamente la verdad de los hechos, posee la suficiente conciencia de su oficio como para conocer las limitaciones de su instrumental, que carece de las potencialidades de la ciencia, y la suficiente humildad –o el suficiente ímpetu o entusiasmo, como para seguir trabajando a partir de ello, pero sobre todo a pesar de ello (Cercas, 2005: 92).
Así, la escritura de Cercas no solo aprovecha el tema de la inseguridad artística y la convierte en arma estética, también, según la interpretación de García-Nespereira (2008: 120), un relato real sería “un metarrelato, un relato que juega a ser él mismo”. La complejidad aumenta cuando el narrador-autor ficticio homónimo de Soldados de Salamina decide “que el libro que iba a escribir no sería una novela, sino sólo un relato real, un relato cosido a la realidad, amasado con hechos y personajes reales, un relato que estaría centrado en el fusilamiento del Sánchez Mazas y en las circunstancias que lo precedieron y lo siguieron” (Cercas, 2001: 52). En cuanto a la denominación genérica de esta novela, se encuentra sintomáticamente poco consenso: fue descrita como “docuficción biográfica” por Tschilschke (2010), “docuficción” por Mecke (2010), “novela histórica reflexiva” por Piérola (2007) y “metaficción historiográfica” por Gómez Trueba (2009), además de tratarse obviamente de una autoficción, para solo mencionar algunas propuestas genéricas. ¿Cuál es la denominación común mínima entre los diferentes conceptos? Supongo que tal confusión en la nomenclatura genérica con apariencia casi arbitraria tiene una posible explicación justo en el “embrollo” referencia...